Capítulo 15
La Taberna de Frenchie era un manicomio. Annie no se había presentado a trabajar y una de las camareras estaba enferma, de modo que T-Grace debía atender personalmente las mesas. Recorría el salón a paso de carga, distribuyendo fuentes de judías rojas con arroz, sirviendo la cerveza, recibiendo los pedidos y ladrando sus propias órdenes al pasar. El calor y la humedad se habían combinado con su malhumor, de modo que ahora se la veía desgreñada y peligrosa. Los cabellos rojos formaban una especie de corona alrededor de su cabeza. Los ojos parecían dispuestos a saltársele de la cara lustrosa por el calor. Se detuvo en un hueco entre las mesas, y con el dorso de la mano se recogió los mechones de cabello que le cubrían la frente, y trató de refrescarse con su propio aliento en el momento en que Laurel se le acercó.
—Chere, ¿ha conseguido que Jimmy Lee fuese encarcelado? —preguntó sin rodeos.
—Ha sido prevenido oficialmente —dijo Laurel elevando la voz para ser oída por encima del estrépito de las mesas de billar, las conversaciones a gritos y el tocadiscos.
T-Grace dejó escapar un rezongo burlón y se apoyó una mano en la cadera.
—Ovide la próxima vez advertirá a ese canalla con unos mantos cartuchos de escopeta.
—Yo no aconsejaría eso —dijo Laurel con un gesto de paciencia agradeciendo que los Delahoussaye no hubiesen apelado ya a esas medidas. Los cajun tenían su propio código de justicia popular, una tradición que era anterior a la ley oficial en esas regiones—. Si él vuelve a molestar, llamen al alguacil y acúsenlo.
—Si él vuelve a molestarnos —dijo T-Grace, una sonrisa astuta en la comisura de sus labios finos—, tendremos que contratar más personal. Todos esos desvaríos y esas críticas por la televisión fueron como una publicidad gratis para Frenchie. Mi Ovide está asustado, y trata desesperadamente de atender a todo el mundo.
Laurel se volvió para ver a Ovide, estoico como siempre, apostado detrás del mostrador llenando las jarras y abriendo las botellas de cuello largo, con el sudor cubriéndole la calvicie como el rocío sobre una calabaza. Leonce representaba el papel de camarero, y tenía el panamá echado sobre la nuca. Mientras acercaba una botella aun cliente que se había acercado al mostrador, una sonrisa se dibujó en sus labios, formando una especie de contrapunto a la cicatriz que le surcaba la mejilla.
Leonce terminó de atender al cliente y fue a buscar otra cerveza del refrigerador. Jack se volvió en su taburete frente al mostrador, sonriendo como un gato satisfecho mientras su mirada se posaba en Laurel. Había realizado una concesión simbólica al cartel que estaba colgado de la pared, detrás del mostrador, y que decía «Sin camisa y sin zapatos, fuera de aquí»; pero la camisa roja con la inscripción de la Pista de Bolos Cypress Lanes estaba abierta por delante, enmarcando una parte del pecho musculoso y el vientre liso.
T-Grace extendió la mano y palmeó la mejilla de Laurel, y sus ojos relucieron mientras pasaban de la belle femme a Jack.
—Merci, ma petite, ha hecho un buen trabajo. Ahora venga y siéntese y coma algo, antes de que se levante viento y la arrastre de tan pequeña que es.
Aferró el brazo de Laurel con una mano que hubiera podido romper nueces y la empujó hasta la barra, y ordenó a Taureau Hebert que fuese a buscar otro lugar para aposentar su trasero perezoso, con lo cual quedó libre el asiento que estaba junto a Jack.
—¡En, Ovide! —llamó Jack, con su mirada maligna fija en Laurel—. ¿Qué te parece si sirves un cóctel de champaña para nuestra heroína?
Laurel le dirigió una mirada severa y ocupó sus manos en el arreglo de su propia falda. Ovide depositó frente a ella una jarra de cerveza espumosa. Jack se inclinó en actitud corporativa y murmuró:
—Lo que a él le falta de refinamiento, lo tiene en sensibilidad.
Laurel sintió ganas de reír, y sacudió la cabeza. Ella no podía continuar enojada con Jack, y para el caso poco importaba lo que él decía o hacía, o las sensaciones que provocaba en ella. Era absurdo. Laurel se dijo que debía apartarse de Jack; pero cada vez que se volvía lo encontraba, con esa sonrisa perversa en la cara.
—Boudreaux, ¿nunca trabajas? —preguntó Laurel, mirándolo con el entrecejo fruncido.
La sonrisa de Jack se ensanchó, y se dibujaron hoyuelos en sus mejillas delgadas.
—Oh, sí. Absolutamente. Siempre. —Se inclinó más, y apoyó una mano en el respaldo del taburete de Laurel y la otra en la rodilla de la joven. Sus dedos se insinuaron suavemente, enviando una corriente de electricidad por el muslo hasta el lugar más sensible entre las piernas de la muchacha. Su voz descendió hasta convertirse en un sonido ronco, y su aliento acarició el costado del cuello de Laurel— Tite chatte, ahora trabajo en ti.
Laurel enarcó el entrecejo.
—¿De veras? Bien —replicó ella, metiéndole el pulgar en las costillas—, no me interesa ser el objeto de tu atención.
Jack se frotó el costado y gimió.
—Eres una mala mujer —dijo. Pero su gesto hostil se vio atenuado por el brillo que se manifestó en sus ojos cuando añadió—: Me agrada eso en una mujer.
—Jack, cuidado con tus modales —dijo T-Grace con una sonrisa mientras depositaba un plato de comida frente a Laurel—. Esta muchacha te pondrá en tu lugar, exactamente como ha hecho con ese condenado predicador.
Jack sonrió y guiñó el ojo a Laurel, y ella sintió una oleada que le recorría el cuerpo y que no tenía nada que ver con el calor del día. Tenía que ver con la risa, con los sonidos, con la sensación de integrarse en algo. La comprensión de ese hecho se proyectó sobre ella como la luz de una lamparilla encendida sobre su cabeza. Fuera de la casa de la tía Caroline, no podía recordar cuál había sido la última vez en que se había sentido bien recibida en un lugar.
En el Condado de Scott siempre se había sentido una extraña y después una paria, pues había acusado a personas a quienes nadie creía capaces de proceder mal. Se había dicho ella misma que eso no importaba, que lo único que importaba era la justicia; pero había importado. En aquel momento habría pagado lo que fuese necesario para lograr que un miembro de la comunidad creyese en ella, la apoyara, le sonriera, bromease con ella.
Recordó la primera noche en su casa, después del regreso, y el sentimiento de soledad que la había envuelto y cómo se había sentido aislada. En pocos días la gente del lugar la había aceptado, y la aceptación era algo que ella deseaba intensamente. Ella había afirmado que esa necesidad era una debilidad, pero tal vez no se trataba tanto de una expresión de debilidad sino del hecho de que ella misma era humana.
Recordó la voz suave y tranquila del doctor Pritchard: Laurel, usted no es perfecta, es humana.
—Y bien, nena, ¿de modo que nuevamente salvaste el día?
La voz de Savannah irrumpió bruscamente en los pensamientos de Laurel. Ésta se volvió hacia su hermana, y sintió en el vientre la punzada de la angustia. Savannah tenía una copa alta en una mano, y la otra apoyada en la cadera. El busto amenazaba con desbordar el sostén negro, y la blusa transparente que se había puesto no contribuía a salvaguardar su modestia. Tenía los cabellos en desorden, y descendían hacia los hombros formando mechones oscuros y ensortijados.
