La obra básica del Racionalismo Cristiano, no obstante sencilla, es bien profunda y debe ser vista como el cimiento base de conoci-mientos cuya estructura deberá ser levan-tada mediante el esfuerzo de cada uno



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INEXISTENCIA DE LA MUERTE

La concepción de la muerte resulta de un concepto de la vida completamente errado. En la verdad, ella jamás existió. El espíritu   será necesario repetirlo?   es imperecedero. Por eso, no muere nunca.


Deben, por lo tanto, los seres humanos esforzarse por rehacerse, lo más de prisa posible, del choque pro­ducido por la desencarnación de parientes y amigos, para no debilitarse espiritualmente.
Dice la sabiduría popular, con justa razón, “que lo que no tiene remedio, remediado está”. Es perfecta­mente inútil permanecer alguien a lamentar una situa­ción pasada. La preocupación debe estar enfocada en el presente, del cual depende el futuro.
Pensar   ya se a dicho muchas veces   es atraer. Todos los que se ligan, por el pensamiento, a seres desencarnados, estacionados en el astral inferior, no solo los estarán atrayendo y perturbando más, como retar­dando su marcha para el mundo a que pertenecen, es­timulándolos a quedarse en contacto con las cosas terrenas, inclusive los problemas de la vida familiar, y asi concurriendo para tornarlos en obsesores.
Conviene insistir: los espíritus que vivieron, cuando encarnados, una vida irregular, materializada y abun­dante en faltas, permanecen en el astral inferior, no raro por decenios, accionando perversamente contra los encarnados. Su preocupación es la intuición. para el mal. Se sirven, para eso, de personas de voluntad débil, que las utilizan como instrumentos pasivos para la ejecución de sus crímenes. De ahí los homicidios, los suicidios y tantas otras calamidades sociales.
Esos espíritus actuán aisladamente o en falanges obsesoras, bien adiestradas, para mejor conquistar a sus objetivos. Sus organizaciones poseen vigías atentos, escalonados en varios lugares, prontos para dar la se­ñal en el instante preciso y promover la convocación de los demás obsesores, para una acción en conjunto.
Como la unión hace la fuerza, obtienen general­mente resultados malignos sobre los encarnados des­prevenidos y ajenos a sus tramas, ya obsesionándolos, ya llevándolos a cometer desatinadas acciones, con los sentidos enteramente perturbados.
Sin esclarecimiento, no hay quien pueda huír a la influencia obsesora, ni impedir que fuerzas externas in­troduzcan interferencias en sus actos y en su yo espiritual.
Solamente los esclarecidos, que tienen conciencia del valor de esas poderosas fuerzas que se llaman voluntad y pensamiento  , son capaces de mantener alejados a los obsesores.

CAMINOS DE LA OBSESIÓN

En varios de los capítulos de esta obra, quedó cla­ramente indicados cuales son los caminos que conducen a la obsesión   enfermedad psíquica producida por el mal uso del libre albedrío, por la voluntad mal edu­cada, por la incontinencia e inmoralidad sexual, por el descontrol en los actos cotidianos, por el nerviosismo desenfrenado, por los deseos insuperables, la ambición desmesurada y el temperamento voluntarioso.


