La obra básica del Racionalismo Cristiano, no obstante sencilla, es bien profunda y debe ser vista como el cimiento base de conoci-mientos cuya estructura deberá ser levan-tada mediante el esfuerzo de cada uno



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CAPÍTULO XIV



LA FAMILIA
Las sociedades bien constituidas tienen como base, como fundamento, como suporte, la familia.
Cuando esta se distingue por el cultivo de las su­periores cualidades del espíritu, sin dejarse contaminar por el virus destruidor de la corrupción, su contribu­ción para elevar los índices de perfeccionamiento de las colectividades es de alto relieve.
Asi como la fuerza de cohesión mantiene unidas las células de los cuerpos, en la faz utilitaria y en el medio en que se encuentran, también las familias ne­cesitan de esa fuerza de cohesión para ligar se unas a las otras como células de un todo, y componer una sociedad homogénea, progresista y pacífica, inclinada al desarrollo de las más significativas virtudes.
Esa fuerza de cohesión solo podrá resultar de la afinidad de sentimientos elevados, de las nobles aspira­ciones alimentadas, de la solidaridad en los actos de perfeccionamiento y en la mancomunión de los esfuer­zos empleados en beneficio general.
Cuanto mayor fuere el número de esos núcleos fa­miliares a desarrollar esa fuerza de cohesión, tanto más alto serán los índices de moralidad y honradez del medio ambiente.
El comportamiento de la colectividad, reflejando el estado de la mayoría de sus componentes, represen­ta el nivel medio del perfeccionamiento de un pueblo y revela su capacidad productiva y realizadora, tanto en el campo material, como en el espiritual.
En estas condiciones, crece de importancia, como un gran problema social, la constituición de la família, como tal entendida no la unión de los seres en la desu­nión de los espíritus, pero el verdadero entrelazamiento espiritual y material de los cónyuges para las respon­sabilidades del hogar y la perpetuación de la especie.
A los que se casan, es indispensable la compren­sión de los deberes y derechos de cada cónyuge, que no son, en regla, iguales, pero si complementarios.
Es en la asociación de intereses dirigidos hacia una misma finalidad, sentidos con inteligencia y realizados con dedicación, que se forman y consolidan los lazos espirituales que atraen el marido a la mujer y ésta al marido, poniendo, en segundo lugar, el interés apenas físico que, cuando deturpado, tanto inferioriza a la humanidad.
Al encarnar, trae el espíritu, entre otros deberes, el de constítuír familia, decidido a honrarla y a digni­ficarla, mismo a costa de cualquier sacrificio.
Cometen, pues, grave delito espiritual los que, por acción u omisión, contribuyan para la ruina del hogar y el desmoronamiento de la familia.
Las colectividades, de que se forman las naciones, serán grandes y respetadas, siempre que los fundamentos de su constitución moral   representados por los eslabones espirituales que entrelazan las familias unas a las otras   posean ligaduras suficientemente fuertes para repeler los efectos de las corrientes malignas, por las cuales pasan las vibraciones de la corrupción, del sensualismo desenfrenado, de la egolatría y de la inmo­ralidad.
La familia es el núcleo en que deben ser ejercitadas las virtudes del afecto, de la lealtad, del desprendimiento, de la renuncia, de la fidelidad, del sacrificio, del respeto y de la comunión de sentimientos.
Como corolario, el hogar es una escuela de per­feccionamiento espiritual y un campo de desarrollo psíquico.
Como los errores son fáciles de ser cometidos y difíciles de ser reparados, se impone una permanente vigilancia del ser humano sobre si mismo, para evitarlos.

LIBRO ABIERTO

Aunque grandes sean las responsabilidades en el hogar que pesan, por igual, sobre un matrimonio, ellas nunca son mayores a la capacidad de que disponen para soportarlas.


