Cortar los pensamientos en su propia raíz
Hemos sido durante muchos años demasiado condescendientes con los pensamientos, sobre todo con los nocivos. Hemos dejado que nos gobiernen y se pongan al servicio de las emociones desapacibles y perniciosas. Este ejercicio consiste, precisamente, en negamos a dejamos pensar por los pensamientos. Debes enfocarte sobre tu mente, con extrema atención, y tratar de cortar el pensamiento en su propia raíz en cuanto se presente. No importa que al cortar un pensamiento surja otro y así sucesivamente, pero hay que evitar que el pensamiento procese y fluya en la mente, configurando cadenas de pensamiento o ideaciones. Ya el hecho de estar muy atento a la mente y con la firme determinación de no dejarse pensar reduce al mínimo los pensamientos encadenados y suprime el discurso mental. Es un ejercicio extraordinario para enseñamos a pensar y dejar de pensar, en suma, a ir tomando las riendas de nuestros pensamientos y la gobernabilidad de nuestra mente.
La visualización de infinitud
Este ejercicio es muy antiguo y si uno está en el campo puede ejecutarlo utilizando como soporte la bóveda celeste, pero de no ser así, se hace visualizando la misma.
Visualiza o imagina el firmamento claro, despejado e ilimitado. Deja que todo tu ser se funda con esta imagen y, a través de ella, olvidándote de tus asuntos cotidianos y afanes, recrea un sentimiento de expansión e infinidad, de inmensidad y cosmicidad. Si surgen pensamientos, son como nubecillas que pasan sin arrebatar su atención, que debe estar inmersa en la bóveda celeste, con el sentimiento de olvido del ego y plenitud e infinitud.
Recogimiento y presencia de ser
Estabilizada la posición del cuerpo, trata de ignorar los pensamientos y de irte interiorizando. Ni siquiera los combatas, enfoca hacia tu interioridad toda la atención, energía e interés, para irte retirando tanto de los afanes exteriores como de los propios procesos mentales. Ve serenándote y entrando más y más en ti mismo, sosegándote, y creando un espacio interior de profunda tranquilidad y silencio, tratando de que los pensamientos no te saquen de ti mismo. Ve recreando ese espacio de silencio y sosiego interior y sintiéndote a ti mismo en lo más profundo, no como una idea o concepto, sino como una sensación o presencia de ser, desarrollándose así el sentimiento «soy», pero como desnuda sensación de ser. Ve interiorizándote más y más, dejando todo fuera de ti excepto esa presencia de ser, en la que cada día que practiques te irás absorbiendo más y más, hasta lograr un fecundo y renovador estado de paz.
La atención sosegada
Este ejercicio es de especial interés para reeducar la mente y enseñarle el camino directo a enfocarse en el aquí y ahora, en lugar de estar siempre en el antes o el después, el pasado y el futuro. En la medida en que lo practicamos, la mente se toma más controlada y podemos ejercer este dominio también en nuestras actividades cotidianas. Es un ejercicio en el que, a diferencia de otros, no hay un soporte definido para la concentración, sino que el soporte es la atención misma. Hay que tratar de estar muy atento, pero a la vez relajado; muy consciente, pero desde el sosiego. De ahí las denominaciones que recibe este ejercicio: la atención sosegada; la calma alerta, o similares. La persona tiene que estar atenta a todo, pero a nada en concreto; en suma, permanecer tan vigilante como pueda, con la mente en el aquí y ahora. Cada vez que la mente escape, tiene que tratar de retrotraerla aquí y ahora.
Pensamientos y sentimientos de sosiego en todas las direcciones
Buda declaró: «Esparce tus pensamientos amorosos en todas las direcciones». Así lo hemos explicado en nuestra obra El libro del amor, pero el ejercicio puede efectuarse también con el sentimiento de quietud.
Estabilizada la postura, durante unos minutos sumérgete en la respiración, para ir apartando de la mente toda actividad cotidiana e ir generando un sentimiento de calma profunda. Después, envíate a ti mismo sentimientos de sosiego y paz. A continuación, envía estos sentimientos y buenos deseos de sosiego hacia los seres más queridos; luego, hacia los seres queridos; hacia las personas indiferentes; hacia las personas que te resultan antipáticas; hacia los animales; hacia las plantas, y hacia todo el universo en todas las direcciones, con el sentimiento muy íntimo de que «ojalá todos los seres del mundo puedan sentirse sosegados, calmos y dichosos».
EL examen de los estados mentales
Resulta de gran importancia someter la mente a un aséptico examen para descubrir y reconocer sus estados perniciosos y poder así esforzarse por desalojados de ella, tomando además lúcida y plena conciencia de cuánto estos estados, muchas veces renuentes y acarreados durante años, nos han provocado una enorme e innecesaria masa de sufrimiento a nosotros e incluso a los demás.
Una sabia instrucción declara: «Si no descubres dónde está la espina, no podrás sacártela». Si no somos plenamente conscientes de la masa de innecesario sufrimiento mental que nos han generado estos estados, no nos decidiremos a liberamos de ellos. Cada persona tiene que descubrir sus estados mentales insano s y más enraizados y ver cuánto sufrimiento han generado y, asimismo, cómo surgen y atrapan a la persona, sometiéndola a ofuscación, debilitamiento psíquico, empañamiento de la conciencia y alteración interna. La intensidad de estos estados varía según la persona. Tenemos que ir viendo cómo se repiten y con cuánta intensidad y los múltiples problemas de todo orden que generan. Reconociéndolos, estaremos en mejor disposición para irnos sustrayendo a su poderosa influencia.
Son estados perniciosos, entre otros: la codicia, el apego, el odio, la ira, la soberbia, la infatuación, el egocentrismo excesivo, la envidia, los celos y la malevolencia. Todos ellos, indudablemente, nos roban la paz interior. Pero el examen al que nos referimos nada tiene que ver con el clásico examen de conciencia, pues en este caso debemos evitar por completo tanto la autorrecriminación o autoculpa como la justificación o pretexto.
A modo de conclusión, citaré unas significativas palabras de Nisargadatta cuya esencia deberíamos imprimir en el trasfondo de nuestra conciencia. Dicen:
«El mayor maestro es tu yo interior. Es el dueño supremo. Es el único que puede llevarte a tu meta y el único que te acogerá al final del camino. Confía en él y no tendrás necesidad de ningún maestro exterior. Pero, te repito, necesitarás un firme deseo de encontrarIo y no hacer nada que pueda crear obstáculos o producir retrasos. No malgastes tu energía y tu tiempo con remordimientos. Tus errores deben servirte de enseñanza: no los repitas».
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