Al hacer mal uso del libre albedrío, el ser humano quebranta a las leyes naturales que establecen normas de vida correctas, seguras y apropiadas. Esa facultad asegura a cada uno el derecho de conducirse por si mis­mo, con libertad e independencia de acción, (como con­viene a los seres dotados de raciocinio) pero, tornán­dolo responsable por todos los actos que practique.
Con el raciocinio bien ejercitado. en la solución de los problemas que constantemente se presentan, teni­endo siempre presente el aspecto honrado de la cues­tión, todos podrán conservarse dentro de las reglas de la buena conducta, haciendo, por lo tanto, uso adecua­do de su libre albedrío.
Los que se apartan de ese camino, lo hacen por­que así lo quieren, porque se han dejado debilitar, y esa debilidad es, justamente, la que proporciona moti­vo para la atracción de espíritus del astral inferior que, en mayor o menor espacio de tiempo, acaban por pro­ducirles la obsesión.
La voluntad mal educada proviene de la indolencia, de la indiferiencia y de la negligencia para con las co­sas serias de la vida. El indolente está siempre a la espera de que los otros hagan lo que él propio debe ha­cerlo. No le gustan los horários, y siente horror a la disciplina. Enemigo del trabajo y del orden, nada hace por su progreso.
Está situado en el plano de los parásitos. Mientras el mundo exige actividad, dinamismo y acción, el indo­lente observa lo que está pasando, sin voluntad de participar activamente en el movimiento que reclama su presencia.
Nadie puede eximirse del deber de trabajar y de procurar en el trabajo la verdadera satisfacción de la vida. El Universo entero es una oficina de trabajo permanente, donde todos deben ser obreros activos y deligentes.
Los que así no proceden, quedan colocados espi­ritualmente en un plano inferior de la vida, no pasando de marginales, como marginales son los espíritus del astral inferior con los cuales se asocian, por fuerza de la ley de atracción.
En la incontinencia y desórdenes sexuales, están los gérmenes del materialismo obsesionante, cuyos pi­lares son la lujuria y otros vicios. Subyugado a ese es­tado, el ser humano da expansión a sus instintos ani­malizados, proporcíonando fácil atracción a los espíri­tus del astral inferior, sus afines, que concurren para obsesionarlo.
Todos los actos cotidianos precisan ser ejecutados con el mayor criterio y honestidad. La organización social obedece a un esquema cuyos trazos principales definen la posición que los seres humanos deben adop­tar en el intercambio de las relaciones sociales, sin per­der de vista el respeto propio y el debido a su semejante.
Para ese fin, deben tener control en sus actitudes, dominio sobre si mismos y el raciocinio en acción. El descontrol en actos y palabras, además de generar ofen­sas y, muchas veces, arrepentimientos, da causa a fre­cuentes resentimientos que cuestan pasar y crian an­tipatías y enemistades.

IRRITACIÓN, DESCONTROL Y AMBICIÓN DESMEDIDA

Los espíritus del astral inferior gustan de apro­vecharse de los seres descontrolados, irritables e irre­flexivos, que no piensan antes de hablar, para diver­tirse con los efectos de su actuación.


Seres descontrolados son, pues, instrumentos del astral inferior y, si no están obsesionados, caminan ha­cia la obsesión.
El nerviosismo desenfrenado trae la irritación, la intolerancia, la irreflexión y la imprudencia   mal que conduce a un deplorable estado psíquico   por lo que debe ser combatido, inflexiblemente, por todos los me­dios, por ser el agente de perturbación que más faci­lita la actuación de los espíritus obsesores.
El neurótico, de un modo general, cuida poco de su salud y no se esfuerza por dominar a sus ímpetus. El resultado es caer en las mallas insidiosas del astral inferior, siguiendo el camino desastroso de la obsesión.
Deseos insuperables son aspiraciones inalcanzables. Hay individuos con desmedida ambición, que nunca se conforman con lo que poseen. Siempre quejosos, su­ponen que merecen mas, viviendo en permanente esta­do de insatisfacción.
Es perfectamente racional   y hasta elogiable   que cada uno procure mejorar las condiciones de vida y no escatime esfuerzos para alcanzar esa mejoría. Sin embargo, eso no se consigue con desánimo y lamenta­ciones, que solo sirven para agravar las situaciones di­fíciles y debilitar las energías espirituales.
La ambición sin límites, asociada al rebelión ín­tima, produce mal humor, del cual se aprovechan los espíritus del astral inferior para actuar sobre los re­voltosos, inculcándoles en la mente los más sombríos pensamientos, capaces de llevarlos a la obsesión y, por vía de ella, a otros males.
La ley de atracción no falla. A su imperio, todos están sujetos. El ser humano necesita compenetrarse de la transitoriedad de las cosas que pertenecen a la Tierra. La esclavización a los valores materiales, tan fácilmente perecibles, además de atrasar la evolución espiritual, a causado muchos y muchos sufrimientos.
La ambición comedida es natural. La desenfrena­da, una fobia, en que el egoísmo y la egolatría influyen decididamente. Los ambiciosos y descomedidos no mi­ran los medios para obtener los fines: lesan, usurpan y acaparan. Les domina la idea obsesiva de ganar rá­pidamente, mismo a través de maniobras extorsionistas y exorbitantes.
Para esos, no existen contemplaciones ni medios términos. Su determinación es avanzar. Arquitectan audaces golpes, poco les importando herir los preceptos de la moral y de la honradez.
El mundo está lleno de esos tipos, que son, en gran parte, la causa de su desequilibrio económico. Ellos están divididos en dos gigantescos bloques: uno, en la Tierra, especulando y accionando con enorme desem­barazo y astucia, el otro, igualmente activo y astucioso, en el astral inferior, compuesto de desencarnados que procedían en este mundo como proceden sus actuales parceros encarnados.
Los dos bloques, íntimamente asociados, gozan de la misma voluptuosidad que alimenta la obsesión de uno y del otro.

