La obra básica del Racionalismo Cristiano, no obstante sencilla, es bien profunda y debe ser vista como el cimiento base de conoci-mientos cuya estructura deberá ser levan-tada mediante el esfuerzo de cada uno



Yüklə 487,39 Kb.
səhifə8/13
tarix30.01.2018
ölçüsü487,39 Kb.
#41776
1   ...   5   6   7   8   9   10   11   12   13

CAPITULO VIII




EL PENSAMIENTO

El pensamiento es vibración del espíritu, manifes­tación de la inteligencia, poder espiritual.


Al alcanzar determinada faz evolutiva, siente el espíritu necesidad de dar expansión a sus conocimien­tos, alargar los horizontes de la inteligencia y, cada vez más, fortalecer los principios morales que fuere adoptando, de encarnación en encarnación, en la, ruta de la existência.
Pensar es raciocinar, es crear imágenes, concebir ideas, construir el presente y el futuro. Es por el pen­samiento que la persona resuelve, soluciona, descubre y esclarece los problemas de la vida.
El espíritu imprime al pensamiento la propia fuerza de que es dotado. Al igual que el sonido y la luz, ta­bien el pensamiento hace todo su trayecto en ondas vibratorias que quedan registradas en el océano infini­to de la materia substancial de que es provisto el Uni­verso y, con facilidad, puede tornarse conocido de todos los espíritus, desde el instante en que es emitido. De ahí la imposibilidad de ser alterada la verdad, en la vida espiritual.
Todo el proceso de la evolución está fielmente im­preso en el libro de la Vida. Las buenas como las malas acciones, los pensamientos inferiores, como los elevados, allí se encuentran grabados indeleblemente. Los pensa­mientos anteceden a las acciones. Asi, todo lo que es hecho, todos los actos dignos o indignos, son el resultado de pensamientos también dignos o indignos, “Quien mal hace para si lo hace”   dicen las leyes espirituales y con que razón lo dicen!
Los pensamientos quedan ligados a su fuente de origen, mientras permaneciere el sentimiento que los generó.
Ellos establecen verdaderos climas ambientales pro­porcionadores de salud o de enfermedades, de alegría o de tristeza, de triunfo o de fracaso, de bien o de malestar.
Formando corrientes que se cruzan en todas las direcciones, tienen como fuente alimentadora los pro­pios seres encarnados y desencarnados que los emiten.
Muchas de esas corrientes son, más allá de enfer­mízas, terriblemente avasalladoras. Ellas llegan mismo a ejercer acentuada predominancia sobre las benéficas, por la gran inferioridad espiritual de que está saturada la atmósfera de este planeta.
Pensando mal, el ser humano no sólo transmite, pero también capta, en la misma intensidad, quiera o nó, pensamientos afines y los efectos de esos pensami­entos maléficos. Esas corrientes producen los más serios daños en disturbios físicos y psíquicos.
La educación de la voluntad y el fortalecimiento de ésta, tienen importancia fundamental en la acción de gobernar a los pensamientos. Aprendiendo a forta­lecerse con sentimientos repletos de valor, el ser hu­mano creará en torno de si una barrera flúidica de tanta regidez, que los pensamientos maléficos de los espíritus obsesores no tendrán fuerza para romperlos o interferirlos.
Ánimo fuerte y resuelto para pensar y deliberar, es condición que se impone. Temores e indecisiones con­ducen a la derrota y a la ruina. El pensamiento racio­nalmente optimista debe prevalecer, siempre y siempre, porque   cuando aliado a la acción   se constituye en una fuerza capaz de demoler los más serios obs­táculos.
Pensamientos de valor y de coraje, de firmeza y decisión, atraen las vibraciones de otros pensamientos de formación indéntica, produciendo un ambiente de confianza, capaz de conducir al suceso.

REVESES

Jamás el espíritu debe abatirse. Un revés no signi­fica más que un accidente pasajero. Él debe servir para llamar la atención para algo que fue negligenciado o que era desconocido. Muchas veces, llega a ser mismo útil.