De marido para mujer, y de esta para el marido, es imprescindible que haya absoluta confianza. Para eso, es necesario que el alma de uno esté siempre en condiciones de poder presentarse a la del otro, como un libro abierto. No deben practicar ningún acto del que se puedan avergonzar, íntimamente, preocupándose en esconderlo.
La situación de reserva, el hecho de tener que ocul­tar faltas, de sentir necesidad de mentir para sostener buenas apariencias, es altamente perjudicial al carác­ter, además de dificultar la evolución espiritual. La vida en el hogar será mucho más feliz, si cada cónyuge se hiciere acreedor de la confianza, sin restricción, y el apoyo moral del otro.
La infidelidad y la prevaricación son actos que, más allá de herir la decencia, maculan indeleblemente, la conciencia proyectada en el plano espiritual para una encarnación.
Pensamientos honestos y fuerza de voluntad en acción son armas poderosas que el ser humano debe usar para protegerse de las embestidas de las fuerzas inferiores que intenten envolverlos en los flúidos per­niciosos de sus corrientes, tan prontamente perciban la afinidad de un sentimiento inclinado a la prevari­cación.
La mujer y el hombre se complementan en el hogar como dos medidas de compensación, en el equilibrio de una situación que debe y precisa ser permanente.
Asi como el espíritu se liga al cerebro y al corazón por cordones flúidicos, afirmándose en esos órganos para posibilitar el equilibrio de las funciones humanas, también la acción espiritual, se desdobla en la constitu­ción del hogar, para delegar al hombre atribuciones de la más alta capacidad del pensamiento y de esme­rado ejercicio, y a la mujer funciones que más se iden­tifican a la sensibilidad y docilidad de su sentimiento, sin excluir los dotes del intelecto, tantas y tantas veces por ella.
De esa manera, es necesario que cada cual se es­fuerze por desempeñar bien su papel. Unidos, cumpli­ran la árdua y dignificante tarea; distánciados en espí­ritu, sembrarán la discordia, el desentendimiento, y la obra quedará por hacer.

ENTENDIMIENTO Y COMPRENSIÓN

Asi como el violín y el arco son dos cuerpos diferen­tes que se unen para producir sublimes sonidos musi­cales en las manos del artista, también los dos seres que se unen por el pensamiento   no obstante dotados de cualidades y atribuciones diferentes   tienen el de­ber de auxiliarse mútuamente, bajo la influencia de las vibraciones armónicas del entendimiento y de la comprensión.


Hombres y mujeres nunca deben preocuparse con los valores de la contribución que aporten, por seren ellos aferidos por medidas diferentes. Los líquidos son me­didos por unidad de volúmen, mientras que los tejidos lo son por unidades de longitud. No puede, por lo tanto, haber comparación y equivalencia entre los dos cuerpos.
De igual modo, es imposible establecer compara­ción equitativa entre la producción masculina y la fe­menina, por faltarle la unidad fundamental, donde se concluye que las atribuciones de la mujer y del hombre, no obstante de igual valor, no pueden ser invertidas, sin contrariar a las leyes naturales y sin producir el desequilibrio correspondiente a esa inversión.
El espíritu no tiene sexo, a pesar de que se cons­tatan en la Tierra tendencias y acciones masculinas y femeninas. Es él propio quien delibera a respecto del sexo que va a adoptar, cuando se decide a encarnar.
En regla general, si encarna como mujer, es para ser madre. Y esa tendencia es tan acentuada, que mal comienza a dar los primeros pasos en la vida terrena, manifiesta especial interés por las muñecas, cuyo cuer­po acaricia, como si fuese la madre a mimar el hijo.
No ocurre lo mismo con el niño, cuya propension se dirige a los caballitos, los automóviles o caja de her­ramientas.
El instinto materno se manifiesta en la mujer desde los albores de la infancia, y ser madre   de cuer­po y alma consagrada a esa misión   es lo más noble y elevado de sus deberes en la Tierra.
Las atenciones que fueren dispensadas a la esposa, para auxiliarla a cumplir sus obligaciones en el hogar, y a la hija, para que se torne buena madre, por mayores
que sean, jamás podrán ser consideradas exageradas­. La mujer precisa recibir atento y delicado tratamiento, para no fallar en sus altos ideales, sintetizados en la grandeza, del hogar y de la prole.
En la obra de la regeneración de las costumbres de la humanidad, desempeña ella un papel del más alto relieve, para cumplimiento del cual precisa estar en contacto permente.con los hijos   que serán los pa­dres y dirigentes del mañana   esforzándose por edu­carlos en los moldes de una conducta moral impregnada de virtudes.
Los niños poseen un subconsciente plasmable, que los torna sensibles a recibir la influencia de la orientacion que les fuere suministrada   educación que debe ser consubstanciada en los principios de honestidad y de amor al trabajo y a la verdad   para que se tornen, en el futuro, buenos ciudadanos, excelentes marido y mujer y padres ejemplares.