—No fue nada tan dramático, ni cosa parecida —dijo Laurel, subestimando automáticamente la importancia de lo que había hecho, la actitud que había adoptado a lo largo de toda su vida.
—Vamos, nena —dijo Savannah con una sonrisa tensa y desagradable, los ojos celestes brillándole demasiado—. No seas modesta. Tú y yo formamos un equipo magnífico. Tú los derribas y yo les devoro los sesos.
Laurel apretó los labios y cerró un instante los ojos, tratando de demostrar fuerza y paciencia. Jack percibió el gesto, y se volvió hacia Savannah con el entrecejo fruncido.
—Eh, querida, ¿qué te parece si descansas una noche?
—¡Ay! —Savannah retrocedió con una exagerada expresión de temor fingido, y se apretó el cuello con la mano libre—. ¿Qué significa esto? ¿Jack Boudreaux afrontando una situación en la que no hay frente a él una mujer con las piernas abiertas?
—Bon Dieu —murmuró Jack sacudiendo la cabeza.
—¿Qué? —preguntó Savannah, que tenía en el estómago dos vodkas de más, pero que estaba excesivamente agobiada con las vueltas de su vida como para que le importase absolutamente nada—. Jack, ¿te parezco demasiado grosera? Es difícil creerlo, en vista del modo en que masacras a la gente en tus libros. No puedo imaginar que nada pueda afectarte.
Se deslizó entre el taburete de Jack y el de Laurel, e intencionadamente rozó el brazo de Jack con su busto, al mismo tiempo que le mostraba su expresión más incitante.
—Jack, deberíamos pasar un par de noches juntos —ronroneó, dirigiendo una mirada caliente a la entrepierna de Jack, y después al vientre y al pecho desnudo para finalmente detenerse en la cara—. Sólo para descubrir cómo están las cosas.
Él afrontó la mirada de Savannah con una expresión intensa en los ojos oscuros, la boca dibujando una fina línea.
Laurel descendió de su taburete, e hizo todo lo posible para dominar el temblor de sus miembros.
—Hermana, vamos —dijo, tratando de retirar la copa de los dedos de Savannah—. Volvamos a casa.
Savannah se volvió hacia ella, irritada porque Laurel era siempre la que tenía más serenidad, la que se controlaba, la que era respetable, inteligente y perfecta. Caramba, Laurel había regresado a casa buscando ayuda, necesitando que su hermana mayor la cuidase y la vigilara, y ahora se hacía cargo de todo, rescataba la jornada para el derecho y la justicia y se mostraba fuerte cuando hubiera debido ser débil.
—¿Qué sucede, nena? ¿Te avergüenzo? —preguntó, tan irritada consigo misma como con Laurel—. Nunca te atreverás a decirlo, ¿eh? No hagas una escena en público. No atraigas la atención sobre tu persona. Nunca laves en público la ropa sucia. Por Dios —se burló—, eres tan mala como Vivian.
Desprendió su mano del apretón de Laurel, derramando vodka y agua tónica, y su expresión se parecía tanto al odio que a Laurel se le cortó el aliento.
—Bien, tú siempre tienes que ser la señorita Correcta y Educada —se burló con voz cargada de veneno—. Laurel, siempre eres la que hace constantemente lo que corresponde. Por mi parte, tengo modos mejores de pasar el tiempo.
Se volvió bruscamente y casi perdió el equilibrio, pues el vodka afectaba sus movimientos tanto como aplacaba sus inhibiciones. Deseando que el suelo cesara de moverse, comenzó a alejarse con los ojos fijos en los jugadores de billar, meneando las caderas; una risa áspera brotó de su garganta cuando alcanzó a ver a Ronnie Peltier.
Laurel se llevó una mano a la boca y tensó el cuerpo para defenderse de los sentimientos que la golpeaban como vientos huracanados. Al parecer, no podía avanzar. Cada vez que creía que estaba levantando el vuelo, recibía un golpe que la derribaba y la obligaba a retroceder. Intentó reaccionar, sin escuchar el ruido del bar, sin ver la mirada inquieta que Jack le dirigió. Solamente alcanzó a escuchar el rugido de las pulsaciones en sus oídos. Todo lo que podía ver era el error que había cometido al regresar a su casa.
Sin pronunciar palabra, se volvió y salió del bar. No se permitió pensar en nada mientras cruzaba el estacionamiento. Simplemente puso un pie delante del otro hasta que llegó a la explanada, y allí se detuvo cerca de la orilla y miró hacia el bayou, tratando furiosamente de sofocar los sentimientos que Savannah había desatado. De nada le servía irritarse. Savannah era quien era. Sus problemas arraigaban en un pasado que ella se negaba a desechar, y que quizá no podía desechar. Tenía sus momentos en que perdía completamente el control, hacía lo que se le antojaba y al demonio con las consecuencias. Era inútil permitirse que eso la afectara.
Pero duele, dijo en su interior una vocecita. La voz de una niña pequeña que contaba únicamente con el amor y la protección de su hermana mayor. La hermana mayor que la cuidaba, la protegía, se sacrificaba por ella.
Pero, ¿quién cuidaba a Savannah?
Laurel se mordió el labio para rechazar el dolor, y apretó con fuerza los ojos. Se llevó las manos a la cara y permaneció de pie, temblorosa, temiendo que si se atrevía siquiera a respirar el dique se resquebrajaría y ella se desintegraría en una masa temblorosa de debilidad, culpa y sufrimiento.
Jack estaba de pie detrás de Laurel, con los pies clavados al suelo mientras la veía debatirse. Hubiera debido dejarla sola. De ningún modo deseaba mezclarse con lo que había sucedido en el bar. Pero al mismo tiempo no atinaba a alejarse. Maldecía a Savannah porque era tan perversa, maldecía a Laurel porque era tan valiente, se maldecía a sí mismo porque prestaba atención a todo el embrollo. Nada bueno podía salir de eso para ninguno de ellos. Pero incluso mientras se convencía de que así estaban las cosas, sus pies lo acercaban a Laurel.
—Está borracha —dijo.
Laurel se estremeció, con la mirada fija en la orilla opuesta del bayou.
—Lo sé. Tiene problemas que se remontan a mucho tiempo atrás. Y yo estuve ausente varios años. No sabía que estaba tan... perturbada —murmuró, buscando desesperadamente una palabra que pareciera segura, una palabra que evitase la que quería imponérsele con más fuerza—. Si lo hubiera sabido, creo que no habría regresado ahora.
Se debatió tratando de rechazar el sentimiento de culpa que ese reconocimiento acarreaba. Cobarde, débil, egoísta. Debía mostrarse dispuesta a ayudar a Savannah al margen de su propia fragilidad. Debía eso y mucho más a su hermana. Mucho, mucho más.
Jack se acercó más, tanto que alcanzó a percibir el suave aroma del perfume femenino. Apoyó las manos en los hombros frágiles y delicados pero tan fuertes, y también ahora se dijo que debía regresar a la Taberna de Frenchie y pedir otra cerveza.
—No soporto la idea de que te metas en dificultades, tite chatte.
Laurel soportó inmóvil el contacto, mientras se decía que debía rechazarlo. Él tenía las manos grandes y tibias, los largos dedos de músico suaves y calmantes. Un consuelo que ella no merecía. La desesperación se acentuó en su interior.
—Ya que estamos, ¿por qué crees que volví a casa? —preguntó, su voz ahogada por la vergüenza.
