Historias secretas de la última guerra



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18.¡Torpedo!


Por El Comandante Edward L. Beach

EL SUPERACORAZADO japonés “Shinano”, en construcción en el verano de 1942, era, junto con sus gemelos “Yamato” y “Musashi”, mayor que cualquiera de los buques de guerra construídos hasta entonces. Mayor que el “Bismarck”, el monstruo alemán de 50.000 toneladas. Casi tres veces mayor que el “Oklahoma”, que yacía, quilla arriba, en el légamo de Pearl Harbor. Blindaje de 50 centímetros de espesor. Motores de 200.000 caballos de fuerza. Cañones de proyectiles de 46 centímetros.

Pero después de la batalla de Midway, en la que fueron destruídos cuatro portaaviones japoneses, el Ministerio de Marina decidió convertir el “Shinano” en portaaviones. Se le quitó parte de la imponente coraza; no se llegaron a instalar sus enormes torres blindadas y cañones, y en sustitución del peso así ahorrado se instaló una cubierta de vuelo, de acero de 10 centímetros de espesor, que tenía 300 metros de largo por 40 de ancho. Así modificado, el buque podía llevar 150 aviones, los cuales podían despegar y aterrizar simultáneamente. En noviembre de 1944, se celebró la ceremonia del abanderamiento y se colocó con toda solemnidad a bordo un retrato del Emperador con un marco dorado recargado de adornos.

Entonces llegaron malas noticias. Los datos recogidos por el servicio de información indicaban que los ataques aéreos sobre la zona de Tokio iban a ser cada vez más duros. Era posible que el nuevo buque quedase destruído estando aún en el arsenal.

Se decide que el “Shinano” zarpe inmediatamente para las aguas más seguras del Mar Interior. Es una travesía de unos cuantos centenares de millas, pero la mitad del recorrido tiene que hacerse atravesando aguas a las que pueden llegar los submarinos norteamericanos. Hay que correr el riesgo. Que el “Shinano” navegue a toda máquina para que los submarinos no puedan darle alcance. Que se mantenga la travesía en un secreto absoluto.

El 28 de noviembre el “Shinano” se hace a la mar con una escolta de cuatro destructores. Una multitud de obreros y 1.900 tripulantes llenan las cubiertas.

El mismo día, el submarino de la Armada de los Estados Unidos “Archerfish” patrullaba, sumergido, aguas afuera de la Bahía de Tokio. Subió a la superficie a las 17,18. A las 20,48 el Destino descubría sus cartas.

“¡Contacto por radar!” Por el tamaño de la imagen en la pantalla del radar y la velocidad a que se mueve el blanco, no hay ninguna duda de que el “Archerfish” ha encontrado algo realmente grande. Minutos después el “Archerfish”, navegando a su velocidad máxima normal de 18 nudos y abriendo con la proa abanicos de espuma, persigue sin descanso a su presa.

El blanco se mueve a 20 nudos, pero en continuo zigzag. Si el “Archerfish” puede llegar a descubrir el rumbo general del objetivo y seguir una ruta paralela, descontando las curvas, podrá adelantarlo y colocarse en posición de tiro, pese a su menor velocidad.

Pero no basta con 18 nudos. Desde el puente se da la orden:

“¡Forzar las máquinas! ¡Más aprisa!” Los electricistas sacuden la cabeza con un gesto de duda, pero manipulan cuidadosamente los reóstatos para cargar un poco más los generadores. Las hélices trillan el mar con mayor furia. El “Archerfish” está dando de sí todo lo que puede. El cuadrante marca 19 nudos y medio.

Una hora después del contacto inicial se avista por primera vez el objetivo. ¡Un portaaviones! ¡El gordo! ¡La mayor pieza que se pueda cobrar! ¿Será capaz el “Archerfish” de hundir al monstruo?

El capitán José Enright está en todas partes. Pide al maquinista que obtenga, como sea, unas cuantas revoluciones extra de las hélices.

Ordena al oficial torpedero asegurarse de que los torpedos están a punto y los últimos preparativos terminados. Y garrapatea un mensaje que hace enviar por radio:

DE ARCHERFISH A MANDO SUBMARINOS PACÍFICO Y A TODOS SUBMARINOS EN AGUAS IMPERIALES: ESTOY PERSIGUIENDO GRAN PORTAAVIONES ESCOLTADO CUATRO DESTRUCTORES POSICIÓN LAT 3230 NORTE LONG 13745 E, RUMBO 240, VELOCIDAD 20.

Desde Pearl Harbor el almirante en jefe contesta:

BRAVO JOSE DURO CON ELLOS.

Todos los nervios están en tensión. El submarino continúa persiguiendo su pieza.

Una hora antes de medianoche, el grupo de blancos oblicúa hacia el “Archerfish”, pero no se acercan lo bastante para darle oportunidad de sumergirse y atacar. Luego un cambio de dirección los pone fuera de alcance. Tesoneramente, el “Archerfish” continúa la caza.

A las 3,00 llega la hora fatal para el “Shinano”. Cambia otra vez de rumbo y, sin dar crédito a lo que ve, el “Archerfish” se encuentra casi justamente delante del blanco.

¡A-uuh-gaah! ¡A-uuh-gaah! La señal de alarma de inmersión parece penetrar más los oídos que de ordinario. “¡A los puestos de combate, sumergidos!”.