De cualquier modo, siempre habrá una experiencia a cosechar y una lección a guardar de cada insuceso que ocurre.
En la vida nada ocurre por acaso. Todo tiene su explicación, su motivo, su causa, su razón de ser. Nadie puede aprender sólo con el éxito, pues también se aprende, y mucho, con el insuceso. La felicidad, la sa­lud y el bienestar no serían tan deseados, si fuesen desconocidas la desgracia, la enfermedad y la miseria.
Frente a eso, nadie debe desfallecer. El lema es sentir el mal para evitarlo, para combatirlo, para des­truírlo, y concebir el bien para conquistarlo, para inte­grarlo en los hábitos y costumbres de todos los dias.
En esa conducta, es la acción soberana del pensa­miento que sobressale,.por representar una fuerza mo­triz de prodigiosa capacidad para derrotar a los obs­táculos.
Esa fuerza del pensamiento varía con la educación de la voluntad. La voluntad débil genera el pensamiento débil; la voluntad fuerte irradia pensamientos vi­gorosos.
No es, pues, dando acogimiento a las vibraciones enfermizas del pesimismo, del desánimo, de malqueren­cia, envidia, ingratitud, odios, venganza, de perversidad e indolencia, que el individuo se fortalece y resuelve sus problemas. Antes, por el contrario, entorpece la mente y se arruina con esas vibraciones.

SABER PENSAR

El pensamiento se cultiva, se perfecciona, se apri­mora y fortalece, por el poder consciente de la volun­tad. Pensamientos fuertes son claros, reflexionados y bien definidos.


Con mayor facilidad se concretiza un ideal cuando se sabe pensar firmemente y se pone en acción una vo­luntad repleta de energía.
Saber concentrarse en determinado asunto, dándole alas a la imaginación, con el propósito y el empeño de estudiarlo bien, de descubrir en él todos sus fatices, toda la multiplicidad de aspectos, todas la diferentes formas de interpretación y hasta mismo sus modalidades sofís­ticas, constituye objeto de ese estudio.
En todos los casos, sin embargo, necesita el es­tudioso ejercer severo control de si mismo, para no colocar, en la apreciación de los hechos en exámen, sus simpatías, los intereses egoísticos o mismo la influencia de la presunción y del convencimiento de que se encuentre poseído, pues estos ofrecen, invariablemente, una visión deformada de las cosas, y terminan por llevar­lo a conclusiones erróneas.
Para ser constructivo, progresista, realizador y útil al Todo, el pensamiento debe ser límpido, cristalino y libre de las deformidades espirituales ocasionadas por un vivir indisciplinado, por la idolatria del ego y por la presupuesta infalibilidad de las opiniones que con­ducen al fanatismo de las ideas fijas.
Es común decirse que la unión hace la fuerza. Nada más exacto, tanto en el sentido material como en el espiritual. La influencia del medio es de mayor importancia para el bienestar del espíritu. Varios individuos de mala índole e inferior educación, ligados unos a los otros y a terceros, por pensamientos afines, producen vibraciones mucho más perniciosas de que las emitidas, apenas, por uno de ellos.
Por ese ejemplo se ve que todo individuo debe sa­ber prepararse, mentalmente, siempre que tuviere que entrar en cualquier mal ambiente. Ese preparo con­siste en el pensamiento vibrado con sabiduría, elevación, conciencia y confianza, en si mismo.
El vigor del pensamiento emitido por persona men­talmente sana y esclarecida, crece, en la medida de las necesidades del momento, se amplía, se expande y supera cualquier corriente de pensamientos inferiores, por la atracción que ejerce de la Fuerza afín Universal, cuyo poder es infinito.

FUERZA DEL PENSAMIENTO

La fuerza del pensamiento tiene, como medida, el grado de evolución del ser humano, y como límite la capacidad que este posea de utilizar sus propios atri­butos espirituales.


