Fisiología del Alma



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Pregunta: Toda vez que los animales y las aves son incons­cientes y de fácil proliferación, sacrificarlos para nuestra alimen­tación, ¿debe ser considerado un crimen severo, en vista de tratarse de una costumbre que nació con el hombre? Creemos que Dios estableció la vida tal como ella es y que, por tanto, el hombre no debe ser culpado por seguir apenas sus directrices tradicionales. Debía cumplir a Dios, en su Augusta Inteligencia, conducir sus criaturas hacia otra forma de nutrición indepen­diente de la carne; ¿no es verdad?

Ramatís: La culpa comienza, exactamente, en donde comien­za la conciencia; cuando ya puede distinguir lo justo de lo injusto, lo cierto de lo errado. Dios no condena sus criaturas ni la penitencia por seguir las directrices tradicionales que les parecen más ciertas; no existe, en realidad, ninguna institución divina destinada a penitenciar al hombre, sino que es su propia conciencia la que lo acusa cuando despierta y se apercibe de sus errores ante la Ley de la Armonía y Belleza Cósmica. Ya os hemos dicho que cuando el salvaje devora a su hermano para matar el hambre y heredar sus cualidades guerreras, es consi­derado como un espíritu sin culpa y sin malicia ante la Suprema Ley de lo Alto, Su conciencia todavía no es capaz de extraer ilaciones morales o verificar cuál es el carácter superior o inferior de la alimentación vegetal o carnívora. Pero el hombre que sabe implorar piedad y clamar por Dios en sus dolores; que distingue la desgracia de la ventura; que aprecia el confort de la familia y se conmueve ante la ternura ajena; que derrama lágrimas de compunción ante la tragedia del prójimo o las novelas melodra­máticas; que posee sensibilidad psíquica para notar la belleza del color, de la luz y de la alegría; que se horroriza con la guerra y censura el crimen, teme la muerte, el dolor y la desgracia; que distingue al criminal del santo, al ignorante del sabio, al viejo del joven, la salud de la enfermedad, el veneno del bálsa­mo, la iglesia del prostíbulo, el bien del mal; ese hombre ha de comprender también el equívoco de la matanza de los pájaros y de la multiplicación incesante de los mataderos, frigoríficos y carnicerías sangrientas. ¡Y será delincuente ante la Ley de Dios si después de poseer esta conciencia despierta, persiste aún en el error que es condenado en el subjetivismo del alma y que des­miente un Ideal Superior!

Si el salvaje devora el trozo de carne sangrienta del ene­migo, lo hace atendiendo a que Tupan, o sea su Dios, quiere sus guerreros llenos de energías y de heroísmos; pero el civilizado que mata, descuartiza, cuece y usa su inteligencia para mejorar el mojo y emplear la pimienta y la cebolla sobre las vísceras del hermano menor, vive en contradicción con la prescripción de la Ley Suprema. En modo alguno puede alegar la ignorancia de esa Ley, cuando le tuerce el pescuezo a la gallina o cuando el buey es traumatizado por el golpe en la nuca; cuando el puerco y el carnero caen con la garganta dilacerada; cuando la maldad humana hierve los crustáceos vivos, emborracha el pavo para "ablandar su carne" o satura al puerco de sal para mejorar el chorizo hecho con la sangre coagulada.

¡Cuántas veces, mientras el cabrito doméstico lame las ma­nos de su dueño, al que se aficionara inocentemente, recibe, el infeliz animal, la cuchillada traicionera en sus entrañas, solamente porque es la víspera del Nacimiento de Jesús! ¡La vaca se lamenta y lame el lugar en que mataron su becerro; el cordero llora en la ocasión en que lo llevan a morir!

No matáis la rata, el perro, el caballo y el papagayo, para vuestras mesas festivas, porque la carne de esos seres no se acomoda a vuestro paladar delicado. En consecuencia, no es la ventura del animal lo que os importa, sino la ingestión placen­tera que os puede ofrecer en las lúgubres mesas.



Pregunta: ¿Cómo podríamos vencer ese condicionamiento biológico y hasta psíquico, por el cual nuestra constitución or­gánica se halla hereditariamente predispuesta a la alimentación carnívora?

La ciencia médica afirma que ante la simple idea de ali­mentarnos, el sistema endocrínico produce jugos y hormonas de simpatía con la carne, de cuya sincronización perfecta entre el pensamiento y el metabolismo fisiológico, deducimos queda de­mostrada la fatal necesidad de la nutrición carnívora. ¡En com­pensación, muchos vegetarianos han revelado alergia a las frutas y hortalizas!

¿No es eso bastante para justificar la afirmativa de que nuestro organismo necesita evidentemente de la carne para des­arrollarse sano y vigorosamente?

Ramatís: El tabaco no fue creado para ser fumado por el hombre; es éste el que imita la estulticia de los indios descu­biertos por Colón, terminando por convertirse en un esclavo de la aspiración de las hierbas incineradas. A la simple recordación del cigarro, vuestro sistema endocrino, en un perfecto trabajo psicofísico de prevención, produce también antitoxinas que deben neutralizar el veneno de la nicotina y protegeros de la introduc­ción del humo fétido en los pulmones delicados. La sumisión al deseo de ingerir la carne, es igual a la sumisión del fumador inveterado a su comando emotivo, pues es más víctima de su debilidad mental que de una invencible actuación fisiológica. El vicioso del cigarro se olvida de sí mismo, y por eso aumenta progresivamente el uso del mismo, acicateado continuamente por el deseo insatisfecho, creando entonces una segunda naturaleza que se convierte en implacable y exigente verdugo.

Comúnmente, fumáis sin daros cuenta de todos los movi­mientos preliminares que os comandan automáticamente, desde la abertura de la pitillera hasta la colocación del cigarro en los labios descuidados; completamente inconscientes de esa realidad viciosa, no es que fumáis, sino que sois fumados por el cigarro, guiados por el instinto indisciplinado. En el vicio de la carne, ocurre el mismo fenómeno; vivís distanciados de la realidad que sois esclavos del hábito de comer carne. Si el sistema endocrino produce jugos y hormonas ante la simple idea de ingerir carne, por ello no se comprueba que fuisteis específicamente creados para la alimentación carnívora. Es simplemente un viejo hábito que atendió a las primeras manifestaciones groseras de la vida del hombre de las cavernas trogloditas y que, por vuestro descui­do, aún os comanda el mecanismo fisiológico, sometiéndoos a su dirección.

Las providencias preventivas, en el metabolismo humano, deben ser tomadas en cualquier circunstancia. El indio que se habituó a la ingestión de frutos sazonados y vegetales sanos, fa­brica también sus hormonas y jugos digestivos, ante la simple idea de la alimentación a que está acostumbrado. La diferencia consiste en que él carece de hormonas destinadas a la nutrición puramente vegetal, mientras que vosotros tenéis que producirlas para cubrir la digestión de los despojos de la nutrición carnívora.

Alegáis que muchas personas se enferman al dedicarse a la alimentación vegetariana. En verdad, comprobáis, que estáis tan estratificados por el mal hábito de la alimentación carnívora, que vuestro metabolismo fisiológico ya no consigue asimilar satisfac­toriamente los frutos sanos y los vegetales nutritivos, manifes­tándose en vosotros los pintorescos fenómenos de alergia. No obstante, una vez que disciplinéis la voluntad y vigiléis mental­mente el deseo mórbido, despertando de la inconsciencia imagi­nativa de la nutrición zoofágica, os sentiréis más libres del in­defectible condicionamiento biológico carnívoro.




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