Jack pensó: Porque necesitabas un lugar donde ocultarte, un lugar donde reponerte. Pero no dijo nada por el estilo. No le pareció sensato revelarle que había estado leyendo el pensamiento de Laurel, pensando en ella. Ahora, ella no necesitaba la compañía de un mercenario. Necesitaba un hombro en qué apoyarse. Maldiciéndose por su propia estupidez, él la obligó a volverse y le ofreció su hombro.
—Ven aquí —gruñó Jack, mientras le quitaba las gafas y la abrazaba.
Laurel cerró con fuerza los ojos para contener las lágrimas. Se dijo que no debía sucumbir a la tentación de apoyarse en él, pero sus brazos de todos modos se cerraron alrededor de la cintura delgada de Jack. Era tan grato que la abrazaran, sentir durante un minuto o dos que alguien era fuerte. Le pareció irónico que se tratase de Jack, el antihéroe convicto y confeso. Podía habérselo dicho si no se hubiese sentido tan débil.
Temblando a causa del esfuerzo que la situación le exigía, apretó la mejilla sobre el pecho de Jack, sobre el suave algodón de su camisa. Concentró la atención en el sonido de su corazón, en la sensación de los músculos tensos de la espalda, en el aroma del jabón bajo el matiz sutil de la transpiración masculina.
—Tuviste un día pesado, ¿verdad, mon coeur? —murmuró Jack, y sus labios rozaron la sien de Laurel, y el débil perfume de la joven lo envolvió. Ella era tan grácil, tan delicada en sus brazos, que Jack no podía creer que la joven tuviese fuerza suficiente para soportar las cargas que la agobiaban. Y Jack sufría al ver que ella lo intentaba.
—Deberías parecerte más a mí —murmuró—. No deberías preocuparte por nadie, excepto por ti misma. Mucha gente actúa así. Toma lo que necesites y abandona el resto.
—¿De veras? —replicó Laurel, echándose hacia atrás para mirar a los ojos a Jack—. Si eres tan duro, ¿qué haces aquí, sosteniéndome?
Él sonrió y se inclinó para morder suavemente el costado del cuello de Laurel, lo cual arrancó a la joven un leve quejido.
—Me agrada tu olor —murmuró, acariciándole la mejilla y deslizando las manos arriba y abajo por la espalda de la joven.
Laurel se retorció y estremeció riendo, y finalmente se liberó del abrazo de Jack. Recuperó las gafas que él sostenía en la mano y se apartó de él un par de pasos, y su mirada de pronto se encontró con la de Jack. Al mismo tiempo que su corazón latió un poco más fuerte, su risa se desvaneció, y sintió ahora algo cálido y seductor e invisible, algo que la atraía del mismo modo que la gravitación de la luna provoca las mareas. Jack estaba allí, calzado con sus botas y vestido con los vaqueros arrugados, la camisa roja abierta al pecho, los cabellos negros sobre la frente, los ojos brillantes y oscuros. Un James Dean cajun; el rebelde sin causa.
—Ya te lo dije, querida —afirmó Jack encogiendo perezosamente los hombros—. A mí me agrada pasarlo bien. Y tengo la impresión de que tú eres una mujer que necesita mucho un momento de placer. —Se acercó un poco y alzó una mano hacia ella—. Vamos, querida. Tú y yo debemos ir a divertirnos un poco.
Ella lo miró con cautela.
—¿A divertirnos? ¿Qué significa eso?
Laurel no recordaba la última vez que había hecho algo sólo por divertirse. Su trabajo había concitado sus esfuerzos durante tanto tiempo... Y después había llegado la lucha con el único propósito de evitar la desintegración total. Y después de volver a su casa, su eje había sido el intento de realizar cosas constructivas. Le había agradado trabajar en el jardín, pero la meta había sido obtener algo tangible, un éxito concreto.
Jack la tomó por los hombros y la obligó a caminar hacia el embarcadero.
—Querida, necesitas una lección del maestro. Te enseñaré todo lo que hay que saber acerca de la diversión.
Laurel le permitió de mala gana que la empujase, y por encima del hombro le dirigió una mirada escéptica.
—¿Esa «diversión» que mencionas será de carácter sexual?
Los ojos de Jack brillaron.
—Sinceramente, así lo espero.
—Me marcho de aquí. —Ella realizó una ágil maniobra y cambió de dirección. Pasó bajo el brazo de Jack y regresó al estacionamiento.
—Oh, vamos tite ange —rogó Jack tratando de cortarle el paso. La miró con la expresión más sincera del mundo, las manos sobre el corazón—. Prometo que me comportaré.
Laurel lo miró incrédula.
—¿Vas a tratar de seducirme de nuevo en el pantano?
—No, pero te mostraré algunos rincones. Podríamos dar un hermoso paseo en bote al atardecer.
—¿Internarnos en el pantano al atardecer? ¿Estás loco? ¡Los mosquitos nos devorarán vivos!
—No si vamos en la embarcación en la cual estoy pensando.
Ella le dirigió una mirada reflexiva, sorprendida porque estaba meditando la oferta. No confiaba para nada en Jack. Pero la idea de un paseo tranquilo por el bayou, la idea de escapar al territorio agreste que había sido su refugio cuando era niña la atraía intensamente. Y el propio Jack era la tentación personificada.
—Vamos, querida —insistió él con la cabeza inclinada en un gesto ingenuo y en los labios una sonrisa irresistible. Ofreció la mano a Laurel—. Pasaremos un rato agradable.
Tres minutos después estaban abordando una embarcación que era esencialmente un pequeño recinto tabicado sobre flotadores. El techo estaba formado por un lienzo impermeable a rayas rojas y blancas. Un par de macetas ocupadas por geranios y enredaderas eran la decoración que flanqueaba al área tabicada.
—¿Este es tu bote? —preguntó Laurel, sin molestarse en disimular su escepticismo.
Jack metió la mano bajo las hojas aterciopeladas de un geranio, retiró la llave del encendido y sopló el polvo que la cubría.
—No —dijo.
—¿No? —Ella lo siguió hasta la cabina, y su sentido de justicia elevó la cabeza virtuosa—. ¿Qué significa que no? ¿Estás robando este bote?
Él la miró con el entrecejo fruncido, mientras ponía en marcha el motor y arrancaba.
—No estoy robando el bote. Lo tomo prestado.
Laurel elevó los ojos al cielo.
—Los abogados —masculló Jack con el entrecejo fruncido mientras concentraba la atención en pilotar el bote alejándolo del embarcadero—. Preciosa, ¿quieres calmarte? El bote pertenece a Leonce.
Una vez que el problema de la propiedad quedó resuelto, Laurel se dejó caer en uno de los amplios bancos tapizados puestos uno frente al otro detrás de la cabina. Miró los tabiques, deseosa de relajar los músculos y los nervios, pero se sintió intimidada; estaba irritada y tensa, y tenía cabal conciencia de que se encontraba sola con Jack. Trató de concentrar la atención en el paisaje: los negocios cuyos fondos daban al bayou y las ruinosas casas flotantes amarradas al embarcadero; las casas que bordeaban la orilla un poco más lejos, muchas con personas en el jardín o conversando con los vecinos, o mirando jugar a los niños. Escenas normales de personas que hacían una vida normal. Personas que tenían un pasado común y corriente y empleos aburridos.
La idea le provocó una punzada de envidia que susurró y vibró como un diapasón. Si ella hubiese tenido un empleo aburrido, un pasado vulgar, tal vez aún estaría con Wesley. Y quizá a esta altura de las cosas tendrían un hijo.
