PREGÓN DE SEMANA SANTA
Alginet, 21 de marzo de 2015
Introducción1.
Cristo nos enseña con su Pasión a que aprendamos a llevar nuestras pasiones, nuestras cruces. La Semana Santa es sobre todo una escuela en el verdadero amor: ; a saber llevar “mis cruces” con verdadero amor: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. ¿Quiero aprender a dar la vida en una verdadera relación de amor con Aquél que sé que me ama?
La transformación del corazón es la razón de ser de la vida cristiana, el vino nuevo del que habla las bodas de Caná. Al mal no se le vence con mal, la única manera de vencer al mal es con el bien, cambiando los corazones para transformar el mundo. Cambiar la civilización del egoísmo en una civilización del amor.
No se trata de cambiar una situación injusta por otra, que suele resultar también injusta; sino que el mundo se salva a través de la transformación del corazón, que el corazón pase del egoísmo a ese reino del amor.
Las bienaventuranzas son el gran programa de la transformación del corazón que Jesús anuncia; no basta anunciar las actitudes evangélicas, hay que anunciar la persona de Cristo: “el amor de ese loco que me vuelve loca”. Jesús anuncia la nueva ley, la nueva alianza, el amor cristiano, la libertad en Cristo: “Pondré mi ley en sus corazones,les daré un corazón nuevo, les quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne y escribiré mi ley en sus corazones”.
El amor nos hace libres de la esclavitud de la carne, que es la verdadera esclavitud. La verdadera esclavitud es la del vicio que nos tiene esclavos y a veces se invoca equivocadamente la libertad para seguir fomentando el vicio; que haya libertad para que yo siga satisfaciendo mis vicios, de los cuales no me puedo liberar, libertad para seguir atado; esta es la paradoja de la libertad, de la aparente y falsa libertad.
Las Bienaventuranzas proclaman un amor que va madurando, que sale de dentro del corazón. San Pablo destaca que hay en mi como dos leyes, dos tendencias, la ley de la carne y la ley del espíritu: “que hay una ley en mis miembros que no corresponden a la ley de mi Espíritu”. Ese dualismo que notamos en nosotros, tenemos una ley de libertad y una ley de la carne; la sentimos y es tan fuerte que nos preguntamos: ¿qué es lo verdadero en mí, esa tendencia elevadora que me lleva hasta el cielo o es esa ley que me abaja hasta llevarme al barro?
La respuesta es que las dos son verdaderas; existe en mí la ley del espíritu y también la ley de la carne. Y ésta es nuestra realidad, va creciendo en nosotros la ley del espíritu, va invadiendo el amor de Cristo hasta la misma carne y va realizando esa transformación; se realiza en gran parte por la Eucaristía, que nos da ese Espíritu Santo transformador, que va modelando el corazón. Por la fuerza transformadora de la Eucaristía el corazón de carne se purifica en la verdad del amor de Dios.
A veces en el examen de conciencia en el estilo de San Ignacio nos fijamos sólo en el hecho de lo que pueda haber de pecado en nuestra vida, el comportamiento de pecado grave o leve, y corregimos los fallos que tenemos, caer en la cuenta: “ver como ha ido mi vida, para que no entren deformaciones viciosas que se introduzcan a manera de habito”. Cuando hablamos de la corrección fraterna, quizás confundimos corrección con reprender, corregir, con fijarse con lo que se ha hecho esto mal; además, nos sentimos con el derecho de corregir al hermano, de reprender lo que a hecho mal.
Yo creo que la corrección significa, generalmente, enderezar el camino, corregir la ruta, reconducir la desviación. El padre corrige al hijo, no simplemente reprende lo que ha hecho mal, sino que lo encauza. Yo creo que el examen de conciencia sobre todo tiende a corregir la ruta y el comportamiento. A veces es bueno e importante que nos fijemos en las faltas para corregirlas, pero tenemos que fijarnos mucho más en ver si mi corazón se va haciendo más bueno; prestar la atención al corazón. Ver si llego a ser ilimitadamente bueno fruto de la gracia, bueno hasta el meollo más profundo de mí ser; eso se nota en el dominio de la caridad.
