Fisiología del Alma


CONSIDERACIONES SOBRE EL ORIGEN DEL CÁNCER



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CONSIDERACIONES SOBRE EL ORIGEN DEL CÁNCER
Pregunta: ¿Podéis decirnos si el cáncer es una enfermedad originaria del medio planetario que habitamos?

Ramatís: Ya os hemos dicho anteriormente, que el cuerpo físico es una prolongación del propio periespíritu, actuando en la materia. Podéis compararlo a un gran "papel secante" capaz de absorber todo el contenido tóxico producido durante los des­equilibrios mentales y los desarreglos emotivos del alma. Cual­quier desarmonía o daño físico del cuerpo carnal, debe, por eso, ser examinado o estudiado teniendo en cuenta al individuo todo, o sea, a su conjunto psicofísico. El cuerpo humano, además de sus actividades propiamente fisiológicas, está en relación con una vida oculta, espiritual, que se elabora primeramente en su mundo subjetivo, para después manifestarse en el mundo físico.

El espíritu, es uno en su esencia inmortal, pero su manifes­tación se procesa en tres fases distintas: piensa, siente y actúa. En cualquier aspecto que sea analizado o en cualquiera de una de sus acciones, debe ser considerado bajo esa revelación triple que abarca el pensamiento, el sentimiento y la acción. Para ma­yor éxito en el verdadero conocimiento del hombre, es conve­niente saber que él es también la misma unidad cuando manifiesta sus actividades morales, intelectuales, sociales y religiosas. De este modo, ya sea en la enfermedad o en la salud, no existe se­paración entre el pensamiento, la emoción y la acción del hom­bre. En cualquier acontecimiento de su vida, ha de revelarse siempre una sola conciencia, en un sólo todo psíquico y físico; en una sola memoria forjada en el simbolismo del tiempo y del espacio.

En consecuencia, como el espíritu y el cuerpo no pueden ser estudiados separadamente, ya sea en la salud o en la enfermedad, es obvio que también en el caso del cáncer y de su tratamiento específico, es muy sensato e importante identificar primero el tipo psíquico del enfermo y, a continuación, considerar la clase de enfermedad. Aunque cierto porcentaje de incidencia del cán­cer sea original del choque ocurrido entre las fuerzas ocultas que descienden del plano superior y las energías astrales creadoras de los diversos reinos de la vida física, su manifestación mórbida en el hombre, proviene de la toxicidad fluídica que todavía cir­cula en el periespíritu, y que fue acumulada por los desatinos mentales y emotivos ocurridos en las distintas encarnaciones anteriores.

Ese morbo fluídico "desciende" después del periespíritu, para concentrarse en un órgano o en un sistema orgánico físico, pasando a perturbar la armonía funcional de la red electrónica de sustentación atómica y a trastornar el trabajo de crecimiento y de cohesión de las células.

Aunque cada cuerpo físico sea el producto específico de los ascendentes biológicos heredados de cierto linaje carnal hu­mano, siempre revela en el escenario del mundo físico, el aspecto interior del alma que lo comanda. Aun considerando las tenden­cias hereditarias que disciplinan las características físicas del individuo, hay que reconocer también la fuerza de los principios espirituales que pueden dirigir y modificar el cuerpo de carne. Cada organismo físico reacciona de acuerdo con la naturaleza íntima de cada alma encarnada y de modo diferente entre los diversos hombres; lo que ocurre tanto en la salud como en la enfermedad.

Por tanto, varían las reacciones y la gravedad de un mismo tipo de tumor canceroso en diferentes individuos, porque su mayor o menor influencia, además de la resistencia biológica, queda subordinada también a la naturaleza psíquica emotiva y psicológica del enfermo.



Pregunta: Por tanto, ¿debemos considerar que el cáncer es una enfermedad espiritual, por el hecho de que proviene de los deslices psíquicos cometidos por el hombre en el pasado?

Ramatís: Es en la intimidad oculta del alma, en donde real­mente tiene inicio cualquier impacto mórbido que después per­turba el ritmo y la cohesión de las células en el organismo carnal. Es por eso, también, que se distinguen la naturaleza, la frecuencia y la calidad de sus energías, especialmente cuando actúan más profundamente en el seno del espíritu humano. De ese modo, la fuerza mental sutilísima que modela el pensamiento, es muy su­perior a la energía astral, más densa, que manifiesta el sentimien­to o la emoción; del mismo modo que, en la materia, el médico reconoce también que la fuerza nerviosa del hombre es superior a su fuerza muscular. He ahí por qué, durante la enfermedad, ya sea una simple gastralgia o el temido cáncer, el raciocinio, la emoción y la resistencia psíquica de cada enfermo, presentan considerables diferencias y varían las reacciones entre sí. Mien­tras el hombre predominantemente espiritual y de raciocinio puro, puede encarar su sufrimiento bajo alguna consideración filosófica consoladora o aceptar como justificado el objetivo de su mayor sensibilidad, la criatura exclusivamente emotiva es casi siempre un infeliz equivocado que materializa el dolor bajo la desesperación incontrolable, como consecuencia de su alta tensión psíquica.

Lo cierto es que las energías sutilísimas que actúan en el mundo oculto de la criatura humana y que se constituyeron en maravillosa red magnética de sustentación del edificio atómico, de la carne, sólo pueden mantenerse cohersas y proporcionar tran­quila pulsación de vida, desde el momento en que se logre el equilibrio armonioso del espíritu. Sólo así la salud física viene a ser un estado de magnífico ajuste orgánico. El ser no siente ni oye el pulso de su vida, porque su ritmo es suave y cadencio­so, como consecuencia de una actuación más leve de todas las piezas y funciones orgánicas. Manifestándose admirablemente compensadas en todo su metabolismo, no perturban la conciencia en vigilia, porque no provocan el desánimo, la inquietud o la angustia, que se generan durante la desarmonía del espíritu.

El animal salvaje o el indio de la floresta, aunque sean de vida rudimentaria, son portadores de organismos bien dispuestos, como preciosas máquinas de carne estructuradas para funcionar tan ajustadas como si fueran valiosos cronómetros de precisión. Sin duda, ello sucede porque viven distantes de las inquietudes mentales de los civilizados, ajenos a cualquier disturbio psíquico que pueda alterarles la armonía de las fuerzas electrónicas res­ponsables de la cohesión molecular de la carne.

No desconocemos la existencia de ciertas enfermedades capaces de afectar a los seres primitivos, que no son consecuencia de emociones perturbadoras, pero insistimos en recordaros que es precisamente entre los civilizados, como seres pensantes en esen­cia, entre los que aumentan cada día más las insidiosas enferme­dades. Es notorio que los salvajes sanos se enferman con facilidad cuando entran en contacto con las metrópolis y pasan a adoptar los vicios y las capciosidades más comunes.

El cáncer, que tanto se manifiesta en la forma de tumores como desvitalizando el sistema linfático, nervioso, óseo o san­guíneo, no debe ser considerado como un síntoma aislado del organismo, pues su mayor o menor virulencia mantiene estrecha relación con el tipo psíquico del enfermo. El morbo canceroso se acrecienta por los desatinos mentales y emotivos, que con­mueven el campo bioelectro animal y lesionan el sistema vital de la defensa, para situarse luego en el órgano o sistema más vulnerables del cuerpo carnal. En consecuencia, la "causa re­mota" patológica del cáncer, debe ser procurada, concienzuda­mente, en el campo original del espíritu y en la base de sus actividades mentales y emotivas. No se trata de un aconteci­miento mórbido de la exclusividad de cualquier dependencia orgánica, que se produce sin el conocimiento subjetivo del todo individuo.


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