Esa fuerza deberá ser desarrollada siempre con el objetivo de favorecer el bien común. Desde que el ser humano se desarrolle en la conciencia de si mismo y se identifique con sus poderosas facultades latentes, encontrará en la fuerza del pensamiento el instrumento seguro y eficaz para la realización de todos sus anhelos y aspiraciones, y la protección de su salud física y mental.
La historia de la medicina registra innumerables casos de enfermedades graves cuyas curas, por muchos consideradas milagrosas, apenas se debieran a la reacción espiritual de los propios enfermos y a la atracción que supieron ejercer a las Fuerzas Su­periores.
La sublimación del pensamiento produce un estado de conciencia sensible a la evolución del espíritu y propicio a la conquista de la felicidad interior y del bienestar por esa felicidad proporcíonada.
El espíritu concibe la imagen por el pensamiento, y solo después la materializa para determinado fin. Vean las maravillas de la pintura universal. Obsérvese la ri­queza, la magnificencia de la obra, que consagró e inmortalizó tantos y tantos artistas, a través de los tiempos. Pues ninguna de elas fué estampada en la tela sin que el pintor la hubiese concebido mentalmente, en todos sus detalles.
Lo mismo acontece con el ingeniero. Antes de diseñar el edificio, la máquina, el aparato, el instrumento, la pieza, él los estudia y examina en todos sus por­menores.
Con el pensamiento en acción, engendra primero el esbozo, corrige después las probables deficiencias, hasta que la imagen de lo que va exteriorizar y ma­terializar en el papel esté más o menos perfecta.
De toda la obra humana   toda, sin excepción   creó el espíritu la imagen por la acción del pensamien­to, y solamente después la materializó. Y sí asi ocurre en la Tierra, mucho más en el Espacio, donde el poder del pensamiento creador es incomparablemente mayor.
Evolución significa, arriba de todo, poder creador. Cuanto mayor evolución tenga un espíritu, más pode­roso se torna su pensamiento y, transcorrientemente, su capacidad de crear.
Um hombre atrasado, por más nefasta que sea su atividad, no puede ultrapassar ciertos límites impuestos por la indigencia del raciocinio o por la pobreza mental de que está dotado. Un espíritu de evolución, un científico, por ejemplo, si fuese utilizar los recursos de su inteligencia para el mal, podría causar una obra verda­deramente devastadora.
Y si esto es posible en un mundo tan modesto, de tan reducida evolución espiritual, imagínese la inmensa fuerza creadora de los espíritus de superior evolución cuyas actividades son ejercidas en planos más elevados. El pensamiento vigoroso emana del espíritu fuerte, adi­estrado, experiente. En cada encarnación bien aprovechada, trabaja él conscientemente, para mejorar, cada vez más, su personalidad psíquica.
Y es en el orden de este progreso que crecen el poder del pensamiento y la capacidad de concibir, de criar, de realizar obras, cada cual más importante.
De las riquezas espirituales que la persona tiene forzosamente que conquistar en este planeta, asume papel de excepcional relieve la facultad del pensamiento, de cuyo poder concentrado y ceñido depende la racional solución de todos los problemas de la vida.

CAPITULO IX




EL LIBRE ALBEDRIO

El libre albedrío es una facultad espiritual contro­lada por la voluntad y, cuando bien usada, orientada por el raciocinio.


