Historias secretas de la última guerra


Un fatal error de traducción



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21.Un fatal error de traducción


Por William J. Coughlin

El que primero me refirió esto fue Kazuo Kawai, a la sazón director del Times de Tokio, influyente diario que era órgano del Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón. Durante julio y agosto de 1945 Kawai pasó varias horas diarias en ese Ministerio. De su diario y de sus vívidos recuerdos de aquellos agitados y oscuros días que precedieron a la rendición, sacó esta extraña historia de una simple palabra que quizás ocasionó la transformación del mundo.

GRAVEMENTE maltrecho se hallaba el Japón en la primavera de 1945: Los ataques aéreos aliados estaban destruyendo ferrocarriles, carreteras y puentes más aprisa de lo que podían reconstruirse. Ciudades y pueblos eran ahora ruinas humeantes; millones de personas habían quedado sin hogar, y las provisiones estaban tocando a su término. Los aviones estadounidenses habían destruído cuanto quedaba de la Armada japonesa.

Pero el alto mando militar se negaba a rendirse, empeñado en luchar hasta perder el último soldado. Los militaristas decían que estaban próximos a ganar una batalla decisiva. El general Korechika Anami, ministro de la guerra, prometía que los estadounidenses serían expulsados de Okinawa.

Convencidos de que más ganaría el Japón rindiéndose que continuando la guerra hasta el final, un pequeño grupo de diplomáticos se oponían a los militaristas, y con la esperanza de obtener condiciones mejores que una rendición incondicional, iniciaron conversaciones secretas con la Unión Soviética, todavía neutral, buscando la mediación de Rusia para concertar la paz.

El antiguo primer ministro Koki Hirota visitó el 3 de junio al embajador soviético Jacob Malik, quien oyó con frialdad las propuestas. Luego, el 12 de julio, el Emperador confió al príncipe Konoye un mensaje personal en solicitud de la paz. Las instrucciones de Konoye eran volar a Moscú y poner punto final a la guerra, a toda costa. Pero Stalin y el ministro de Relaciones Exteriores Molotov rogaron que se les excusara, alegando que estaban muy ocupados con sus preparativos para la Conferencia de Potsdam.

Como por casualidad, Stalin mencionó ante el presidente Truman, en Potsdam, que los japoneses habían expresado deseos de iniciar negociaciones. Pero el dictador soviético manifestó que Rusia había rechazado la insinuación por insincera.

El ultimátum de Potsdam fue publicado el 26 de julio de 1945. Lo firmaban los Estados Unidos, la Gran Bretaña y la China, y pedía la rendición del Japón o su aniquilamiento. Entre los jefes japoneses produjo una reacción de alborozo porque sus términos eran más benignos de lo que esperaban. El documento prometía que el Japón no sería destruído como nación y que los japoneses gozarían de libertad para escoger su propio gobierno. Claramente insinuaba que el Emperador conservaría su trono.

Sin vacilación, el Emperador manifestó al ministro de Relaciones Exteriores Shigenori Togo que consideraba aceptable la declaración, y el gabinete se reunió en pleno para estudiar el ultimátum aliado.

He revisado muchos relatos japoneses de esa dramática sesión, y todos coinciden en que la decisión tomada en aquel caluroso 27 de julio era favorable a la paz. El ministro de la Guerra y los jefes del Estado Mayor se opusieron violentamente a la aceptación de las condiciones de Potsdam, pero quedaron en minoría.

No obstante, existían varias complicaciones. ¿Qué hacer con las negociaciones iniciadas por intermedio de los rusos? Sólo dos días antes había sido enviada a Moscú la última propuesta.

Otro detalle que el gabinete estaba obligado a considerar era que hasta ese momento los japoneses no habían tenido noticias del ultimátum sino por medio de la radio. ¿Podía el gobierno actuar sobre la base de esa información no oficial?

