Historias secretas de la última guerra


La burla maestra de la “guerra secreta”



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26.La burla maestra de la “guerra secreta”


Por H. J. Giskes

EN DICIEMBRE DE 1943 contaban los aliados, o creían contar, con una vasta red de espionaje y con unos 1.500 saboteadores secretamente organizados en la Holanda ocupada por Alemania. Lo cierto era que las radios “clandestinas” encargadas de transmitir informaciones a Londres funcionaban desde hacía casi dos años en manos alemanas. Tanto los hombres como las crecidas cantidades de armas y explosivos que el Servicio Secreto Anglo-Holandés despachó en cerca de 200 descensos en paracaídas hallaron, al aterrizar en Holanda, comisiones de recibimiento compuestas de alemanes. En tanto que 54 agentes del servicio secreto adiestrados en Londres permanecían prisioneros, agentes del contraespionaje alemán forjaban y transmitían a Inglaterra fantásticos relatos acerca de las imaginarias actividades de tales hombres. Fue éste uno de los ardides más estupendos de cuantos se fraguaron contra los aliados en todo el transcurso de la “guerra secreta”

En el otoño de 1941, hallándome adscrito con el grado de comandante al Abwehr (servicio secreto de información militar de Alemania), recibí orden de trasladarme a la Haya y asumir allí la dirección del contraespionaje en los Países Bajos. Según rumores, existía entre este país y Londres comunicación clandestina por radio. Nos correspondía a nosotros descubrir a los agentes enemigos y desbaratar sus planes tendentes a llevar la guerra a retaguardia de las líneas alemanas.

Nuestro primer éxito efectivo fue el logrado a fines de noviembre. Uno de los nuestros, que se había infiltrado en el movimiento clandestino holandés, informó que dos agentes ingleses estaban organizando en la Haya un nuevo grupo de espías. Corroboró este informe en enero de 1942 el teniente Heinrichs, de la sección de interceptación de radiocomunicaciones, quien oyó una nueva emisora que funcionaba en la Haya y cuya señal de llamada era RLS.

Sintonizamos día y noche con la RLS y anotamos todos los pormenores de su técnica de transmisión. No nos proponíamos suprimirla, sino “hacerla contestar”, es decir, manejarla nosotros mismos haciéndonos pasar por agentes de los aliados. Esto nos daría acceso a las operaciones del servicio secreto del enemigo.

Para el 6 de marzo nuestro goniómetro había determinado la posición de la RLS. En la noche de ese mismo día aprisionamos al radiotelegrafista inglés, H. M. G. Lauwers. En un par de horas más echamos el guante a todos sus colaboradores para no dejar cabos sueltos que pudieran echar a perder nuestro plan.

Gracias a los despachos cifrados que cayeron en nuestro poder al efectuar las detenciones, y a los informes debidos al agente secreto que teníamos en el grupo de espías enemigos, desciframos rápidamente la clave de Lauwers. Pero éste rehusó transmitir a órdenes nuestras, y no nos atrevíamos a hacerlo nosotros mismos... por el momento.

El tercer domingo de marzo fui a hablar con Lauwers y le hice presente que era él la única persona que podía secundar mi plan de salvarlos tanto a él mismo como a Thijs, su compañero, de la pena de muerte que les impondría el tribunal militar alemán. Bastaba con que transmitiera los tres mensajes que había dejado pendientes cuando lo hicimos prisionero.

Aunque interesado al parecer en lo que yo le estaba diciendo, Lauwers permanecía silencioso en su asiento. Cambié de táctica.

—Soy soldado —le dije—, y como tal hallo digna de respeto su lealtad al deber. Pero me parece deplorable la misión que Londres le ha encomendado a usted: nada menos que armar a los paisanos para que nos ataquen por la espalda. Todo ejército de ocupación tiene que tomar rehenes a fin de reprimir planes de esa especie. Por mi parte, emplearé cuantos medios estén a mi alcance para impedir que gente fanática de este país reciba armas, al emplear las cuales conseguiría únicamente una cosa: exponer al pueblo holandés a un baño de sangre.

Ya a punto de marcharme, añadí mientras me ponía el capote:

—Va siendo hora de preparamos para la transmisión de hoy. ¿Viene usted, sí o no?