BUEN HUMOR

A los componentes de un hogar, jamás deberá fal­tarles la serenidad y el buen humor, cuyo cultivo es de mayor necesidad. Inconciliable con el pesimismo, del que es gran enemigo, el buen humor abre el camino, para el triunfo, ya que desarma a los pensamientos der­rotistas y a los recelos infundados, auyentando al ner­víosismo.


El individuo bién humorado refleja alegría en el semblante, confianza en si mismo y dispone de lo esen­cial para gozar buena salud.
El hogar exige de sus integrantes desprendimiento y tolerancia, para que no falten, entre ellos, la armo­nía y el entendimiento, y no sé debiliten los, lazos de amistad que deben unirlos, cada vez más sólidamente.
Téngase siempre en vista que siendo todos imper­fectos, susceptibles de incurrir en errores, estos deben ser encarados no con indignación o revuelta, pero con calma y comprensión, para lo que es necesario dominar el temperamento impulsivo, violento e intempestivo.
El temperamento de un matrimonio puede diferir del hombre para la mujer, asi como, de un modo gene­ral, difiere el de los hijos, de unos para con los otros, pero esa diferiencía es perfectamente comprensible, desde que se tome en cuenta las diversas categorías es­pirituales existentes en los miembros de una misma familia.
Una de las grandes virtudes humanas consiste en saber respetar el punto de vista ajeno, y jamás perder el, hábito cortés.
El hombre debe contribuír con una parcela de esfuerzos, tan pesada como el de la esposa, para mante­ner la unidad de la familia. En la sombra de su nom­bre honrado, todos, en el hogar, deberán sentirse felices.
La autoridad moral de los padres tiene como fun­damentos más importantes, más profundos, los actos de su vida, y esa autoridad será mayor o menor, con­sonante a la lisura, la sensatez y la honestidad de su procedimiento.
Los buenos padres procuran los ejemplos en la in­desviable rectitud de su conducta, cuando es necesario dar lecciones a los hijos, no admitiendo que estos ad­quieran vicios, no economizando esfuerzos para que se miren en el espejo de su propia vida y los imiten en el comportamiento, en la dedicación a la familia y en el trabajo.
Los hijos necesitan oír los ponderados consejos pa­ternos, para precaverse contra los riesgos y peligros a que estarán expuestos durante la vida.
La remodelacíón de la humanidad comienza por la remodelación de las costumbres de la familia. Es prin­cipio confirmado que cada individuo es lo que quiere serlo, dentro de las posibilidades humanas. Del mismo modo se confirma el adagio de que cada pueblo tiene el gobierno que merece.
De ahí la necesidad de seren elevados, siempre, los índices de constituición de la familia, para que las na­ciones puedan tener una dirección a la altura de su desarrollo espiritual y de su conciencia moral.
El bienestar y la felicidad de un pueblo, fácilmen­te es aferido por los sentimientos de dedicación al hogar y a la familia. Los que rehuyen, sin causa justi­ficada, a constituírla, desobedecen al cumplimiento de sus deberes, ofenden a la sociedad y no pueden ser con­siderados como buenos ciudadanos.
CAPÍTULO XV
EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Un viejo y sabio aforismo enseña que nadie puede dar lo que no posee. En la faz actual por la que el mundo atraviesa, los hombres y las mujeres preparados para suministrar a los hijos una educación a la altura de las exigencias de la vida espiritual y material, están en lamentable minoría.
Los padres, verdaderamente dignos de ese nom­bre, no son los que se limitan a procrear, irresponsablemente, y si los que miden y pesan las responsabili­dades consecuentes del matrimonio, y se preparan para cumplir, conscientemente, los serios. deberes que la pa­ternidad impone
El acto de reproducir, por fuerza de la naturaleza de los cuerpos de los animales en general, es meramente instintivo pero tratándose de los seres humanos, las consecuencias que de él resultan son las más serias y graves.
Los hijos, via de regla, son el retrato de los padres. Con el inmenso poder de asimilación que poseen en la infancia, graban, indeleblemente, en el subconsciente, lo que ven hacer los adultos, y procuran imitarlos.
Por eso, no es posible disociar el hogar de la es­cuela, que él también es, arriba de todo,   escuela buena o mala, de la cual los padres, que son los ma­estros, están continuamente a suministrar a los alumnos   los hijos   lecciones y ejemplos de disciplina o indisci­plina, de virtud o de vicios, de trabajo o de ociosidad, de honradez o de deshonra, de coraje o cobardía, de verdad o de impostura, de dignidad o de envilecimiento, de orden o de desorden, de vergüenza o de desfachatez, de lealtad o de traición, de sinceridad o de hipocresia.
El trabajo de educar tiene su inicio en la cuna. Con pocos días de nacido, comienza la criatura a mani­festar inclinaciones y tendencias que necesitan recibir estímulo, cuando buenas, y represión severa e intransi­gente, siempre que se revelen desrazonables e inconve­nientes.
Las responsabilidades del matrimonio, durante la infancia de los hijos, son inmensas, exigiendo de la mu­jer y del, esposo, para la educación de éstos, además de vigilancia permanente, todo el valor, sacrificio y espíritu de renuncia de que fueren capaces. Esa educa­ción deberá ocupar el primer lugar en el interés de los padres, no substrayéndose nunca de suministrarla.

