L. S. Vygotski obras escogidas IV psicología infantil



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Vemos, por tanto, que también el estudio de la afasia nos lleva a la deducción de que el pensamiento en conceptos, relacionado con el lenguaje, constituye una función única en la cual resulta imposible distinguir una sola acción aislada, independiente, del concepto y de la palabra. Esta es la unidad que se disocia y disgrega en la afasia. Las investigaciones comparativas han demostrado que la palabra influye sobre el umbral de la percepción del color, modificando, elaborando así el propio proceso perceptivo. El objeto cambia cada vez que el paciente pronuncia con anterioridad diversos nombres de colores y coincide casualmente con el nombre correcto.

Podemos aplicar esos fenómenos a la afasia amnésica en relación con las denominaciones de los objetos en general. Son alteraciones relacionadas interiormente entre sí y se reducen, como hemos dicho ya, a las dificultades en la esfera del pensamiento categorial. En casos de afasia amnésica lo primero que llama la atención es que el enfermo olvida precisamente el nombre de los objetos concretos. A. Kusmaul opina que cuanto más concreto es el concepto más fácilmente se olvida la palabra que lo designa. Las perturbaciones debidas a la afasia se conceptuaban habitualmente como el paso a designaciones más abstractas a partir de las concretas.

Se trata de una tesis que contradice sin duda al cuadro del proceso dado por nosotros; que consiste precisamente en el paso del afásico a un modo puramente concreto de la percepción y del pensamiento.

Numerosas investigaciones han demostrado que cuando el afásico sustituye las designaciones concretas por otras más generales no relaciona dicho objeto con un grupo determinado de objetos, es decir, no opera con un concepto, manifiesta más bien su postura claramente determinada, frente al objeto; en la mayoría de los casos utiliza en su expresión términos indefinidos tales como “cosa”, “eso”, etcétera, o bien designa la acción que se realiza con ayuda de este objeto. Esos términos más o menos generales que el afásico utiliza para denominar un objeto concreto no sirven para designar conceptos genéricos. La experiencia nos demuestra que es posible utilizar palabras con significado abstracto sin referirse a nada abstracto.

Los autores citados comparan certeramente dicho fenómeno con el siguiente hecho, bien conocido en la psicología infantil: el niño asimila antes las palabras generales, como, por ejemplo, “flor”, que el nombre aislado de sus variedades. Sería erróneo suponer, sin embargo, que el niño por la palabra “flor” entiende algo común a todas ellas. Por el contrario, piensa en algo totalmente concreto. W. Stern subraya especialmente que el niño en dicho estadio no utilizaba lógicamente las palabras aisladas. Vemos, por tanto, que pueden aplicarse designaciones generales sin pensar en nada general.

También el adulto, como suele observarse con frecuencia, usa expresiones generales al referirse a los objetos del todo concretos y particulares. Si tomamos en cuenta este hecho, veremos que en la afasia amnésica el pensamiento desciende, en general, a un nivel más primitivo, concreto y próximo a la realidad. Concuerda plenamente con ello el hecho de que en el afásico se altere no toda la actividad del lenguaje, sabe señalar correctamente los objetos cuyo nombre oye pronunciar y por el contrario si a un objeto que le muestran se le da una serie de denominaciones elegirá el nombre correcto. En opinión de Gelb y Goldstein ese tipo de operaciones no exige que la palabra se comprenda como el signo del concepto, ni que se establezca una relación categorial con el propio objeto.

Sabemos por la historia del desarrollo del lenguaje infantil que las palabras mucho antes de designar los conceptos pueden cumplir otra función, es decir, estar asociadas a la situación de cuerdo con el principio de la imagen sincrética o de un simple complejo.

En la afasia, la alteración fundamental no radica en que el enfermo olvida unas u otras palabras, sino en que todas las palabras, incluso las que recuerda, dejan de representar para él los signos de conceptos. La compleja unidad que subyace en el concepto, aquel complejo de juicios que está en él sintetizado, se disocia y en primer plano se destaca el complejo sistema de relaciones que se encuentran en su subestructura asociativa y que antaño se ha formado alrededor de la palabra. Para comprender la formación del pensamiento en complejos, cuando el concepto empieza a disociarse, conviene recordar la ley de conservación de las funciones inferiores en calidad de instancias supeditadas en las superiores y de la emancipación de las funciones cuando las superiores se alteran o disocian.