Clavó Lauwers por un instante su mirada en la mía y me dijo luego:

—Sí.


Lauwers transmitió los tres mensajes y recibió después algunos relativos a informaciones enviadas anteriormente por RLS. Como es de suponer, el teniente Heinrichs tenía a uno de sus hombres escuchando y listo a cortar la comunicación si Lauwers trataba de hacemos una jugada. Nada sospechoso ocurrió.26

Tal fue el comienzo de lo que nosotros llamamos la “Operación Nordpol” (Polo Norte).

¿Cuánto tiempo lograríamos mantener esta radiocomunicación con Londres? Si al transmitir despachos cifrados debía emplearse alguna señal, desconocida de nosotros, que sirviese en cada caso para comprobar la autenticidad del despacho, lo más probable era que fracasásemos en la próxima transmisión.

La segunda vez que nos comunicamos con Londres hicieron de allá un encargo urgente: había que disponer una zona de descenso para una considerable cantidad de material de sabotaje y para un nuevo agente.

La noticia impresionó mucho a Lauwers. Nos dijo que no continuaría transmitiendo de ninguna manera. No podía contribuir a que sus compañeros cayesen en nuestras manos.

—Caerán en nuestras manos tanto si usted coopera como si se niega a cooperar —le dije—. Si continúa transmitiendo a órdenes nuestras, me prometo conseguir que la superioridad exima de la pena de muerte a cuantos agentes caigan prisioneros. Piénselo bien antes de decidir.27

Lauwers volvió al radiotransmisor.

La señal del descenso en paracaídas llegó el 27 de marzo. A las once de la noche una corta hilera de automóviles con los faros a media luz fue a apostarse en un bosquecillo inmediato al lugar donde descenderían los paracaídas. Tres de nuestros hombres, provistos de sendas potentes linternas eléctricas de luz roja, fueron a colocarse en los vértices de un extenso triángulo.

Aguardamos por espacio de dos horas. ¿Habrían descubierto los ingleses nuestro juego? ¿Acudirían cargados de bombas al triángulo que marcaban nuestras linternas para hacemos trizas?

Por fin oímos el ronroneo de los motores y un avión pasó volando a menos de 200 metros de altura por el lugar donde nos hallábamos. De pronto, precisamente encima de nuestras cabezas y a la zaga del avión, flotaron en el espacio varios bultos oscuros. Cuatro pesados fardos pendientes de cuatro paracaídas chocaron con sordo golpe contra el suelo. En un quinto paracaídas aterrizó el agente. El bombardero bimotor ganó altura, saludó guiñando las luces y desapareció.

El teniente Heinrichs y yo nos congratulamos con silencioso apretón de manos.

A raíz de este aterrizaje comunicamos a Londres que el agente paracaidista había llegado sin novedad y se hallaba en salvo.

Hubo un intervalo de varias semanas de inactividad, lo cual nos daba mala espina, porque teníamos indicios ciertos de que el Servicio Secreto Anglo-Holandés adelantaba operaciones en Holanda independientemente de nosotros. Entre otras cosas, se había oído funcionar en la región de Utrecht una nueva radioemisora clandestina, y en abril apareció cerca de Holten el cadáver de un paracaidista que al descender dio de cabeza contra una roca a flor de agua y se fracturó el cráneo. Empecé a sentirme intranquilo por la suerte de nuestras radio comunicaciones por la RLS. ¿Habrían barruntado algo en Londres?

La verdad es que nuestro ardid no hubiera surtido efecto por mucho tiempo más, de no ser por lo que aconteció en este punto: ¡accidentalmente, todos los medios de comunicación a través de los cuales Londres controlaba a los agentes del Servicio Secreto Anglo-Holandés en Holanda, cayeron en nuestro poder!

