Fisiología del Alma


LA TERAPÉUTICA HOMEOPÁTICA



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LA TERAPÉUTICA HOMEOPÁTICA
Pregunta: Hemos tenido ocasión de observar que algunos médicos homeópatas, al examinar a sus consultantes, dejan de lado el cuidadoso examen clínico propio de los médicos alópatas, pareciendo que son indiferentes a los exámenes de laboratorio, radiografías, reacciones sanguíneas y, algunas veces, se limitan a anotar una serie de indagaciones que nada tienen que ver con la enfermedad. Creemos que tal sistema de hacer clínica, inspira cierta desconfianza, pues el cliente observa que no está siendo examinado bajo la técnica médica a la que todo el mundo está acostumbrado. ¿Qué podéis decirnos al respecto?

Ramatís: El médico homeópata experimentado, integrado suficientemente en su función terapéutica, estudioso de las leyes espirituales, a pesar de ser un científico limitado por los cinco sentidos, casi siempre es un ser intuitivo y de sensibilidad psí­quica agudizada, capaz de sondear al enfermo, no solamente en función de su molestia, sino también en su todo "cuerpo y alma", o sea, de conformidad con lo que el enfermo piensa y siente, y cómo actúa. Su tarea consiste en individualizar el remedio más afín y en mayor sintonía con su carácter, con su temperamento y con el todo psíquico de su paciente. Se preocu­pa mucho más por el enfermo que en diagnosticar su enfer­medad.

El paciente del médico homeópata, no debe ser considerado simplemente como el portador de un órgano o de un sistema afectado, o en función de una dolencia específica y, por encima de todo, investigado en razón de su tipo psicosomático, conside­rando todas sus idiosincrasias y síntomas mentales. La suma del todo mental, psíquico y físico del individuo, es lo que inte­resa particularmente al médico homeópata; su entendimiento psicológico, su sentimiento, su emotividad y su raciocinio, en atención al ambiente en que vive. Es fuera de duda que en cual­quier manifestación enfermiza, no se opera en el individuo la separación del sentimiento y la razón, o voluntad y entendi­miento, por cuanto, si tal cosa sucede, resultaría la alienación mental, el completo descontrol orgánico y hasta su muerte fatal.

De ahí que es preciso considerar que la sabiduría homeopá­tica se deriva de la sabiduría divina, pues si el hombre es un todo manifestándose intensamente en el escenario del mundo físico, es obvio que, cuando él se enferma debe ser tratado también "de conformidad con sus obras", o sea: de acuerdo con sus realizaciones, pensamientos, voluntad y sentimientos consagrados en su vida psíquica y física. Para el médico homeó­pata, lo que importa del paciente es su temperamento, sus manías y sus reacciones emotivas; y si fuera posible, ¡hasta sus virtudes y sus pecados! De este modo, el médico puede re­cetar en perfecta conformidad con el carácter y cuadro mental del enfermo, escogiendo la dosis capaz de cubrir lo más posible toda la manifestación mórbida del alma y del cuerpo de su consultante.

El médico homeópata compone el retrato físico y mental del individuo, investigando su sentido personalísimo y la elas­ticidad de sus concepciones morales, religiosas o filosóficas; la capacidad de su raciocinio y hasta sus excentricidades en las re­laciones de la vida común. De esa forma, individualiza el reme­dio que mejor corresponde a la sinopsis mental psicofísica que pueda neutralizar las perturbaciones en su fuente original. Mo­difica, en fin, los síntomas mentales y expele los residuos tóxicos que oprimen el periespíritu del enfermo debido a los desequili­brios temperamentales de la personalidad humana. Es indiscu­tible que esa investigación cuidadosa, exige del médico homeópata un profundo conocimiento de las leyes espirituales que gobiernan la vida humana, con el fin de poder aplicarlas dentro del prin­cipio básico de la Homeopatía. Hay, así, gran semejanza entre el proceso homeopático, en la búsqueda de los ascendientes psí­quicos del enfermo, y la acción de la ley del Karma, de la ley de Causas y Efectos que disciplina los procesos reencarnatorios y las rectificaciones de los espíritus, en los mundos físicos.

De ahí el hecho que el mayor éxito del homeópata, depende mucho del tipo de su convicción espiritual, pues además de su tarea científica, psicológica y de buen lector de almas", ha de ser también eficiente filósofo de las leyes de la vida y del espíritu sobreviviente.

Pregunta: ¿Cómo podríamos apreciar mejor esa profunda relación entre la Ley Kármica y el tratamiento empleado por la Homeopatía, a que os habéis referido hace poco?