En el pensamiento en complejos de los afásicos ocurre lo mismo que en los mecanismos hipobúlicos de los histéricos. Tanto uno como otro pertenecen a un estadio temprano en la formación de las funciones complejas superiores, tanto uno como otro se conserva en calidad de subestructura oculta, como un elemento de servicio auxiliar en el engranaje de una función única y superior. Todos somos portadores de los mecanismos que se revelan en la afasia y la histeria, pero en nosotros son parte de un mecanismo más complejo y en casos de enfermedad se independizan y actúan de cuerdo con sus leyes primitivas.

Ninguna teoría del pensamiento es posible sin una subestructura asociativa. El estadio del desarrollo ya pasado como, por ejemplo, el pensamiento en complejos, no desaparece. En efecto, ¿cómo pueden perderse los nexos establecidos en el transcurso de la vida infantil? Son nexos que constituyen los cimientos de otras unidades, de unidades superiores que se estructuran sobre ellos. Sin embargo, los vínculos más elementales e inferiores se conservan incluso cuando esas unidades superiores, en las cuales están englobados, se disgregan. El complejo, por tanto, está contenido en el concepto como una subestructura superada. El pensamiento en conceptos se basa en el pensamiento en complejos. Por ello el pensamiento en complejos no es un rudimento, ni un mecanismo auxiliar, sino parte integrante interior del pensamiento en conceptos. Precisamente la independización de este momento ocurre en los casos de afasia. Según Gelb y Goldstein este fenómeno dificulta e imposibilita el pensamiento categorial. No se trata únicamente de que para el enfermo resulta imposible hallar la palabra precisa, es que todas ellas están deterioradas en algún aspecto y lo cual en estado normal es propio de ellas y que les permite ser el medio del pensamiento categorial.

Nuestras propias observaciones nos hacen suponer que la causa de ello es la disgregación de las complejas estructuras íntegras que llamamos conceptos y el descenso de la palabra a una función genética más temprana, cuando la palabra era el signo del complejo o el nombre de familia. La afasia, desde ese punto de vista, nos sirve como ejemplo didáctico de un desarrollo opuesto al que se observa en la edad de transición. En la edad de transición los conceptos se estructuran y en la afasia se disgregan. En el primero se pasa del pensamiento en complejos al pensamiento en conceptos, en otro el paso es inverso, del pensamiento en conceptos al pensamiento en complejos. Gelb y Goldstein tienen toda la razón cuando establecen la unidad de tal función que sufre las consecuencias de la afasia que, para ellos, no es ni puramente intelectual ni verbal, sino una función que genera la conexión entre el pensamiento y el lenguaje.

Por tanto, la clave genética para comprender la conducta del afásico es la afirmación de que su pensamiento categorial se altera y es reemplazado por un estadio genéticamente más temprano, más primitivo de la relación concreta visual-directa con la realidad. Nos referimos a un estadio que conocemos por la historia del desarrollo infantil. La palabra como signo del concepto se convierte en la palabra como signo del complejo. De aquí que toda la realidad se aprehenda en otros sistemas de conexión, en otras correlaciones muy distintas del pensamiento en conceptos regulado.

Hemos analizado antes con detalle lo que significa el paso del pensamiento en complejos al pensamiento en conceptos y podemos imaginar fácilmente lo que supone el paso inverso, es decir, del pensamiento en conceptos al pensamiento en complejos. Por ello, podemos no detenernos en una descripción detallada de las peculiaridades en el pensamiento del afásico. Diremos tan sólo que en él se ponen de manifiesto las leyes básicas del pensamiento en complejos establecidas y descritas anteriormente. Hay una última cuestión que nos interesa: ¿cuál es la naturaleza del proceso de emancipación de las capas más primitivas del pensamiento? La solución ese problema puede proporcionarnos la clave para entender la naturaleza del desarrollo y la estructuración de sus capas superiores.

Gelb y Goldstein suponen que a esa forma de conducta le corresponde, en el sentido fisiológico, una determinada y básica función cerebral que por ahora es poco conocida. Creemos que debería ser estudiada sólo en el marco de la teoría general de las funciones cerebrales. Al tiempo que se activa la función, se produce el pensamiento categorial y al mismo tiempo nace la palabra con su valor significativo. Cuando en los afásicos esta función se deteriora se altera la denominación, es decir, la designación correcta y el comportamiento categorial.

Los autores citados exponen su tesis en la siguiente fórmula general: todas las alteraciones que se observan en la afasia están interiormente vinculadas entre sí y revelan un mismo deterioro fundamental, que desde el ángulo psicológico se caracteriza por dificultades en la conducta categorial y el deterioro de una determinada e importante función cerebral en el aspecto fisiológico.