Sin que tuviésemos noticia de ello, tres parejas de agentes provistos de sendos radiotransmisores habían descendido en paracaídas. Según vinimos a saberlo más adelante, uno de estos agentes, el radiotelegrafista Maartens (el mismo cuyo cadáver apareció en el agua) se mató al efectuar el descenso. De los aparatos radiotransmisores, solamente uno llegó en buen estado. Así las cosas, los agentes se reunieron para dar parte a Londres con el único radio transmisor que les que daba, cuya señal de llamada era “Trumpet”. De Londres ordenaron a RLS que se pusiera al habla con uno de los agentes de Trumpet, y con esto vinimos nosotros a quedar enterados de toda la red angloholandesa de radiocomunicaciones.

Trumpet cayó en nuestras manos con su plan de señales y sus claves, lo cual utilizamos para establecer una segunda línea de radiocomunicaciones entre Nordpol y Londres y para proponer un nuevo sector de aterrizaje para Trumpet. El primer descenso de ese grupo se efectuó a las dos semanas.

A todo esto hallamos el plan de señales del difunto Maartens en poder de su compañero Andringa. Dimos parte a Londres, vía Trumpet, de que Andringa había hallado entre los del movimiento clandestino un radiotelegrafista de confianza que podría utilizar el plan de señales de Maartens empleando el aparato radiotransmisor que perteneció a éste, en el cual aparato acababan de hacerse las reparaciones necesarias. Londres sometió al nuevo radiotelegrafista a una transmisión de prueba. El alemán a quien encargamos de hacerse pasar por ese radiotelegrafista mereció la pronta aprobación de los ingleses.

Así establecimos una tercera línea de radiocomunicaciones entre Londres y Nordpol.

Hacia mediados de mayo informó el teniente Heinrichs que sospechaba que Lauwers había agregado algunas letras por su propia cuenta en la última radiotransmisión. Esperamos ansiosos a ver si Londres había entrado en sospechas. Aparentemente no hubo tal. Pero curándonos en salud prescindimos de allí en adelante de los servicios de Lauwers, en sustitución del cual propusimos a Londres radiotelegrafistas “de reserva”. Por extraño que parezca, Londres convino al punto en ello.

En los meses que siguieron, a medida que caían en nuestras manos nuevos agentes enviados de Inglaterra, nuestros operarios utilizaban sus radiotransmisores desde un principio. Al proceder así corríamos el riesgo de que en Londres hubiesen tomado nota del “toque” de esos agentes antes de despacharlos a Holanda. Mas si tal fue el caso, no cuidaron los ingleses de hacer la debida confrontación. Mientras duró Nordpol, en varias ocasiones llegamos a tener hasta 14 líneas de radiocomunicación con Londres... en las cuales empleábamos seis radiotelegrafistas alemanes.

De junio en adelante Nordpol alcanzó extensión increíble. Los envíos en paracaídas se sucedían con regularidad comparable a la de un transportador de cadena. El haber resuelto los ingleses valerse en el futuro únicamente de los medios de comunicación ya establecidos para el despacho de agentes y de material, fue el grande y dramático error que cometieron. Un solo grupo de comprobación que hubiese aterrizado en silencio, y sin conocimiento nuestro, habría bastado para acabar con la Operación Nordpol.

En julio encomendó Londres al grupo RLS una misión de particular importancia: la de practicar un reconocimiento a fin de saber si podrían volarse las torres del inalámbrico de Koorwijk, utilizado por el Almirantazgo alemán para comunicarse con los submarinos del Atlántico. El agente Thijs tomaría el mando de la unidad de demolición. Despaché una partida de reconocimiento y comuniqué luego por radio los resultados exactos: no sería difícil la voladura de las torres.

Thijs y su gente se hallaban listos y aguardaban sólo la orden de proceder. Para cuando llegó la orden ya había discurrido yo la manera de explicar el “fracaso” del plan.

En efecto, a los dos días de haberla recibido radiocomunicó RLS a Londres: “Fallamos en Koorwijk. Nuestra gente tropezó con terreno minado. Cinco hombres perdidos. Thijs y los restantes, inclusive dos heridos, en salvo”. Al día siguiente volvimos a radiocomunicar:

“Dos de los cinco hombres perdidos regresaron. Tres restantes muertos en acción. Enemigo ha reforzado guardia Kootwijk y otros inalámbricos”.

A esto respondió Londres: “Deploramos profundamente pérdidas. Sistema defensa nuevo e imprevisible. Necesario extremar precauciones. Informen cualquier novedad”.