Ramatís: Los mentores del orbe terrestre responsables de los destinos humanos, prescriben muchas veces la cura reencarnatoria por un sistema que podemos llamar "homeopatía espiri­tual"; lo que sucede cuando ciertas criaturas enferman por haber subvertido la acción bienhechora de las leyes de la vida en su actuación en los mundos físicos. El cruel, el déspota que abusa de su poder sobre los pueblos humillados, puede ser com­parado a un individuo intoxicado por un medicamento violento. Entonces, la Ley Kármica, actuando bajo la ley "de los seme­jantes", prescribe para la curación de esa intoxicación espiritual, la reencarnación del culpable en situación humillante, ligado a viejos adversarios encarnados en la figura de parientes, desafec­tos o jefes tiránicos, que lo atormentan desde la cuna hasta la sepultura, a semejanza de verdaderas dosis pequeñas de medicamentación homeopática. La Ley Espiritual, en lugar de violen­tar el alma enferma de tiranía, sujetándola a una terapia de tipo alopático que puede eliminar drásticamente los efectos sin ex­tinguir la causa de la enfermedad, prefiere someterlo a la diná­mica de las dosis homeopáticas, situándolo entre los tiranos menores que, entonces, activan o destacan gradualmente su estado enfermizo. En el primer caso, el tirano sería castigado "alopá­ticamente", por el hecho de ser considerada la tiranía como digna de la más drástica eliminación; en el segundo, la Ley del Karma reeduca al tirano, haciéndole sentir en sí mismo los efectos dañinos que sembrara antes. Pero deja su raciocinio abierto para emprender su rectificación psíquica, a semejanza de lo que hace la Homeopatía, que reeduca el organismo sin violentarlo y lo ayuda a renovarse bajo menor cohesión mental y reflexión sensata del enfermo.

Como Dios no castiga a sus criaturas, todas las leyes fun­damentales de su Creación, objetivan la renovación y el reajuste progresivo del "pecador", impeliéndolo para que logre su más pronta ventura espiritual. Ese tratamiento gradual de recuperación del espíritu a través de las distintas reencarnaciones físicas, actúa, pues, como una especie de homeopatía espiritual, mediante la cual la Ley ajusta la maquinaria psíquica del hombre, sin violentar su conciencia formada en el tiempo.



Pregunta: ¿Cuáles son los mayores factores que al comienzo pueden dificultar la cura definitiva del enfermo, bajo el trata­miento homeopático?

Ramatís: La impaciencia y la prisa del enfermo deseando una cura instantánea, creyendo que removidos los síntomas do­lorosos, queda también removida la causa, produciendo estados psíquicos de angustia y desconfianza, que constituyen cortinas de magnetismo negativo que resisten y perturban la plenitud del efecto potencializado de la Homeopatía.

En general, las curas por la Homeopatía, no son tan espec­taculares y tan rápidas como las que se obtienen con la tera­péutica alópata, toda vez qué ésta suprime los síntomas dolorosos de modo brusco, aunque puedan ocurrir futuras recaídas más peligrosas o recrudecer las enfermedades crónicas e incurables incubadas en el organismo. Las dosis homeopáticas, cuando son individualizadas con precisión por el homeópata, no sólo solu­cionan las causas de la enfermedad extinguiendo los síntomas mórbidos que afectan cualquiera región orgánica, sino que ac­túan profundamente en la intimidad del organismo y resuelven otros estados enfermizos que puedan presentarse en el futuro.

Los que recurren al tratamiento por la Homeopatía, quedan generalmente, vacunados contra varios tipos de brotes epidémi­cos contagiosos, sin tener que sufrir el peligro de la saturación medicamentosa. La Homeopatía reeduca el organismo para man­tener activa su defensa y proporcionarle energías que serán controladas por el espíritu, para atender con mayor prontitud al equilibrio psicofísico. Las altas dosis, higienizan el aura vital haciéndola más lúcida, pues no sólo favorecen la circulación desahogada de las energías que vitalizan todo el sistema, sino que establecen el ritmo del trabajo armonioso y coherente de los "chakras" sobre el "doble etérico", que es el cuerpo intermedia­rio entre las relaciones del espíritu y el organismo carnal.

Es cierto que la depuración del espíritu se debe procesar de dentro hacia afuera, a través de la evangelización consciente y de una vida digna a la luz del día; pero, así como la absorción de fluidos animales inferiores ofusca y oscurece el campo áurico del periespíritu, éste también se aviva y aclara cuando la pres­cripción homeopática es acertada.

Por tanto, la terapéutica homeopática, es la gran auxiliar de la terapéutica del propio espíritu.

EL TIPO DEL ENFERMO Y EL EFECTO MEDICAMENTOSO
Pregunta: ¿Qué se entiende por "individuo electivo" en el tratamiento homeopático, al cual os habéis referido en distintas ocasiones?