Nos encontramos por primer vez con una serie contradicción entre esa tesis y las ideas sobre la naturaleza del pensamiento en conceptos, a las cuales hemos llegado en el proceso del estudio de su desarrollo. ¿Cabe suponer, a base de los datos sobre el desarrollo de esta forma del pensamiento, que el desarrollo del concepto se base en el desarrollo de cierta función cerebral única, esencial, que aparece tan sólo en la edad de transición? Carecemos de todo fundamento para tal suposición; ni la fisiología del cerebro ni la historia del desarrollo del pensamiento infantil nos permiten hacerla.

Hace tiempo, cuando predominaba la tendencia de encontrar la localización anatómica de todas las funciones psíquicas, K. Wernike28 admitía la existencia de un centro especial de conceptos, no muy restringido, por cierto, que él dividía en dos sectores, uno par las representaciones receptivas relacionadas con el campo sensorial del lenguaje y el otro para las representaciones orientadas a un fin, vinculadas al campo de la proyección motora. La psiconeurología ha avanzado considerablemente en comparación con aquella época cuando se asignaban centros y órganos especiales para cada función psíquica, cuando se admitían paralelismos entre la estructura de las diversas partes del cerebro y el desarrollo de las diversas funciones, cuando W. Wundt situaba el centro de la apercepción en los lóbulos frontales y prevalecía la idea primitiva y no correspondiente con la realidad, de que algunas funciones de la conducta son elaboradas por determinados centros cerebrales a semejanza como las diversas glándulas segregan diversas sustancias. No se tomaban en cuenta el complejo entrelazamiento de las funciones, su compleja estructura, la formación de nuevas síntesis en el proceso fisiológicos en el cerebro. Hoy día la situación en la ciencia es completamente contraria, se ha renunciado a la idea de la localización burda y, según K. Monakov29, el propio hecho de querer localizar en el espacio un proceso que transcurre en el tiempo nos parece contradictorio a sí mismo.

Utilizando la comparación hecha por Monakov, cabría decir que allí donde se altera una función compleja, en el curso del tiempo, resulta tan imposible de localizarla como tratar de averiguar el lugar de un melodía en un cajón musical. La idea de la localización cronogénica adquiere cada vez mayor importancia; según dicha idea, la función compleja se entiende como una operación a cargo de una serie de aparatos y sectores cerebrales aislados que actúan en una determinada secesión y constituyen en su curso sucesivo una determinada melodía, un determinado proceso que posee su propia configuración, estructura y leyes. Monakov dice que se origina una síntesis cronogénica que subyace en cada función compleja.

Desde el punto de vista de la historia del desarrollo y de la formación de las funciones superiores, esa idea nos parece la única correcta. En el proceso del desarrollo las funciones se van integrando en el sistema nervioso. Monakov opina que durante el proceso de la filogénesis y la ontogénesis se forman diversas funciones que encuentran su localización cronogénica. Creemos que admitir un paralelismo directo entre una función cerebral nueva y la formación del pensamiento en conceptos, tesis sostenida por Gelb, es una idea errónea que contradice la historia del desarrollo de las funciones. De hecho nos retrotrae al paralelismo, pero no anatómico, sino fisiológico. ¿Podemos admitir acaso que en el desarrollo histórico de las formas de conducta subyace la adquisición de nuevas funciones fisiológicas por parte del cerebro? No debemos olvidar que el cerebro humano, que posee un inventario acabado, no ha creado el pensamiento en conceptos en las etapas primitivas del desarrollo de la humanidad y del niño y que hubo un tiempo cuando el pensamiento en conceptos era desconocido para el hombre. Incluso hoy día hay tribus que no dominan ea forma de pensamiento. Cabe preguntarse, entonces, si debemos admitir que también los miembros de estas tribus, al igual que los afásicos, padecen alteraciones de esta principal función cerebral.

Hemos procurado demostrar que el desarrollo de las formas superiores del comportamiento históricamente formadas transcurren de manera distinta que el desarrollo de las funciones elementales. Para algunos investigadores, lo más importante radica en que la función significativa de la palabra es una función fisiológica fundamental; por tanto, excluyen la formación de conceptos del desarrollo cultural. Consideran el concepto como una función cerebral, es decir, como una ley natural y eterna. Para nosotros, el concepto es una categoría histórica y no biológica por las funciones que lo generan. Sabemos que el hombre primitivo carece de conceptos. En el campo del pensamiento del afásico ocurre lo mismo que en el del hombre primitivo, o sea, que su conducta desciende a un nivel inferior del desarrollo histórico cultural y no al biológico inferior como sucede en el mundo animal. No se vuelve a las antiguas funciones arcaicas por línea biológica, sino por la histórica. Claro está, que el pensamiento en conceptos tiene su correlato en las funciones cerebrales, pero esa correlación consiste en la síntesis cronogénica, en la compleja combinación temporal y en la unión de varias funciones que se distinguen, en lo fundamental, por dos momentos.