Suspirando se descalzó, apoyó los pies en el banco y los recogió bajo el cuerpo; casi sin advertirlo, calmó la tensión y se sintió dominada por la melancolía. Poco a poco el áspero control que ejercía sobre su mente se suavizó, y sus pensamientos comenzaron a derivar. Pasaron frente a L'Amour, la casa de ladrillos que tenía un aire vacío y solitario, en medio del bosquecillo de robles cubierto de enredaderas y las magnolias. Huey los vio pasar desde la orilla, y en su cara se dibujó una expresión de tristeza. Después, las expresiones de la civilización comenzaron a escasear; de tanto en tanto una casa visible a lo lejos, o una choza con las paredes revestidas con papel alquitranado, casi inclinándose sobre el agua oscura y sostenida por pilotes envejecidos.
La jungla era cada vez más frondosa y desordenada. Los árboles utilizaban la tierra existente; un árbol al lado de otro, las copas entrelazadas para formar un denso dosel verde que impedía el paso del sol y dejaba en la sombra el suelo que estaba debajo. El ocozol, el níspero y el algarrobo, el palo de hierro y el ciclamor, y una docena de diferentes especies envueltas en un matorral espinoso con ramificaciones leñosas en la base. En las orillas crecían abundantes los matorrales de cañas amarillas y puntiagudas, de palmeras de anchas ramas y helechos verdes. Los sarmientos y las enredaderas se entrelazaban junto al borde del agua, como un encaje, y en los bajíos el agua estaba cubierta por los nenúfares y otras plantas acuáticas.
El bayou se bifurcaba constantemente, y cada ramal se internaba en otro bolsón de la espesura. Algunos canales eran anchos como ríos, otros angostos como hilos de agua, y todos eran parte de un enorme y misterioso laberinto. El Atchafalaya era un lugar donde parecía que el mundo aún estaba formándose, cambiando y transformándose constantemente, pero conservando siempre su primitivismo. Laurel nunca había llegado a ese lugar sin sentirse transportada al comienzo de los tiempos. Ésa había sido siempre la atracción que ejercía sobre ella. En efecto, le permitía refugiarse en un tiempo en que no existía ninguno de sus problemas. El pantano ejercía de nuevo su magia sobre ella, la trasladaba a otra dimensión, alejaba todos sus problemas mientras el bote avanzaba.
Recorrieron un canal umbrío, protegido por los árboles, donde no podían ver el perfil de la tierra, testimonio vivo de la lucha constante entre el agua y el suelo. Una ardilla saltó de un tronco gris al siguiente, y se asomó un momento para espiar el paso de la embarcación. Había pájaros por doquier, y currucas y oropéndolas de vivos colores; manchas de color en la penumbra, atravesando el aire y sobrevolando el encaje de las ramas.
Finalmente, abandonaron la protección del dosel natural y entraron en un sector en que el bayou se ensanchaba y parecía más un lago que un río. Jack maniobró el bote y encontró un lugar cerca de la orilla meridional; desde allí tenía una visión panorámica del pantano, mientras el sol descendía por el oeste. Apagó el motor ronroneante y salió de la cabina para echar el ancla a un lado. Cuando regresó, se sentó al lado de Laurel, estiró hacia adelante las piernas y apoyó los brazos en el respaldo del asiento.
—Un lugar hermoso, ¿verdad? —dijo en voz baja.
—Hum...
El cielo era la paleta de un pintor. Casi al este, el horizonte desplegaba un lujoso y profundo manto púrpura que dejaba el sitio al azul; éste se difuminaba en un blanco brumoso que se convertía en un anaranjado cada vez más intenso hacia el oeste, donde el sol parecía una enorme bola de fuego. Frente a ellos se extendía el pantano, desolado y hermoso, lleno de secretos. Laurel absorbió todo el espectáculo, fascinada por su quietud, y permitió que la paz de la naturaleza penetrase en ella. El bote se balanceaba suavemente en la corriente y la tensión comenzó a disiparse, dejándole los miembros pesados y calmados.
Cuando cesó el ruido del motor, comenzó el coro del bayou. Los grillos cantaban en los juncos, formando un invisible conjunto de cuerdas. Después llegaba el tono grave de los sapos, y después el chillido estridente de la rana verde. Desde cierta distancia se oía el acompañamiento ocasional de los pájaros, y cerca del bote el zumbido grave de los escuadrones de mosquitos que levantaban vuelo desde la superficie del agua oscura para iniciar sus excursiones del atardecer.
—Savannah y yo solíamos venir aquí cuando éramos niñas —dijo Laurel—. Nunca nos alejábamos demasiado de nuestra casa. Sólo lo necesario para pensar que estábamos en otro mundo.
Para huir. Jack tuvo la impresión de que escuchaba las palabras. Flotaban en el aire, a disposición de quien conociera los deseos secretos de los niños desgraciados.
—Yo también —dijo—. Crecí en el Bayou Noir. Pasaba más tiempo en el pantano que en la casa.
Para huir, pensó Laurel. Eso tenían en común.
—Yo tenía un escondrijo secreto —reconoció Jack, corriendo los ojos hacia el pantano tal como era en otros tiempos—. Lo había construido con la madera de los cajones de melocotones y las tablas que había robado a la empalizada de un vecino. Solía meterme allí y leía las revistas de historietas que había robado, e inventaba mis propias historias.
—¿Las escribías?
—A veces.
Siempre. Las había garabateado en cuadernos y las leía en voz alta, a solas, con una especie de tímido orgullo que nunca había sentido en otras cosas. Nunca había tenido nada que lo enorgulleciera. Su padre era un ser bajo, un borracho, un hijo de perra y un inútil que le había repetido constantemente que él, Jack, nunca sería otra cosa que el inútil hijo de un hijo de perra. Pero las narraciones de Jack eran buenas. Comprenderlo lo había sorprendido de un modo tan maravilloso como la Navidad que su maman le había regalado una auténtica pistola de juguete, la que también había guardado en su escondrijo. En realidad, eran algo más maravilloso, porque los relatos se originaban en él y demostraban que él valía algo.
Y había llegado el día en que Blackie lo siguió y descubrió el escondrijo secreto. Como de costumbre, borracho. Como siempre, cruel. Y destruyó el refugio, y las revistas de historietas, y los cuentos y los sueños adheridos a aquellas se hundieron en las aguas del bayou.
—T-Jack, eres un ser inútil, no sirves para nada...
Laurel le miró la cara y vio que se le endurecía el mentón en el esfuerzo por rechazar un recuerdo desagradable, vio la cólera que se manifestaba en los ojos oscuros y la vulnerabilidad que se escondía debajo, y sintió que el corazón se le oprimía por Jack. Las pocas palabras que él había pronunciado acerca de su niñez le habían dado una imagen sombría. Ella sólo podía conjeturar que lo que ahora la memoria de Jack evocaba era simplemente un capítulo de esa época.
—Mi padre tenía un antiguo bateau con un motorcito —murmuró Laurel para romper la tensión—. Enseñó a Savannah el modo de usarlo. Era nuestro secreto, porque Vivian nunca habría aprobado que sus hijas hicieran nada parecido. Después que él murió, a menudo salíamos a pasear en él. En cierto modo, así nos sentíamos más cerca de mi padre.
Y lejos de Beauvoir.
Jack se volvió hacia ella, y se acomodó mejor en el banco; con los ojos buscó la cara de Laurel. Parecía un poco avergonzada, como si jamás hubiese revelado antes ese secreto. La idea lo complació de un modo que él no hubiera debido permitir; pero no intentó rechazarla.