Ramatís: El tipo electivo, es el que presenta predisposición para la terapéutica homeopática. Así como hay individuos con mejores disposiciones para la música, la pintura o la escultura, los hay también que son sensibles al medicamento homeopático, de psiquismo confiado en la medicina, a pesar de ser aparenté-mente inocua. Esos individuos son capaces de ahorrar las energías y evitar los excesos, cuando se entregan al tratamiento infinitesi­mal. Íntimamente, se eligen para la absorción del remedio; dinamizan, en sí, no la fe inconsciente del sentimentalismo popular y sí la disposición animadora, científicamente dinámica en las vibraciones curativas; siguen al encuentro de la poderosa emisión energética de la alta dinamización.

La homeopatía es una terapéutica que se encuentra en las fronteras espirituales, y las condiciones psíquicas negativas per­judican su incorporación energética, mientras que la disposición favorable es base para el éxito. Solamente en los casos "neutros" de los niños, es cuando la Homeopatía actúa en forma de prescrip­ción pura. El otro tipo electivo para el tratamiento homeopáti­co, tipo casi congénito, es del individuo con gran sensibilidad espiritual, accesible a las ideas nobles, delicado, de psiquismo bien formado y afecto al dinamismo creador. La creencia en las fuerzas magnéticas y la convicción de la supervivencia del alma, son factores que operan en la condición electiva. Ya hemos explicado que la Homeopatía será la ciencia de más éxito en el futuro, porque exige, también, mayor cuota de espiritualidad.



Pregunta: Nos cuesta creer que la cura por la Homeopatía pueda ser auxiliada o perjudicada conforme al carácter del pa­ciente. ¿Podéis aclararnos mejor ese asunto?

Ramatís: Si no fuera así, la medicina homeopática ya habría curado todas las enfermedades físicas de la humanidad terrestre.

El glotón, el falto de piedad, el incrédulo, el libidinoso, el alcohólico, el colérico y el avaro, no son pacientes electivos y de éxito absoluto para la terapéutica suave y generosa de la Homeopatía, como lo son el frugal, el piadoso, el pacífico, el honesto, el casto, el espiritualista, el abstemio o el manso de corazón. Es la ley admirable y exacta de los "semejantes que se curan por los semejantes", actuando en perfecta afinidad con ciertos caracteres, que determina a los primeros el tratamiento y la cura por medio de la terapia tóxica y dolorosa de la Alopa­tía; mientras que los segundos quedan liberados de grandes sufrimientos, porque psíquicamente son electivos a la medicación suave de la homeopatía.

Resulta bien grande la dificultad de los médicos homeópatas, cuando necesitan trasponer el paredón granítico de ciertas almas embrutecidas, en donde la terapéutica suave de las dosis infinitesimales deja la impresión del esfuerzo que haría el rayo de sol para penetrar en el seno de un vaso sucio.

Pregunta: A pesar de vuestras explicaciones, nos extraña que hasta la disposición de la creencia o de la incredulidad espi­ritual, así como la naturaleza de ciertas virtudes o pecados, pueda influir en el tratamiento homeopático. Su acción esencial, ¿no es la de curar el cuerpo físico antes que la moral del enfermo?

Ramatís: Las dosis homeopáticas despiertan energías en la intimidad imponderable de las fuerzas creadoras del mundo infinitesimal, es obvio también que ejerzan mayor acción en el individuo de gran sensibilidad espiritual, accesible a las ideas nobles y a los principios superiores de la vida. Su cuerpo magnético, es de frecuencia elevada y noble, sintonizándose más fácilmente con la efervescencia de las fuerzas y magnetismo de las dosis potencializadas, sin debilitarlas por la presencia de energías inferiores y sin bombardearlas con los petardos tóxicos de la mente desordenada.

Por eso que las criaturitas, al ser menos capciosas y más espontáneas en sus manifestaciones infantiles, son curadas con más facilidad por la Homeopatía.

Aunque para muchos científicos y académicos parece ridícula que hasta la creencia vehemente en la inmortalidad del espíritu llegue a influir en el éxito de la terapéutica homeopá­tica, también es cierto que el espiritualista alimenta una dispo­sición magnética más positiva en su contextura espiritual. El hombre sinceramente creyente en su supervivencia espiritual, emite mejores esfuerzos para elevarse a frecuencias vibratorias psíquicas superiores, contribuyendo al éxito de una medicina que tiene por función dinamizar las energías del cuerpo físico.

Cuanto más consciente y convencido se halle el hombre de su supervivencia espiritual, tanto más lleno de esperanza y optimismo estará sobre su futuro, manteniendo un magnetismo receptivo y excelente que se aviva bajo la acción energética de las dosis infinitesimales. Es evidente que el médico homeópata ha de tener más complejo para tratar y curar a un zulú embru­tecido, que para administrar las dosis dinamizadas a un místico hindú sereno, frugal y pacífico, que tanto domina sus pasiones como se mantiene por encima de todas las vicisitudes humanas. El primero, es la criatura que emerge todavía de la primitiva animalidad con raciocinio primario y sentimiento rudo, inacce­sible al energismo delicado de las altas dosis homeopáticas. El segundo, místico, sereno y comprensible, es un alma profunda­mente electiva y receptiva al catalizador homeopático que potencializará las energías sutilísimas de su elevado psiquismo.