El primero de ellos es su índole secundaria, derivada. Eso significa que no es el propio desarrollo de las funciones cerebrales el que origina la formación de la síntesis cronogénica. El cerebro, al margen del desarrollo cultural de la personalidad, dejado a su propio albedrío, no llegaría jamás a tal combinación de funciones. Recordemos lo dicho antes sobre el surgimiento de las formas lógicas del comportamiento. Hemos visto ya, que la lógica del pensamiento no es otra cosa que las formas de deducciones prácticas del hombre, reflejados y afianzados en el pensamiento. Por tanto, el desarrollo histórico de la práctica humana y el desarrollo histórico del pensamiento humano relacionado con él, constituye el verdadero origen de las formas lógicas del pensamiento, de la función de formación de conceptos y de otras funciones psíquicas superiores. No fue el cerebro el que asimiló el pensamiento lógico en el proceso del desarrollo histórico del ser humano. Para que eso se produzca, no se precisa reconocer la existencia de una estructura del cerebro y en el sistema de sus funciones esenciales hay posibilidades y condiciones para que surjan y se formen síntesis superiores.

A nuestro entender, es así como debe ser explicado el desarrollo de las funciones humanas históricamente formadas en la filogénesis y la ontogénesis, por cuanto estamos analizando las relaciones de esas dos funciones en le cerebro.



El segundo momento se refiere a la síntesis cronogénica que se caracteriza por lo mismo que distingue las partes, la suma de los elementos, de lo integral, de la estructura. En la formación de conceptos, considerada desde el punto de vista fisiológico, no interviene una sola función cerebral como, por ejemplo, la inhibición, la estimulación, etc., sino numerosas funciones de diversas combinaciones y unidades de manera compleja en una compleja secuencia de tiempo. Pero las leyes y propiedades que se ponen de manifiesto durante el proceso de formación de conceptos pueden y deben ser deducidas de las propiedades de su síntesis como un todo único e independiente y no de las propiedades de esos procesos aislados, parciales.

Lo que acabamos de decir se confirma plenamente en el hecho de que las alteraciones en la conducto de los afásicos no abarcan tan sólo la esfera de su pensamiento, sino también las funciones más jóvenes y superiores, todo el nivel superior del comportamiento. Creemos que desde el punto de vista funcional, H. Head define más certeramente las alteraciones que se observan en la afasia; opina que esas alteraciones se deben al deterioro de la función que él denomina como formulación y expresión de símbolos, entendiendo por ello un modo de conducta donde el símbolo –verbal u otro – se intercala entre el comienzo de un acto y su determinada ejecución. Esta fórmula abarca una variedad de modos de comportamiento que, habitualmente, no suelen considerarse como formas de conducta verbal, sino que deben precisarse por vía puramente empírica.

J. Jackson había demostrado ya que en la afasia se altera la posibilidad de formar intenciones y tomar decisiones volitivas, porque ellas presuponen una previa formulación de la acción en forma simbólica. La estructura del acto volitivo se encuentra estrechamente vinculada con la formulación simbólica. Jackson dice que en todas las operaciones volitivas está presente la preconcepción –la acción nace antes de cumplirse, antes de que se realice, se la fabula -. Se trata de acciones ambiguas y debido a ello también en la afasia se alteran los actos volitivos. Se deteriora la función de formación de intenciones al igual como la función de formación de conceptos.

H. Head y otros científicos han demostrado que en la afasia no sólo se perturba el intelecto, sino que se modifica toda la conducta en su conjunto porque se altera la función de formación de conceptos. la percepción desciende a un nivel inferior. El afásico está mucho más esclavizado por su campo visual que el individuo parlante. También la atención voluntaria experimenta grandes cambios. Siempre que la atención dirigida por la palabra, dice Gelb, se distorsiona, la conducta del afásico se aparta de la norma. Dominado por impresiones concretas no puede dirigir su atención. Lo dicho se observa con particular evidencia en los casos de afasia motora: al individuo que la padece le resulta sumamente difícil segregar una parte de un determinado complejo de impresiones o realizar una operación que exige sustituir sucesivamente unas partes por otras.