Cuanto mayor fuere el poder de raciocinar, tanto más fácil se torna el gobierno del libre albedrío. Libre albedrío quiere decir libertad plena de acción, tanto para el bien, cuanto para el mal.
Practican el bien los que trabajan para promover su evolución. Los que, por acciones o pensamientos, hacen retardar esa evolución, incurren en el mal que acabará, tarde o temprano, por involucrarlos con mayor o menor dureza.
La facultad del libre albedrío comienza a despuntar cuando la partícula inteligente asciende a la faz evolu­tiva que le da condiciones para encarnar en cuerpo hu­mano. En esa faz, como es comprensible, el desconoci­miento de la verdad a respecto del proceso de la evolu­ción es completo.
Sin embargo, la criatura humana ya posee la con­ciencia del bien y del mal.
El mal uso del libre albedrío resulta de la corta capacidad de racionar, de la adquisición de vicios y ma­las costumbres y del cultivo de sentimientos inferiores, entre los cuales tiene papel de destacado relieve la per­versidad.
Bajo la influencia de esas perniciosas adquisiciones enemigas de la salud y de la evolución espiritual, la mente humana queda saturada de vibraciones animalí­zadas, que hacen el ser humano perder el respeto de si mismo y lo llevan a cometer los más reprobables desa­tinos. Todo mal crece de culpabilidad cuando practicado conscientemente, y los que asi proceden, tendrán, sin la minima duda, un triste y doloroso despertar.
Usar el libre albedrío como arma contra él seme­jante, utilizarlo para injuriar, intrigar, escarnecer, calumniar y desmoralizar el prójimo, constituye crimen de la más alta condenación.
Huyan los hombres, cuanto les sea posible, de la justicia terrena, tantas y tantas veces padeciendo dolo en el enjuiciamiento de los hechos humanos, pero jamás podrán escapar a las sanciones espirituales que los harán cosechar, en su debido tiempo, el fruto de las semillas que hubieren sembrado sobre la Tierra.
No es un tribunal astral, como podrá suponerse, que irá imponerle al delincuente la justicia espiritual. Es el propio espíritu que a élla voluntáriamente se so­mete, en el momento en que,   libre de todas las influ­encias de este mundo   procede a un detenido exámen de sus actos, en cuyas circunstancias ni uno solo de ellos escapa a su apreciación y juicio.
En esa ocasión, el remordimiento le quema la conciencia, como sí sobre ella hubiese sido puesto un hierro candente. Dominado por el arrepentimiento, anhela nueva encarnación, dispuesto a dar lo máximo de si para recuperar, lo más posible, el tiempo que perdió en la Tierra.
Es la quemadura de alto grado producida por el atrito de la lucha íntima entre la constatación del mal practicado y la conciencia del deber que nó fué cum­plido, que hace trabajar el raciocinio, ejercitándolo y desarrollándolo..
La perversidad es una demonstración inequívoca de inferioridad espiritual. Significa ella no estar el espíritu todavía convenientemente educado, tornándose evidente que sus vibraciones son análogas a las de las camadas espirituales de incipiente desarrollo en la grey humana.
El libre albedrío, en tales circunstancias, debe reflexionar en el desconcierto de la orientación, y en el estado de ignorancia del propio espíritu.
El espíritu es luz y, como tal, brilla con la intensidad correspondiente a su grado de progreso. Intensidad de luz quiere decir intensidad de vibración. Cuanto mayor fuere esa intensidad, más acentuado es el conocimiento de la vida, más evidente la acción dinámica espiritual, más seguro el control de los actos humanos y más per­feccionado el uso del libre albedrío.
En la medida que crece la intensidad de la vibra­ción del espíritu, va disminuyendo la posibilidad de de­jarse dominar por las corrientes vibratorias de inferior especie, y de praticar acciones que su propia conciencia repudie.
La evolución   nunca es demás repetirlo   es re­gida por leyes naturales que jamás se alteran en el Tiempo y en el Espacio. A sus normas imperativas nadie puede substraerse.
Esas leyes colocan a todos en el mismo riguroso píé de igualdad en lo tocante a los medios de que cada cual dispone para hacer uso, con toda la libertad, del patrimonio espiritual que fuere conquistando, de manera más rápida o más lenta, conforme la dirección que haya dado al libre albedrío.
CONSTRUIR EL PROPIO FUTURO
La evolución no solo puede ser retardada, como hasta paralizada por la indolencia, displicencia o negli­gencia del ser humano. Esa situación de indiferencia, de relajamiento y abandono de los deberes que la vida impone, es muchas veces atribuída a una supuesta predestinación o al yugo de un destino inexorable y cruel, contra los cuales muchos suponen que sería inútil luchar.
Ese modo falso de encarar cosas tan serias es de consecuencias desastrosas. El espíritu encarnado tiene suficiente poder para mudar, en cualquier tiempo, los rumbos de la vida, manejando, correctamente, el líbre albedrío. De su futuro bueno o malo, del triunfo o del insuceso, es él el artífice.
El hombre esclarecido prepara hoy el dia del mañana. Esto significa que el futuro será lo que estuviere siendo proyectado y trabajado en el presente.
Como hay mucho lo que hacer, cúmplele estar siem­pre atento a sus deberes, procurando utilizar el libre, albedrío en lances que protejan su futuro y le faciliten la jornada.
El dolor moral   cuando acompañado por la de­sorientación   produce vibraciones susceptibles de atraer o retener influencias y flúidos deletéreos.