Pregunta: ¿Halláis que el tratamiento homeopático actual es más eficiente que en el tiempo de Hannemann?

Ramatís: Independientemente de cualquier época, la Ho­meopatía cuenta con avanzados recursos terapéuticos de éxito seguro, pues aplica los principios y las reglas establecidos por Hahnemann, que son definitivos, sólidos e inmutables, tanto co­mo las leyes que rigen los fenómenos de la vida humana. Es cierto que los enfermos del siglo XX, además de ser menos elec­tivos en relación con las dosis infinitesimales de la Homeopa­tía se muestran más onerosos para el tratamiento imponderable energético, pues desde la cuna, se saturan de antibióticos, sulfas, salicilatos, barbitúricos y toda clase de medicación violenta que dejan residuos tóxicos. Ante el más inofensivo resfriado, flujo nasal o dolor de oídos del bebé, que las abuelitas liquidaban con conocimientos de yerbas caseras o aceite caliente, los proge­nitores modernos los someten a la tremenda ofensiva de hipodérmicas, que lanzan en la circulación sustancias minerales ofensivas y antibióticos en exceso para una tierna organización que está despertando a la vida terrenal.

Por eso los homeópatas modernos, en muchos casos, antes de prescribir la medicación fundamental para el enfermo, nece­sitan someterlo a un tratamiento preventivo y específicamente desintoxicante, drenando tóxicos y residuos remanentes de la medicación inmoderada, maciza y tóxica. En general, los enfer­mos que buscan al médico homeópata, lo hacen después de haber "perdido la fe" en la Alopatía, cuando se encuentran desorientados, saturados de medicamentos y exhaustos por la incesante peregrinación a través de los consultorios médicos, en los cuales han recibido tratamiento de acuerdo con el tipo de la clínica especializada. Aquí, ante un ritmo irregular acusado por el examen del electrocardiograma, el médico señala una disfunción cardíaca; allí, examinando la colecistografía del mismo enfermo, otro facultativo opina sobre avanzada estasis biliar o adherencia de la vesícula; allá, después de haber sido sometido a nueva serie de radiografías, se puntualiza el diagnóstico de la úlcera duodenal con las tradicionales "cavidades" de la termino­logía médica. El paciente, acuciado y viciado en la búsqueda de una "enfermedad", olvidando que su problema mórbido es sólo uno y que tiene origen en su psiquismo perturbado en esta o en la vida anterior, prosigue sometiéndose a nuevos exámenes, placas radiográficas e investigaciones de laboratorio. Procede a nueva investigación en todo su organismo, ya minuciosamente escudriñado por los más eficientes aparatos modernos, aunque evidentemente sin resultados satisfactorios. No es difícil que después de esa crucial peregrinación y sometido a todos los mé­todos de tortura impuestos por el tratamiento moderno, el en­fermo oiga de un sensato médico lá afirmación siguiente: ¡"Usted no tiene enfermedad alguna orgánica, pues su mal es de origen nervioso"! Y le prescribe la necesidad de absoluta despreocupa­ción, mucho reposo y pocas medicinas, con el fin de evitarle mayor intoxicación.

Sin duda, para ese tipo de enfermo, el tratamiento homeo­pático sería excelente si no se hallase grandemente intoxicado por la Alopatía y sin fe en la medicina terrestre, lo cual lo llevaría también a desconfiar de las dosis infinitesimales. Pero lamentablemente, todavía es pequeño el porcentaje de individuos que se encuentran realmente en condiciones mentales, emotivas y de confianza, para ser tratados por la terapéutica suave y exacta de la Homeopatía.

Pregunta: ¿Podríais darnos algunas explicaciones más sobre esa predisposición mental y emotiva o de confianza para con la terapéutica homeopática?

Ramatís: En el ejemplo que os hemos dado antes, hemos procurado aclarar que no había enfermedad, sino un enfermo mental y emotivo que buscaba el diagnóstico externo de cual­quier enfermedad clasificada científicamente. Su mal residía en el todo del individuo, actuando en su psiquismo y desorga­nizando sus nervios. Actualmente, el miedo al cáncer incurable afecta de tal modo la mente de ciertas personas que, en algunos casos, perturba su equilibrio biomagnético y llega a producir desarmonías orgánicas y estados de enfermedad extraños. Se acentúa esa angustiosa expectativa cancerígena, ante el temor co­mún contra el más sencillo golpe, verruga, quiste sebáceo, etc., tranquilizándose únicamente los más pesimistas, cuando el médi­co le diagnostica otra enfermedad cualquiera diferente y que les inspire menor temor, aunque sea la úlcera gástrica, la colitis, la amebiasis o la diabetes.