K. Monakov dice, que el afásico carece de atención voluntaria lo que supone una gravísima alteración. Se altera la memoria en conceptos, volviendo a la memoria concreta, que se basa en la impresión directa; se distorsiona igualmente la compleja acción práctica si para su realización debe formularse un plan y un propósito en conceptos. El enfermo consigue imitar, copiar los movimientos del experimentador sólo cuando los ve en el espejo, pero cuando debe hacerlo sentado frente a él y controlar todo el tiempo la necesidad de transmisión de los movimientos de las extremidades, derecha o izquierda, no logra hacerlo, ya que para ello necesita formular de antemano el propósito y el plan.

Creemos, sin embargo, que esa tesis necesita una enmienda esencial. El afásico no es del todo incapaz de hacer una formulación simbólica. Valiéndose de signos, de restantes palabras puede hacer las formulaciones adecuadas siempre que éstas no exijan pensamiento en conceptos. no debemos olvidar, con relación a lo dicho, la diferencia esencial señalada por Gelb y mencionada ya antes. Cuando el afásico muestra el objeto que se le ha nombrado, esto no exige que tenga pensamiento categorial, demuestra que la palabra puede ser utilizada con los más diversos significados y no sólo en calidad de signo del concepto. Lo que falla en la afasia es las formas de conducta relacionadas con la formulación verbal que se basan en los conceptos. las palabras como signos de complejos se conservan y el pensamiento en los límites y las formas correspondientes a ese nivel primitivo se desarrolla más o menos bien.

El estudio de la afasia, por tanto, demuestra que nuestra hipótesis sobre la unidad de todos los cambios que se producen en la psicología del adolescente se confirma plenamente en la historia de la disgregación de estas funciones. Habíamos supuesto que el desarrollo de funciones tales como la percepción, la memoria, la atención la acción en sus formas superiores se derivaban del desarrollo de la función esencial: la formación de conceptos.

La afasia confirma que la disgregación de la función de formación de conceptos trae por consecuencia el descenso de todas las funciones a un nivel más primitivo. No sólo el pensamiento del afásico, sino todo su comportamiento en conjunto, la percepción y la memoria, la atención y las acciones retroceden en el tiempo, vuelven a la época anterior a la maduración sexual del adolescente. Como dice Gelb, la palabra hace hombre al hombre, lo emancipa de la subordinación a la situación subordinada, le confiere libertad a su percepción y a su acción.

El afásico dice algunas palabras cuando comprende la situación, pero no puede hacerlo cuando por su propia voluntad debe nombrar una acción. He aquí unos ejemplos sencillos. Cuando a un paciente de Gelb, que no podía recordar la palabra “cajita”, le preguntaron al presentarle el correspondiente objeto qué es lo que no recordaba, respondió: “No sé cómo se llama cajita”. Este solo caso demuestra ya que lo esencial en dicha enfermedad no consiste en el olvido de las representaciones de las palabras, sino en que la palabra pierde una de sus funciones que es, además, la superior.

El enfermo de H. Head sabía utilizar las palabras “sí” y “no” como respuesta a las preguntas, pero no sabía pronunciarlas cuando le pedían que lo hiciera. Cuando le pidieron en el experimento que repitiese la palabra “no”, sacudió negativamente la cabeza y dijo: “No, no lo podré hacer”. Según Head, para el afásico existen en lugar de objetos, estados activos. Su memoria se aleja de la memoria en conceptos y retrocede a la memoria de situaciones activas, fenómeno que se manifiesta muy claramente en los experimentos de clasificación de diversos objetos.

En la afasia, los procesos de clasificación se deterioran, el enfermo carece del principio de clasificación o de correlación de los objetos. Para él, lo mismo que para el hombre primitivo, el objeto varía según la situación activa. Al clasificarlos, simplemente restablece las situaciones anteriores, las completa, pero no clasifica los objetos según un indicio determinado, los distribuye tomando en cuenta signos puramente concretos que relaciona entre sí. Los experimentos de clasificación han puesto de manifiesto puros complejos basados, en la mayoría de los casos, en la colección o impresiones similares. Por ejemplo, el afásico incluye en el mismo grupo los más diversos objetos metálicos y en otro, los de madera. Coloca juntos los objetos de modo que haya siempre entre ellos algún nexo concreto, real o la similitud de uno con otro, con la particularidad de que pueden estar incluidos en el grupo objetos seleccionados por diversos indicios. La unidad de relación no es obligatoria par él.


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