Fisiología del Alma



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Pregunta: ¿Puede ser el cáncer una consecuencia del vicio de fumar?

Ramatís: El tabaco no es el exclusivo factor de la aparición del cáncer, pero puede producirlo si entre los fumadores inve­terados existe alguno que sea electivo para el cáncer pulmonar, pues las sustancias alquitranadas del tabaco, atacan principal­mente los pulmones. Ciertos médicos afirman que el cáncer es más común entre los hombres que entre las mujeres, tal vez porque la especie masculina es la que más fuma.

No se puede atribuir al tabaco la culpa exclusiva de la pro­ducción del cáncer, puesto que hasta los animales —que no fuman—han presentado manifestaciones cancerosas; pero convie­ne recordar que los científicos terrestres han verificado que el cáncer ataca particularmente la boca entre los mascadores de la nuez de areca, y que el cáncer labial aparece, por lo general, exactamente en el punto del labio en el que más se usa el cigarro, la pitillera o la pipa.

Muchas úlceras gástricas, erróneamente atribuidas a la vida tensa del ciudadano del siglo XX, tienen su origen principal en los efectos corrosivos de las sustancias, tóxicas y alquitranadas que la excesiva salivación del fumador acarrea a la delicada mucosa estomacal, modificando los jugos gástricos, entéricos, y lesionando el metabolismo armónico de la digestión.

Pregunta: Aunque tengamos que contradecir en parte vues­tras afirmaciones, debemos decir que hemos comprobado, en nosotros mismos, que cuando nuestros nervios se hallan suma­mente excitados, se calman con el recurso habitual del cigarro fumado con calma. Algunas veces conseguimos la solución psí­quica satisfactoria, que tanto deseábamos, a través de la reflexión obtenida con el uso del cigarro. ¿Cómo se puede explicar este hecho?

Ramatís: Comúnmente, el hombre excita sus nervios en pro­porción a su interés en el mayor contacto con el torbellino de la vida y, principalmente, ambicionando las cosas del mundo material. Aquellos que pretendan llevar una existencia tranquila y "que se quieran liberar de los ciclos afectivos de la vida física, necesitan orientarse en la inteligente advertencia de Jesús, cuando dice: "Buscad los tesoros que la polilla no roe y el herrumbre no consume." Siendo así, que nadie pretenda poseer calma en sus nervios, ni aun echando mano del tabaco o de cualquier proceso engañoso.

Cuando la criatura se pone a fumar intensamente para cal­mar sus nervios, ignora que apenas está reduciendo el contacto normal psicofísico con el ambiente, confundiendo esa reducción con un deseado estado de calma del sistema nervioso. Bajo la acción algo hipnótica del tabaco, frena en parte la acción del sistema nervioso, reduciendo su relación normal con las activi­dades exteriores, dejando su psiquismo más libre de preocupaciones, tal como ocurre entre los que toman alcohol y oscurecen su entendimiento.

La preocupación, el susto o la emoción súbita, provocan en el ser humano la producción inmediata de ciertas hormonas que deben equilibrar los excesos peligrosos de los movimientos desordenados o impactos vigorosos en el vago simpático. Como los vasos sanguíneos acostumbran a contraerse fuertemente bajo la acción de la nicotina, el fumador cree estar en un estado de-"calma" o de "desahogo psíquico", cuando no pasa de ser una reducción en el movimiento de su circulación sanguínea. Es que el tabaco, no sólo redujo el metabolismo circulatorio debido a la contracción de los vasos sanguíneos, sino que también de­primió y frenó la actividad fisiológica.

No creemos que la absorción perniciosa del gas del tabaco pueda aportar inspiración de cualquier especie, o aun normalizar al sistema nervioso, pues los nervios son la prolongación viva del periespíritu actuando en el mundo físico. La serenidad del periespíritu no depende del frenamiento tóxico e hipnótico y sí, fundamentalmente, del control sano y psíquico del alma.



Pregunta: ¿Por qué a medida que la humanidad conoce me­jor los perjuicios que causa el uso del tabaco, aumenta el nú­mero de fumadores? Aumentan las advertencias sobre los peligros del tabaco y, no obstante, las estadísticas demuestran que los hombres fuman cada día más.

Ramatís: Todo eso depende de la negligencia del hombre para consigo mismo, pues, a medida que se hace más científico y erudito, parece que se desinteresa de su propia ventura espi­ritual. El hombre del siglo XX, a pesar de ser excesivamente "intelectual", vive más en función de las razones o de las suges­tiones del mundo exterior, que en auscultar sus propias necesi­dades; prefiriendo seguir la obcecación de la mayoría, aunque le sea perniciosa. En cuanto a las necesidades más comunes, se somete a esa fuerza sugestiva, ya sea por la moda femenina, a las innovaciones sin importancia fundamental, las tonterías que la radio, las revistas y los anuncios inculcan todos los días en el cerebro de los terrícolas, o cambiar, comprar o preferir artículos que no necesitan. La propaganda moderna se hace por hábiles y mañosos psicólogos, bastante experimentados en lo tocante a las reacciones humanas; se valen de los recursos hipnóticos y persistentes, exponiendo o anunciando sus productos en forma fascinante y agradable. Así, el más inofensivo dolor de cabeza o la más insignificante impaciencia nerviosa, asocian pronto la mente al nombre de un producto que la inteligente propaganda supo poner en evidencia en el momento. De tal modo actúan sobre vosotros la radio, el periódico, la revista y el cine, que vivís en función de esa fascinación impuesta por el mundo del comercio y la industria para encajar sus productos, actuando con astucia. Entonces, ya no escogéis las cosas; ¡son ellas las que os hipnotizan y se imponen a vosotros como imprescindibles! Lo mismo sucede a través de los efectos sugestivos de la hábil pro­paganda del cigarro, efectuada por las grandes industrias taba­caleras. Solicitan opiniones de científicos, hombres célebres o artistas de cine famosos, estampando sus retratos en cromos lujosos, carteles brillantes y coloridos, ¡en donde los dísticos más poéticos y las frases sugestivas, destacan la delicia y la hidalguía de fumar! Hasta los hombres que no fuman se sienten atraídos por tan habilidosa propaganda, dejándose muchas veces fascinar por las frases que ensalzan el cigarro a la categoría de una distinción imprescindible en el medio social. Más tarde, cuando el individuo se vuelve fumador inveterado y extremada­mente viciado, llega a perder la noción de la civilidad humana en casi todas partes; olvida que en los vehículos y en los salones de diversiones, el humo puede intoxicar, repugnar o irritar a otros. Olvida, también, que en muchos otros lugares de reunión, puede ser detestable al prójimo el olor del cigarro puro, del cigarrillo, y el del sarro de la cachimba. Algunos individuos fuman hasta en los salones de los restaurantes, en las horas de las comidas; otros alcanzan con su humareda los rostros de los compañeros en las "filas" de los transportes, ¡importándoles poco las protestas silenciosas de sus infelices víctimas! Aunque se proclame mucho la hidalguía del cigarro, no es raro observar que el fumador queme la ropa de su compañero de viaje, cau­sándole a veces enorme perjuicio.


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