Me las arreglé para que los diarios holandeses publicaran una información acerca de los sucesos de Kootwijk. Conforme a esas noticias, había fracasado la intentona criminal de volar una estación inalámbrica en Holanda. Los elementos de sabotaje hallados por las autoridades hacían presumir que había habido ayuda del enemigo. Calculaba yo que la prensa de naciones neutrales no dejaría de dar publicidad a todo esto, lo cual llegaría así a oídos de mis adversarios de Londres.

Ciertamente, a las dos semanas recibió el grupo RLS un mensaje de felicitación. Manifestaban de Londres que Inglaterra recompensaba la acertada dirección de Thijs con una medalla que le sería impuesta en la primera oportunidad.

Época crítica fue para Nordpol la de junio de 1942 a la primavera de 1943, período en que hubo de participar en la “Operación Marrow”, proyectada por el Servicio Secreto Anglo-Holandés. Jefe de la Marrow era un agente llamado Jambroes, cuya misión —de la cual nos enteramos cuando “representantes del movimiento clandestino” le daban la bienvenida momentos antes de hacerlo nosotros prisionero— consistía en ponerse al habla con los jefes de la Ordedienst, sociedad secreta holandesa, a fin de que organizaran 16 grupos de sabotaje y resistencia compuestos de 100 hombres cada uno.

Como ignorábamos quiénes fuesen los jefes de la Ordedienst, acudimos al expediente de manifestar a Londres que habíamos notado síntomas de desmoralización en la directiva de esa sociedad, debido a haberse infiltrado en ella agentes de espionaje alemán. A renglón seguido insinuamos la conveniencia de que Jambroes se entendiera con organizadores más dignos de confianza.

En agosto de 1942 principiamos a organizar una Marrow de nuestra invención. Tan notables fueron al parecer los progresos de los 16 grupos de sabotaje y resistencia, que para el mes de noviembre había enviado Londres —ateniéndose a nuestros informes— 17 agentes, cinco de ellos radiotelegrafistas con sus aparatos y frecuencias. Al radiocomunicar nosotros que había en la actualidad unos 1.500 hombres adiestrándose para servir de agentes al movimiento clandestino, caímos en la cuenta de que habrían de pensar en Londres que para número tan crecido de gente necesitaríamos con urgencia ropa, calzado, tabaco, té. Obrando de conformidad, pedimos que nos abastecieran de todo eso... ¡y Londres lo hizo con envíos que sumaron cinco toneladas!

De enero a abril de 1943 cayeron en nuestras manos 17 agentes, de los cuales había siete radiotelegrafistas provistos de sendas claves. Me veía yo ahora frente al problema de tener a Londres al tanto de lo que estaban llevando a cabo cerca de 50 agentes. Imposible hubiera sido hacerlo por mucho tiempo; nuestros seis radiotelegrafistas alemanes no soportarían tal faena. En consecuencia, solicitamos permiso de Londres —y lo obtuvimos— para suspender el funcionamiento de algunos radiotransmisores de Marrow “por razones de mayor seguridad”.

En cierta ocasión nos salvamos en una tabla. A poco de haber caído prisionero el agente enemigo Jongelie, cuyo nombre de combate era “Arie”, nos aseguró que para dar a Londres parte de que había aterrizado sin novedad debía radiotransmitir inmediatamente la frase “El expreso salió a tiempo”. Los encargados del interrogatorio quedaron perplejos. ¿Estaría el hombre tratando de hacemos una jugada?

Fui a interrogar yo mismo a Jongelie. Inmóvil en su asiento, respondió una y otra vez a mis preguntas asegurándome que si no transmitía inmediatamente la frase “El expreso salió a tiempo”, Londres daría por cierto que estaba en manos alemanas. Al cabo de un rato fingí que me había convencido. Después de profunda meditación le dije que transmitiríamos esa frase... y de pronto lo miré a la cara. Sorprendí en sus ojos un relámpago de triunfo. ¡Conque en realidad quería él hacemos una jugada!