COMPRENSIÓN Y ENTENDIMIENTO

Los padres no deben atemorizar a los hijos con gri­tos y amenazas, pero proceder, si, con calma, compren­sión y entendimiento, para conquistarles la confianza, la amistad y el respeto. Um buen procedimiento edu­cativo consiste en mantener el hábito de entablar con ellos frecuentes conversaciones, de las cuales aprove­charán, inteligentemente, para abordar las faltas que le hayan observado y auxiliarlos a corregírse, indicándoles lo que deben y precisan hacer para eso.


En lo más íntimo del alma, los hijos, aunque no lo demuestren, siempre sienten gratitud hacia los pa­dres, desde que perciban en ellos el interés por su fu­turo, por su seguridad, felicidad y bienestar.
Al castigo físico, que debe ser aplicado en casos extremos, y moderadamente, los padres deben preferir la supresión de regalías, por un determinado lapso de tiempo.
Todavia, si la gravedad de la falta de exigiene, ese castigo solamente será propiciado si el padre o la madre estuvieren absolutamente serenos, pues el nerviosismo y la consecuente alteración del tono usual de la voz, no solo les substrae toda autoridad para hacerlo, como produce en el alma de los hijos, además del sentimiento, de rebeldía, un efecto. contrario a lo que tenían en vista los genitores.
Toda acción educativa debe tener como finalidad y fuente de inspiración el deseo sincero de los padres de fortalecer la personalidad y el carácter de los hijos. Reprenderlos en presencia de extraños, es del todo in­conveniente, porque, además de humillarlos al niños, los hieren en su sensibilidad.

PROCEDIMIENTO DELICTIVO

El modo de proceder de muchos padres descargando sobre los hijos la ira de que se sienten poseídos, ha­ciendo de ellos una válvula de escape para su nervio­sismo y mal humor, no es, apenas, una actitud errada, pero profundamente delictiva, por contribuir para que ellos los vean como unos brutos, unos desalmados, y se tornen falsos y desimulados, pasando a esconder las acciones (que anteriormente las practicaban en presen­cia de los padres), a fin de huir del castigo.


Los consejos del padre y de la madre deben ser suministrados siempre que se hicieren

necesarios y oportunos.