Es difícil ser ilimitadamente bueno, ser bueno siempre con todos. Esto sólo viene del amor de Cristo, de su costado abierto, de la sangre y el agua que brotan de él, del don del Espíritu Santo; es algo divino, es la bondad de la gracia del Espíritu Santo y esto es lo que se anuncia en las Bienaventuranzas: Jesús dice: “sólo Dios es bueno”. No hay hombre por más malvado que sea, no sea bueno alguna vez con alguien; lo difícil es ser bueno siempre con todos, con los amigos y con los enemigos. Tendré que defender esto o corregir aquello pero siempre con bondad.
La primera comunidad cristiana vivía esa serenidad bondadosa y esa comunidad iba creciendo en medio de persecuciones. Para vivir y profundizar la Semana Santa se presupone una compenetración con Cristo en el amor. Vivir de verdad con Cristo vivo.
LA EUCARISTÍA. “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con vosotros”: el que ama desea darlo todo por la persona a la que ama.
“Tomad y comed, tomad y bebed”: soy alimento con mi vida entregada para los demás o pongo límites, condiciones a mi entrega, . La última cena viene a ser como el nuevo Sinaí, la nueva alianza.
El evangelio de San Juan no describe el hecho de la institución de la Eucaristía, sino que introduce en el corazón de este pacto, nos coloca dentro de esa alianza. Llama la atención que San Juan no relata la institución de la eucaristía en la última cena, seguramente ya era conocido para sus lectores; creo que en el lavatorio de los pies que ocupa el lugar de la institución eucarística, Juan está como dándonos la entraña de la eucaristía; creo que el lavatorio de los pies tiene una gran importancia para San Juan.
En el lavatorio de los pies creo que no es simplemente un acto de humildad de Jesús que les lava los pies; destaca San Juan que se levanta de la mesa, se despoja de sus vestidos, echa agua en una jofaina y se dispone a lavar los pies de los discípulos,… hay un misterio. Jesús le dirá a Simón Pedro: “lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, lo entenderás más tarde”. Creo que ahí está realmente el fondo, como una expresión vital, de lo que dice San Pablo a los Filipenses: siendo en su forma a Dios, no se agarró a ella, se despoja de su rango, se humilló, se anonadó a si mismo, tomando la forma de siervo, que es lo que Jesús hace; se despoja de su manto, toma la forma de siervo, se ciñe una toalla, echa el agua en una jofaina y se pone a lavar los pies de cada uno.
¿Cuál es ese misterio? el misterio de la redención, el misterio de la inmolación de Cristo, de la humillación tomando forma de siervo, pero con un matiz que me parece importante, esa redención aplicada a cada uno; a cada uno personalmente le ofrece su sangre, la purificación, su redención. La redención no se impone, se ofrece: se pone a lavar los pies.
Jesús se pone a los pies de cada uno, lava los pies de Judas; es lo que podríamos llamar comunión sacrílega, acepta el signo pero en el corazón lo desprecia, es como una especie de representación teatral; no cree que es el Mesías. Y el Señor no le reprende, le lava los pies, se ofrece hasta el final.
Y la resistencia de Simón Pedro, imagen del discípulo que sigue siendo el mismo, que todavía no sintoniza con el Señor y toma las determinaciones por su cuenta. No se siente necesitado de purificación sino que es simplemente un gesto de una humillación absurda; Jesús insiste: “sino te lo lavo no tienes parte conmigo”; yo tengo que purificarte, tengo que morir por ti, tienes que acoger mi sangre. Entonces es cuando le dice: “si es así, no sólo los pies si no también las manos y la cabeza…”. Hay una generosidad pero todavía no purificada, que es una posible posición nuestra, que es quedarse un poco en nosotros, con reacciones que juzgamos razonables, en una mezcla de nuestro modo de pensar con la acción del Señor.
Ese es el momento del lavatorio de los pies, a Pedro se lo dice: “lo que hago yo tú no lo entiendes ahora, lo entenderás más tarde… a donde yo voy no podéis seguirme ahora, me seguiréis más tarde”; son los tiempos del Señor. Y dicho esto termina Jesús, se vuelve a poner el manto y se sienta, y luego dice: “me llamáis Maestro y Señor, y decís bien porque lo soy… si yo siendo vuestro Maestro y Señor os he lavado los pies así tenéis que lavaros los unos a otros”. Soy haciendo esto que hago, Maestro y Señor por mi humillación hasta la Cruz; no es que lo hago artificialmente, sabiendo que en yo soy así y me abajo por una especie de lástima de vosotros, si no que he tomado la forma de siervo. Esa es mi enseñanza que tenéis que lavaros los pies unos a otros.