TEMPERAMENTO VOLUNTARIOSO

El temperamento voluntarioso refleja la personalíidad egocéntrica de los que entienden que la razón está exclusivamente de su lado y quieren imponer a los otros sus propias ideas.


Esos individuos están frecuentemente en choque con los demás, mismo que tales choques no sean exte­riorizados, y nada es más divertido para los espíritus del astral inferior de que asistir a los choques humanos. Eso entusiasma a los obsesores. Como andan siempre a la espera del momento propicio que les permita la actuación, el individuo voluntarioso vive marcado por ellos, dandoles, a cada paso, la oportunidad de armar un conflicto. En la falta de otra ocupación, esta, para ellos, es absorvente.
El voluntarioso se irrita, fácilmente, cuando el pun­to de vista ajeno no coincide con el suyo, tornándose un fomentador de contrariedades.
No es preciso destacar lo que esa forma de obsesión   que es muy común   representa para los seres humanos.
Insidiosamente, ella va penetrando, con lentitud, en el subconsciente, hasta tomar cuenta de la persona. Ésta, no percibiendo el envolvimiento de que está siendo objeto, no reacciona, no se opone, no da importancia, al mal que, por fuerza del hábito, acaba por tornár­sele agradable, facilitando el dominio de los obsesores que pasan a ser más actuantes, más violentos y difí­ciles de alejarlos.
Todo cuidado es poco, y solo el conocimiento de como se procesa la evolución es que da al individuo las condiciones, los recursos, los medios para defen­derse de la obsesión. Las atracciones apasionantes son las más peligrosas, por el placer y el impulso apetecible con que impelen a las víctimas para sus cariciosas re­dajes. Hasta los esclarecidos primarios ruedan, a veces, por ese despeñadero.

CONMOCIONES MORALES Y RUMBO SEGURO

Nadie debe dejarse abatir. Hay momentos en la vida en que las conmociones morales   algunas de gran intensidad   sacuden, impiedosamente, al espíritu hu­mano. A éste, sin embargo, no le faltan fuerzas para reaccionar y dominar la situación, cuando se apoya en


el conocimiento de la vida real y en la Verdad. Son esos conocimientos sus armas y sus escudos más fuertes porque, cuando bien manejados, conducen siempre al triunfo.
Cuantas y cuantas veces la simple partida de un ente querido para el allende   cosa tan natural en la vida   se traduce en desconformidad, en aflicción y ,en desespero!
Con esto, el espíritu desencarnado, no esclarecido, se aflige, sufre, procura intuír para calmar y, como no lo consigue, acaba por tornarse obsesor, perturbando y llevando a la locura el intuído.
El mejor procedimiento de los que quedan, para los que parten, es elevar el pensamiento con firmeza y convicción, envolviéndolos en la ternura y en el calor de la irradiación amiga, para auxiliarlos a romper la camada atmosférica terrestres y a seguir para los mun­dos a que pertenecen.
Se empeña el Racionalismo Cristiano en ofrecer a los seres humanos un derrotero seguro para una vida saludable y evolutiva. Es la finalidad de esta obra.
Gran parte de la humanidad es víctima de la obse­sión, exactamente por descononcer los recursos, los ele­mentos, los medios que tiene a su alcance para evitarla o librarse de ella.
Algunos síntomas del estado inicial de la obsesión, pueden ser observados, en los siguientes casos:
1) tendencia para dar risadas sin motivo, o a pre­texto de cosas fútiles;

2) manifestaciones de cacoetes;

3) voluntad de llorar, sin razón plausible;

4) comer exageradamente;

5) estar siempre con sueño;


  1. sentir placer en la ociosidad;

7) exteriorización de manías;

8) ideas fijas;

9) hacer gracejos ridículos;

10) incomodar, persistentemente, al prójimo;

11) repetir, mecánicamente, el mismo dicho;

12) dejarse dominar por pasiones;

13) prevenciones exageradas;

14) obstinación;

15) prácticas viciosas;

16) actos de ostentación;

17) explosiones temperamentales;

18) Místificación;

19) hábito de mentir;

20) expresarse licenciosamente;

21) revelar cobardía;

22) usar palabrotas;

23) demonstrar fanatismo;

24) gesticular y hablar solito;

25) ser sistemáticamente importuno;

26) oír y ver cosas fantásticas;

27) gastar arriba de lo que debe y puede;

28) manías de sentirse enfermo;

29) descuidarse de las obligaciones en el hogar y­ en el trabajó;

30) abandonar los deberes caseros, ausentándose del seno de la familia;

31) vivir en un mundo distante, soñadoramente;

32) provocar o alimentar discusiones.