La vigilancia atenta y permanente, con la finalidad de descubrir las insuficiencias del carácter que fueren siendo reveladas, indicará el momento en que deben ser dados.
Tendencias vanidosas, impuntualidad, dejadez, negligencia, chismear, mentiras,­ dscortesías, falta de respeto, incivilidad, delación, pusilanimidad, malvadez, farsa, deslealtad y fingimiento, son índices reveladores de grandes fallas en el carácter, exigiendo que los niños de ellas tomen conocimiento y escuchen, con la atención y debido respeto, las amonestaciones educativas de sus padres, que deberán ser suministradas con amor e inte­rés, en consideraciones claras, objetivas e incisivas.
En la educación de los hijos, precisa imperar siempre   y por arriba de todo   la sinceridad, la lealtad, la justicia y la verdad. La curiosidad natural de los pequeños seres debe ser satisfecha, nunca por medio de artificiosas mentiras convencionales, siempre desacreditadoras, pero con explicaciones racionales y convincentes, al alcance del intelecto infantil.
En la obra de la naturaleza nada existe de feo o vergonzoso, cuando los límites de las leyes naturales son respetados. Vergonzosos son los vicios, la licencio­sidad, la ofensa a las buenas costumbres y la falta de respeto y de sentido moral.
A los que se predispongan a raciocinar y a hacer buen uso de la inteligencia, no le faltarán recursos de lenguaje para transmitir a los hijos una idea sana, re­lacionada con las delicadas funciones de la existencia terrena.

CONFIANZA EN LOS PADRES

Los hijos deben habituarse a confiar en los padres, para que estos puedan orientarlos, esclarecerlos y ayu­darlos a buscar la solución para sus problemas.


Sin embargo, esa confianza dejará de existir, si los genitores no tuvieren moralidad, decencia, comedi­miento, sensatez, brio, coherencia y conducta ejemplar, en una palabra: si no procedieren como desean que sus hijos procedan.
Control y vigilancia discretas son dos prácticas que deberán estar siempre presentes en la acción educativa suministrada por los padres.
  “Dime con quien andas y te diré quien eres”   he ahi lo que un viejo adagio previene. Las malas com­pañias son siempre perjudiciales, y la tendencia para el mal es una realidad, tanto más, por concurrir para ella la nefasta influencia del astral inferior, como asi también los errores acumulados en encarnaciones pre­téritas.
Son incontables los desvios que se verifican por in­fluencias de las malas compañias, de las excesivas li­bertades, de las contemporizaciónes por arriba de lo razonable y de las facilidades y concepciones aparente­mente inofensivas.
Muchachos y chiquilinas, jóvenes y señoritas deben procurar en el hogar, y nunca fuera de él, el agasajo consejero, el ambiente ameno y confortador y el re­fugio contra las tentaciones y los peligros.
Aunque las transformaciones radicales no sean po­sibles, ni mismo en el propio convivio del hogar, en él, entretanto, pueden ser alcanzadas grandes conquistas para el perfeccionamiento de la personalidad. Pero cuando esto no pudiere ser conseguido, debido a la re­beldia temperamental de ciertos espíritus encarnados, cualquier mejoramiento deberá ser motivo de regocijo, porque esa conquista, por diminuta que parezca, tendrá siempre su valor.
Por corresponder a una acción constructiva cuyos resultados se multiplican, de generación en generación, nunca serán demasiados los esfuerzos consumados por los padres en la educación de los hijos, que deberá ser fundamentada, invariablemente, en esta importante tri­logia: trabajo, honradez y disciplina.
CAPITULO XVI
FENÓMENOS FÍSICOS Y PSÍQUICOS
Los fenómenos físicos, no obstante sean clasificados de un modo diferente en relación a los de orden psíqui­ca, son, en esencia, ocasionados por el mismo poder, y tienen un origen común.
Como el Universo se compone de Fuerza y Materia, tanto en las manifestaciones físicas, como en las psíqui­cas, el agente es siempre uno - la Fuerza Universal - presentándose de múltiples maneras.
La exteriorización de la Fuerza, ya sea obedeciendo a las leyes del plano físico, o del psíquico, no ultrapasa los limites de la fenomenología normal, encuadrada en las leyes naturales, y provee preciosos elementos para estudios transcendentales en la órbita de la espiritua­lidad.
Los sentidos más comunes que se observan en el organismo humano   como el olfato, vista, tacto, oído y paladar   no se originan, como muchos piensan, en el cuerpo físico, y si en el espíritu, que los exterioriza por medio de órganos adecuados, los cuales no funcio­nan sin las vibraciones espirituales y el impulso que les son transmitidos, semejantemente al violín cujas cuerdas, para produciren sonidos, precisan ser heridas por el violinista.
Ni todas sus facultades pueden ser manifestadas por el espíritu, durante su encarnación. El sentido te­lepático, común en el plano astral, es una de ellas. So­lamente cuando alcance un estado superior de evolución, tendrá la humanidad condiciones para usar esa facul­tad en la Tierra.
En la situación actual del mundo, ella sería bastante peligrosa, ya que se constituiría en una válvula de re­tención de las miserias humanas que precisan ser cons­cientemente combatidas, y no recalcadas.
Los espíritus, en los mundos que le son propios, se entienden por los pensamientos. En. la Tierra, perdura­rá, por  mucho y mucho tiempo, como forma, como ma­nera de exteriorizarlos, el lenguaje. articulado.
Los fenómenos psíquicos se manifiestan de acuerdo con el grado de evolución y las peculiaridades de cada espíritu. La mediumnidad, que se expresa por varias formas, trae al conocimiento humano inequívocas de­monstraciones de esos fenómenos. Esto porque la sen­sibilidad de los médiuns es más desarrollada de que en los demás seres, lo que les permite entrar en contacto com las vibraciones del plano psíquico, Vibraciones ar­mónicas o que se casen y ajusten, se asocian entre si.