En el próximo turno de radiotransmisión dimos parte así: “Ocurrió percance. Arie sin sentido consecuencia porrazo caída. Conmoción cerebral de pronóstico grave”. Tres días después enviamos este segundo parte: “Arie recobró ayer conocimiento breve rato. Médico da esperanzas”. y al día siguiente: “Arie murió repentinamente. Confiamos rendirle merecidos honores una vez alcancemos victoria”.

Corríamos con suerte. Como era natural, Londres había adoptado las precauciones de rigor, pero no entraba en sus cálculos la posibilidad de que la red entera de sus comunicaciones con Holanda, bien así como todos sus agentes, pudiesen hallarse en manos de los alemanes.

A raíz del episodio que dejo relatado, la dirección del movimiento anglo-holandés empezó a urgirnos para que despachásemos a Inglaterra al agente Jambroes, jefe de Marrow, con quien deseaba la dirección celebrar consulta. Para salir del paso tuvimos que inventar varias disculpas, de las cuales era la principal y de mayor peso que el viaje por la vía de España resultaba difícil, a más de expuesto. A fin de confirmar esta aseveración dábamos de cuando en cuando parte de la salida de un agente que había tomado el camino de Francia y había desaparecido sin que volviésemos a saber de él. Londres pidió que indicásemos en qué lugares de Holanda podrían aterrizar los aeroplanos que enviarían en busca de Jambroes. A esto respondimos unas veces que no había por el momento tales lugares, y otras, cuando ya estaba a punto de salir de Inglaterra el aeroplano, que el lugar indicado por nosotros para el aterrizaje había dejado de ser seguro. Por último acudimos al único expediente que aún nos restaba: dimos parte de que Jambroes había desaparecido después de “una batida de la policía alemana en Rotterdam”.

Con la mira de remediar esta situación despacharon a Holanda el “Grupo Golf”, que efectuó el descenso en paracaídas. Traía la misión de establecer líneas seguras para el envío de correo y la fuga de personal por Bélgica y Francia hacia Suiza y España. Dejamos transcurrir unas semanas, seis más o menos, al cabo de las cuales radiocomunicó Golf a Londres que quedaba establecida una línea segura hasta París, y que el correo sería un hombre experto llamado Arnaud. En realidad, Arnaud era nuestro Unteroffizier Arno, que haciéndose pasar por francés refugiado en Holanda había entrado en relación con el movimiento clandestino y había logrado infiltrarse de manera efectiva en las líneas de correos del enemigo.

Con el objeto de “poner a prueba la seguridad” de la línea de fuga establecida por Golf despachamos a España dos oficiales de la aviación inglesa que habían permanecido ocultos en Holanda. Pasadas tres semanas avisó Londres que habían llegado sanos y salvos. Esta hazaña valió a Golf y a Arnaud gran crédito en Londres, que no vaciló ahora en enterar los de pormenores relativos a tres puestos del Servicio Secreto Inglés establecidos en París y ocupados a la sazón en facilitar líneas de fuga. No tomó el contraespionaje alemán medida alguna contra esos puestos, guiándose por la norma de que conseguir informaciones (como en efecto las conseguimos, y en abundancia) es más importante que eliminar un grupo enemigo.

En meses subsiguientes Golf prestó ciertos servicios a los aliados. Buen número de hombres de la aviación enemiga cuyos aparatos habíamos derribado en Holanda o en Bélgica, efectuaron el aventurado viaje de fuga hacia España, sin abrigar ni remota sospecha de que lo hacían amparados por el contraespionaje alemán. De todas esas fugas dábamos parte a Londres, sin olvidarnos de indicar nombres y graduación de los fugitivos; con lo cual, al llegar ellos a Inglaterra, lográbamos nuestro propósito: aumentar la fama de Golf sin que ello perjudicase en nada a Nordpol.

Así las cosas, empezó a asaltarme el temor de que las noticias que procedentes de las naciones neutrales llegaran a oídos del enemigo pudieran desvirtuar los informes que radiocomunicábamos nosotros tocante a la actividad con que estaba llevándose a cabo el sabotaje en Holanda. Para salirle al encuentro a esta posibilidad, hicimos varios simulacros de voladura de vías férreas. Aunque todos ellos se dispusieron de manera que ni por el lugar ni por la hora en que ocurrían resultasen en daño de los trenes, fueron muchos los rumores que provocaron entre los ferroviarios holandeses.