Lo que enseña Jesús en el lavatorio de los pies es la colaboración a la redención de Cristo, dar la vida unos por otros, es la asociación a la pasión de Cristo, el ofrecimiento de Cristo: “tenéis que hacer lo que Yo he hecho unos con otros”. Todo esto se vive de manera especial y concreta en la eucaristía, por eso digo que es como una especie de radiografía de la eucaristía. < La Palabra de Dios llena, la Eucaristía sacia >.
Inmediatamente después del lavatorio de los pies, San Juan anota que Jesús les dice: “en verdad os digo, uno de vosotros me traicionará”. Jesús revela la pena de su corazón, es de los doce, de los que yo elegí, que han convivido conmigo, es una palabra tremenda: “uno de vosotros me hace traición”.
Es el ofrecimiento de un gran amor que incide más en lo que el hace que en lo que recibe. Es más difícil dejarse amar que amar, el que ama se deja amar y dejándose amar ama, así es un amor muy purificado; con que facilidad en el amar ponemos nuestro yo, aparentemente con amor pero desde la concupiscencia que queda dentro, remediar las cosas a la manera humana, por la violencia: < Dime quién es que le parto la cara, no hay traición que valga, es que lo acabo >.
Entonces Pedro le hace una señal a Juan, le había tocado el lado cercano y su cabeza más o menos quedaba en el regazo de Jesús: < pregúntale quien es y me lo dices >. Ese es el precioso espacio donde el Señor nos invita a estar: “estaba reclinado en el seno de Jesús”. Orígenes dice muy profundamente: “Jesús está en el seno del Padre, Juan está en el seno de Cristo”. Juan es el modelo de discípulo perfecto, está reclinado en el seno de Cristo, en el regazo de Cristo y en el Padre, es el amigo que sintoniza con Él: “os tomaré conmigo para que donde yo estoy estén también vosotros.
Lo fundamental de la reparación es la sintonía de corazón, es sentir lo que Él siente, sentir los latidos del Corazón del Señor. Es el momento de su mayor amor, de su entrega de amor; Juan participa del dolor de Cristo al ser traicionado. Y entonces ante el signo de Simón Pedro, deja caer la cabeza sobre el pecho de Jesús y le pregunta: “¿quién es Señor?” Su pregunta brota de una sintonía de corazón, no para vengarse ni para impedirlo, para participar con Él. Jesús le dice: “aquel a quien voy a dar un bocado, ese es”. Le da un signo, un bocado untado en salsa; el gesto que Jesús hace indicara a ese en quien yo estoy poniendo mis delicadezas: < que aquel en quien yo más delicadeza he puesto, éste es >.
El momento del lavatorio de los pies, es el momento de la sintonía de los discípulos, donde se da la unión de corazón del discípulo amado, donde se da el dolor de Cristo y el dolor del amigo reparador por amor.
El Papa Pablo VI siendo nuncio escribió a un cardenal una carta con ocasión del Congreso Eucarístico de Pisa: "Jesucristo en la eucaristía verdaderamente vive y actúa, de donde nosotros podemos tratar con Él en la eucaristía de modo análogo a cómo tratan con Él los discípulos en Galilea". Jesucristo en la eucaristía vive y actúa; yo me dejo modelar por Él. En la eucaristía cuando le adoro, no voy simplemente a hacer algo sino a recibir, a ser bronceado por la eucaristía: "baños de eucaristía”, “vete a estar ante el Señor… es que no sé qué decir... no hace falta, toma baños de eucaristía que son muy buenos y que hacen mucho bien”. Con espíritu de fe dejo que el Señor actúe, Él vive y actúa en la eucaristía.
CRUZ-SUFRIMIENTO. Todo enfoque de vida que no tenga una respuesta ante el sufrimiento es inhumano. En la vida hay momentos para la alegría y el gozo, pero también se pasan momentos de tristeza y de sufrimiento.
La Cruz es todo aquello que en cierto modo es doloroso y molesto para nosotros, que nos tira hacia atrás, que responsablemente afrontamos para pasar de una situación mala a una buena o de una buena o otra mejor.
