3. Efectos de la demencia sobre la conducta
En este grupo de trabajos, Prasher y Filer (1995) comprobaron que las
conductas que diferían entre los adultos con síndrome de Down con y sin
demencia consistían en cansancio fácil, humor bajo, dificultades para comu-
nicarse, para andar sin ayuda, para asearse y para reconocer los sitios de su
propia casa, junto con trastornos del sueño, deambular durante el día e
incontinencia urinaria. De especial trascendencia resulta el dato de que no
se hallaron diferencias en conducta agresiva entre ambos grupos. Prasher,
Chung y Haque (1998) obtuvieron similares resultados, de modo que las
puntuaciones de adaptación resultaron ser más bajas en los adultos con
síndrome de Down que padecían demencia durante al menos dos años,
comparados con los que no la tenían, pero no hubo diferencias significativas
entre los grupos en conductas desadaptativas.
En cuanto a los efectos del estilo de vida sobre la conducta, se han
encontrado puntuaciones más bajas de conducta adaptativa en los adultos
con síndrome de Down que vivían en una institución comparados con los
que vivían en otras situaciones residenciales, por ejemplo, grupos, casa
familiar, etc. (Collacott, 1992; Roeden y Zitman, 1995; Prasher y Chung,
1996). Por otro lado, Roeden y Zitman (1995), al comparar las habilidades
de la vida diaria en adultos que vivían en instituciones, según tuvieran o no
demencia, comprobaron el resultado ya esperado en el sentido de que la
ejecución era significativamente mejor en quienes no la padecían.
De otra parte, se han descrito declives relacionados con la edad en
nueve de diez dominios o áreas de funcionamiento adaptativo (Collacott,
1992; Prasher y Chung, 1996). En el trabajo de Collacott se apreciaron
declives en funcionamiento independiente, desarrollo físico, actividad
económica, cálculo y tiempo, actividad doméstica, actividad laboral, direc-
ción de sus actividades, responsabilidad y socialización, sin que se apre-
ciaran cambios en el desarrollo del lenguaje entre ancianos con síndrome
de Down que nunca estuvieron institucionalizados (60 años o más) y
adultos jóvenes (18-29 años). En cambio, en el estudio de Prasher y Chung
se identificaron declives en todas las áreas excepto en la actividad laboral.
Para Collacot (1992), las explicaciones para estas diferencias entre grupos
ADULTOS CON SÍNDROME DE DOWN... 445
de edad habría que buscarlas en la carencia de educación, la falta de
oportunidades de programas laborales y/o el inicio de demencia en los
grupos de más edad.
En definitiva, como grupo, las personas adultas con síndrome de Down
obtienen puntuaciones más bajas en conducta desadaptativa (sobre todo en
los niveles de agresión) que los grupos de referencia con quienes se com-
pararon. No obstante, los resultados obtenidos en las investigaciones distan
bastante de ser definitivos. En este sentido, en adelante, los deterioros rela-
cionados con el funcionamiento adaptativo deberían tener en cuenta la pre-
sencia y/o ausencia de condiciones de salud, del tipo demencia, depresión
e hipotiroidismo, y situaciones de vida específicas como el lugar de residen-
cia, la red de apoyo social y la gravedad de la deficiencia.
4. EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN ADULTOS CON SÍNDROME
DE DOWN
La evaluación de los cambios que podrían producirse durante la edad
adulta en las personas con síndrome de Down está determinada por una serie
de aspectos diferenciales respecto a la población general que deberían ser
tenidas muy en consideración para realizar una adecuada valoración en esta
población.
Un primer aspecto diferencial lo hallamos en la idiosincracia del propio
retraso mental y en el importante número de variables personales y ambien-
tales relacionadas con el mismo. Entre ellas destacamos el nivel de retraso
y los problemas de salud que pueden asociarse.
Sin duda, el grado de retraso y las experiencias vitales previas pueden
dificultar la expresión de diversos trastornos, que estos pasen de forma
desapercibida o que se expresen atípicamente, en forma de irritabilidad,
inactividad, pérdida de apetito o problemas de sueño. Por otro lado, estas
dificultades en la comunicación pueden favorecer la aparición de conductas
anómalas o de depresión, que son secundarias a la aparición de problemas
de salud o a la presencia de acontecimientos que le afectan (Flórez, 2000a).
El segundo aspecto a valorar hace referencia a la precocidad del inicio
del deterioro o declive cognitivo en un número importante de casos, com-
patible con un proceso de envejecimiento generalizado. Si para la población
genera] la estimación aproximada del límite cronológico se sitúa en torno a
los 65 años, un buen número de estudios marcan en los 45 años el corres-
pondiente a las personas con retraso mental y más específicamente para las
personas con síndrome de Down (Collacott, 1993; Prasher y Krishnan, 1993).
Sin pretender generalizar esta circunstancia, indudablemente es un dato a
tener en cuenta en las diferentes evaluaciones que realicemos a partir de esta
edad.
446 E. M. PADILLA MUÑOZ, L. RODRÍGUEZ FRANCO Y A.-L. AGUADO DÍAZ
La evaluación psicológica es entendida como un proceso sistemático de
recogida de información de una serie de áreas de funcionamiento, que debe
ajustarse siempre a la edad del sujeto o grupo de sujetos objeto de estudio.
En este sentido, Montorio (1994) propone cinco áreas de evaluación psico-
lógica para las personas mayores de la población general: actividades de la-
vida diaria, funcionamiento social, funcionamiento afectivo, salud y funcio-
namiento cognitivo.
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