Fisiología del Alma



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Pregunta: Pero no nos estamos refiriendo a la acción de matar, esto es, de quitar la vida, puesto que conocemos muchí­simas criaturas carnívoras cuya bondad y piedad nos constan, no son capaces de matar ni un insecto y mucho menos de destruir un ave o un animal.

Ramatís: Los corazones integralmente bondadosos y llenos de piedad, no sólo evitan matar el animal o el ave, sino que tampoco tienen valor para devorar sus entrañas bajo la condi­mentación de la cebolla, la sal y la pimienta... Aquél que mata el animal y lo devora, puede ser menos culpable, porque asu­me en público la responsabilidad de su acto. Mientras el que no lo mata por piedad o por recelo de remordimiento pero que lo devora gustosamente descuartizado por otros actúa ma­ñosamente ante Dios y su propia conciencia. La piedad a dis­tancia no identifica el carácter bondadoso, pues mucha gente huye afligida cuando el cuchillo hiere al animal infeliz, pero regresa satisfecha cuando la cazuela para de hervir y las vísceras se presentan apetitosas. Eso recuerda el clásico sábado de "Ale­luya", en el que los fieles se mantienen en estoico ayuno de carne en la Cuaresma preceptuada por la Iglesia, ¡pero que están aguardando ansiosos que el reloj marque el mediodía, para arro­jarse hambrientos sobre los trozos humeantes que se cuecen en la moderna olla de presión! El hombre "piadoso" que recusa asistir a la matanza del animal, es casi siempre el más exigente en cuanto al asado y el condimento destinado a la carne sacri­ficada a distancia.

Pregunta: La renuncia para matar el animal o el ave, ¿no es, en sí, una protesta contra la existencia de mataderos y car­nicerías? ¿No comprueba eso la posesión de un alma más es­piritualizada?

Ramatís: Las criaturas que matan el ave o el animal al fondo de su corral o su jardín, o que obtienen un salario por su tra­bajo en los mataderos, pueden ser almas primitivas que no apre­cian el grado de su responsabilidad espiritual en la colectividad del mundo físico. Pero aquellos que huyen en la hora cruel de la masacre del hermano inferior demuestran bien que com­prenden la perversidad del acto, y lo reconocen como injusto y bárbaro. En consecuencia, ratifican el conocimiento de su responsabilidad ante Dios, rehusando asistir a aquello que en mente significa una severa acusación al espíritu. Confirman, por tanto, tener conocimiento de la inquietud de matar el animal indefenso e inocente. Es obvio que, si después lo devoran co­cido o asado es aun mayor la culpa porque el mismo acto que condenan con la ausencia deliberada, queda justificado plena­mente en la hora famélica de la ingestión de los restos mortales del animal.

Los que huyen con pseuda piedad, no dejan de ser vulgares cooperadores de las mismas escenas tétricas del sacrificio del animal. El consumidor de la carne, no deja de ser un accionista e incentivador de la proliferación de las carnicerías, mataderos y frigoríficos.

Vuestro código prevé en la delincuencia de vuestro mundo, penas severas tanto para el ejecutor como para el inductor de los crímenes de coparticipación mental, puesto que la responsa­bilidad pesa sobre ambos. Los que no matan animales o aves por piedad, pero digieren jubilosamente sus despojos, son co­partícipes del acto de matar, aunque lo hagan a distancia del local del sacrificio; son, en realidad, cooperadores anónimos de la industria de carnes, toda vez que incentivan el dinamismo de la matanza al consumir la carne que mantiene la institución fúnebre de los mataderos y el trucidamiento injusto de aquellos que Dios creó también para la ascensión espiritual.

Pregunta: Creemos que muchos de los seres divinizados que vivieron en nuestro mundo, se alimentaron también de carne. ¿No es verdad?

Ramatís: Realmente, algunos santos del santoral católico o espíritus desencarnados considerados hoy de alta categoría, pudieran alcanzar el cielo a pesar de haber comido carne. Pero el portador de la verdadera conciencia espiritual, esto es, aquel que además de amar, sabe por qué ama y por qué se debe amar, no debe alimentarse con la carne de los animales. El alma ver­daderamente santificada, repudia incondicionalmente cualquier acto que produzca el sufrimiento ajeno; abdica de sí misma y de sus gozos en favor de otros seres, transformándose en una Ley Viva de continuo beneficio, y en obediencia a esa Ley benéfica, se asemeja a la fuerza que dirige el crecimiento de la simiente en el seno de la tierra: alimenta y fortifica, ¡pero no la devora!

Esa conciencia espiritual se vuelve una fuente de tal ge­nerosidad, que toda expresión de vida del mundo, la comprende y estima por su protección y por su actuación inofensiva. Sabéis que Francisco de Asís hablaba a los lobos y éstos le oían como si fuesen inofensivos corderos. Jesús extendía sus manos bendi­tas, y las víboras más feroces se aquietaban en dulce embeleso. Sri Maharshi, el santo de la India, cuando estaba en divino "samadhi", era alcanzado por las arañas que dormían en sus manos, o acariciado por las fieras que lamían su cara. Algunos místicos hindúes se dejan cubrir por insectos venenosos y por abejas agresivas, que vuelan sobre su piel con la misma delica­deza con que lo hacen sobre las corolas de las flores. Los anti­guos iniciados Esenios, se adentraban en las florestas bravías con el fin de alimentar a los animales feroces que eran víctimas de las tormentas y de los cataclismos. Algunas criaturas se va­naglorian de no haber sido mordidos por abejas, insectos dañi­nos, perros o culebras. Generalmente, son personas vegetarianas que mantienen integralmente vivo su amor por los animales.

¡Las almas angélicas que llegaron a comprender realmente el motivo de la vida del espíritu en el mundo de las formas, que poseen un corazón magnánimo e incapaz de presenciar el sufrimiento de los animales, no devoran sus entrañas; como los verdaderos amigos de los pájaros, no los encierran en jaulas, aunque éstas sean doradas! Es ilícito que el hombre destruya un patrimonio valioso que Dios le confía para su provisional administración en la Tierra; le cumple proteger, desde la flor que perfuma el margen de los caminos, hasta el infeliz animal arisco que sólo pide un poco de pan y de amistad. El devorador de animales, por muy evangelizado que sea, es un perturbador del orden espiritual en la materia. Se podrá justificar como desee, pero su persistencia en nutrirse con el despojos de los animales, prueba que todavía no se adaptó, por completo, a los verdaderos objetivos del creador.


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