Fisiología del Alma



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Pregunta: Esos métodos eficientes y de rapidísima ejecución en la matanza que se procesa en los mataderos y en los frigoríficos modernos, evitan los prolongados sufrimientos que eran comunes en el procedimiento antiguo. ¿No es verdad?

Ramatís: Creemos que el sentido estético de la Divinidad ha de preferir siempre la cabaña pobre que da abrigo al animal amigo, al matadero rico que mata bajo el adelantado procedi­miento científico de la fúnebre industria. Las regiones celestia­les son parajes adornados con luces, flores y colores, en donde se unen los pensamientos elevados y sentimientos amorosos de sus humanidades cristianas. Esas regiones deberán alcanzarlas también algún día, aquellos que construyen los tétricos frigorí­ficos y los mataderos de avanzado equipo; pero no podrán li­brarse de retornar a la Tierra, para cumplir en sí mismos el rescate de las torpezas y perturbaciones infligidas al ciclo evolu­tivo de los animales. Los métodos eficientes de la matanza científica, aunque disminuyan el sufrimiento del animal, ¡no eximen al hombre de las responsabilidades de haber destruido prematuramente los conjuntos vivos que también evolucionan, tales como los animales creados por el Señor de la Vida! Sólo Dios tiene el derecho de regular sus existencias cuando ofrecen peligro para la vida humana, pero es un mecanismo evolucionado en el orden de la Creación.

Pregunta: Nos sorprenden vuestras aserciones un tanto vivas. Muchas personas no comprenden todavía que esa grave impro­piedad de la alimentación carnívora nos pueda causar tan terri­bles consecuencias. ¿Puede ser así?

Ramatís: El ángel, liberado de los ciclos reencarnatorios, es un tipo de suprema delicadeza espiritual. ¡Su tesitura diáfana y hermosa, y su cántico inefable a los corazones humanos, no son producto de los fluidos agresivos y enfermizos del "paté foie-gras", o pasta de hígado atrofiado, de la famosa chuleta adobada o del suculento tocino ahumado!

La sustancia astral inferior, que exuda la carne del animal, penetra en el aura de los seres humanos y hace densa su transpa­rencia natural, impidiendo los altos vuelos del espíritu. Nunca habréis de solucionar tan importante problema, con la dulce ilu­sión de ignorar la realidad del equívoco de la nutrición carní­vora y, quizá, demasiado tarde para la deseada solución.



Os exponemos aquello que debe ser meditado y ponderado con urgencia, porque los tiempos son llegados y no hay subver­sión en el mecanismo sideral. Es necesario que comprendáis, con toda brevedad, que el vehículo periespiritual es un poderoso imán que atrae y agrega, las emanaciones deletéreas del mundo infe­rior, cuando persistís en las fajas vibratorias de las pasiones ani­males, Es preciso que busquéis aquello que se afina con los estados más elevados del espíritu, no olvidando que la nutrición moral se armoniza también con la estesia o sentimiento de lo bello, del paladar físico. Verdaderamente, mientras los lúgubres vehículos manchados de sangre recorren vuestras calles para dejar su contenido sangriento en las carnicerías refrigeradas y atender a las filas que con ansiedad procuran la carne, ¡se harán necesarias muchas reencarnaciones para que vuestra humanidad se libre del desvío psíquico, que siempre ha de exigir la terapia de las úlceras, cirrosis hepáticas, nefritis, artritismos, infartos, diabetes, tenias, amebas o uremias!

Pregunta: ¿Por qué consideráis que el hombre se hace infe­rior al salvaje en la alimentación carnívora, si usa procesos efi­cientes que evitan el sufrimiento del animal en el sacrificio? ¿No estáis de acuerdo en que el ser humano atiende también a su necesidad de vivir y se subordina a un imperativo nutritivo que requiere una organización industrial?

Ramatís: El salvaje, aunque feroz e instintivo, se sirve de la carne para nutrirse, sin transformarla en motivos determinados para banquetes y libaciones de naturaleza requintada; mientras que los civilizados, reviven esos mismos apetitos salvajes, pero, paradójicamente, de modo más exigente, sirviendo de pretexto para disfrutar noches de placer bajo las luces fulgurantes de lujosos y modernos hoteles y restorantes. ¡Criaturas ruidosas, alegres, que pregonan estar en posesión de genial intelecto, devoran en mesas festivas, los cadáveres de los animales regados con condimentos excitantes, mientras la orquesta famosa ejecuta melodías que se unen a los olores de la carne carbonizada o del cocido humeante! ¡Pero sabed que las poéticas y sugestivas denominaciones de los platos, expuestas en los aristocráticos menús no libran al hombre de las consecuencias y de la responsa­bilidad de devorar las vísceras del hermano inferior! A pesar de los floreos culinarios y de la "minuta" de manjares "sui generis", que tratan de atenuar el aspecto repugnante de las vi­tuallas sangrientas, los hombres carnívoros no consiguen ocultar la realidad del desmedido apetito humano. Aquí, los "menudos a la milanesa” sugestivos, no dejan de ser otra cosa que trozos de vesículas e hígado, disimulando el sabor amargo de la bilis animal; allí, los "apetitosos riñones ensartados", no consiguen sublimar su naturaleza de órganos secretores de la albúmina y de la urea, que aun rezuman bajo el cuchillo mortal. Aunque se quiera elogiar el esfuerzo del maestro culinario, las "patas a la europea", no son otra cosa que las pezuñas del animal sacri­ficado; la "fabada" es, en realidad, un conjunto de habas cocidas con la inmundicia del chorizo ahumado, compuesto de partículas de distintas partes del puerco, incluso sus tripas, al que se añade la grasa del unto.

Es evidente que se debe disculpar al salvaje ignorante que se somete a la nutrición carnívora y pervierte su paladar, porque su alma atrasada ignora la suma de razonamientos admirables que ha logrado el civilizado en las esferas científica, artística, religiosa y moral. Mientras los banquetes pantagruélicos de los Césares romanos marcan la decadencia de una civilización, la figura de Gandhi, sostenido con leche de cabra, es un estímulo para la composición de un mundo mejor.




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