“¡Cuartel de escotilla asegurado, mi capitán!”

“¡Sumergir a ocho grados!” “¡Todas las máquinas a un tercio!”

“¡Profundidad 16 metros!” Cada hombre cumple su misión con absoluta pericia. El “Archerfish” se sumerge suavemente. El radar da la distancia por última vez en el momento en que la antena se sumerge: 10.700 metros, y acercándose rápidamente.

“¡Arriba el periscopio!” El largo y brillante tubo va saliendo de su orificio. El capitán mira atentamente largo rato a la tenue luz del amanecer. Los tripulantes del submarino se preguntan un poco inquietos si se ha sumergido en el lugar debido.

En voz baja, el capitán habla al fin: “Lo veo”.

Estas palabras corren de boca en boca por todo el barco. Los tripulantes se miran y sonríen orgullosos. “¡Lo tenemos en el periscopio!”

La voz del capitán se hace más firme. “¡Distancia... marquen! ¡Abajo el periscopio!”

Todo va bien. A 20 nudos, el enemigo recorrerá la distancia entre el lugar donde se encuentra y el “Archerfish” en nueve minutos. La distancia a la proyección de su trayectoria es de 500 metros. ¡Demasiado cerca! El “Archerfish” se encontrará casi directamente debajo del blanco cuando éste pase.

“¡Virar a babor!” Haciendo girar más su proa en dirección al blanco, el “Archerfish” maniobra para colocarse en posición más favorable para disparar.

“¿Cuánto tiempo queda ahora?” —pregunta con voz ronca el capitán.

“¡Estará aquí en dos minutos!”

“¡Arriba el periscopio!”

Hábilmente, el capitán hace girar el periscopio y echa una ojeada rápida. De repente se detiene: “¡Abajo el periscopio! ¡La escolta está pasando por encima de nosotros!”

El periscopio se repliega rápidamente. Un destructor pasa a toda velocidad por encima del submarino, con un estrépito tan ensordecedor como el de un tren expreso.

“¡Observación de tiro! ¿Están listos los torpedos?” Inconscientemente, la voz del capitán se ha hecho cortante y aguda. Ha llegado el momento en espera del cual no han descansado en toda la noche.

“Todo listo para disparar, mi capitán.”

“¡Arriba el periscopio! ¡Parece perfecto! ¡Rumbo marquen!”

Y la palabra final, la palabra para la que se han estado preparando: “¡Fuego!”

A intervalos de ocho segundos, seis torpedos parten a toda velocidad hacia el enorme blanco. El capitán observa por el periscopio. Cuarenta y siete segundos después, 47 segundos que parecen una eternidad, los esfuerzos del “Archerfish” llegan a su culminación.

“¡Pam!” Luego, al cabo de otros ocho segundos, “¡pam!” ¡Dos impactos comprobados por sus propios ojos! Pero no hay tiempo para hacer de espectador. Aquí viene un destructor. Está a menos de 450 metros. “¡A sumergirse!”

A medida que el submarino va desapareciendo de la superficie, se escuchan otras cuatro explosiones de torpedos que han dado en el blanco.

Después de eso, el parte de patrulla del “Archerfish” se limita a consignar: “Empezamos a recibir un total de 14 cargas de profundidad.”

¿Y qué fue del “Shinano”? Proyectado para poder sobrevivir a 20 torpedos o más, no se hundió inmediatamente. Si su tripulación bisoña hubiese sabido manejarlo, habría podido arribar a buen puerto.

Pero el agua pasaba de los compartimientos averiados a los que no lo estaban, por puertas estancas que no habían sido probadas. Los ingenieros japoneses trataron de hacer funcionar las bombas de achicar y se encontraron con que no estaban instaladas. En plena desesperación, se empezó a hacer una cadena humana que se pasaba los cubos de mano en mano, pero los seis enormes boquetes del “Shinano” eran demasiado grandes.

Y entonces falló la disciplina. De uno en uno, de dos en dos, los marineros fueron abandonando la cadena humana que trataba de achicar el agua. Con espíritu fatalista, la mayor parte de la tripulación se concentró en la cubierta de despegue, con la esperanza de que la salvasen los destructores.

Cuatro horas después de haber recibido los torpedos, el “Shinano” no era más que un casco impotente que cada vez escoraba más. Sólo quedaba una cosa que hacer. Quitar el retrato del Emperador, con su marco dorado, y trasladarlo por medio de una maroma tendida a uno de los destructores. Después comenzó el abandono del buque.

Poco después de las once de la mañana del 29 de noviembre, el “Shinano” zozobraba. Se volteó por completo: su enorme cubierta de vuelo desapareció bajo el agua, su enorme vientre brilló al descubierto y, a popa, sus cuatro hélices de bronce quedaron al aire. Estuvo así unos minutos, temblando y mugiendo. De repente la proa se levantó del agua, mostrando un solo ojo formado por uno de sus gigantescos escobenes, como si el “Shinano” hubiese querido ver por última vez el mundo que iba a abandonar. Rápidamente desapareció bajo las aguas. El “Shinano” había estado en mar abierto menos de 20 horas.

De “Submarine”, © 1946, 47,48,49,50,51,52, por E. L. Beach.


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