Pregunta: Cuando durante la gestación, una mujer atraviesa esa fase delicada de modo tranquilo, mientras otras sufren tormentos y perturbaciones fisiológicas angustiosas, ¿debemos creer que en ambos casos predomina siempre la recolección kármica? ¿Será debido a un Karma suave que la primera es aliviada en el período gestativo, mientras la otra sufre los efectos aflictivos de las causas perniciosas del pasado?
Ramatís: El acontecimiento depende muchísimo del tipo del espíritu que debe reencarnar y que pasa a actuar en la cápsula materna. Secundariamente, hay que considerar el tipo biológico de h. futura madre, la cual, por hereditariedad anatómica o fisiológica, puede verse en el caso de no poder ofrecer un organismo físico apropiado por completo para una gestación calmada y un alumbramiento fácil. Si el espíritu que va a reencarnar es portador de fluidos opresivos, tóxicos y contundentes, es fuera de duda que la madre tendrá que sufrir su acción venenosa en su propio cuerpo etéreo-astral, dando ello lugar a las angustias y a las náuseas muy acentuadas, como consecuencia del esfuerzo heroico del organismo físico para expeler en forma de líquidos, las emanaciones psíquicas que absorbe, como si fuera un "papel secante" vivo.
Por consiguiente, tanto tiene relación con el Karma el hecho de que una madre necesita gestar un cuerpo físico para un espíritu enfermo, como la tiene él de aquella que no posee su cuerpo suficientemente adecuado para que pueda desempeñar la función gestativa. En el primer caso, entra en juego la afinidad espiritual de la madre con el espíritu sufriente, o con su deuda kármica del pasado, que la obliga, a concederle un cuerpo para que renazca en el mundo carnal. En el segundo, puede tratarse de una criatura que, aunque en el pasado poseyese un organismo favorable para el éxito de la procreación, hubo de negarse a cumplir semejante menester. En este caso, la Ley del Karma le impone un cuerpo deficiente para el cumplimiento de la maternidad en la vida futura.
Hay que considerar, también, que si los venenos fluídicos de un espíritu encarnante pueden causar terribles disturbios y lesiones al organismo físico de su progenitura, muchos mayores inconvenientes pueden producir las toxinas psíquicas que el espíritu hace verter en su propio cuerpo, originando las enfermedades causadas por los productos de sus desequilibrios emotivos y mentales.
Pregunta: En el caso de la reencarnación de espíritus que fueron suicidas o que traen deformaciones acentuadas en sus periespíritus, ¿la progenitura podrá sentir sus deficiencias y sus aflicciones?
Ramatís: Así como María, durante la gestación de Jesús fue envuelta por los más sublimes fluidos y atravesó su fase gestativa bajo la mayor tranquilidad y bienestar, hay madres que durante esa fase delicada, sufren toda suerte de fenómenos pungentes y opresiones angustiosas que les alcanzan el corazón o el sistema nervioso. Hay casos en que, debido a la excesiva toxicidad que emana del periespíritu del reencarnante —que muchas veces le proporcionan en el futuro ataques de epilepsia—, la madre pasa su temporada gestatoria guardando cama, constantemente enferma por las toxinas circulantes en su organización materna. No obstante, algunas veces es la propia gestante, que posee una organización deficiente e insuficiente para drenar las toxinas por las vías emulatorias naturales, que son producidas por el quimismo de su propio sistema gestativo.
Pregunta: En vez de que un espíritu irascible, déspota y orgulloso encarne en un cuerpo robusto y saludable, ¿no sería preferible que reencarnara en un organismo débil, enfermo o atrofiado?
Ramatís: Si tal espíritu naciese en un cuerpo débil y enfermo, ello apenas serviría para contemporizar sus impulsos de violencia e irascibilidad, y tal cosa sucedería por fuerza de circunstancias generadas por el impedimento físico y no por la influencia de razonamientos o de reflexiones superiores. La actitud pacífica o tolerante, representaría apenas una consecuencia transitoria de la situación física coercitiva, y no una renovación interior.
En tanto, el cuerpo estropeado, en un lecho de dolor, sustituyendo al antiguo cuerpo robusto e imponente, cuyas manos, antes vigorosas, son ahora débiles y casi sin fuerzas para levantar una taza de té, y mucho menos con fuerza para golpear al prójimo, es propicio para que el espíritu rebelde e irascible extraiga ciertas ilaciones psicológicas, de su impotencia en el trato de la vida humana.
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