Fisiología del Alma



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Pregunta: ¿De qué modo el cuerpo letárgico, o de una cria­tura retardada, puede conseguir el dominio de ese periespíritu sobreexcitado?

Ramatís: Como el periespíritu está constituido, en parte, de sustancia astralina de gran fuerza magnética que sirve para com­poner el vehículo de las emociones del espíritu, las pasiones descontroladas le producen sobreexcitaciones, tal como los fustigazos violentos sobre el caballo, pueden lanzarlo a una loca carrera, sin el control de su dueño. Innumerables individuos hiper-tiroídeos, no son otra cosa que resultado de la excesiva excitación periespiritual que los viene dominando desde el pa­sado, y que actúa fuertemente en el campo psíquico de su sis­tema glandular, perturbando la armonía de la hipófisis y de la tiroides.

El periespíritu muy excitado, requiere la terapéutica de la reencarnación en un cuerpo letárgico, tardío en su metabolismo motor y nervioso que, en forma de frialdad o inercia, reprime en la carne su excesiva perturbación, tal como el caballo vio­lento, prendido a un pesado vehículo, se ve impedido de actuar libremente. En sentido opuesto, el periespíritu indolente y acos­tumbrado a las existencias enmalezcas, que fueran para él esencialmente vegetativas y sin estímulos para la dinámica psí­quica, debe ser ajustado a un organismo carnal cuyos ascendien­tes biológicos y tendencias hereditarias propendan a la aceleración de la tiroides, capaz de excitar el espíritu lerdo y acomodaticio, de la misma forma que el látigo excita al animal lerdo. Entonces, se sensibiliza más la contextura periespiritual, al mismo tiempo que se despiertan las fuerzas magnéticas que, aunque latentes, han quedado adormecidas en las vidas letárgicas del pasado.

Sirviéndonos del ejemplo anterior, queremos deciros toda­vía, que el periespíritu sobreexcitado perturba la manifestación normal de la conciencia del espíritu, así como el caballo desbo­cado vence el control y el comando del cochero, que es el res­ponsable del vehículo remolcado. En consecuencia, sólo existe un recurso aconsejable para ambos: en el caso del espíritu, éste debe ser encarnado en un cuerpo letárgico que restrinja la diná­mica muy acelerada de su periespíritu, y en el caso del caballo, necesita ser unido a un carro tan sobrecargado, que le impida cometer cualquier desatino.

De la misma forma, el periespíritu descontrolado, que esca­pa a la acción directora de la conciencia del espíritu y perjudica el cuerpo por la violencia de las pasiones y de los hábitos indis­ciplinados, ha de corregirse de su excitación nociva por medio de la prisión obligatoria en un cuerpo letárgico, retardado o propicio a la imbecilidad. Los desatinos y las pasiones del pretérito pueden haber llevado al periespíritu a tal excitación violenta, que lo obligue a arrastrar pesadas vestimentas de carne por las estradas de la vida física, a fin de poder reajustarse en su dinámica natural.



Pregunta: Si es como decís, cesa entonces por completo el "libre albedrío", para prevalecer el Karma como un destino im­placable; ¿no es así?

Ramatís: El destino —ya lo hemos señalado con anteriori­dad— es resultante de las acciones y de las fuerzas que la criatura moviliza continuamente bajo su propia voluntad, y a través de ésta, el hombre puede producir situaciones futuras, tanto para mejorar como para empeorar. La voluntad esclarecida di­rige la mente para la consecución de un destino superior, pues es ella la que realmente delibera sobre la movilización y el rumbo de las causas que posteriormente se transforman en los efectos correspondientes.

Justamente, debido a su espíritu libre, es que el hombre usa y abusa de las energías componentes de su periespíritu, las cua­les, por ser fuerzas latentes evolucionadas de la animalidad inferior durante los milenios pasados, cuando son acicateadas, ¡pueden lanzarlo a los más incontrolables desatinos! Entonces, la Ley de Causas y Efectos debe intervenir en el justo tiempo para recuperar el espíritu conturbado y ajustarlo nuevamente a la marcha ascensional de su verdadera vida, al mismo tiempo que la Ley del Karma ajusta el espíritu, conduciéndolo a la situación que merece ante el balance de sus culpas y de sus buenas obras.

Usar bien del libre albedrío, no es practicar el mal a vo­luntad y enredarse en las ilusiones e intereses del mundo físico, y sí valerse exactamente de ese don para libertarse de los ciclos reencarnacionistas de la vida material, con lo que el hombre se inmuniza cada vez más, del Karma del propio planeta que habita.

Francisco de Asís, Buda, Jesús y otros espíritus excelsos que desistieron de competir con los valores ilusorios del mundo ma­terial y renunciaron a la personalidad humana, desarrollaron poderes incalculables en el mundo espiritual, porque sus actos estaban por encima del poder kármico terrestre. No obstante, hombres como Napoleón, Aníbal, César y otros conquistadores de coronas y condecoraciones del mundo transitorio material, están recogiendo todavía los efectos de su precipitación al usar maquiavélicamente de su libre albedrío, fuera de sus necesidades espirituales. El hombre, por su propia voluntad, puede modifi­car o atenuar su Karma futuro, pero es obvio que no puede intervenir extemporáneamente en el Karma de la Tierra que habita, lo cual depende directamente del Karma de la Constela­ción solar. El planeta terrestre no puede eludir su ley kármica ni modificar por su voluntad las etapas evolutivas resultantes de los movimientos y de los reajustes de otros orbes afiliados a la misma ronda planetaria.

El hombre se vale mejor de su libre albedrío a medida que acelera su progreso espiritual y se libera de los ciclos reencarnatorios en la materia física, de donde el Karma planetario, de­masiado severo y restrictivo, reduce la acción de la voluntad humana.


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