Sin embargo, desde que la persona posea algun conocimiento de la vida y perciba las asociaciones exis­tentes entre el cuerpo y el espíritu   sin perder de vista lo precario y transitorio de los valores terrenos   com­prenderá la necesidad de oponer reacción inmediata al sufrimiento, para no dejarse dominar por él, asi como, a los pensamientos débiles, que podrán conducirlo a la depresión espiritual y física, causa de tantos avasalla­mientos.
A nadie le es solicitado más de lo que puede dar. ­El buen uso del libre albedrío está dentro de la capacidad de cada uno. Por qué, entonces, cometer errores que hacen de la vida un tormento? Por qué dejarse tantos absorber por las peligrosas emociones de los sentidos materiales, tan precarias como engañadoras?
Es, pues, de máximo interés humano el conocimi­ento de la responsabilidad que cada uno tiene en el gobierno de la facultad arbitral. Esa responsabilidad hace parte integrante de la vida, siendo, por eso, irrecusable e intransferible. Es inútil negarla, como es inútil la ten­tativa de escapar a sus consecuencias.
La mística del perdón para los crímenes, fraudes y prevaricaciones, no tiene ningún sentido en la vida espiritual.
Lo que se impone, por arriba de todo, es la nece­sidad imperiosa e impostergable de que cada persona enfrente, con coraje, determinación y valor, los proble­mas y las responsabilidades de la vida.
El peligro precisa ser conocido para poder ser evi­tado. Son incalculables los males que resultan de la ignorancia de lo que representa el libre albedrío en la existencia humana, pues con esa facultad bien condu­cida, no tendríamos tantas encarnaciones perdidas.
Largas son, sin duda, las jornadas que deberá re­correr el espíritu por la Tierra, en sucesivas etapas. Sin embargo, todas ellas podrán ser superadas, sin inútiles repeticiones, desde que los principios racionalistas cris­tianos fueren rigurosamente observados y cumplidos, y de ellos hace parte destacada e importante el tema de este Capítulo.
Gran parte de la humanidad poco sabe a respecto del libre albedrío. Muchos lo desconocen, y hasta mismo su existencia. Para esa ignorancia ha contribuído, decisivamente, el error multisecular de limitar la vida a una única encarnación   error por el cual los seres hu­manos han pagado un altísimo precio.
Cuándo se decidirá la humanidad a despertar para la realidad de la vida? Cuándo se sentirá con fuerzas para romper con las cadenas que la aprisionan, como esclava, a concepciones falsas?
Esto tendrá que acontecer un dia. Quando, no importa... !
CAPITULO X
LA AUREOLA
La aureola de todos los cuerpos que las personas que tuvíeren desarrollada la facultad medúnmica de la videncia pueden observar, es una emanación de los mismos cuerpos.
Más densa junto a la periferia del cuerpo, ella se diafaniza, gradualmente, desde ahí hacia su propia pe­riferia externa.
La visión astral, cuando comienza a desarrollarse, apenas distingue la porción de mayor densidad de la .aureola. Su observación más profunda, mientras tanto, solamente es posible a aquellos que poseen la videncia lo suficientemente desarrollada.
La coloración de la aureola de los cuerpos minera­les se presenta, en cierto modo, constante. En los cuer­pos vegetales, la vida ya demuestra acción evolutiva mas avanzada y varíable. Los árboles en la mayor fron­dosidad de su existencia, y las maderas, en su utilización industrial, presentan aureolas diferentes que correspon­den a la transformación ocurrida.
En los animales inferiores, aumenta la variación de los colores áuricos, que se alteran de acuerdo a sus estados de salud, de calma o de irritabilidad, de coraje, o de temor, de buena o de mala nutrición y, todavía, por la edad viril o senectud, respectivamente.
Es la aureola humana que, por la gran variedad de colores, presenta mayor complejidad para su análi­sis, pues, además de revelar el estado de evolución de cada individuo, expone sus tendencias, índole, grado de inteligencia, capacidad de raciocinio, sensibilidad de consciencia y, finalmente, la naturaleza de sus pensamientos.­
Aunque parezca ser sólo una, en realidad son tres las aureolas humanas: la del espíritu, la del cuerpo flúi­dico y la del cuerpo físico, cada una de ellas correspondiendo a la naturaleza del cuerpo de donde emana.
La aureola del cuerpo físico, que es la emanación de todas las partículas de la materia organizada en el contenidas, puede ser observada, durante el sueño, sin la interferencia de las dos otras, cuando el espíritu y el cuerpo flúidico de el se alejan.
Se constata, entonces, ser ella blanquecina y tras­parente (como si estuviese constituída de hilos de ca­bellos retesados), si el cuerpo estuviere sano, y curvos y caídos, cuando enfermo.
La aureola del cuerpo flúidico, de tenuidad inferior a los otros dos cuerpos, es casi invariable. Mientras tanto, ninguna se compara con la del espíritu que, por su intensidad y variedad de colores, define, con fideli­dad, la naturaleza de sus vibraciones espirituales.
Los dos extremos opuestos en la gama de los sen­timientos alimentados por el espíritu, son identificados en la aureola por los colores negro y blanco.
El blanco, límpido, cristalino, sin manchas, exterio­riza la modalidad más elevada del desarrollo espintual
La negra, los más bajos y animalizados senti­mientos.
Entre las aureolas negra y blanca, existe, de un extremo al otro, inmensa variedad de colores, cada cual definiendo un estado, una emoción, un sentimiento, imperfectos, es obvio, porque la meta que deberá ser alcan­zada es la perfección, cuyo máximo exponente es el blanco.