No se esperaba que la demora para anunciar la aceptación de los términos aliados fuera larga; pero mientras tanto el primer ministro Kantaro Suzuki debía recibir a los periodistas al día siguiente y era indudable que lo interrogarían acerca de la Declaración de Potsdam. Se convino, pues, en que Suzuki diría que el gabinete no había adoptado resolución alguna sobre la demanda de los aliados. El hecho de que el gabinete no hubiera rechazado de plano el ultimátum indicaría al pueblo japonés lo que había en el ambiente.

“El gobierno no tenía intención de rechazar las demandas aliadas”, dice Kawai.

Enfrentado a la prensa el 28 de julio, el ministro Suzuki declaró que el gabinete se mantenía en actitud de mokusatsu. Esta palabra no sólo no tiene equivalente exacto en los idiomas europeos sino que aún en japonés resulta ambigua. Su significado puede ser “desconocer” o “abstenerse de todo comentario”.

Desgraciadamente los traductores de la agencia de noticias Domei no podían saber cuál de los dos significados tenía Suzuki en mientes y, al traducir precipitadamente al inglés la declaración del ministro, escogieron el que no era. Las torres de Radio Tokio esparcieron por el mundo aliado la noticia de que el gabinete de Suzuki había resuelto “desconocer” el ultimátum de Potsdam.

El título a seis columnas del Times de Nueva York correspondiente al 28 de julio de 1945 indica con claridad el sentido que fuera del Japón se dio a la noticia: “La escuadra ataca al saber que el Japón desconoce el ultimátum”.

Lo demás es historia. El secretario de Guerra Henry L. Stimson confirmó en su informe sobre la decisión final de usar la bomba atómica, que el error de interpretación del vocablo mokusatsu fue lo que llevó al ataque de Hiroshima. “El 28 de julio”, escribió Stimson, “el primer ministro del Japón, Suzuki, rechazó el ultimátum de Potsdam... Frente a tal actitud no nos quedaba otro camino que proceder a demostrar que el ultimátum era lo que decía ser. Y para tal propósito, la bomba atómica era un arma eminentemente adecuada”.

Los ataques atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki precipitaron a los rusos sobre Manchuria. Su avance siguió arrollador hasta diez días después de la rendición del Japón. Al cesar el estrépito de la batalla, Rusia había fortalecido extraordinariamente su posición en el Extremo Oriente.

¿Por qué el gobierno japonés permitió que el error de mokusatsu quedara sin aclaración? ¿Por qué no se buscó el esclarecimiento de una equivocación de tan tremendas consecuencias? Aquí entramos en el terreno de las conjeturas.

El ejército japonés estaba arrestando entonces a los que llamaba “traficantes de la paz”. Ni siquiera las posiciones elevadas servían de protección contra los fanáticos militares que arrollaban a todo el que se les oponía. Llegar a la cima del poder de que disfrutaban cuando ocurrió la trascendental reunión del gabinete el 27 de julio, había costado a los pacifistas largos meses de labor clandestina. La situación se mantenía en precario equilibrio, con los impetuosos jefes del ejército y de la marina a duras penas contenidos. Entonces, Suzuki y la Agencia Domei, al lanzar un aparente desafío al mundo aliado, inclinaron la balanza en favor de los militaristas. Los partidarios de la paz tuvieron que guardar silencio para salvar la vida.

Kawai renunció su cargo de director del Times de Tokio y en la actualidad es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Ohio. Según me dijo no hace mucho: “El hecho de no haber entendido los estadounidenses la verdadera actitud del gobierno japonés frente a la declaración de Potsdam es fácil de explicar. Pero la actitud de los rusos al no informar a sus aliados occidentales que el Japón estaba listo a rendirse es algo muy distinto”.

Y uno se pregunta si no es posible que al fortalecer la posición de los rusos en el Extremo Oriente, aquel error de traducción acarreara a los Estados Unidos y al mundo entero una cadena de graves tribulaciones.

De “Harper's Magazine”.



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