Cualesquiera de estas actitudes, aunque mismo cuando no constituya un estado de anormalidad mental avanzada, predispone a la obsesión.
No es demás insistir en este punto: el lenguaje de los espíritus desencarnados, es el pensamiento. Por el pensamiento, identifican ellos los sentimientos de las personas, sus intenciones y tendencias, y de eso se pre­valecen los obsesores para estimular, por la intuición, los vicios y las debilidades humanas.
Por higiene mental, no se debe pensar en intrigan­tes, calumniadores, en los desafectos y, en general, en las personas de malos sentimientos.
Pensar en tales seres es ligarse a su mala asistencia espiritual, recibir influencias malignas y correr el ries­go de avasallamiento.

CAPITULO XIX



SINTESIS DE LOS PRINCIPIOS RACIONALES
Todo el Universo es regido por leyes comunes y naturales. Tales leyes, de las cuales deriva el conocido axioma “conforme pensar el ser, así será,” son inmu­tables, y de entre ellas se hace especial mención a la que regula la acción del pensamiento.
Una vez reconocida esa verdad, esto es, la impor­tancia del pensamiento como poderosa fuerza de atracción del bien y del mal, debe la persona, en su be­neficio y en el de aquellos con quienes convive, nortear a su vida de modo a poner en práctica los conocimientos adquiridos.
Para eso, precisa adoptar, como reglas normativas de conducta, los principios racionalistas cristianos que mejor se ajusten a las ocasiones, para obtener éxito en sus emprendimientos y tener buena asistencia es­piritual.
Algunos, de los más importantes, pueden ser así resumidos:
1) fortalecer la voluntad para la práctica del bien;


  1. cultivar, pensamientos elevados, a favor del se­mejante;




  1. extender, su auxilio a quien de él lo necesite, cuando los medios y la oportunidad lo permitiren, péro, nunca contribuír para sostener la ociosidad y los vicios de quien quiera que sea;




  1. mantener el equilibrio de las emociones en el análisis de los hechos, para no afectar la necesaria serenidad;




  1. conducirse respetuosamente, en el lenguaje y en las actitudes;




  1. tener consideración por el punto de vista ajeno, principalmente cuando manifestado con sinceridad;




  1. eliminar, del hábito común, la discusión aca­lorada;




  1. no desear para los otros lo que no quiera para si;




  1. combatir la maledicencia;




  1. no ligarse, por el pensamiento, a personas maliciosas, perturbadas e inconvenientes;




  1. ejercer el poder de la voluntad contra la írri­tación;




  1. adoptar, por norma disciplinaria, el hábito sa­ludable de solamente tomar decisiones que se inspiren en el firme propósito de hacer justi­cia, prodedendo, para eso, con ponderación, serenidad y valor;




  1. repeler los malos pensamientos;




  1. usar de comedimiento en el hablar, vestir tra­bajar, dormir, alimentar;




  1. no descuidarse con la pulidez y la puntualidad, por seren estas reflejos de la buena educación;




  1. imponer a las exigencias de la vida humana disciplina mental y física;




  1. olvidarse de quien le haya practicado ofen­sas, traiciones e ingratitudes;




  1. desviar, de su convivio social, aquellos que no posean envergadura moral;




  1. reducir al mínimo tiempo posible, el contacto que intereses materiales lo obliguen sostener con personas si idoneidad, olvidándolas en se­guida;




  1. cultivar, permanentemente, el buen humor, por medio del cual la células orgánicas reciben influencias saludables;




  1. promover, por todos los medios espirituales, la longevidad, atenta la persona al concepto de que la salud del cuerpo depende del buen estado mental;




  1. dedicarse, integralmente, a la seguridad y a la estabilidad del hogar;




  1. conservar en plena forma la higiene mental y física;




  1. no volver a tener entendimiento o reconcilia­ción con seres comprobadamente deshonestos, detractores y falsos, porque la naturaleza, no da saltos y las modificaciones radicales no se operan en una sola encarnación;




  1. purificar, al máximo, el sentimiento fraternal de la amistad para con las personas de bien, con la finalidad de intensificar la corriente ar­mónica en el planeta, en beneficio de la colec­tividad.

Con la adopción de estos principios racionales, si­empre avivados en el espíritu, no hay quien no usu­fructúe un vivir relativamente ameno y rodeado de agradables perspectivas.


