Fisiología del Alma



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Pregunta: ¿Cuál es la peor y demorada consecuencia nefas­ta, para los que se hicieron alcohólicos?

Ramatís: Obviamente, el alcohólico es el individuo que ha perdido el sentido direccional de su espíritu, tal como hemos di­cho, igual al infeliz comandado por un desencarnado malhe­chor y vicioso. Después que desencarna, se transforma en un guiñapo vivo que se arrastra por los bares y expendios de be­bidas de la Tierra, ya sea ardiendo en ansias atroces de beber, ya buscando quien le preste su estómago físico para absorber el eterismo alcohólico. No importa haber perdido el cuerpo carnal, pues el deseo vicioso palpita en su alma y repercute con más vehemencia en su periespíritu, manteniéndolo esclavo del terrible cancerbero que es el alcohol. Después de la muerte corporal, la curación psíquica debe ser emprendida de dentro hacia afuera, mediante la extinción del deseo subvertido. Para entonces, la liberación del vicio del alcohol es una tarea penosa y torturante, aun para aquellos mismos que en el lado de acá, se creen con fuerzas suficientes para intentar su liberación espi­ritual. Son suficientes algunos años vividos en la materia bajo la esclavitud de ese vicio, para originar muchas decenas de años de atroz sufrimiento en los planos del astral inferior. Las almas que se dejan lesionar en su organización periespiritual por el alcohol o por otros estupefacientes, se transforman en repulsivos fantasmas de caras congestionadas, narices curvadas y cuerpos deformes, viviendo interiormente los más terribles delirios alucinatorios, provenientes de los efectos tóxicos. La peor y más de­morada consecuencia nefasta para el alcohólico, por tanto, son los tenebrosos sufrimientos que tendrá que pasar su espíritu en el Más Allá, después de hallarse fuera del biombo físico pro­tector. Todas sus visiones, delirios alucinantes y sed ardiente de la bebida, se le manifiestan centuplicados en el mundo astral, pues los efectos tóxicos son sumamente gravosos para la delica­deza de la contextura del periespíritu. Del mismo modo que si tuvieseis que soportar una crucial carga de ácidos circulando por vuestras venas, el alcohólico desencarnado se siente domi­nado por crisis terríficas cuando los residuos etéricos y veneno­sos del alcohol transitan por su circulación astral, como si fuesen un fuego infernal corriendo por sus órganos periespirituales. Ningún vocablo del lenguaje humano podrá haceros comprender esa realidad tan atroz del sufrimiento de los envilecidos por el alcoholismo que, bajo tal condición, ¡preferirían la destrucción de su conciencia ya estructurada en el tiempo, a continuar victima­dos por tan dantesco sufrimiento!

Es bastante que visitéis las instituciones que se dedican a la curación del alcoholismo en el mundo físico, para que os hagáis una idea de los pavorosos acometimientos de que son víc­timas los infelices viciosos cuando intentan la curación de ese mal. Parecen fieras enjauladas que amenazan con despedazarse entre aullidos y clamores, sin poder soportar el ardor insufrible del deseo vicioso que los agota en toda su vitalidad. Se amonto­nan en el suelo, como trapos vivos exangües, traspirando por todos los poros las emanaciones acres del tóxico alcohólico.

Entretanto, la curación se procesa poco a poco, pues el clamor del deseo insaciado del alcohol, disminuye por la cons­tante negativa de su satisfacción. Pero en el Más Allá, eso sucede de modo diferente, porque el deseo vehemente del alco­hólico, vibra en toda la estructura supersensible del cuerpo astral desencarnado y libre de su verdadero mundo, que entonces pro­duce, en forma centuplicada, todas las cambiantes críticas del vicio, manteniendo al infeliz vicioso en el bárbaro ciclo de su­frimiento.

Sólo aquellos que emprenden heroica renovación mental, purificando el deseo vicioso y decidiéndose a recuperar la fuerza de la voluntad perdida, son quienes alivian sus dolores y padecimientos, pues el éxito de la curación depende de su propia modificación espiritual interior, y no del socorro o de la asis­tencia de otros desencarnados o del hecho de hallarse distantes de la bebida alcohólica.

Conviene reconocer que durante la vida física, aunque sea víctima del alcoholismo, el hombre necesita atender a diversas necesidades y se entrega a distracciones que se alternan en su existencia; al paso que después de la muerte corporal, se vuelve todo un deseo vivo e incesante, sin alivio y sin descanso. Sola­mente la modificación interior y el retorno a tomar el comando de su voluntad, es lo que le permite reasumir la dirección del periespíritu en el mundo astral, ya sea suministrándole fluidos sedativos que puedan sustituir los tóxicos, ya sea reduciendo el deseo atroz de la bebida, en un grado soportable.

Cuando desea librarse del vicio del alcohol, el hombre puede compararse a un atleta corriendo velozmente por una vía plana en la cual, por su voluntad,, puede estacionarse cuándo y dónde quiere; pero el desencarnado que es todavía víctima del deseo alcohólico, es semejante al corredor que intenta parar su ca­rrera vertiginosa en una colina hacia abajo, sin conseguirlo.




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