Obviamente, cuando ese tipo de enfermo tan pesimista pierde la fe en la ciencia médica alópata, no obstante haberlo impresionado con todo su aparato técnico sensible a su organis­mo, tampoco deposita mucha fe o confianza en el facultativo homeópata, que le prescribe cosas insignificantes sin color y sin gusto... Ante tanto agotamiento neuropsíquico, saturación medi­camentosa y completo desánimo, se hace mucho más difícil des­pertar por la Homeopatía la dinámica del cuerpo torturado y víctima de profunda melancolía. Realmente, para el homeópata, tal enfermo representa un serio problema, por haber sido inyec­tado, saturado de grageas, vitaminas y minerales diversos. Sin duda, ha de haber experimentado todo el arsenal de antibióticos, barbitúricos, salicilatos, sulfas, sustancias mercuriales y estricni­nas. En ciertos casos, su memorial puede ser aun más extenso, pues tal vez haya sido sometido al psicoanálisis por algún discípulo de Freud, que activó las emersiones del subconsciente y le fijó los recuerdos de la infancia, o haber sido sometido al examen de afamado psiquiatra que puede haberlo encuadrado bajo la terminología pintoresca de los tipos esquisotímicos o ciclotímicos, según los estudios de los temperamentos, hechos por Kretschmer.

Pero no cabe duda que se trata de un tipo de enfermo sin disposición electiva alguna y sin simpatía mental emotiva para con el tratamiento homeopático y por no poder demostrar los efectos medicamentosos de la Homeopatía en su organismo físi­co, tal como sucedía con los remedios alópatas, aumentará su desconfianza y desinterés por el tratamiento infinitesimal. Igno­ra, comúnmente, que son las energías vitales del organismo las que, bajo la acción dinámica de la Homeopatía, despiertan y efectúan la curación definitiva, atendiendo a la sabia dirección del espíritu inmortal.

Pregunta: Creemos que tal paciente, habiendo fracasado en el tratamiento alópata, tampoco será curado por la Homeopatía. ¿No es así?

Ramatís: La curación dependerá del propio paciente, como consecuencia de su celo, perseverancia, paciencia y confianza en el tratamiento prescrito por el médico homeópata, pues es evidente que no debe considerarlo un mago o un ser milagroso y sí, un científico que opera obedeciendo las leyes inmutables del gobierno espiritual de su alma sobre el cuerpo físico. En vista de la inmutabilidad de los principios homeopáticos, y a los me­dicamentos que continúan con la misma eficiencia comproba­da hace más de un siglo, la medicina homeopática podrá curar también ciertos enfermos desengañados por la ciencia médica alópata, toda vez que el homeópata consiga identificar su tipo psicofísico exacto y, prescribirle el medicamento constitucional. Para probar esa eficiencia secular de la medicamentación ho­meópata, basta recordar que los mismos tipos de enfermos que hace casi dos siglos, Hahnemann curaba con China, Thuya o Natrum Muriaticum, continúan siendo curados todavía, actual­mente, por los mismos medicamentos, siempre que esos enfer­mos presenten idénticos cuadros psicofísicos que son individua­lizados para la prescripción de tales remedios. El mismo dolor de cabeza producido por el reumatismo blenorrágico, que Hah­nemann curaba con Thuya Occidentalis cuando se manifestaba en individuos impacientes, de hablar rápido, que se irritaban o excitaban con facilidad, los homeópatas modernos continúan curándolos actualmente con la misma Thuya, siempre que sean los mismos tipos psicofísicos, aunque la terminología médica pueda clasificarlos modernamente como casos de cefalalgia ner­viosa, jaqueca crónica o con cualquier otra designación patogé­nica.

Lo que importa realmente al homeópata, no es el nombre o la terminología que oriente el diagnóstico de las enfermeda­des, pero sí saber cuál es el tipo del enfermo, valorado en su todo psicosomático. En el ejemplo que precede, el homeópata lleva en cuenta que, además del dolor de cabeza oriundo del reumatismo gonocócico, el enfermo presenta la característica psicológica de ser fácilmente excitable o irritable, impaciente y nervioso por cualquier bagatela, y teniendo a la vista ese cuadro psicofísico, prescribe la Thuya Occidentalis. Además de tener en cuenta el aspecto enfermo del organismo del individuo, la sabiduría homeopática funda la prescripción de cada reme­dio bajo el mismo paño de fondo mental, psíquico y emotivo del enfermo en cualquier época, por eso permanece siempre estable su farmacología tradicional. La técnica homeopática, que es un proceso definitivo y científicamente comprobado por la experiencia, no cambia en su forma consagrada en el tiempo, puesto que, como ya os lo hemos dicho, ¡cambian las enferme­dades pero no cambian los enfermos!