En el Evangelio encontramos el diálogo de Jesús con Simón Pedro, después de la resurrección, cuando le indica que si le ama apaciente sus ovejas y termina diciendo: “cuando seas mayor otro te atará, te llevará donde no quieres ir, significaba con que muerte iba a glorificar a Dios”.
Esto aparece claro en el caso de Juan Pablo II, siguiendo su biografía; le marcó mucho en su vida el atentado que sufrió en 1981, a los dos años de su pontificado: tuvo entonces una luz especial para comprender que el padecer, el sufrir, era parte de su ministerio.
El Papa Benedicto XVI, en la primera Encíclica sobre la caridad, habla del servicio, de la atención a los necesitados… pero en la Encíclica de la esperanza, habla del comparecer; vamos a indicar algo de esto. En el número treinta y nueve dice:
“sufrir con el otro, por el otro, por los otros, unos por los otros, sufrir por amor de la verdad, de la justicia, sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo, pero una vez más surge la pregunta ¿somos capaces de ello? ¿Él otro es tan importante como para que por él yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento?...”.
Benedicto XVI al hablar del sufrimiento a causa del amor reflexiona sobre lo importante que es la postura que tomamos ante él, indica que lo que marca a la humanidad es la postura ante sufrimiento. Poner la mirada en la pasión de Cristo, en esa postura interior ante el sufrimiento.
En la escuela de Cristo, nos ha dicho: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”; la Cruz es la lección suprema de mansedumbre y humildad, Jesús viene a decirnos: "ven y aprende cómo se da la vida por los hermanos", “aprended a sufrir conmigo". Es la corona de la escuela de Cristo: la lección, la revelación y la glorificación suprema de Cristo; en ella se nos revela el amor y la paternidad del Padre. La pasión es la plenitud de amor de Jesucristo y del Padre, es el supremo amor.
Cuando nosotros veneramos el crucifijo, nunca veneramos el dolor, sino el amor que da la vida, el amor que vence al sufrimiento y al dolor. El Papa Benedicto XVI y el Catecismo de la Iglesia Católica dicen que el amor es el que da sentido a la muerte redentora de Cristo, no es el mero hecho de morir, sino el amor con que muere amando; muere orando y entregándose al Padre, el amor con que da la vida eso es lo que nos salva y eso es lo que veneramos en Cristo, es lo que nos muestra el corazón de Cristo.
Jesús en su vida pública sanaba a los enfermos y consolaba a los tristes; la Iglesia como oficio se inclina a todo el que sufre y trata de aliviar sus sufrimientos. La postura de la Iglesia es muy clara; de ella han surgido muchas instituciones para aliviar el dolor.
San Ignacio al decir , entiende el compadecer con Cristo. Para compadecer, en primer lugar tengo que tener una compenetración con esa persona, tengo que haber tenido ya una relación; en segundo lugar tengo que padecer con esa persona conscientemente y deliberadamente; y en tercer lugar en ese compadecer yo le acompaño.
Voy a explicarlo con un ejemplo que creo que puede dar luz sobre ello: supongamos un matrimonio muy unido, muy cristiano, muy unido y fiel. Llega el momento de la persecución y al marido lo encarcelan, lo torturan, y por fin lo matan. Esta mujer de ese temple que hemos dicho, de esa unión con él, no es que tiene sólo lástima de su marido, es que con-padece con él; es decir, que esos tormentos que sufre, ella lo sufre con el, se compadece con él, no sólo le tienen lástima, perdona con él, lo ofrece con él y así hasta el fin; entrega su vida con él. Esto es una imagen… pero tenemos una realidad, la Virgen en la Cruz se compadece con Jesús.
