Pregunta: ¿Qué explicación nos podríais dar sobre el Infierno descrito por el Catolicismo, dado que para el espirita no existe? Y, ¿cómo nació esa concepción infernal?
Ramatís: La concepción del Infierno, en verdad, está basada en el sufrimiento de los espíritus que desentuman, alucinados por causa de sus crímenes o procederes pecaminosos sobre su existencia terrena. Dejan el cuerpo físico con el periespíritu sobrecargado de magnetismo tan denso e inferior, que caen específicamente en los charcos purgatoriales del astral inferior, atraídos por la fuerza de la ley "de los semejantes atraen a los semejantes". Sufren intensamente, como si todavía estuvieran ligados al sistema nervioso del organismo físico. Les quema la piel periespiritual, produciéndoles la sensación ardiente del fuego, cuyo líquido viscoso y adherente, de los pantanos astralinos, se infiltra como agua hirviendo en las carnes, del hombre encarnado. Por eso, nació y creció en lo íntimo del ser humano la idea del infierno, lleno de braseros, calderos de agua y de cera hirviendo, alimentados por un fuego indestructible. Así como el placer hace pasar el tiempo fácilmente, el sufrimiento del espíritu parece eterno, por eso, los pecadores, en el más allá, se juzgan eternamente condenados al fuego infernal.
Pregunta: Sin embargo, los católicos insisten que el infierno fue creado por Dios, hacia donde fueron desterrados los ángeles rebeldes. ¿Qué opináis?
Ramatís: Dios no creó ningún infierno especial para castigar a sus hijos pecadores, puesto que sería incompatible con su sabiduría y magnanimidad divina. La idea se generó en el cerebro humano por fuerza de los sufrimientos del espíritu, en sus peregrinajes de rectificación por el Espacio. El infierno teológico, representado en los antiguos grabados hebreos, es el producto legendario y tradicional, creado por la fantasía de los hombres. Obedeciendo al condicionamiento de la vida humana, los sacerdotes crearon el cielo para estimular las virtudes y el infierno para reducir los pecados. La belleza, bondad y pureza humana servirían para ejemplificar la figura atrayente del ángel, mientras que la maldad, la perfidia, sadismo y furia humana son los atributos atemorizantes de Satanás. El ángel es lo mejor que se pueda imaginar del hombre y el diablo todo lo peor.
Sin embargo, los teólogos se olvidaron de mejorar el cielo y el infierno a medida que la humanidad evolucionaba a través de los descubrimientos científicos y realizaciones artísticas. En consecuencia, el paraíso teológico, hoy, todavía presenta las mismas emociones y placeres mediocres, conocidos hace milenios; y el infierno continúa con los mismos castigos anacrónicos y el escenario medieval, que la gente pudo haber imaginado en aquella época.
En realidad, el Diablo no deja de ser, más que un producto mórbido de la imaginación humana. Por otra parte, al hombre le es muy difícil pintar un diablo peor de lo que es él mismo, pues la historia terrena es pródiga de atrocidades, crímenes, torpezas, impiedades y venganzas, que ultrapasan la imaginación estrecha de cualquier Lucifer. Evidentemente, que él no tendría capacidad para llevar a cabo cometidos tan devastadores y horribles como los efectuados por las cruzadas de la edad media, donde se despedazaban vivos a los "infieles", millares de católicos apuñalaban a los protestantes por orden de Catalina de Médicis, los sacerdotes quemaban herejes y judíos en las hogueras de la Santa Inquisición. Incursionando en otras edades, observamos la matanza de los cristianos en los circos romanos, además, transformarlos en antorchas vivas, para iluminar las orgías imperiales. Gengis Khan hacía pirámides con las cabezas cortadas al enemigo; Atila, el "flagelo de Dios", arrasaba ciudades indefensas, mezclando la sangre humana con el fuego; acullá, en China, practicaban matanzas monstruosas; en Turquía, se enterraban vivos a los condenados; en la India, clavaban vivos en palos puntiagudos a los infelices. Finalmente, en la última guerra, los nazistas asesinaron millones de judíos en las cámaras de gases o los fusilaban en masas. Y, el pobre diablo mitológico, hubiera quedado entristecido, ante la voluptuosidad y sadismo del hombre del siglo XX, que con sólo apretar un botón, arrojó la bomba atómica y transformó en gelatina hirviente a 120.000 criaturas que respiraban oxígeno y hacían planes de ventura.
Por consiguiente, el Diablo, en la actualidad, es una figura de poca importancia y bastante superada por el maquiavelismo de los hombres, que lo vencieron en la maldad, hipocresía, lujuria, avaricia y deshonestidad.
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