La vista humana apenas puede distinguir los colo­res del espectro solar y sus asociaciones. Entretanto, existen innumerables otros que, no obstante no seren percibidos por los ojos físicos, hacen parte de una ordenada serie de colores de la aureola del espíritu.
La aureola humana varía de color, de acuerdo con el pensamiento emitido por el propio espíritu. En es­tado de calma y tranquilidad, ella se manifiesta por una coloración propia, reveladora del grado de evolución del mismo.
Siendo que la evolución se promove mediante la eli­minación progresiva de los sentimientos inferiores, los colores de la aureola, representantivos del éstado de evolución, son compuestos de numerosos otros colores combinados, cada uno significando la presencia de un determinado sentimiento, emoción o pasión.
En el orden evolutivo, cada individuo bien intencio­nado procura despojarse de los defectos que va perci­biendo en su propia personalidad, pero conserva aquellos que se les escapan. Ese procedimiento, asi mismo, varia de persona para persona.
Unos, mientras procuran dar combate a la vanidad, se olvidan de la avaricia, otros, esforzándose por do­minar la envidia, se dejan llevar por la lujuria, y asi por delante.
De eso resulta modificarse el color habitual o pro­pia de la aureola, de individuo para individuo. Y ese calor habitual o propio, va cambiando, paulatinamente, en la medida que el carácter vaya mejorando.
Está ella sujeta, todavía, a mutaciones repentinas y pasajeras. Basta que el ser se deje asaltar por una emoción cualquiera, para que su aureola adopte, inme­diatamente, el color que esa emoción traduce. Es que la emoción produce una vibración correspondiente, y ésta, dominando el campo de la aureola, se impone con su color propia, característica y latente.
Los colores habituales de la aureola definen, de un modo general, el carácter del individuo, al paso que los colores pasajeros expresan las pasiones que aún no han sido dominadas y destruídas.
La lectura de la aureola solo podrá ser hecha, con exactitud, por espíritus de superior evolución, conocedores de toda la sutileza de la alternación y combina­ción de colores, una vez que en un mismo color cada tonalidad posee una expresión o significado particular, y cada combinación de dos o más colores, la tonalidad exige nuevas definiciones.
Los componentes del Astral Superior tienen la au­reola invariablemente blanca porque, después de alcan­zar aquel estado, su naturaleza pasa a ser inviolable.
No obstante que la aureola esté parcialmente oculta a la visión humana, la persona necesita habituarse a ser honesta, no por el miedo de que otros descubran la inferioridad de su personalidad interior, pero, si, por el deber de conciencia, por dignidad propia, por el res­peto que debe a si mismo y por el esclarecimiento relacionado con la vida.
Solo asi el carácter del ser humano se pule, se bruñe, se perfecciona, se consolida, bajo condiciones estructurales indestructibles, para que, en cualquier situación, las actitudes que practica revelen siem­pre la alta calidad de sus atributos morales.
CAPITULO XI
LA EVOLUCIÓN
El principio fundamental de la vida en el Universo, es la evolución. En ella reside la base del entendimiento de todo cuanto se pasa dentro y afuera del alcanze vi­sual humano.
No hay explicación lógica ni racional para la exis­tencia, cuando la evolución no es debidamente consi­derada.
Niéguenla, muy a pesar, por ignorancia algunos, por pirronismo otros, por interés sectarista tantos, empléen, para reforzar esa negativa, todos los sofismas, todos los floreos, todos los artificios de lenguaje de que fueren capaces, y ella estará siempre presente, siempre viva, siempre actuante en todas las manifestaciones de la vida, desde cuando ésta comienza a despuntar.
Por qué tanto se interesan determinadas sectas en negar la evolución?
Por qué tan intransigentemente se oponen a ella?
El motivo no es difícil encontrarlo, si conside­rarse que el reconocimiento de la evolución reduce a andrajos la mistica de la salvación.
Aceptar, pues, tal verdad, implica en la destrucción de un sistema del que participan, directa o indirecta­mente, millones de individuos cuyas conveniencias per­sonales son colocadas por arriba de los superiores intereses de la humanidad.
Ni todos los adversarios de la evolución están con­vencidos de su inexistencia. No es pequeño el número de los que, mismo combatiéndola, intimamente la admiten. Algunos la niegan por no serles profesionalmente conveniente la verdad. Otros por subordinación a dog­mas que los tornaron fanáticos y obscurantistas.
Martillando la idea de la “salvación” en el mental del niño, esta fantasía se va impregnando en el subcons­ciente, hasta criar raíces profundas. Más tarde, cuando adulto, repite, maquinalmente lo que se habituó a oír, sin querer someter el caso al raciocinio, por sentir un desagradable choque entre lo falso, por tanto tiempo, almacenado en el subconsciente, y el verdadero, latente en el sentido consciente.
FALSAS IDEAS
Más allá de absurdo, el dogma de la “salvación” es un estímulo al comodismo. El trabajo, la lucha que el ser humano precisa trabar, el esfuerzo al que no puede dejar de entregarse para conseguir la evolución espiritual y el progreso material, no son entendidos ­por los sectaristas que mejor confían en la “gracia”, en los “favores”, en la protección de la supuesta divi­nidad, que en todo lo demás.