Como dos son las corrientes que envuelven al pla­neta   una del bien y otra del mal   el ser humano tendrá que vibrar en armonía con una o con la otra, no pudiendo quedar neutro. Lógico es, pues,   y sensato que se muna de los preciosos requisitos que lo man­tengan ligado a la corriente del bien.
C O N C L U S I Ó N
Terminada la lectura de este libro, se impone una pregunta: Cómo se comportará el lector delante de los esclarecimientos que recibió? Estará dispuesto a re­capitular a sus partes más importantes, por lo menos, para penetrar, para aprender, para sentir, aún mejor, la vida y los principios, las leyes, los fundamentos por los cuales ella es regida?
Habrá dado a esta obra la importancia, el valor, el aprecio que le son debidos ? Pensará mantenerla en la mesa de cabecera, para consulta diaria, o la dejará, como cualquier romance que haya leído, para pasar el tiempo, al olvido, en el fondo del estante?
El mayor mal del mundo reside, precisamente, en la indiferiencia con que los problemas serios de la vida son tratados. La mente, que tanto evoluciona con el ejercicio constante del raciocinio, poco es solicitada por los seres humanos, absorbidos por el hábito de aceptar, sin mayor examen, explicaciones que nada explican a respecto de lo porqué de la vida, porque el obscurantis­mo religioso, impotente para, prestar cualquier esclare­cimiento serio, dicen a sus adeptos que son MISTERIO­SOS E IMPENETRABLES los decretos divinos que la regulan.
No hay en el Racionalismo Cristiano   es bueno insistir   intereses, de naturaleza material, a proteger. Dirigentes y auxiliares de la Doctrina viven del producto de su trabajo honrado. En ella aprenden a disciplinar la actividad material y espiritual, para que una no vaya a colidir con la otra, y se sienten felices por poder pres­tar al semejante una contribución que también reci­biran, cuando tuvieran la felicidad de entrar en contacto con el Racionalismo Cristiano.
Estarán los seres humanos en condiciones de asi­milar los enseñamientos de esta Doctrina, para poner­los en práctica, en su vivir cotidiano? Claro que nó. La mayoría aún no admite la vida sin protección. Un Universo regido por leyes naturales que a nadie espe­cialmente distinguen ni conceden privilegios o favores a quien quiera que sea, es difícil de ser concebido por aquellos que traen grabada en la retina la imagen men­tal de los dioses y santos que poblaron a su infancia, llevados por las manos de los padres o preceptores.
Se dice que los tiempos son llegados para el des­pertar de la humanidad. Sin embargo se observa una acentuada prevalencia de los valores materiales sobre los espirituales.
La juventud comienza a repeler   y con razón   la idea del cielo y del infierno, en un Universo que la pesquisa científica se empeña en desvendar. Y al ob­servar el logro multisecular de que ha sido, víctima, con facilidad se deja influenciar por las peligrosas seducciones del materialismo, corriendo el riesgo de substituír un mal menor por uno mayor.
Podrá el lector imaginar lo que sería el mundo actual si los templos de todas las religiones, en vez de enseñar a pedir, a rezar y adorar, suministraran a los seres humanos los esclarecedores principios conte­nidos en esta obra, para una vida sana y eficiente?
Será capaz de hacer idea de lo que significaría para la humanidad la transformación de esos templos en escuelas de alto psiquismo?
Aprender el ser humano a confiar en si mismo, en la acción de la voluntad y en la fuerza prodigiosa, inmensurable del pensamiento, he ahí el principal pro­blema de la vida!

Como se desarrollaría en él, la capacidad crea­dora!

Y con que espléndido material contaría para apri­moramiento de los atributos morales y de una perso­nalidad recta, consciente, indoblegable y viril!


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Los errores del sectarismo religioso, relacionados con la vida espiritual, tienen raíces muy profundas, y no es fácil extirparlas.
Obsérvese para el hecho de haber ellos generado odios tan grandes entre los hombres, que los han lleva­do a cometer, unos contra los otros, las más aterradoras violencias y atrocidades.
Solamente el conocimiento de la vida espiritual y del origen común de todos los seres, dará al hombre fuerzas para abrir nuevos horizontes en la Tierra, a través,de los cuales la humanidad podrá encontrar los caminos que la conducirán a las soñadas paz.y frater­nidad y a la construcción de un solo mundo.
Es dirigido para el más alto interés humano, que el Racionalismo Cristiano trabaja.
Y esta obra fué escrita únicamente con ese obje­tivo. Ojalá estén los que la leyeren en condiciones de absorber sus utilísimos enseñamientos.
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