Pregunta: Pero es evidente que la carne es la mayor fuente de proteínas; ¿no es así?
Ramatís: Bajo el uso de mucha proteína o de la ingestión indiscriminada de carne, se eleva la presión arterial y, con el tiempo, puede surgir la arteriosclerosis o mal de Bright, como reducirse el calibre de las coronarias, con graves repercusiones cardíacas, a veces de graves consecuencias, casi fatales. El propio canceroso, cuando ingiere mucha carne, sufre mayor virulencia en el mal. Algunos tratadistas modernos y atentos investigadores, no vacilan en afirmar que debido al gran consumo de carne por parte de la humanidad, todavía proliferan enfermedades como la apendicitis, el asma, la congestión del hígado, gota, hemorroides, constipación del vientre, úlceras y excrecencias en el cuerpo, mientras reconocen que la alimentación a base de frutas y vegetales, contribuye admirablemente a recuperar los elementos que favorecen el curso y la flora en el intestino.
Conviene notar que los venenos de la carne son bastante nocivos al hígado y que lo obligan a un trabajo fatigante, saturándolo de tal modo, que dificultan el proceso de la filtración. Hay que agregar que el hombre, por su hábito pernicioso de añadir al cocido o al asado de las vísceras de animales, la pimienta o el mojo picante, la mostaza, el clavo, la sal en exceso y toda suerte de condimentos excitantes, efectuando las más violentas combinaciones químicas con otros aderezos como la cebolla, el ajo y el vinagre, concluye aniquilando más pronto su organismo carnal.
Después, él mismo trata de inmunizarse contra los efectos perniciosos que lesionan su organismo, ayudándose con la gran variedad de medicamentos heterogéneos de la pesada farmacopea moderna, en la creencia de poder compensar la agresividad de la química violenta y corrosiva que hace surgir. El uso de la carne, generalmente acompañado del mojo picante, obliga a los órganos físicos a un funcionamiento intensivo y fatigoso, para reducir mayor cantidad de fermentos, bilis, jugos y hormonas, que atiendan a las necesidades digestivas y proporcionen la filtración de los venenos y su expulsión al exterior.
Bajo el proceso de una alimentación imprudente que produce toxicidad dañina, los riñones y el hígado se fatigan y se congestionan para atender al servicio de filtros del cuerpo; el páncreas se agota por la hiperproducción de fermentos y las islas de Langson se atrofian reduciendo el suministro de insulina y culminando en la diabetes insoluble. Las vísceras animales vierten, además, otras toxinas nocivas que perturban el movimiento peristáltico del intestino y aumentan la viscosidad sanguínea favoreciendo la apoplejía, mientras el ácido úrico se disemina por la sangre, causando el artritismo.
No os debe ser desconocido que los pueblos orientales, alimentados con arroz, frutas, legumbres y habas de soya, no padecen de arteriosclerosis, angina de pecho, infarto del miocardio o hemorragias cerebrales; mientras que en Occidente, esas dolencias aumentan incontrolablemente entre los hombres súper nutridos por la carne, que es rica en colesterol. En ciertos pueblos occidentales, su desayuno es abundante en jamón, tocino, manteca, huevos, nata y leche, que, aunque son aconsejados para la buena alimentación, los saturan más por tratarse de sustancias grasientas animales.
¡De ese modo, aumenta continuamente el número de atestados de óbitos que oficializan el fallecimiento bajo la responsabilidad de molestias de la sangre y de las venas supersaturadas de proteínas!
Pregunta: Hemos oído hablar que la alimentación carnívora favorece el terreno para la proliferación de ciertos parásitos intestinales como, por ejemplo, la solitaria. ¿Hay fundamento en esa afirmación?
Ramatís: Algunos tipos de parásitos intestinales de los que el hombre se convierte en hospedero, se procrean antes en la forma larval en el organismo de los animales. Tal es el caso de la "tenia saginata", que vive su primera fase larval en el buey; la "tenia solium", que prefiere el puerco, el "bothrioce-phalus", la solitaria, cuya fase larval se procesa entre ciertos peces de agua dulce que, al alcanzar la fase adulta en el intestino del hombre, llega a alcanzar metros de largo. Algunos otros parásitos pertenecientes a los cestodios y vermes del grupo de los helmintos, que pueden ser examinados en su ciclo de vida parasitaria en el hombre, tienen su procedencia larval en ciertos animales que también son devorados famélicamente por el hombre, ¡haciéndole sufrir, después, los efectos dañinos de su propia insaciabilidad zoofágica!
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