Aún mismo que se trate de vagos, parásitos, ma­landrínes, eso no modifica su inmunidad celestial, si vinieron al mundo como electos de “dios” y a salvo, por lo tanto, de las consecuencias de los pecados terre­nos. De cualquier manera, no están ahí los represen­tantes de la divinidad para conceder a los delincuentes las absoluciones y, con ellas, el pasaporte para el cielo?
Los más profundos desentendimientos humanos que tantas tragedias, tantos males, tantas desgracias gene­raron en el mundo, (sin excluír el odio, las guerras y mismo la miseria y el hambre) tienen sus orígenes, pró­ximas o remotas, en la suma de las falsas ideas que las innumerables sectas inculcan en las criaturas humanas.
Víctima inconsciente de esos males, la humanidad viene siendo impelida hacia el dolor, en una secuencia, casi interminable, de encarnaciones perdidas.
Sin embargo, una cosa es segura: la evolución tiene que ser procesada, a cualquier costo. Así lo imponen las leyes naturales e inmutables que rigen el Universo. Y estas son indiferentes a la necia pretension de los que suponen que pueden frustrarlas o anularlas.
Por eso, todo individuo debe imprimir una superior orientacíón a la vida para acortar el proceso de su evo­lución, esforzándose para ser operoso y progresista con la atención dirigida para el primoramiento de la propia personalidad.
La evolución se hace sentir en todo: en la semilla que germina para transformarse en una flor; en un árbol que se agiganta y fructifica, en la trayectoria de un cielo; en el ser humano que ingresa en la escuela siendo analfabeto y egresa de la Universidad siendo un científico; en el desarrollo de las artes, de las le­tras, de las ciencias, de la música, de los laboratorios, de las industrias, de los inventos y de las utilidades sociales.
Los átomos existen primordialmente junto a la vida. Y por qué solamente en nuestra época han podido los ci­entíficos tornarse capaces de desintegrarlos?   Por qué no lo hicieron antes? Mismo en el terreno biológico, por qué, siendo el hombre, en la escala animal, el ser que posee mayor evolución, su aparecimiento en la Tierra no precedió al de los demás animales?   La respuesta es obvia: el hombre surgió en la Tierra, cronológicamente, como el resultado de la evolución de los animales que lo antecedieron.
Y, a pesar del adelanto actual del mundo, la marcha evolutiva en los tres reinos de la naturaleza prosigue, sin cualquier interrupción o alteración. Apenas los que inician ahora su progreso en cuerpo humano, encuen­tran, en la época presente, condiciones más favorables para su desarrollo mental
Y no obstante puedan esas criaturas primitivas ser consideradas bastante evolucionadas, en relación a los animales de categoria inferior, por los cuales ya pasaron, son tan pobres, tan indigentes de inteligencia, que más se dejan orientar por el instinto, de que por la razón.
TRAYECTORIA EVOLUTIVA
La Historia de la humanidad está señalada por innumerables marcos indicativos de su larga, de su inmensa trayectoria evolutiva. Y porque es imposible recorrer todo ese extenso camino en una sola existen­cia física, los que se apegan al tradicionalismo religioso, se niegan a admitir la evolución, a fin de no verse obli­gados a reconocer el elemento por el cual ella se pro­cesa, en la faz animal o humana   la reencarnación.
Basta raciocinar para comprenderse que ninguna oposición puede ser hecha a la ley de la evolución. Sin ella, todos los seres habrían de poseer el mismo grado de inteligencia, adelanto y espiritualidad.
No es admisible que el “dios” que las sectas en­señan a adorar, hubiese creado a un espíritu más atra­sado de que el otro, e hiciera, conscientemente, el im­bécil y el sabio, en una arbitraria, defectuosa e injusta manera de proceder.
Cuando los sectaristas pudieren percibir ese absur­do en la consumación de las prácticas divinas, dejarán de repeler lo que es racional, lógico e intuitivo, pues encontrarán en la evolución del espíritu   que parte de un origen comum, muy remoto   la explicación de todos los fenómenos de la vida.
Ese origen   conviene insistir   es uno sólo. Al iniciarse el proceso evolutivo, cada partícula de la In­teligencia Universal dispone de las mismas posibilida­des, los mismos recursos, se encuentra en idénticas con­diciones y posee iguales valores latentes.
Por eso se desarrolla en la misma proporción, hasta alcanzar la denominación de espíritu, cuando pasa a disponer del libre albedrío para conducirse por su cuen­ta y riesgo. Hemos visto, en el capitulo IX de esta obra, como el mal uso del libre albedrío retarda la evolu­ción espiritual.
El observador que desee ver, tiene, delante de los ojos, el cuadro de la evolución del espíritu en la vida terrena. No existen dos individuos iguales, no obstante los haya semejantes. Cada uno está promoviendo su progreso a su modo y a su costa, de acuerdo con el procedimiento que haya adoptado en el transcurso de las encarnaciones pasadas, en un período de millares de años.
Los que mejor hayan usado el libre albedrío   es evidente   consiguieron evolucionar más de que otros menos cuidadosos, en el mismo número de encarnaciones.
Ahí está una de las razones que explican la gran heterogeneidad de mentalidades, disparidad de sentimi­entos y divergencias de conceptos que se observan en el medio del pueblo.
Es que el número de encarnaciones realizadas varía de individuo para individuo, como varía también el aprovechamiento que cada cual adquirió y el esfuerzo dispensado por cada uno.
Puede haber quien haya perdido doscientas encar­naciones en consecuencia de un vivir desregladamente, y quien, en igual período, haya perdido, apenas, veinte. Éste, sin duda, a evolucionado mucho más de que aquél.

