5.2. Salud mental y síndrome de Down
Los trastornos mentales están presentes en el 30%-50% de las personas
con retraso mental (Graham y Yule, 1970, Lund, 1988; Rutter, Pueschel,
Myers y Sustrova, 1997), Utilizando los criterios diagnósticos de la CIE-10
y DSM-IV, los trastornos de tipo afectivo, trastornos de adaptación, demen-
cia, trastornos de ansiedad y las conductas compulsivas son los más comu-
nes en esta población (Prasher, 1995). Los datos disponibles también permi-
ten apuntar que las personas con síndrome de Down pueden tener un riesgo
menor de trastornos psiquiátricos que las personas con retraso mental debido
a otras causas. Más concretamente, se observa que este grupo desarrollaría
una protección especial para ciertos trastornos psicóticos como la esquizo-
frenia, circunstancia que no se produce con relación a los trastornos de tipo
afectivo, para los que existe una gran vulnerabilidad entre los adultos con
síndrome de Down.
No obstante, a pesar de las diferencias en prevalencia, la variabilidad de
trastornos mentales que podemos observar entre la población de adulos con
síndrome de Down es similar a la que hallamos en cualquier otro grupo de
retraso mental debido a otras causas. Pueschel, Myers y Sustrova (1997)
observaron una extensa gama de psicopatologías en la población de casi 500
personas con síndrome de Down que participó en el estudio.
En la población que estamos describiendo, cualquier trastorno mental se
expresa a través de algunas conductas desadaptativas (Chicoine, McGuire y
Rubin, 1999), como son la negligencia en el cuidado de sí mismos, pérdida
de las habilidades de la vida diaria, de las habilidades verbales, de las
habilidades sociales y laborales, aislamiento, enlentecimiento de la activi-
dad, rasgos paranoides, aumento de las conversaciones consigo mismos,
conducta agresiva, auto-abusos, modificaciones en el patrón de sueño y los
cambios de peso y olvidos persistentes.
En general, la presentación de la mayoría de los trastornos psiquiátricos
en estas poblaciones tiende a ser bastante complicada, lo que hace más
difícil el diagnóstico y el tratamiento. Por ejemplo, un trastorno de ansiedad
puede manifestarse en forma de conducta autoagresiva o hiperactividad. Los
trastornos de adaptación a situaciones estresantes pueden mostrar igualmen-
te síntomas más graves o dramáticos, como autolesión, conductas compul-
sivas, inversión en el patrón de sueño y anorexia.
Pero si hacemos un recorrido por los principales trastornos psiquiátricos,
observamos que la depresión es una causa común de reducción del funcio-
namiento en las personas adultas con síndrome de Down (Chicoine, McGui-
re y Rubín, 1999). En la mayoría de los casos, son reacciones de ajuste
asociadas al ámbito de las relaciones. De este modo, la pérdida de un amigo,
un miembro de la familia u otra persona significativa, el cambio de centro
o de vivienda pueden ser factores que conduzcan a una depresión. De ahí
ADULTOS CON SÍNDROME DE DOWN... 453
la importancia de crear, mantener y fortalecer relaciones de compañía y
amistad que suplan estas pérdidas, la importancia de conseguir y promover
la comunicación durante la vida de adultos, para que sepan y se favorezca
la expresión de sus problemas e informen de las molestias y dificultades que
experimentan (Flórez, 2000b).
Por otro lado, es habitual que en la población general los signos de
depresión se manifiesten a través de un estado de tristeza, irritabilidad, junto
con trastornos del apetito, del sueño, de la propia energía y pérdida de
interés por actividades que antes se consideraban alegres. Sin embargo, en
las personas con síndrome de Down es más probable que la depresión se
presente como una pérdida de habilidades y de memoria, importante enlen-
tecimiento de la actividad, conversación consigo mismas de tipo no aluci-
natorio y aislamiento más pronunciado, rasgos que, por otra parte, pueden
considerarse del ámbito psicótico y/o relacionados con procesos degenera-
tivos como la demencia.