Pues bien, la gracia que se busca en la pasión es la de compadecer con Cristo; Él que ha querido compadecer al hombre en su miseria. Si yo llego a entrar en ese “compadecer con Él”, aprendo a llevar mi propia pasión y padecimiento que me venga. Caer en la cuenta que en el sufrimiento hay que distinguir dos cosas: el sufrimiento y la actitud de sufrir. El sufrimiento se me impone, me viene, aun sin yo quererlo; voy por la calle, me caigo y se rompe el fémur, quiera o no quiera se ha roto y eso duele. Podré buscar calmantes o lo que sea, pero el dolor viene sólo, se impone el dolor, está en nuestra naturaleza. El sufrimiento viene así, se impone, pero ahora depende de mi actitud de sufrir, la personalizo. Yo ante ese sufrimiento puedo revelarme e incluso blasfemar de Dios: “yo no quiero y esto no lo soporto". Puedo también ante el sufrimiento tener una actitud de resignación, una visión fatalista: "total, que vamos a hacer, me ha tocado”, “me aguanto". O puede ser también una actitud de aceptación: yo lo acepto y en la aceptación puede ser darse el ofrecimiento. El corazón ante el sufrimiento viene a tomar postura y yo ofrezco en amor ese sufrimiento, lo envuelvo y lo entrego en amor.
Pues bien, esto es fundamental en el compadecer, supone un padecimiento vivido así, y yo entro en esa actitud de sufrir, en ese compadecer si el Señor me lo concede. Y aprendo de esa manera a hacerlo así con mi sufrimiento, a ofrecerlo también.
El Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi, en el número cuarenta dice:
“quisiera añadir aún, una pequeño observación sobre los acontecimientos de cada día que no es del todo insignificante. La idea de poder ofrecer las pequeñas dificultades cotidianas que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido. Eran parte de una forma de devoción, todavía muy difundida, hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción, había sin duda cosas exageradas y quizás hasta malsanas, pero conviene preguntarse, si acaso no comportaba de algún modo, algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir ofrecer?, estas personas estaban convencidas de poder ofrecer sus pequeñas dificultades en el gran compadecer de Cristo, que así entraban a formar parte del tesoro de compasión que necesita el género humano”.
< El amor sin sufrimiento es pobre; el sufrimiento sin amor es insoportable” Beato Carlos de Foucauld.
< El amor y el sufrimiento estaban bailando y el sufrimiento le dijo al amor: no me dejes nunca que sin ti sería horrible; y el amor le dijo al sufrimiento: no me dejes nunca que sin ti no sería tan hermosa >. El sufrimiento sin la cercanía del amor es terrible, el amor que pasa por el sufrimiento se purifica, se ennoblece, se engrandece, se ensancha.
< No vivimos para morir, morimos viviendo >: la muerte no tiene la última palabra en la existencia del hombre, es la vida que vence, el amor que vence el que al final se manifiesta.
< En Cristo crucificado hay mucha belleza > San Agustín.
RESURRECCIÓN. La situación en que se encuentran los apóstoles después de la muerte de Cristo es la desilusión, es desencanto, la desesperanza. San Lucas y San Juan la describe como de un cristianismo podríamos llamar : tienen las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Podemos aplicarles lo que nos dice expresamente Lucas hablando de los dos discípulos de Emaús; iban conversando en el camino sobre los hechos que habían sucedido, en una situación de desaliento. En el desaliento solemos conversar entre nosotros de lo que nos turba, que suele ser de las cosas como las ve el mundo de alrededor; de hecho la palabra de los dos de Emaús es esa: “¿de qué vamos a hablar?Pues eres tú el único extranjero peregrino de Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días". De qué vamos a hablar, de lo que comenta la prensa, el periódico… de lo que habla la gente; y lo comentaban en un nivel semejante a los hechos que habían sucedido.
Es la presentación de lo que podría ser un cristianismo que se ocupa de los hechos de Jesús pero no considera a Jesús vivo en medio de ella; esto me parece fundamental. Es la situación del desaliento de la primera comunidad cristiana, que no cuenta como vivo al que había muerto.