LIGAZÓN DE LOS DOS PLANOS

El médium es un elemento de ligazón de los dos planos   el físico y el psíquico   siendo esa la razón de que casi siempre se revelan, por su intermedio, los fenómenos psíquicos.


Cuanto más sensible sea el individuo, mayores, po­sibilidades tiene de captar vibraciones. De esas vibra­ciones, alias, diferentes unas de las otras, el espacio está repleto, pudiendo cada vibración captada producir una revelación o fenómeno correspondiente.
Las retinas de los ojos humanos pueden captar las vibraciones de la luz solar, pero no las de la luz astral, a no ser cuando interviene el médium, con su sensibilidad, a través del fenómeno, muy conocido, de la clarivi­dencia.
El médium de incorporación puede desdoblarse en determinadas condiciones psíquicas   y ese fenómeno, desde que sea praticado disciplinadamente, es de gran utilidad.
Se entiende por desdoblamiento la separación, por momentos, del espíritu y periespíritu del cuerpo carnal del médium, sin, todavia, romper los cordones flúidos ligados al cerebro e al corazon del desdoblado.
Lo que se da con todos, durante el sueño, ocurre con el médium de incorporación despierto, en trabajos de desdoblamiento.
La seguridad de los instrumentos mediúmnicos, en esta acción, es guarecida por las Fuerzas Superiores que dirigen las operaciones de Limpieza Psíquica realizadas por el Racionalismo Cristiano.
El trabajo de las Fuerzas Superiores que astral­mente supervisionan y dirigen la Limpieza Psíquica, constituye una de las más notables realizaciones en el campo del psiquismo, por sus benéficos resultados a fa­vor de la humanidad.
Los que apenas se limitan a apreciar los fenómenos físicos, cerrando el raciocinio al análisis de la fenome­nología psíquica, poseen una visión muy estrecha de las cosas espirituales. La dialética de esos seres, girando dentro de un círculo de reducidas dimensiones, desapa­rece delante del vasto escenario ocupado por la ciencia psíquica.
De entre los fenómenos psiquícos, son las materia­lizaciones, las levitaciones y los transportes de objetos sin contacto, que más impresionan a la masa humana, ajena a los poderes espirituales.
Algunos de esos fenómenos son producidos por es­píritus chanceros del astral inferior que, accionando invisiblemente, arrojan objetos y producen ruidos, o por individuos a ellos aliados, que hacen mal uso de la facultad mediúmnica para obtener ventajas, generalmente pecuniarias.
No son pocos los médiums que así proceden, en con­denables prácticas, en la intención de conquistar efectos sensacionalistas, principalmente en la prensa, y, todavía, para atraer prosélitos, naturalmente del medio ignara en espiritualismo, representado por individuos que an­dan por ahí sumergidos en la superstición y atenidos a creencias entorpecentes, originarias de las místicas dogmáticas.
Se sabe que la materia organizada, simple, se re­duce al átomo   una partícula de ínfima dimen­sióne, imperceptible a la visión normal del ser.
Pero como, no obstante esa invisibilidad, su exis­tencia es real, él ahí está componiendo y formando, todos los cuerpos, y pasando, invisiblemente, de uno para el otro, bajo la acción de una Fuerza, de igual modo invisible.
Es obvio que la misma Fuerza que conduce un áto­mo, transporta incontable número de ellos, sin alterar el equilibrio universal. Las leyes que imperan en esta acción son del plano astral, independientes de las que se conocen en el mundo físico.
Todos pueden sentir la actuación, en este planeta, de las fuerzas de la naturaleza, que son parcelas de la Fuerza Total, accionando, combinada y equilibrada­mente, en el concierto armónico del Universo.
No le es difícil al ser humano constatar la fuerza atómica, la fuerza interatómica, la fuerza intermolecu­lar, la fuerza de gravedad, la fuerza de atracción de los cuerpos, la fuerza magnética y otras diversas fuerzas que mantienen a la Tierra en perfecto equilibrio, en un movimiento conjugado de todos los cuerpos opacos y luminosos que giran, incessantemente, en el espacio sideral.
Esas y otras fuerzas actúan directamente sobre el átomo, con la intensidad graduada por la Inteligencia Universa1para mantener el Universo en condiciones de completa estabilidad.
Esto quiere decir que cualesquiera otras fuerzas que actúen en el átomo para producir fenómenos psi­quicos, son impulsadas por el espíritu, por ser este una Partícula de la Fuerza Total, de la cual posee poderes congéneres, no obstante limitados al estado de evolución ya alcanzado.