Pregunta: Nos agradaría comprender mejor por qué motivo ciertos enfermos pueden dificultar el diagnóstico y la selección del medicamento homeopático electivo a su tipo psicofísico, sólo porque están saturados de remedios compactos alópatas o porque se sometieran a prolongado tratamiento médico antagónico con la Homeopatía. ¿No es suficiente al médico homeópata conocer la constitución temperamental o la característica fundamental del enfermo, para hacer con éxito la prescripción?

Ramatís: En nuestras consideraciones, hemos aludido las alteraciones secundarias que pueden ocurrir en el enfermo cuan­do por fuerza de las circunstancias se modifica su temperamen­to acostumbrado o cuando, debido a cualquier perturbación emo­tiva demorada, haya algún trastorno en su patrón mental congénito, dificultando al homeópata el reconocimiento exacto de su verdadero tipo psíquico. Hemos dicho que existen ciertas drogas entorpecedoras o productos tóxicos, algunos usados en la farmacología alópata, que pueden influir en la mente del individuo y establecer condiciones desarmónicas, tales como el alcohol, el opio, la morfina, la quina y la belladona, los cuales, aplicados en exceso, provocan perturbaciones visibles y orgánicas. Hay en­fermos, pues, que en virtud de cierta saturación medicamentosa, se contradicen en su real individualidad y difieren en su psico­logía fundamental o en su tipo original psicofísico. Algunos traen cierto artificialismo mórbido, como si un nuevo tempera­mento secundario se sobrepusiese a su real identidad. El enfermo que peregrina mucho tiempo por los consultorios médicos sin lograr la curación tan deseada, se somete continuamente a toda clase de exámenes radiográficos, sueros, tubos, radioterapias, operaciones, anestesias, cauterios, inyecciones, etc. Termina vol­viéndose una criatura violentada en su temperamento normal y excesivamente irritado o melancólico. Viviendo bajo afirma­ciones llenas de esperanzas e incesantes desengaños, y perspecti­vas animadoras cuando "descubren" la enfermedad, angustias desalentadoras por el fracaso, perplejidad o vacilaciones médicas, ¡cada día se fortalece en la mórbida convicción de su caso incurable! Entonces, su temperamento fundamental sufre alte­raciones, dominado por incontrolable pesimismo. El enfermo procura nuevos facultativos, variando más y más veces sus tonos emotivos, así como sus esperanzas y desengaños. Se somete a otros diferentes métodos psicológicos de indagación médica; re­cibe renovado trato terapéutico y colecciona nuevas opiniones y puntos de vista particulares. Algunos médicos son extremada­mente severos o rudos, con el propósito de impresionar y dominar a su paciente, mientras otros son dóciles y afables. Hay médicos optimistas que alientan al enfermo y los hay pesimistas que optan por la fría realidad y se despreocupan de velar el diag­nóstico.

Cuando el caso se hace difícil de resolver y el organismo del enfermo se agrava, éste se vuelve cada día más dudoso del poder de las drogas milagrosas de la farmacopea moderna; inde­ciso en cuanto a optar por ésta o aquella prescripción, afligiéndose entre la sugestión de operarse o de confiar exclusivamente en su clínico, poco a poco se va convirtiendo en un pesimista, en un hipocondríaco, muchas veces desconfiado e Incrédulo hasta de los propósitos sabios y educadores de la vida humana. Amargado por su melodrama interior, por su "enfermedad" considerada bajo los más variados rótulos profesionales y terminología médica, siente recrudecer aun más su estado enfermizo, mientras se descontrolan sus nervios y se intoxica su mente afligida. Él desáni­mo, la melancolía y la incredulidad en la ciencia humana, llevan a ese paciente a la extrema neurastenia, pudiendo hasta pertur­barlo en sus juicios y ponerlo siempre de mala voluntad con todo y para todos.

El recuerdo de sus padecimientos y la inutilidad de los diagnósticos sentenciosos sobre su mal, bastan para producirle perturbaciones mentales o modificaciones emotivas en su tempe­ramento común. Es un estado mórbido que lo lleva a profunda depresión moral y que en algunos casos le impone hasta la incredulidad espiritual y un estado de rebelión fría contra cual­quier sugestión superior. El verdadero temperamento funda­mental y congénito de ese enfermo, que es torturado y modifi­cado por fuerza del clima angustioso que vive en el silencio de su alma, el médico homeópata tendrá que descubrir y exhu­mar su coraza pesimista, de su melancolía y rebelión que son las manifestaciones accidentales provenientes del fracaso médico anterior. De ahí, pues, la necesidad que tiene la terapéutica homeopática moderna, de abrir el camino y desintoxicar ciertos enfermos, a fin de auscultarles la realidad temperamental y psí­quica exactas, para poder prescribir con éxito las altas dosis constitucionales.