Un primer paso es el anuncio de la resurrección; la Iglesia nos lo anuncia también a nosotros y eso produce un cierto gozo que no es el gozo del gozo de Cristo: “ha resucitado”. Estando ellos con las puertas cerradas, de repente dice San Juan:“estando las puertas de la casa cerradas, Jesús entró y se puso en medio de ellos”. No dice la palabra “entró”, pero recalca que las puertas estaban cerradas; y se puso en medio de ellos: ese ponerse en medio de ellos, en el caso de San Juan, no significa simplemente un episodio, quiere indicar que por la resurrección está en medio de ellos, Jesús resucitado es el centro. Cristo resucitado se ha puesto en medio y todo lo demás gira en torno a Él; Él es el centro. Cristo resucitado en medio de la Iglesia, Él es el centro y entonces les dije: “paz a vosotros”. Ese estar Él con nosotros les llenó de alegría, es el gozo del gozo de Cristo. Es importante ver este < gozo del gozo de Cristo >, que en el caso de San Ignacio desea el ejercitante. En las apariciones el Señor hace sentir su presencia, se muestra presente pero no se reduce al momento de la aparición; el resucitado está en medio de nosotros, está con nosotros. Podríamos decir que son momentos privilegiados de encuentro en fe con Cristo resucitado a través de los sentidos, pero el Señor puede hacer sentir su presencia sin los sentidos, de una forma profunda, con una capacidad interior más allá de los sentidos.
Juan recalca en la resurrección: “la paz con vosotros, y lesmostró las manos y el costado, y se alegraron viendo al Señor”. Destaca la paz que Él transmite y comunica, (esa paz que se había anunciado ya en Belén: “paz en la tierra loshombres a los que ama Él Señor”) y “las manos y el costado”, que son el amor del Señor declarado, realizado y expresado. El costado abierto de Cristo, el amor de Dios que se ha comunicado, el torrente de agua viva que brota de Él, les dice: “paz a vosotros y les mostró las manos y el costado”; se alegraron viendo el Señor, el de las manos traspasadas y el del costado abierto. Y Él les dijo otra vez: “paz a vosotros… recibid el Espíritu Santo”. En San Juan el Espíritu Santo es eminentemente Cristológico: en Cristo se nos da el Espíritu Santo, se nos comunica el amor de Cristo, nos viene a nosotros del costado de Cristo; alentó sobre ellos (corresponde al aliento de Dios sobre el barro de la creación) y les dijo: “recibid el Espíritu Santo”; sopló pero sopló alentando, quiere decir que en el Espíritu se nos da el aliento de Dios, el aliento de Cristo.
Eso no se da de una vez y queda ahí, sino que lo está alentando siempre Cristo, comunicando el Espíritu Santo: “que yo os enviaré dejunto al Padre”; antes se muestra Cristo crucificado y glorioso, con las manos y el costado abierto, dando el Espíritu Santo a la Iglesia. Ahí está como sintetizado todo: la Iglesia donde Cristo glorioso es el centro, dándoles el Espíritu a los apóstoles y es entonces cuando el Señor les comunica el poder de perdonar los pecados y les dice lo que luego aparecerá en los otros Evangelistas: “se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, id por todo el mundo y anunciad el Evangelio”; anunciar es llevar aCristo resucitado en medio de la Iglesia, esto me parece que es capital.
Pues bien esa es la aparición de Jesús, el momento en que Jesús está con ellos, y la prueba está; cuando vuelve Tomás y ellos le dicen que han visto al Señor no les cree, se endurece, se aferra a su postura y el Señor lo ve; Él está presente pero no interviene. A los ocho días cuando él estaba allí endurecido, estando todos con las puertas cerradas, se puso en medio de ellos y les da el mismo saludo: “paz a vosotros”; le dice a Tomás:" venga acá, trae tu dedo mételo en mi mano, trae tu mano y metela en mi costado y no sea incrédulo sino creyente”.
Tocad el costado de Cristo no es tocar la cicatriz, es tocar el amor de Dios en Cristo, el misterio de Cristo que se nos manifiesta; San Juan dirá: “lo que hemos tocado del verbo de la vida”. Es necesario tocar el amor de Cristo para entregarnos a Él. Y luego viene esa conclusión: “a los que creyeron en Él les dio el poder de ser hijos de Dios”. Ese amor de Cristo que se hace tangible y que ha sido tocado por el hombre, le lleva a decir: “Señor mío y Dios mío”; reconoce el amor del Señor y se entrega a Él.
Conclusión: DIÁLOGO DE AMOR (Jn 21, 15-19). Vamos a concluir haciendo una referencia a los propósitos que suelen desanimar mucho: solemos decir: “los mismos de siempre más o menos”; y al poco tiempo ya no los cumplimos. Creo que es bueno distinguir lo que son propósitos de confesión de un propósito de Ejercicios; distinguir propósitos y propósito.