Esta situación no debería sorprendernos puesto que la población con
síndrome de Down queda expuesta a un ambiente menos estimulante en las
últimas etapas de su vida. En este sentido, los primeros signos de deterioro
compatibles con demencias, en realidad estarían mal encuadrados ya que se
trata, en la mayoría de los casos, de estados depresivos (Campbell-Taylor,
1993; Flórez, 1993, 2000a; Rondal y Comblain, 2001). De ahí que el prin-
cipal diagnóstico diferencial, para enfocar la intervención, deba realizarse
entre el trastorno depresivo y cualquier tipo de demencia, con especial
énfasis en la enfermedad de Alzheimer.
Por otro lado, la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos son poco
frecuentes en las personas con síndrome de Down, a pesar de que se emplee
intensivamente la medicación antipsicótica. Si bien determinadas conductas,
como los soliloquios o las conversaciones con personaje imaginarios son
bastante frecuentes, sobre todo en situaciones estresantes, estas conductas
parecen hallarse más relacionadas con la edad mental que con síntomas
psicóticos (McGuire y Chicoine, 1996).
En definitiva, a las dificultades que ya adelantábamos para la evalua-
ción, debemos añadir las propias de la intervención, esté basaba en técnicas
conductuales o en un tratamiento psicofarmacológico. En este sentido, la
ineficacia de los tratamientos en la población adulta que padece retraso
mental y trastornos mentales, como recogen Salvador y Rodríguez (2001),
puede deberse a dos factores fundamentalmente:
1. Los síntomas psicológicos y psiquiátricos aparecen distorsionados o
enmascarados por el bajo desarrollo intelectual y por las limitacio-
nes funcionales. Ello dificulta, además del establecimiento de un
diagnóstico claro, el pronóstico de la respuesta al tratamiento y
la detección de posibles efectos indeseables y reacciones adversas
a la medicación.
454 E. M. PADILLA MUÑOZ, L. RODRÍGUEZ FRANCO Y A.-L. AGUADO DÍAZ
2. Los síntomas conductuales de un trastorno mental pueden ser el
resultado de procesos de aprendizaje o de reacción al entorno. Así
por ejemplo, mientras que ciertas conductas perturbadoras pueden
ser interpretadas como síntomas psicóticos, otros profesionales las
consideran como conductas problemas, fruto de formas de comuni-
cación desadaptadas del individuo, al carecer de otro repertorio más
adecuado.
No obstante, la psicofarmacología y las terapias de conducta no son los
únicos procedimientos terapéuticos que pueden aplicarse a las personas
adultas con retraso mental. Recientemente se vienen incorporando estrate-
gias más cercanas a la psicoterapia, en las que se simplifica la terminología
utilizada y las técnicas se ajustan al pensamiento concreto característico en
las personas con retraso mental. En esta dirección, las terapias no verbales
están cobrando especial protagonismo, entre ellas cabe mencionar la musi-
coterapia y la terapia artística. Su objetivo principal es dar respuesta a las
necesidades emocionales de estos pacientes, a través de la expresión y ca-
nalización de las emociones, el aumento de la autoestima, etc, aunque uti-
lizando para ello medios diferentes.
Por otro lado, Reiss (1994) ha trabajado sobre el tipo de adaptaciones
necesarias para utilizar el counseling en retraso mental. Las propuestas son
énfasis en la claridad del lenguaje, ambiente estructurado y directivo, esta-
blecimiento de metas globales realistas y flexibilidad del terapeuta, el cual
debe tomar una postura positiva y de apoyo. En este sentido, una de las
características especiales en personas con retraso mental es enseñarles a
prestar atención a sus propias conductas, así como a aprender a identificar
y describir sus propios estados emocionales.
En definitiva, la formación específica en retraso mental y trastornos
conductuales y psiquiátricos asociados, principalmente al llegar a la edad
adulta, la rigurosidad en el establecimiento del diagnóstico, con especial
énfasis en los diagnósticos diferenciales de los trastornos afectivos, psicó-
ticos y de demencia, la incorporación de nuevas técnicas terapéuticas y la
especificidad del tratamiento, ajustado a cada caso concreto, podrían estar
en la base del mantenimiento de un buen estado de salud mental en las
personas adultas con retraso mental. Todo lo cual repercutirá, al mismo
tiempo, en la mejora de su calidad de vida.
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