Pregunta: En algunas ocasiones, dijisteis qué para la ma­yoría de los hombres modernos es difícil el éxito inmediato por el tratamiento homeopático. ¿Podéis aclararnos mejor, esto?

Ramatís: Antiguamente, el paciente que se sometía al exa­men médico homeópata, era menos complejo en su todo psico-físico y, por tanto, podía predecir con facilidad la naturaleza de su morbo y anotar las causas exactas y perturbadoras de su psiquismo. Pero, al ser la vida moderna tan contradictoria, con­taminada por costumbres perturbadoras, de vicios elegantes y conflictos emotivos que se inician en la infancia y acompañan al hombre hasta la cueva del cementerio, se crea en él una segunda naturaleza humana más artificiosa, que se impone a la característica psíquica del ser. Se sobrepone a la verdadera individualidad fundamental del enfermo. En verdad, oscurece su verdadero retrato psicofísico, lo que induce al homeópata a vacilaciones, para preceptuar la dosis electiva fundamental.

El hombre civilizado del siglo XX, es un individuó habituado a una alimentación defectuosa; abusa imprudentemente de la vitaminoterapia y de los antibióticos a granel; vive intoxicado por la radiactividad exhalada por las experimentaciones atómi­cas, subvertido por los venenos corrosivos y viciosos del alcoho­lismo, el cigarro y de los entorpecedores; atormentado por el bullicio de las ciudades; víctima constante de los tóxicos medi­camentosos; curtido por la violencia de las hipodérmicas y atrin­cherado detrás de los barbitúricos, con el fin de mantener el control nervioso y conseguir el reposo nocturno. Cada día pone en peligro su equilibrio nervioso, que es acicateado continua­mente por las emociones desordenadas, aumentando, así, el nú­mero de los neuróticos. Aumenta la codicia por ganancias exa­geradas; se piensa en la angustia de la guerra atómica, en el alto costo de la vida, de esa vida que se agrava por el exceso de ruidos, de luz, de radiofonía, de humo por la combustión del aceite y la gasolina, y las emanaciones químicas industriales; cosas éstas con las cuales no se enfrentaba en otros tiempos el ser humano.

Ante ese bombardeo incesante, el psiquismo se halla inde­fenso, descontrolado y mórbido; agravado además por la fatiga orgánica, por las intoxicaciones alimenticias y medicamentosas, por las constipaciones crónicas, por las alteraciones barométricas y térmicas consecuentes de las adaptaciones imprevistas del hom­bre al transporte veloz moderno. Entonces, se perturban las colectividades microbianas responsables de la sustentación física, llegando hasta provocar cierta desintegración mórbida del protoplasma. Es cierto que la descomposición microorgánica es necesaria, con el fin de producir el elemento nutritivo a los virus y miasmas psíquicos desconocidos y ocultos, que "bajan" o se "materializan" desde el mundo astral para atender a la progenie de las bacterias y de los vermes necesarios como orga­nismos simbióticos, útiles a la desintegración de los residuos de la alimentación en los intestinos. Pero ese acontecimiento bio­lógico, debe ser realizado a través de ciclos disciplinados y no por fuerza de un psiquismo perturbado, como ocurre general­mente entre los terrícolas. Aun sabiendo que los microorganis­mos son productos orgánicos que resultan de la muerte de las células o por el desorden de las funciones orgánicas, se podría decir que en la intimidad oculta del cuerpo humano, se procesan fenómenos muy parecidos a los cuadros de las estaciones del año, cuando caen las hojas en otoño, descansa la naturaleza, y se activa cuando prolifera la vegetación en la primavera. La excesiva desorganización mental moderna y el estado de irrita­ción constante de la humanidad, actúan perjudicialmente sobre el hombre, tal como sucede en los días tempestuosos cuando la atmósfera sobrecargada de electricidad, pesa y perturba toda la naturaleza.

Pregunta: Habéis aludido a ciertas situaciones emotivas y mentales que pueden ser modificadas por el uso de la homeopatía. ¿Debemos creer en una terapéutica especial, capaz de modificar mecánicamente hasta la conducta del individuo? Bajo tal aspec­to, ¿no desaparecen la responsabilidad y el mérito espiritual del hombre de conocerse a sí mismo y orientar conscientemente su propia evolución?