Los propósitos quizás no los llevemos bien por la fragilidad humana; el polvo nos cae encima más o menos y hay un modo de proceder que es poco limpio en las personas sucias. La limpieza de la persona no está en que no le cae ninguna mancha, sino en que no duran las manchas; ahí está la diligencia de la limpieza. Eso es lo que tenemos que vivir en la vida real, ser limpios en lo posible pero no estando obsesionados en no mancharnos; ser limpios, pero cuando vengan las manchas se limpian sin más.
El propósito en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es la reforma de la propia vida o la elección de vida. Cuando habla de reforma de vida, quiere decir que siempre al hacer esa elección, ayuda como modo de proceder para enmendar y reformar la propia vida y estado de cada uno de ellos, entregar su propio ser, tipo de vida y estado a la gloria de Dios nuestro Señor. Después reformar la estructura de la vida, viene el propósito de hacer bien la oración…, de tratar con calidad esos propósitos particulares; examinar mi forma de vida para descubrir ciertos hábitos, costumbres, amistades, desahogos que debo cortar, que desentonan en mi nueva forma de vida: esa amistad que tengo, esa costumbre que he tomado, ese cierto desahogo, esa necesidad de cuidar más a los enfermos,… son ciertas tendencias de mi estado de vida que debo cambiar. Esto es la reforma de vida y me pongo a ello a la luz del Señor a partir de los Ejercicios; he visto que el Señor me pide esto, he visto que debe ser así mi vida y entonces yo eso lo formulo.
Yo aconsejo muchas veces que lo que ahora has visto lo escribas, lo que te parece que debe ser tu forma de vida a la luz del Señor, aunque quizás no lo pueda realizar enseguida; tenerlo delante como el ideal de Obispo que yo he visto. Lo estampo, lo formulo y a eso volveré frecuentemente; porque he visto que así debe ser mi vida la luz del señor, esto es el propósito de vida.
No insistir en los defectos congénitos que tenemos; ahí lo único que yo puedo hacer es poner atención en eso, voy a esforzarme en ese campo. Esto me parece que es el mejor propósito: "voy a esforzarme". Hay mucha gente que dice que no tiene voluntad, yo les pregunto: “¿usted quiere quitar eso?, ¿quiere quitar ese defecto?, ¿pero quiere de verdad? Pues yo lo voy a dar un consejo, si quiere de verdad cambiar cada vez que hable mal de otro aparte usted cinco euros para los pobres, verá usted cómo lo consigue”. Si lo quiere usted de verdad cambiará para bien.
En el conjunto de los relatos de Juan aparece la aparición de Jesús en el amanecer, después de pasar la noche los apóstoles en el trabajo de la pesca inútil; Jesús se manifiesta en la orilla: es lo eterno y lo temporal. Diríamos que la eucaristía se da entre lo temporal y lo eterno.
Se muestra en la orilla y la pregunta fatal: “¿habéis pescado algo?”; respuesta de los apóstoles: “no…echar la red a la derecha y pescar”. Y Juan reconoce a Jesús: “es el Señor”; ésta es la gran palabra, la pronunciamos cuando tenemos mirada atenta y amorosa en oscuridades y en momentos de tiniebla: “es el Señor”. Y Pedro se echa al agua, va nadando hacia la orilla cien metros, sale y tiene ese diálogo entre Jesús y su vicario, Simón Pedro muy mojado; y con esa sencillez se tiene esa conversación, San Ignacio dice que: “en lugar humilde, hermoso y gracioso”. Llegan los otros arrastrando la red y ven unos brasas encendidos y encima pescados puestos y pan; el Señor que cuida de los suyos.
Es la delicadeza de la invitación de la eucaristía, peces y pan como la multiplicación de los panes; debo notar que después de la resurrección, este texto es la primera noticia que tenemos de que Jesucristo fuera cocinero, prepara pez y pan sobre las brasas, que es como sobre su corazón; lo que Él prepara es comida para fortalecerlos, para los suyos cansados de la brega. No se atreven a preguntar quién eres, pues saben que es el Señor.
Al final del almuerzo viene el diálogo con Simón Pedro; Jesús resucitado es como todavía más cordial que en su vida pública porque tiene delicadezas con sus discípulos: les prepara el desayuno… no nos consta que en su vida pública ya lo hiciese y quizás nos extraña.
