Fisiología del Alma



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Pregunta: Para nuestro mejor aprendizaje homeopático, ¿po­déis citarnos algunas de esas dosis antagónicas entre sí?

Ramatís: Nos referimos a sus campos áuricos energéticos que, entrando en conjunción, producen muchos perjuicios, tales como las dosis de creosota, allium cepa, allium sativum, potasio, mercurio o yodo, cuyas auras sumamente fuertes deben exi­mirse de entrar en contacto. Por tanto, como consecuencia de tales cuidados profilácticos, los homeópatas aconsejan también la ingestión de las dosis a distancia de la alimentación, pues durante la digestión, se forman en el organismo los más variados campos energéticos de sustancias que se descomponen en el es­tómago y en el intestino, que después se combinan y se comba­ten, anulando gran parte del efecto del medicamento de la Homeopatía.

Pregunta: Hay médicos alópatas que afirman que no es necesaria dieta alguna durante el tratamiento homeopático, por­que éste es inocuo y no produce reacciones químicas importan­tes. ¿Existe algún fundamento en esa afirmación?

Ramatís: La medicina futura, ha de auscultar más de cerca el extraordinario poder que palpita en la intimidad oculta de la llamada Naturaleza que, bajo la regencia divina, ajusta células incompatibles, rectifica órganos desajustados y corrige los siste­mas responsables del equilibrio del cuerpo humano. Gracias a esa sabiduría innata, es suficiente que suministréis al recién nacido la leche materna o en polvo, para que la desintegre o la transforme en cabellos negros o dorados, sangre roja, ojos azules, pardos o negros, huesos, nervios y músculos, comproban­do que su verdadero alimento no es otro que el de la cantidad de energía que pueda extraer de la sustancia ingerida. Real­mente, el hombre obtiene las energías que necesita para vivir, de la propia energía almacenada en los alimentos vegetales y si son carnales, del animal que ingiere las plantas. ¿No es el cuerpo humano una red de magnetismo, sustentando las masas de átomos sobrecargados de energías?

En vista de esa disposición genial y constructiva de la Natu­raleza, el papel del médico no debe ser el de violentar esa noble línea de montaje en la intimidad orgánica y sí el de auxiliarla con una terapéutica suave y energética. De ahí, pues, los grandes beneficios que la Homeopatía puede prestar al hom­bre terrestre, pues aunque ella no provoque reacciones químicas violentas, su función principal es la de despertar y potencializar las energías adormecidas, para elevar el patrón dinámico de los órganos debilitados, reeducándoles en lugar de violentarlos.

Los antiguos, durante el tratamiento homeopático, se entregaban al descanso completo de todas las actividades mate­riales acostumbradas. Los pacientes más puritanos, se recogían al lecho sometiéndose a un riguroso ayuno, con el fin de que el energismo homeopático actuase con mayor éxito y aprovecha­miento en su organismo libertado de las actividades comunes. A través del ayuno, ellos ahorraban sus energías y reducían las obligaciones cotidianas de los órganos principales y responsables de la digestión, dejándolos desahogados para que pudieran ace­lerar el drenaje de las grasas, de las toxinas y de los residuos perniciosos, que se habían convertido en un material inútil o impropio a la vida normal del cuerpo físico. Muchas curacio­nes homeopáticas que fueron consideradas milagrosas, se debie­ron, principalmente, a esa disposición saludable por parte de los pacientes disciplinados, que así se preparaban orgánica y hasta emotivamente, para conseguir el mayor éxito de la terapéutica delicada de las dosis infinitesimales.

Como en la terapia homeopática las fuerzas internas despier­tan potencializadas para obtener el socorro orgánico y efectúan la reparación de las regiones debilitadas del cuerpo físico sin anomalías tóxicas, no se verifica en el enfermo la falta de ape­tito o cualquier reducción en su metabolismo físico. En general, el paciente, bajo la actuación de los medicamentos violentos y tóxicos de la Alopatía, se agota por el trabajo obligatorio y anor­mal del hígado y de los riñones, que se ven obligados a varias adaptaciones inesperadas, cuando necesitan eliminar los residuos tóxicos de ciertos remedios ofensivos a la armonía orgánica.



Muchos fracasos médicos, no se deben tanto al debilita­miento provocado por la molestia gravemente clasificada por el rigor de la terminología académica oficial, como por el hecho de ser frutos de operaciones peligrosas e inesperadas a las que muchas veces es sometido el organismo físico apresuradamente, sin darle lugar a que se fortalezca o se inmunice a tiempo. Cuan­do el enfermo ingiere medicamentos violentos o las jeringuillas hipodérmicas los lanzan como verdaderos proyectiles microscópi­cos en su delicadísima circulación sanguínea, es evidente que su organismo, ya de por sí debilitado, se vea obligado a un intenso trabajo para poder movilizar todas sus reservas energéticas, con el fin de no sucumbir bajo los efectos tóxicos del propio reme­dio. Entretanto, si tales reacciones químicas no se verifican con la Homeopatía y por ello puede ser dispensada la dieta preventiva, su proceso terapéutico delicado exige la contribución frugal y adecuada, en la nutrición del paciente.


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