—Cuando yo era niño solía pensar que mi familia sería maravillosa si llegaba a tener dinero. Creía que todos nuestros problemas eran atribuibles a la pobreza. Eso no era cierto, ¿verdad?
—No —murmuró Laurel con expresión sombría.
Se miró las manos, y acarició una uña carcomida casi hasta la carne. Se la veía pequeña y fatigada y vulnerable, no tan fuerte que pudiese rechazar todos los sentimientos evocados por el retorno al hogar. Pobre muchacha. Se había alejado para crearse su propia vida, sin sospechar ni por un instante que la vida la obligaría a retornar a los problemas de los cuales intentaba escapar.
—Dieu —murmuró Jack, y retiró su brazo del banco y lo pasó sobre los hombros de Laurel—. No hago muy bien mi trabajo, ¿verdad? —preguntó con voz de broma, mientras acariciaba el hombro de Laurel. Se inclinó más cerca y le rozó la oreja—. Te traje aquí porque deseaba que te divirtieses y que fueses feliz.
La sangre se encendió en Laurel, y experimentó una sensación de hormigueo y seducción. Se dijo que no deseaba eso, pero la voz no era tan severa que la llevase a apartarse de Jack. Le dirigió una mirada cautelosa, mientras el corazón le latía fuertemente en el pecho.
—Creo que me has traído aquí con la idea de explorar en mi ropa interior.
Él esbozó su sonrisa atrevida, con los ojos brillándole como ónix pulido en la luz cada vez más tenue.
—Mais oui, mon coeur —murmuró, y la voz ronca le ronroneó en la garganta mientras pasaba el otro brazo alrededor del cuerpo de Laurel—. Es así como me propongo hacerte feliz.
Si otro hombre le hubiera dicho algo parecido, Laurel lo habría castigado con su lengua afilada y lo habría obligado a retirarse humillado. La arrogancia de Jack, atenuada por su sentido del humor, a lo sumo conseguía que ella deseara compartir la absurda aventura que él proponía. No era la actitud más inteligente y segura, pero sí la más tentadora. Cuando los labios de Jack encontraron el cuello de Laurel y él comenzó a besarla con toques breves y sugestivos, la tentación se acentuó.
—Creí... —Ella se interrumpió al sentir que se le ahogaba la voz, tosió con fuerza y empezó de nuevo—. Pensé que habías prometido mostrar tu mejor conducta.
Él sonrió perversamente sobre el cuello de Laurel, y deslizó una mano sobre el brazo de la muchacha, mientras el pulgar rozaba incitante el costado del seno.
—Querida, ésta es mi mejor conducta.
Ella sintió un estremecimiento anhelante y tuvo que realizar un gran esfuerzo para contener el movimiento de su cuerpo, que deseaba llenar la mano de Jack con el seno. Laurel había ignorado demasiado tiempo sus necesidades físicas, y había olvidado lo que era desear a un hombre.
No, intervino su mente, y la rectificación irrumpió a través de la bruma del deseo; ella jamás había sabido lo que significaba desear a un hombre. No del modo que deseaba a Jack. Había crecido reprimiéndose sexualmente, evitando algo de lo cual había visto sólo la faceta más ingrata. Su matrimonio con Wesley había sido un matrimonio de amigos, sin pasión en Laurel, porque ella no se creía capaz de demostrar pasión.
Estaba equivocada. Mientras Jack besaba la columna de su cuello y llegaba a la curva sensible del hombro, la pasión se encendió en ella como un fuego que había estado refulgiendo bajo las cenizas frías. La sobresaltó y asustó. No quería desearlo. Nunca había deseado pensar que ella misma era vulnerable a la seducción del sexo.
—Me dijiste que no debía confiar en ti —afirmó, tratando de endurecer los músculos que comenzaban a derretirse con el calor del deseo—. Dijiste que no me convenías.
—Bien, querida, puedes negarte a escuchar lo que yo digo —murmuró Jack, volviendo con sus besos del cuello a la oreja. Acarició con la punta de la lengua el borde de la oreja delicada, apretó con los labios el lóbulo y sorbió suavemente—. Soy escritor; cuento mentiras para ganarme la vida.
—En ese caso, más vale que me aparte de ti.
—¿Por qué? Para hacer el amor no necesitamos hablar. Querida, los cuerpos no mienten.
Para demostrar su afirmación le tomó la mano y la acercó a la parte delantera de sus vaqueros, presionando la palma sobre su erección, sosteniéndola allí mientras cubría de besos el mentón de Laurel y se acercaba a la comisura de sus labios, y después exploraba delicadamente con la punta de la lengua.
—Te deseo, querida —murmuró seductoramente—. Eso no es mentira.
Laurel tembló como una mujer dominada por una fiebre terrible, y sintió alternativamente calidez y frío, como si estuviera al borde del delirio. La lógica casi la abandonó cuando Jack cerró su mano sobre ella y le apretó los dedos sobre la prueba de lo que él había dicho. El miembro estaba duro y pulsante, y en la base del vientre de Laurel comenzó a manifestarse una pulsación que respondía a la de Jack.
Ella respiró hondo y trató de ponerse de pie en lugar de sucumbir. Sintió que sus piernas vacilaban, y se alegró de que la falda de tela delgada fuese muy amplia, porque de ese modo él no podía ver cómo le temblaban las rodillas. Cruzó los brazos sobre el vientre, apretando su propio cuerpo, y evitando que sus manos buscaran el cuerpo de Jack.
—No practico el sexo de pasada con hombres que reconocen que son mentirosos y canallas —dijo, tratando de utilizar, sin lograrlo del todo, la voz serena y cortante que le había permitido ganar más de un caso ante el tribunal.
Jack la miró desde el banco, con los ojos agrandados por la falsa inocencia. Apoyó las manos en el pecho y se puso de pie con movimientos elegantes, y caminó a través de los estrechos límites del bote.
—¿Yo dije que era un mentiroso? —preguntó incrédulo—. Oh, no, chere —ronroneó, empujando a Laurel hasta la consola—. Quise decir que era un amante. Ven aquí, te lo demostraré.
Laurel sacudió la cabeza y lo esquivó cuando él intentó atraparla, asombrada ante la capacidad de Jack para cambiar de personalidad: el hombre de buen humor, después el individuo serio, más tarde el seductor, y otra vez el buen humor. Era una habilidad casi tan irritante como su capacidad para lograr que ella lo deseara.
—Anoche me advertiste que debía alejarme de ti. Hoy actúas como si eso nunca hubiera sucedido. ¿Quién eres ahora, Jack?
Jack adoptó ahora una expresión de intensa seriedad mientras la miraba, y ella sintió que un temblor le recorría el cuerpo. Este Jack parecía un macho dominante, un depredador capaz de cualquier cosa.
—Soy el hombre que te hará el amor hasta que olvides todas las estupideces que dije jamás —murmuró.
Si él hubiese intentado acercarse bruscamente, Laurel habría saltado y huido. Si él se hubiese acercado demasiado, ella lo hubiera derribado. Si él hubiera tratado de forzarla, Laurel habría hecho todo lo que estuviese a su alcance para apoderarse de la pistola que llevaba en el bolso, y le hubiese disparado. Pero no hizo nada de todo esto. En cambio, alzó una mano y la apoyó en la mejilla de Laurel, y el fuego de sus ojos se convirtió en ternura.
—Querida, trata de vivir un poco —murmuró—. Vive. No para el trabajo, no para otro. Para el momento. Para ti misma. Por una vez, extiende la mano y toma lo que deseas.