Ramatís: El ciclo de las reencarnaciones, ¿no es una tera­péutica divina que obliga al espíritu a rectificar y a progresar compulsoriamente, situándolo en los ambientes hostiles o entre la parentela terrestre adversaria, para hacerlo purgar sus enfer­medades espirituales? ¡Cuántas veces, el hombre cercado por la deformidad física, por una molestia congénita, por una pará­lisis orgánica y hasta sujeto a vicisitudes económicas y morales, está obligado a encuadrarse en los dictámenes del Bien! ¡Sin embargo el espíritu no pierde el mérito de su rectificación espiritual, pues ante la escuela implacable de la vida física, su conciencia decide aprovechar o despreciar la inexorable tera­péutica kármica, aplicada compulsoriamente por la Ley Justa del Padre!

Las dosis infinitesimales por el proceso homeopático, pue­den realmente modificar ciertos síntomas mentales del paciente, pues descargan y hacen volátiles los residuos psíquicos que pue­den hallarse acumulados hace largo tiempo, ya sea intoxicando el espíritu, ya sea descontrolando las emociones, o afectando la dirección normal del espíritu. Es de sentido común que ciertas drogas tóxicas y determinados tipos de estupefacientes, tales como el opio, la morfina, el aurum metalicum, la mescalina, el ácido lisérgico, el gas hilarante, la belladona o la cocaína, pue­den influir en la mente de modo pernicioso, pues provocan dis­torsiones mentales, delirios alucinatorios, estados esquizofrénicos o melancolías, en el psiquismo del hombre sano. De acuerdo con la ley homeopática en donde "los semejantes curan a sus semejantes", esas mismas sustancias tóxicas que en dosis alopáticas provocan estados mórbidos en sus pacientes o viciados, después de ser inteligentemente dinamizadas y administradas en dosis infinitesimales, pueden realizar curaciones en los casos cuyos síntomas mentales se asemejen.

Sucede también, que los estados frecuentes de rabia, me­lancolía, cólera, tristeza, exaltación íntima, injuria o celos, pro­ducen varios tipos de miasmas, virus psíquicos, toxinas y residuos mentales, que sobrecargan el psiquismo y lanzan al espíritu a un círculo vicioso, encadenándolo, indefenso, a la mente rebelde y a la emotividad mórbida, a pesar de querer modificar su patrón psíquico enfermo.

La función homeopática, pues, es la de administrar la dosis catalizadora extraída de la misma sustancia, capaz de provocar estados mórbidos semejantes en el individuo sano. El impacto energético de la dosis infinitesimal, libera el psiquismo enfermo de la carga que allí se condensó por esos virus tóxicos, residuos o miasmas, que impregnan el aura mental e influyen en la región astralina de los sentimientos.

Es cierto que más tarde, el mismo paciente ha de encole­rizarse, posiblemente de nuevo, así como odiar y sentir celos, ya que si la Homeopatía puede aliviarlo de la carga mórbida que pesa sobre su psiquismo, su función no es la de violentar su *libre albedrío" o efectuar modificaciones definitivas en su ca­rácter espiritual, lo que únicamente podría ser concretizado por la sublime evangelización recomendada por Jesús, el Médico Divino. Las dosis infinitesimales pueden actuar en la mente y proporcionar la curación emotiva, pero eso no sucede porque se haya alterado mecánicamente el temperamento o el carácter del paciente y sí por haber reducido el morbo acumulado, como resultante de las contradicciones psíquicas. Ellas producen de­terminadas modificaciones temperamentales y hacen cesar al­gunas tendencias e impulsos mórbidos que estén excitados bajo la presencia excesiva del residuo psíquico tóxico, pero no poseen la fuerza suficiente para imponer definitivamente los principios morales superiores. La criatura descontrolada, podrá con el tiempo enfermarse nuevamente en su psiquismo, aun después de haber sido aliviada por la Homeopatía, si es que vuelve a cometer los mismos desatinos espirituales acostumbrados.

La Homeopatía consigue actuar en la intimidad del ser, así como lo ayuda a mantener un control psíquico desahogado durante la fase de su tratamiento, porque distribuye armoniosa­mente la energía potencializada en el seno de la vitalidad orgá­nica, ayudando al espíritu a conseguir las modificaciones urgen­tes y saludables en su cuerpo físico. Obviamente, es el psiquismo el que modifica el quimismo orgánico, por cuyo motivo —conforme a su mejor disposición emotiva y energética—de él depende el auxilio necesario al cuerpo carnal y a su equilibrio fisiológico. El impacto energético que se produce en el campo mental y psíquico del paciente con la penetración de la energía extraída de la sustancia material potencializada, eleva la fre­cuencia vibratoria emotiva del espíritu enfermo, proporcionán­dole condiciones optimistas y estimulantes para sus reacciones favorables. Sin duda, mejorando el estado mórbido, se reduce también el pesimismo y la melancolía.

De todo lo que dejamos expuesto, verificaréis por qué mo­tivo existen individuos electivos para el tratamiento homeopá­tico, al paso que otros no obtienen éxito inmediato a través del tratamiento.


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