Ramatís: El cáncer no es solamente el karma de aquellos que fueron instrumentos directos o agentes de hechicería o de magia negra contra sus semejantes. A veces, el hechicero o el mago son los menos culpables, porque su acción nefasta es practicada a pedido o bajo el comando de otras voluntades más despóticas y más crueles.
En vuestro mundo, hay leyes, también, que sancionan tanto a los agentes criminales como a sus autores o mandatarios intelectuales.
En otro capítulo de esta obra, hemos explicado ya que el hechizo, en realidad, abarca todo el perjuicio que parta de cualquier acto o campo de acción humana. Así, pues, existe el hechizo mental, que se practica por el celo, por la envidia o el despecho por la felicidad ajena; el hechizo verbal, creado por la crítica antifraterna, por la calumnia, por la maledicencia, por el falso juicio o traición a la amistad; finalmente, existe el hechizo propiamente de naturaleza física o material, que es practicado por la llamada "brujería* o magia negra, a través de objetos preparados por los entendidos, que funcionan como interceptores de los fluidos vitales y magnéticos de las víctimas hechizadas.
El cáncer, como karma consecuente del perjuicio al semejante, reúne, bajo sus garras temibles, tanto a aquellos que obran directamente en la forma de agentes de la magia maléfica y a sus contratantes o mandatarios intelectuales, como a todos los espíritus que en pasadas encarnaciones fueron acumulando toxinas por la subversión del elemental primario mediante el uso de la hechicería mental o verbal.
Pregunta: ¿Podéis darnos algunas explicaciones sobre el motivo por el cual el cáncer varía en su manifestación mórbida, diferenciándose por los tumores epiteliales, sarcomas, o atacando el sistema óseo, el linfático o el sanguíneo, como en el caso de la leucemia? ¿No es un sólo tipo de elemental el fluido que baja del espíritu a la carne?
Ramatís: Justamente, por el hecho de que comprobéis esas diferentes formaciones cancerígenas, podéis deducir que no existe una enfermedad específica llamada "cáncer", con una acción mórbida idéntica en todas las criaturas. Por lo tanto, hay varios tipos de enfermos que diferencian en la carne el proceso morboso de las tumoraciones y afecciones cancerígenas, en correspondencia con sus propias constituciones psíquicas y responsabilidades kármicas individuales. No podemos extendernos por los caminos de la ciencia médica con el fin de explicaros minuciosamente la etiliogía exacta del epitelioma, del sarcoma, de los procesos que alteran el núcleo o el protoplasma de las células o de la proliferación de los glóbulos blancos, como en el caso de la leucemia pero podemos afirmar que la virulencia, el tipo de las tumoraciones y otras afecciones cancerosas, depende muchísimo de la cantidad y de la fluencia del tóxico que se acumula en el peri-espíritu. Ciertos espíritus poseen todavía residuos mórbidos cancerígenos, remanentes de la magia negra del final de la civilización atlántica, por cuyo motivo aun darán curso al cáncer en otras encarnaciones futuras, con el fin de poder expurgar todo el contenido tóxico. Otras entidades, como ya os hemos explicado, fueron acumulando la energía cancerosa lentamente, a través de decenios o siglos, bajo la acción vibratoria del hechizo mental o verbal, sin haber adquirido el estigma virulento que se produce en la práctica de la brujería, que atrofia y lesiona la vida física del semejante que es hechizado.
Debemos destacar aquellos que en la encarnación anterior actuaron bajo tal espíritu de maldad contra su semejante, lo que fue suficiente para que se produjera la subversión de sus energías creadoras, convirtiéndolos en candidatos a la inapelable prueba del cáncer en la próxima existencia.
Queremos aclararos que los efectos cancerosos corresponden exactamente a la intensidad de las causas que los originaron en el pasado en perjuicio del prójimo. Se ajustan al porcentaje equitativo de los perjuicios generados anteriormente, ya sea por la magia mental, verbal, antifraterna, o por la práctica detestable de la brujería. La ley del Karma, ecuánime y justa, obliga al verdugo del pasado a recoger exactamente el producto de la siembra nociva del pretérito, comprendiendo todos los dolores, desilusiones y angustias morales causadas al prójimo.
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