Después, inclinó la cabeza y la besó con un gesto suave y gentil, casi como una prueba. Sus labios, firmes y suaves y tan sabios, rozaron la piel de Laurel, se frotaron en ella, la sedujeron de modo que reaccionase. Avanzó con prudencia un paso más, alzando la otra mano y hundiendo los dedos en los cabellos sedosos de la joven.
—Bésame, mon coeur —ordenó Jack con voz espectral—. Nada impide que lo hagas.
Sólo que Laurel no confiaba en él, ni lo respetaba, ni deseaba la complicación de un asunto amoroso en su vida. Todo eso lo pensó en un instante. Pero no expresó ninguno de esos motivos, pues se dijo que en realidad tenían poco que ver con el momento y el lugar.
Querida, trata de vivir un poco.
Ella se había mostrado cuidadosa tanto tiempo que le parecía increíble que un canalla como Jack estuviera seduciéndola. Pero por otra parte, de eso se trataba, ¿verdad? Él no le convenía. Era perverso. Y ella siempre se había atenido a las normas, adoptado las decisiones apropiadas, siempre había hecho lo que correspondía.
Extiende la mano y por una vez toma lo que deseas.
La boca de Jack presionó insistente la de Laurel, presionando, atrayendo, tentando, ofreciendo placer, prometiendo el paraíso, garantizando una hora o dos de bendito olvido de los problemas de la vida. Y Dios sabía que ella lo deseaba.
Vacilando, obedeció la orden, se puso de puntillas y acercó sus labios a los de Jack. Los dedos de Laurel se convirtieron en puños, y aferraron la tela de la camisa de Jack. Después, él deslizó los brazos alrededor de la joven, la apretó con fuerza contra su pecho, y la sostuvo firmemente mientras ella se entregaba a sus caricias.
Jack gimió ante la rendición y acentuó el beso. Con un gesto lento y sensual introdujo su lengua en la boca de Laurel, explorando profunda y sugestivamente. Ella le respondió con un movimiento inseguro, y su lengua recorrió el labio interior de Jack, y comenzó a introducirse en la boca del hombre. Él la sorbió suavemente y la necesidad dominó todo su ser cuando sintió que Laurel se estremecía delicadamente. La deseaba, la había deseado desde el principio, había deseado poseer a esa joven con su seductora combinación de fuego y fragilidad. La deseaba de un modo que no había sentido frente a ninguna mujer en mucho tiempo, de un modo posesivo, que parecía una obsesión. La deseaba como ella nunca había sido deseada por otro hombre. Si hubiera sido capaz de pensar, se hubiera dicho que esa clase de pensamiento era peligrosa.
Sin interrumpir el beso, él le quitó las gafas y las dejó sobre la consola del timón, y después llevó las manos de Laurel hasta su cintura y las abandonó allí, mientras se quitaba la camisa y la arrojaba a un lado. El calor brotó de su cuerpo, un calor líquido que le desgarraba las venas, que se acumulaba en su ingle. Jadeó un poco al sentir las manos de Laurel, tan frescas y suaves, recorriéndole el pecho.
Laurel exploró los planos suaves y duros y los rebordes del cuerpo de Jack, y se maravilló de su fuerza, y de la respuesta que ella misma ofrecía a esa piel febril. No se cansaba de tocarlo, quería presionar sobre el cuerpo masculino y sentir esa fuerza y ese calor en su propio cuerpo, y absorberlo a través de su piel. Cuando él levantó el borde de la blusa, el sonido que brotó de la garganta de Laurel no fue una protesta, sino la ansiosa expectativa del placer. Desnuda de la cintura para arriba, se acercó a Jack, y lo que quedaba de su aliento hirvió en sus pulmones mientras sus pechos se apretaban contra el cuerpo del hombre, y sus pezones dolían y ardían al contacto.
Jack emitió un gruñido grave mientras la besaba. Como un escultor que admira una obra de arte, deslizó las manos sobre la espalda de Laurel, acariciando y explorando, interpretando cada curva anhelante, cada plano y cada depresión. La acercó a él, presionó las caderas de Laurel sobre su cuerpo, la obligó a sentir su excitación, le demostró cuan intensa, cuan urgentemente la necesitaba. Ella cerró los brazos alrededor del cuerpo de Jack e imitó los actos del hombre cuando él le besó la garganta y el cuello. Jack sintió la lengua de Laurel que se hundía en el hueco de la base de la garganta; y las llamas del deseo brincaron, incinerando su cordura.
La necesidad provocó torpeza en los dedos de Jack, pero de todos modos él manipuló el botón y el cierre de la falda de Laurel, y con movimientos frenéticos apartó del camino la prenda. Cayó, convertida en una tenue nube de tela azul cerca de los pies de su dueña, y la siguió prontamente un par de bragas de seda blanca, y así ella quedó desnuda en brazos de Jack. Él se apartó un momento y la miró con ojos codiciosos.
Ella era exquisita, los huesos finos, angulosos, los pechos pequeños y redondos con los centros rosados que reclamaban el contacto con la mano del hombre. Era esbelta y delgada, pero poseía curvas femeninas inequívocas, y también era evidente la incertidumbre que sentía en el momento de mostrar a Jack su desnudez. Un delicado tono rosado le tiñó el cuello y ascendió a sus mejillas mientras él la examinaba, como si por alguna razón temiese parecer defectuosa a los ojos de Jack.
—Viens ici, cherie —murmuró Jack, y acercó su mano a Laurel—. Ven aquí antes de que tu belleza me trastorne.
Jack apretó contra su propio cuerpo el muslo de Laurel, y la besó codiciosamente, hambriento, y eso la llevó a comprender que lo que él había dicho no era sólo la charla astuta de un galán experimentado. Era la verdad.
Laurel gimió, ya sin control, ya sin capacidad para pensar, más allá de todo salvo la necesidad, mientras Jack inclinaba la espalda de Laurel sobre su antebrazo duro y musculoso. Trata de vivir... Ella había estado tan atareada limitándose a existir... Ésta era la esencia de la vida, su forma más intensa. Vibraba en ella, era como un latido, doloroso por el ansia.
Cuando él levantó una mano para encerrar en ella el seno de la muchacha, ésta se arqueó, deseando y necesitando, ardiendo con las sensaciones que los dedos del hombre le provocaban al jugar con su cuerpo. Cuando él deslizó las dos manos sobre la columna vertebral de Laurel y llegó a las nalgas, masajeando y apretando, ella deslizó los brazos alrededor del cuerpo de Jack y se puso de puntillas , ofreciéndose y alentándolo. Las yemas de los dedos de Jack recorrieron la línea del centro, y varias oleadas de placer puramente carnal atravesaron las terminaciones nerviosas de Laurel, y se reunieron y enroscaron en la base de su columna vertebral. Después, la mano de Jack se deslizó entre los dos cuerpos y cerró los dedos sobre el nido de suaves rizos que cubrían la femineidad, y el fuego la abrasó, cortándole el aliento y disipando las dudas que podía haber alimentado.
—Eso es, querida —murmuró, acariciando la carne sedosa y húmeda, ultrasensible, entre los muslos—. Deséame. Concédete el placer de desearme.
Lentamente la acomodó sobre los almohadones rojos del banco que estaba directamente detrás, y después la cubrió. Ella arqueó la espalda apartándose del almohadón, mientras él recibía el pezón en su boca, y lo capturaba entre los labios, y sorbía con fuerza y luego con más dulzura, recorriéndolo con la lengua. Repitió varias veces el proceso, hasta que ella creyó que ya no podría soportar un momento más ese placer, y después se apoderó del otro pezón y le infligió el mismo tormento tan dulce.
