El libro de la serenidad



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Precisión



Dos hombres se encontraron visitando a un anciano maestro. Uno le preguntó al otro:

-¿Has venido, como yo, a escuchar sus enseñanzas?

Pero el otro repuso:

-En absoluto. Yo ya he aprendido suficiente contemplando con qué atención y precisión se ata el maestro las sandalias.


Comentario
La sabiduría impregna la mente, las palabras y los actos. No es solamente una respuesta profunda y vivencial a los interrogantes existenciales, ni disfrutar de un pasajero estado de quietud arrolla­dora, sino que es también la precisión, la cordura y la belleza de movimientos conscientes (y no feamente mecánicos) en las senci­llas acciones de la vida cotidiana. Cuanto más despierto está el ser humano, más se trasluce esa conciencia despierta en lo que hace, aunque sólo sea preparar una taza de té o esbozar una sonrisa. Sus acciones no están cargadas de urgencia, tensión, crispación o con­tracción, sino que se aprecian sueltas y relajadas, sin nudos ni blo­queos, fluidas como el vuelo primoroso de un ave.

La serenidad del sabio es contagiosa; la acción calmada y preci­sa del despierto es toda una enseñanza; su silencio es el más elo­cuente mensaje. Cuando llegan las vicisitudes no se altera, pues como dice ese magnífico texto que es el Yoga-Vasistha, «a aquel que contempla en calma el transcurso del mundo tal como se de­sarrolló o se presenta ante él y permanece sonriente pese a sus vi­cisitudes, se le llama yogui imperturbable».

Cuando se va desarrollando la consciencia y logra el ser huma­no establecerse en su genuino ser interior, los pensamientos, pala­bras y actos se saturan de equilibrio y ecuanimidad.

La pregunta esencial



El discípulo llevaba mucho tiempo atormentándose con una pre­gunta de orden metafísico: ¿tiene la vida un sentido definido? Ape­sadumbrado, acudió al mentor y le dijo desde la puerta:

-Maestro, tengo una pregunta esencial que hacerte.

Y el mentor dijo:

-Sal.
Comentario


Muchos maestros se niegan a entrar en el juego intelectualmente alambicado del discípulo, porque saben que una guerra de opinio­nes y conceptos puede más bien enturbiar que esclarecer, confun­dir que aclarar. Así, se niegan a darle carnaza a la fiera conceptual e incluso llegan a la descortesía aparente para no ceder ante el dis­cípulo y poner en jaque mate su elaboración intelectiva. Se puede tener una mente metafísicamente aguda, muy inclinada a la dialéc­tica filosófica, pero anclada en sus propias limitaciones conceptua­les. Hay personas que tanto se instalan en ese lado de la mente que no logran abrir los ojos a otras potencialidades mentales, pero que operan de otro modo. Esa propia tendencia a la divagación metafísica puede ser un obstáculo para la comprensión clara y, como dice Santideva, «una mente desprovista de clara compren­sión es como un colador».


El fardo de la erudición



Anhelaba recibir enseñanzas espirituales para madurar interior­

mente. Acudió a visitar a un maestro, que le sometió a un examen por escrito de un buen número de preguntas de carácter filosófico, metafísico y religioso. Como era un hombre muy culto, respondió brillantemente a todas las cuestiones. El maestro le dijo:

-Muy bien, muy bien. De hoy en un año te impartiré enseñan­zas espirituales.

-Pero ¿no he contestado correctamente a todas las preguntas? -Claro que lo has hecho. Por eso mismo. Un año.

-Y si no hubiera entonces contestado correctamente a las cues­tiones, ¿cuándo me hubieras impartido enseñanzas?

-Ahora mismo -aseveró el maestro-. Pero tienes tanta erudición que hasta que no te liberes un poco de ese fardo, nada puedes ab­sorber de la enseñanza.


Comentario
El pensamiento es experiencia, datos e información; la erudi­ción es acumulación de datos; el saber libresco es conocimiento conceptual salvo que se transmute en experiencia real. El intelecto encierra en sí mismo sus peligros. La mente, salvo que esté purifi­cada y bien canalizada, puede ser un obstáculo en ella misma. «Algo que liberar para algo tomar», dice la antigua instrucción. La investigación verdadera consiste en dudar para descubrir y en ese proceso muchos conceptos y conocimientos deben ser arrojados por la borda. En una ocasión me dijo un maestro: «La meditación es como una aspiradora para quitar la basura de datos que está ob­turada en los conductos del cerebro». Hay muchas personas inca­pacitadas para escuchar porque su mente está tan saturada de ideas y opiniones que no hay espacio ni para recibir ni para escuchar y todavía menos para aprender.


Dios me salvará



Era un hombre muy piadoso. Vivía en una isla y he aquí que el mar comenzó a invadida implacablemente y todos los habitantes empezaron a ser evacuados. Cuando los equipos de salvamento quisieron llevárselo, el hombre dijo:

-No, no, no hace falta, porque Dios me salvará.

Se quedó él solo en la isla. El agua iba invadiendo la tierra. La situación del hombre era cada vez más difícil. Una lancha se apro­ximó a él y desde ella le echaron una cuerda para salvarle, pero el hombre replicó:

-No, no, Dios me salvará.

Para ponerse momentáneamente a salvo, tuvo que subirse a la terraza del edificio más alto de la isla. Desde un helicóptero le lan­zaron una escala para que se agarrase a ella, pero el hombre gritó: -No, no, Dios me salvará.

Siguió ascendiendo el agua y el hombre se ahogó. Cuando se encontró con el Divino, le recriminó:

-Parece mentira, porque toda mi vida he sido muy piadoso y no me has ayudado.

Y Dios le dijo:

-Eres un necio. Te he enviado un equipo de salvamento, una lancha motora y un helicóptero para salvarte y dices que no te he ayudado.
Comentario
Todos podríamos preguntamos con seriedad y sin recurrir a la absurda vía de la evasión: ¿qué hago yo por mí mismo? Muchas ve­ces esperamos que los demás resuelvan nuestras cuitas, problemas, dudas y dificultades, pero no ponemos lo suficiente de nuestra par­te. Así se puede proceder tanto en la vida externa como en la bús­queda interior. A veces recurrimos al poder superior para que nos auxilie, pero no cooperamos con él a fin de que su auxilio llegue realmente. Incluso la denominada gracia, que nos permite alcanzar otro estado de conciencia, no sobreviene de forma gratuita, sino que es el fruto de un largo aprendizaje interior. Esta resplande­ciente invitada se gana o, dicho de otro modo, hay que poner las condiciones para que pueda visitamos en nuestro hogar interior. Si el hogar está hecho un desastre, es feo y desapacible, la invitada nos negará su visita, pero si es cálido, amoroso y claro, acudirá a brindamos su consoladora compañía.

La vida nos da oportunidades que podemos instrumentalizar tanto para nuestra evolución interior como para mejorar nuestras condiciones de vida externa, pero debemos estar atentos a fin de detectarlas y, con diligencia, poner los medios para desarrollarlas. El adagio dice: «La providencia pasa la bandeja una sola vez». Si uno no está alerta, la bandeja pasará de largo; aunque, por fortuna, puede pasar más de una vez, hay que estar atentos como si no fue­ra así. También debemos ayudamos a nosotros mismos aunque el destino o la casualidad nos ayuden y saber ver cuándo la vida nos extiende una mano para agarramos a ella y mejorar en todos los ór­denes; pero no se puede proceder desde la indolencia o dejando que todo se haga por nosotros puesto que, sin ansiarse, uno puede ser dinámico y cooperar sabiamente con los acontecimientos.



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