También volamos una embarcación. Fue en Rotterdam, en mitad del río Maas y a la luz del sol. Elegimos para el caso una barcaza de 1.000 toneladas de las que navegan por el Rhin. Iba tripulada por alemanes y en viaje a Alemania, con cargamento de piezas de aviones destrozados. Poco después de las doce de un hermoso día de agosto, acabando de pasar la barcaza bajo el gran puente del Maas, ocurrió la explosión. Enorme nube de humo se elevó de la cubierta, en tanto que la embarcación comenzaba a zozobrar. Mis hombres habían subido a bordo fingiéndose ingenieros de la Luftwaffe; nadie receló de ellos, e hicieron estallar la carga explosiva en el momento y en el lugar precisos.

El autobote del capitán del puerto “acertó a hallarse en las cercanías”, conmigo a bordo. Acudimos prontamente al lugar del siniestro y salvamos a los tripulantes de la barcaza. Flotó ésta, hundida a medias, hacia la orilla, con su cargamento de alas de aeroplano y fuselajes viejos. Miles de vecinos de Rotterdam, agolpados en la ribera, prorrumpieron en aplausos y exclamaciones de júbilo. ¡El hundimiento de la barcaza fue un éxito resonante de publicidad!

El capitán del puerto, digno oficial de la Marina alemana, pasó siete días interrogando febrilmente a la tripulación de la barcaza, con el inútil empeño de averiguar el origen del sabotaje. Jamás lo logró.

El 31 de agosto de 1943 los agentes Ubbink y Dourlein, que formaban parte del grupo de cincuenta y tantos que teníamos en la cárcel de Haaren, lograron evadirse y no fue posible dar con ellos. No dudé por un instante que este par de hombres valerosos y resueltos se las ingeniarían de un modo u otro para llegar a Inglaterra. Si lo lograban, desenmascaraban nuestra operación de contraespionaje.

Avisamos a Londres que Ubbink y Dourlein se habían pasado al Servicio de Información Alemán y que probablemente tratarían de viajar a Inglaterra para actuar por cuenta de Alemania. Bien entendía yo que no lograríamos engañar por mucho tiempo al enemigo con esta treta.

En la primera decena de diciembre los mensajes radiotransmitidos de Londres se volvieron de pronto flojos y superficiales. A la cuenta, Ubbink y Dourlein habían llegado ya, y Londres trataría ahora de devolvemos la pelota. Sin darnos por enterados de que al fin nos habían descubierto el juego, continuamos radiocomunicando como si tal cosa con Londres, que por su parte se limitaba a correspondemos con mensajes que decían menos cada vez.

En marzo de 1944 manifesté a Berlín la conveniencia de enviar a Londres un último mensaje que pusiese término a la ahora inconducente farsa de Nordpol. El mensaje, dirigido a quienes sabíamos estaban a la cabeza del Servicio Secreto Anglo-Holandés, decía así:

Señores Blunt, Bingham y Cía., Sucesores, Ltda., Londres. Entendemos que de algún tiempo a esta parte han estado ustedes tratando de negociar en Holanda sin nuestra cooperación. Deploramos que así sea, ya que hemos sido por tan largo espacio de tiempo, y para satisfacción mutua, sus únicos agentes en este país. Podemos asegurarles, sin embargo, que de proponerse ustedes efectuar una visita en gran escala al Continente, sus enviados nos merecerán las mismas atenciones que hasta ahora y les haremos objeto de un recibimiento no menos caluroso.

El texto de este mensaje se transmitió a Inglaterra en lenguaje corriente el 1 de abril por las diez líneas de radiocomunicación que teníamos funcionando. Esta fecha —que en las costumbres inglesas equivale al Día de Inocentes— parecía especialmente apropiada.

A la tarde siguiente nuestros radiotelegrafistas informaron que cuatro de las líneas de radiocomunicación con Londres habían recibido el mensaje, en tanto que las otras seis no habían respondido a la llamada. La operación Nordpol había llegado a su fin.

De “London Calling North Pole”, © 1953, por Opera Mundi



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