Y el Señor le pregunta a Pedro: “¿me quieres tú más que estos?”; Jesús va a consolar a Simón Pedro y le va a mostrar la verdad de esa amistad con él, le consuela porque Pedro tenía la pena dentro y el Señor, San Ignacio lo recalca, tiene el oficio de consolar; Jesucristo resucitado es consolador.
Jesús consolaba a los que estaban hundidos; no simplemente consolaba con palabras, sino que también trae el consuelo divino. La espina que tenía Simón Pedro era esta: “¿amo yo a Jesucristo?”; porque creía que lo amaba… en la última Cena lo había manifestado con presunción: “aunque todos tenieguen, yo nuncate negaré”, “de estos no te fíes mucho, que cualquiera te puede engañar, pero yo nunca lo haré”. Creía le amaba ardientemente y resulta que le había negado que fuera discípulo suyo llorando amargamente; le quedó dentro esto: “¿yo amo de verdad a Jesucristo?”. Era su deseo íntimo y Jesús le va a consolar en esto precisamente.
Entonces le hace la pregunta clave: “¿me amas?” Hay una distinción en el diálogo no hay que distinguir mucho: hay dos palabras ágape y filia; filia indica relación de familiar y de amistad. Cuando Jesús dice: “el que ama su padre o su madre más que a mí…”; no usa la palabra ágape sino filia, el que prefiere los contactos afectivos con sus padres más que conmigo no es signo de mi. Jesús le pregunta con la palabra ágape: “¿Me amas? ¿Me quieres?”. Y Simón Pedro le contesta: “Señor tú sabes que yo te quiero" (filia); tú sabes que soy tu amigo pero no se atreve a más, le han hecho mucho bien las caídas, ahora no es presuntuoso si no se confía al conocimiento y al corazón del Señor: “tú sabes que te quiero (que soy tu amigo)… apacienta mis corderos".
Es muy importante que esa amistad que ahí se sella, es amistad con Cristo pastor; no es una amistad de dos en la soledad, es con Cristo pastor: “si me amas cuida mis ovejas”; te las confío amigo mío, tienes que sintonizar conmigo como pastor, amándome a mí tienes que tener mis sentimientos con respecto a mis ovejas: “apacienta mis corderos”. Esto le tranquiliza un poco a Pedro, pero por segunda vez le pregunta Jesús: “¿me quieres?” (ágape); él contesta: “Señor tú sabes que te quiero… sé pastor demis ovejas”. Cuida mi rebaño como algo mío, no como tuyo; con todos tus sentimientos identificados con los míos, en esa unión de corazones.
Por tercera vez le pregunta: “¿De verdad que eres mi amigo?” (filia). Esto le duele a Simón Pedro, que el Señor le pregunté hasta eso; se entristece y le dice: “Señor si tú lo sabes todo, tú sabes que a pesar de todo yo te quiero" (filia). Esas lágrimas de Pedro indican que hay un amor apasionado, que halló un ágape verdadero, que hay amor; es amistad suya está cargada de afecto y la prueba está que al preguntarle esto le llega al alma: “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.
Y entonces Jesús le da esa gran consuelo, le dice: “Yo sé que me amas, y me amas tanto que darás tu vida por mi"; que gran contraste con la última cena, Simón Pedro decía: “Señor te amo más que todos,… esta noche me negarás tres veces”. Simón Pedro se creía incapaz de cualquier infidelidad y al experimentar su debilidad, entonces el Señor le dice: "ahora es cuando me amasy me amas tanto que darás tu vida por mi”, “cuando eras joven ibas a dónde querías, cuando seas mayor… te ceñirán y te llevarán donde tú no quieres ir”; irás donde tú no quieres: "te llevará el señor donde tú no quieres…significaba con que muerte lo iba a glorificar”. Apacienta y cuida a “mis ovejas”; en intimidad de amor, en la confianza de amigos íntimos te confía a los que más quiere: tu marido, tu mujer, tus hijos, tus trabajadores, tus vecinos…
Santiago Bohigues Fernández
Sacerdote
1 La mayoría de estas reflexiones están tomadas de los Ejercicios Espirituales que el P. Luis Mª. Mendizábal, S.J. dio a los Obispos de España del 11 al 17 de enero de 2009.