Laurel hundió las manos en los cabellos oscuros de Jack, y se movió nerviosamente bajo el cuerpo del hombre, y de su garganta brotaron sonidos suaves y desesperados que expresaban su anhelo. Le rodeó el cuerpo con las piernas, alzó las caderas para acercarse al vientre de Jack, buscando el contacto, buscando calmar el ansia urgente que ardía en el corazón de su deseo.
De nuevo él acarició los pétalos hinchados y calientes de la carne femenina, y con movimientos tiernos y seductores la abrió con los dedos, como una flor preciosa y frágil. Ella jadeó de placer mientras él introducía dos dedos en el espacio cálido, apretado y sedoso que encontró entre los muslos. Después, con el pulgar, encontró el botón sensible del deseo femenino, y lo acarició con los toques más delicados, y después lo frotó suavemente hasta que ella se quedó sin aliento.
Le hizo el amor con la mano, explorándola profundamente y después casi retirándose de ella, abriendo los dedos para separar los pliegues, dejándola vacía un momento prolongado y doloroso antes de penetrarla otra vez profundamente.
—¡Oh, Dios mío, Jack! —exclamó Laurel, frenética y desesperada, en el doloroso límite del goce. Él alzó la cabeza y sonrió a Laurel, y contempló el sonrojo de sus pómulos y la expresión vidriosa de los ojos. Los labios de Laurel, inflamados a causa del beso, húmedos y entreabiertos, rogaron que él los oprimiese otra vez, así como el resto de su cuerpo también necesitaba de las caricias de Jack.
—Querida, ¿te gusta esto? —murmuró Jack, acariciándola profundamente y después retirándose de ella con movimientos lentos, abriéndola y apretándola.
—Sí... no... —jadeó Laurel, elevando las caderas, y tratando de que él la penetrase otra vez.
—Goza, querida, déjate ir —la exhortó Jack con una voz tan suave y brumosa como el buen whisky—. Permite que te haga feliz. Hum... sí, eso mismo —murmuró. Besó el estómago tembloroso de Laurel, la boca abierta, la boca cálida y húmeda hundiéndose en el ombligo de Laurel—. ¿Estás preparada para mí, querida?
—Sí. Jack, por favor...
Ella jadeó y tensó el cuerpo tratando de contener el deseo abrumador que amenazaba descontrolarse. Nunca había estado más dispuesta, nunca había deseado de ese modo. Cuando Jack se apartó un poco de ella y se sentó, buscando el botón de sus vaqueros, Laurel extendió la mano para ayudarle, y aferró el cierre de cremallera, desesperada por liberarlo.
Jack evitó que Laurel lo tocase, y sonrió ante la ansiedad de la muchacha, aunque al mismo tiempo tenía la certeza de que apenas ella lo rozara él estallaría.
—Paciencia, querida —dijo, tratando de bajar el cierre sobre su erección—. Te prometo que valdrá la pena haber esperado.
Laurel no quería oír hablar de paciencia. Deseaba a Jack. Ahora. Lo buscó de nuevo mientras él se bajaba los vaqueros. Sentada, depositó besos fervientes sobre el pecho de Jack, mientras cerraba los dedos alrededor del miembro grueso y pulsante.
El control de Jack se quebró al sentir la mano pequeña que lo acariciaba. Tumbó a Laurel sobre el almohadón, y por poco pierde el control y la penetra brutalmente. Apartó la mano de Laurel y guió su propio miembro, cerrando los ojos cuando la punta penetró en ella. Su pecho se elevaba y descendía en el jadeo. Todos los músculos le temblaban por el esfuerzo de contenerse. Y entonces Laurel le arrebató la decisión, y elevó la pelvis hacia él, y recibió casi la mitad del miembro antes de gritar.
—¡Jack! ¡Oh, Jack! ¡Oh, Dios mío!
—Calma, querida —murmuró Jack entre los dientes apretados, casi aturdido de placer, deseando nada más que hundirse en ella—. Calma, querida. ¡Oh, mon Dieu, eres estrecha como una virgen!
Laurel gimió, atrapada entre la agonía y el éxtasis, deseosa de recibir totalmente a Jack, segura de que físicamente era imposible. Luchando por recuperar el aliento, aferró los brazos de Jack, y tocó los bíceps duros como roca.
—Me siento un poco tensa —dijo sin aliento—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez.
Ese reconocimiento sorprendió a Jack.
—No —dijo, inclinándose para besarla—. Es la primera vez. Nuestra primera vez. Querida, relájate y goza.
Cuando ella comenzó a relajarse bajo el cuerpo de Jack, éste penetró un poco más, llegó un poco más hondo, de modo que ella lo aceptó un centímetro tras otro, en un proceso que era una tortura exquisita. Él la besó dulcemente, con calidez, le murmuró, la incitó y la provocó, en medio de jadeos y gemidos y una risa sin aliento.
—Así está bien, querida —la arrulló, sonriendo junto a los labios de Laurel—. Goza. Diviértete conmigo. Laissez le bon temps rouler.
Laurel cerró los ojos y rodeó con los brazos el cuello de Jack, mientras él comenzaba a moverse tocándola por fuera y por dentro. La besó intensamente, y después en una actitud juguetona. Le besó el costado del cuello, y murmuró palabras cálidas y sensuales mientras los dos se movían simultáneamente. El placer se acentuó, y creció en el interior de Laurel, hasta que ella apenas pudo respirar a causa de la presión que sufría.
Los besos de Jack fueron más urgentes, más carnales, sus acometidas más profundas y tensas, de modo que ella se sintió tan llena que temió estallar. El momento del juego desapareció, se desdibujó en presencia de algo cálido e intenso que los envolvió y amenazó consumirlos. Algo parecido al miedo aferró del cuello a Laurel, y ella a su vez apretó con más fuerza a Jack, no muy segura del desenlace de toda esa experiencia, o de lo que sucedería después.
—No te resistas, querida —murmuró él con voz apremiante. Le apartó los cabellos de la cara, le besó la sien—. No te resistas. Déjate llevar. Porque esto nos permitirá llegar al cielo.
Sin darle tiempo a elegir, Jack deslizó una mano entre los dos cuerpos y tocó el tierno centro nervioso del deseo femenino, llevando a Laurel hasta el borde del éxtasis. Laurel lanzó un grito desesperado cuando el clímax la alcanzó con el poder de una explosión interior. Se arqueó bajo el cuerpo de Jack, y las manos acariciaron la espalda transpirada del hombre, y sus músculos se tensaron alrededor de la erección masculina con una fuerza que logró que el placer continuara, y continuara, y continuara.
Jack se sostuvo por lo que pudo, y después su propia explosión lo conmovió. Abrazó a Laurel y la penetró totalmente, y su conciencia se oscureció en la ardiente avalancha del goce.
Agotado, se desplomó sobre ella, con los músculos temblando y relajándose a la vez. Su respiración era un jadeo irregular. El corazón galopaba como un caballo de carrera. Aturdido, alzó la cabeza y consiguió encontrar fuerza suficiente para sonreír.
—Mon Dieu, querida.
Incluso en la semipenumbra del atardecer pudo ver que ella se sonrojaba al desviar la mirada, y una calidez especial se manifestó en el pecho de Jack.
—Oh, no, querida —dijo en voz baja, acariciando con los dedos el mentón de Laurel—. Ahora, no te muestres tímida conmigo. No te avergüences. Ha sido hermoso. Ha sido perfecto.