FUERZA DEL PENSAMIENTO

De acuerdo con su desarrollo, cuenta el espíritu con suficiente fuerza para, por la acción del pensamiento, modificar o alterar determinadas condiciones físicas. Los fenómenos psíquicos   es bueno que eso quede bien claro   se realizan por la acción del pensamiento de espíritus encarnados o desencarnados, accionando ais­lada o conjuntamente.


En este caso está la levitación, solamente posible cuando la fuerza del pensamiento es suficientemente intensificada hasta el punto de anular la fuerza de gra­vedad que actúa sobre los átomos de un cuerpo.
Cuando eso acontece el cuerpo, así levitado, pasa a pairar en cualquier punto del espacio, en obediencia a la fuerza que lo mantiene.
Una segunda fuerza, también oriunda del poder del pensamiento, puede ser aplicada para dar movimi­ento direccional al cuerpo levitado.
De igual modo son operadas las materializaciones. Para que se efectúe una materialización, hay necesidad de realízarse, simultáneamente, una desmaterialización verificándose, en el caso, una remoción de átomos en forma flúida, dirigida, hasta mismo, a través de obstáculos, casi todos relativamente porosos, como pare­des, pisos y techos.
En la levitación y transporte, no opera, apenas, la fuerza que se contrapone al de la gravedad, sino también a la que genera el movimiento.
En las materializaciones, a más de esas dos, existe la que interfiere en la fuerza de cohesion anulándola en el acto de la desmáterialización, y utilizandola, en seguida, en la materíalización.
En tales fenómenos, como es evidente, nada existe de sobrenatural, Lo que ocurre, en verdad, son simples manifestaciones de la Fuerza, en sus numerosas realizaciones.
Y nótese: todo lo que aqui está mencionado, con relación a los poderes, nada más representa que una parcela ínfima de aquellos que el espíritu tendrá cuando alcance un alto grado de evolución y pase a desarrollar­se en los elevados dominios del Astral Superior.
Por ser Fuerza y Poder, cresce él en potencial es­pírítual a medida que evoluciona y en la proporción de esa evolución.
Sus pensamientos se traducen en ideales, tanto más altos, cuanto mayor fuere la concentración de esos poderes.


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