REVELACIÓN SENCILLA Y NATURAL

Obsérvese como esta. revelación de la vida, trans­mitida al conocimiento humano, es diferente de aquella que los sectaristas presentan, llena de incoherencias, absurdos y contradicciones, porque basándose en las sandeces bíblicas, en parte inspiradas por espíritus chanceros del astral inferior, conocidos como “profetas”, que se sirvieron, no raramente, de médiums confabu­ladores, iguales a los muchos que por ahí andan a explotar el inmenso filón de creencias, de las cuales ob­tienen grandes lucros en supuestas ciencias.


Cuando fueron escritos, hace millares de años, los libros que aún hoy, en el siglo de las luces, embebecen, atrofiando el raciocinio. de millones de adoradores, el mundo se encontraba en condiciones muy inferiores con respecto a las actuales.
Quien hace evolucionar al planeta son los elemen­tos que en él viven. En aquella época, sus habitantes po­seían un grado de evolución bastante más abajo del actual, y nada sabían a respecto de la mediumnidad y de sus efectos y consecuencias. El fenómeno mediú­nico, muy vulgar en los dias de hoy, era considerado, como un don divino y sobrenatural.
La comprensión y el conocimiento de las cosas son frutos de la evolución del espíritu, y muchos de los que hoy están encarnados, ya consideran a la vida bajo un aspecto que se aproxima, cada vez más, de la Verdad.
No se piense que los fanáticos admitirán, como reales, las verdades aqui proclamadas. El fanatismo en­turbia a la inteligencia, no dejándola raciocinar. Para el fanático, hay libros sagrados, dictados por “dios”, de los cuales él no puede ni debe dudar, bajo pena de cometer gran pecado y poner en riesgo su “salvación”.
He ahí lo que en realidad se pasa. Pero ni todo está perdido. El creyente tiene el derecho de reencarnar ­tantas veces cuantas fueren necesarias para la adqui­sición, en la vida terrena, de los conocimientos y de la experiencia que lo conduzcan a aceptar, de plena conciencia, la verdad antes rehusada.
Nadie puede pasar a un mundo de mayor evolución, mientras que en este se mantuviere saturado de enga­ñosas ideas sobre la vida, y proceda, erróneamente, de acuerdo con ellas.
Es lamentable que el ser humano transforme la amplia senda de la evolución, por ignorancia, en un es­trecho, áspero y sinuoso camino repleto de obstáculos difíciles de transponerlos.
Temprano o tarde todos tendrán que comprender que la humanidad camina en una misma dirección y para alcanzar un idéntico fin   que es el perfecciona­miento   solamente pudiendo lograrlo, por el esfuerzo propio bien orientado, por el trabajo individual disci­plinado y por la conquista del saber, a costa de la acti­vidad intensa y permanente.
Debe el individuo procurarse a sí mismo y en si mismo aprender a confiar, consciente de seren inmensos e invalorables loz recursos que posee para llevar a buen término cada existencia física.
Con este pensamiento, quedará sincronizado con la ­corriente de la evolución, por donde hará su ascención espiritual sin grandes trompiezos y sin mayores sacri­ficios.


Yüklə 487,39 Kb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   5   6   7   8   9   10   11   12   13




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©muhaz.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

gir | qeydiyyatdan keç
    Ana səhifə


yükləyin