—No soy muy eficaz en esto —murmuró Laurel, y tampoco ahora lo miraba, pese a la suave presión que él ejercía sobre el mentón de su compañera.
—¿En qué? ¿En el sexo?
«También en eso», pensó Laurel inquieta.
—En la conversación que viene después.
—Tu ex marido, ¿era mudo, o qué?
Ella rió al oír esto porque aún se sentía avergonzada, y porque la risa era lo que Jack había estado buscando con sus bromas. Él le acarició el costado del cuello y Laurel se estremeció, y al fin lo miró.
—No, pero no tenía mucho que decir después.
Jack miró la cara de Laurel, y vio que estos anchos ojos oscuros expresaban su vulnerabilidad; y la comprobación le oprimió el corazón. Tan orgullosa, tan segura de ella misma en otros aspectos, vacilaba en este aspecto más personal y básico de su personalidad. Qué distinta era de Savannah, cuyo conocimiento experto en el dormitorio era el tema de muchas leyendas. Jack deseaba saber qué fuerzas habían determinado la vida de las dos mujeres para lograr que fuesen tan diferentes la una de la otra. Pero ése no era el momento apropiado para preguntar. Era el momento de tranquilizar y reconfortar.
—¿Qué le sucedía? ¿Estaba paralizado del cuello para abajo? —preguntó secamente Jack.
No, pensó Laurel, era tierno y bondadoso y honesto, y había hecho todo lo posible para lograr que el matrimonio funcionara, pero ella le había fallado en muchos aspectos. Lo que ella había sentido por Wes era amistad y lo que podía denominarse seguridad emocional, no la pasión abrasadora inmortalizada por los autores de las canciones. Ella lo había usado para estabilizar su vida, y le había dado poco a su vez; en realidad, lo había rechazado cuando el caso era el principal problema; prácticamente, lo había excluido de su vida.
—Eh, querida... —murmuró Jack, preocupado por la expresión de angustia que se manifestaba en los ojos de Laurel. Le tocó los cabellos, le besó la mejilla, apretó su cuerpo contra el de la joven, y cruzó los muslos de Laurel con su propia pierna para evitar que intentase escapar.
—No quiero verte triste, querida. Mi intención no fue evocar recuerdos ingratos.
Si no fuese por los recuerdos ingratos, en realidad no tendría ningún recuerdo.
Ella apartó la mirada de Jack, y tensó el cuerpo para rechazar el ansia ridícula de llorar ante la inquietud que él demostraba.
—Todos tenemos malos recuerdos —dijo Jack—. Pero no tenemos que traerlos aquí, cuando estamos juntos. Hemos venido para divertirnos, ¿recuerdas? —Los dedos de Jack encontraron otro lugar sensible sobre el costado de Laurel, y arrancaron una sonrisita a la muchacha—. Durante un buen rato nos fue bastante bien, ¿verdad?
—Sí —murmuró Laurel, y las comisuras de sus labios se curvaron en un gesto de placer y al mismo tiempo de vergüenza.
—Eso mismo —dijo Jack, elogiándola con su voz cálida y seductora. La cubrió con su cuerpo, e inclinó la cabeza hasta que los dos estuvieron una nariz apoyada en la otra, los labios junto a los labios—. Sonríe para mí. —Él sonrió cuando ella obedeció—. Bésame —murmuró, gimiendo de placer cuando Laurel acató la orden.
A Laurel se le cortó el aliento cuando él movió las caderas y penetró de nuevo en el canal liso y cálido, su virilidad endurecida y caliente, vibrando con una necesidad que arrancó ecos a la joven. Una necesidad que se impuso a los antiguos recuerdos. Por una vez extiende la mano y apodérate de lo que deseas. Ella deseaba eso. Deseaba a Jack, ahora, por el placer que él podía suministrarle y la felicidad que apartaba la mente de Laurel de los problemas que la agobiaban. Él había dicho que eso era el paraíso. Laurel arqueó las caderas contra el cuerpo de Jack, cerró los ojos y se aferró al hombre para iniciar el viaje de regreso.
Era casi medianoche cuando finalmente se vistieron. El proceso se complicó porque hubo muchas caricias, y bromas, y prolongadas pausas para los besos y las palabras cálidas dichas en voz baja. Laurel se sentía como una adolescente, no la adolescente discreta y seria que ella había sido, sino una adolescente común y corriente, conmovida por el flujo de las hormonas y decidida a pasar una noche de placeres prohibidos con el condiscípulo travieso. Jack representaba su papel de un modo total, e intentaba despojar a Laurel hasta de la última prenda de vestir, y quería convencerla de que pasase con él la noche en el bayou.
—Vamos, querida, quédate conmigo —propuso murmurando las palabras contra el cuello de Laurel, mientras intentaba quitarle de nuevo la blusa y deslizaba los dedos por los costados en dirección a los senos—. Apenas hemos comenzado.
La idea de que los primeros episodios del amor apenas habían sido una preparación para Jack originó espasmos de deseo en Laurel, y la joven gimió en voz alta ante la tentación de pasar allí la noche. Pero su sentido de responsabilidad estaba muy arraigado, y ahora ella se desprendió de las manos de Jack y tomó sus gafas de la consola del timón y se las puso sobre la nariz, como para resolver de una vez el tema.
—Si no regreso pronto, tía Caroline y Mamá Pearl se preocuparán —dijo, intentando inútilmente alisar las arrugas de sus ropas—. No querrás que envíen al alguacil para que averigüen dónde estamos, ¿verdad?
Jack se llevó las manos a la cintura, y era la imagen misma de un macho desilusionado, demasiado sexy para lo que le convenía. No tenía puesto nada más que los vaqueros, y ni siquiera había corrido el cierre.
—Kenner no podría encontrar su trasero en la oscuridad, y mucho menos sabrá dónde estamos.
—Tal vez tuviera suerte.
—Pero yo no lo permitiré —rezongó él.
—Eso ya está decidido —dijo Laurel.
Él le mostró su sonrisa perversa, y la empujó contra la consola.
—Pero sí, querida —sonrió, e inclinó la cabeza para mordisquearle de nuevo el cuello—. Y creo que ahora lo haremos nuevamente.
Laurel lo esquivó antes de que él pudiese abrazarla.
—Marinero, leva el ancla antes de que yo desenfunde mi pistola y te apunte.
Con un ronroneo en la garganta, él se abalanzó sobre Laurel y le robó un beso, y se apartó ágilmente cuando ella amenazó golpearlo.
—Me encanta cuando me das órdenes.
Ella retiró un almohadón del banco y lo arrojó a la cabeza de Jack. Este salió de la cabina y usó la puerta como escudo, al mismo tiempo que sonreía.
Jack renunció a la idea de seducirla otra vez y comenzó a levantar el ancla, maldiciendo por lo bajo cuando se le atascó con algo sumergido entre los juncos. Tiró de la cuerda de nylon, maldiciendo a la gente que utilizaba el pantano como basurero. El ancla finalmente se desprendió y Jack la subió a bordo. Unos minutos después el motor tosía, y el bote se alejaba de la orilla, dirigiéndose hacia el oeste... y el cuerpo de una mujer desnuda, torturada brutalmente, asesinada con crueldad, flotó sostenido por la densa vegetación que crecía en el pantano, y se apartó de los juncos y se balanceó en la estela del bote, y sus ojos que no veían miraron a esos dos que se alejaban, con el brazo extendido hacia ellos en una petición de socorro que era demasiado silenciosa y llegaba demasiado tarde.
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