La obra básica del Racionalismo Cristiano, no obstante sencilla, es bien profunda y debe ser vista como el cimiento base de conoci-mientos cuya estructura deberá ser levan-tada mediante el esfuerzo de cada uno



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CREENCIA INFUNDADA

Ya es tiempo de abandonar la creencia de que los espíritus desencarnados necessitan de rezos, de preces u oraciones. Esto no es verdad. En el campo espiritual, donde las influencias perturbadoras no existen, la vida es sentida con entera, realidad. La lucidez del espíritu es completa. Este tiene plena conciencia de la eterni­dad de la vida y del proceso de su evolución.


Cielos beatíficos y paradisíacos, purgatorios esta­cionarios e infiernos o demonios y calderas incandes­centes, son imaginarias creaciones humanas que el pro­pio buen sentido repele. Lo mismo acontece con rela­ción a un supuesto enjuiciamento divino. Es pura ficción. No existen dioses para juzgar a los que desencarnan.
Al dejar la atmósfera terrestre   y con ella todos los factores de confusión y perturbación   los espíri­tus ven, con alegría, lo que hicieron de bien, y con pro­fundo pesar, las acciones condenables.
Los cementerios y las iglesias donde se hacen men­talmente evocaciones de seres desencarnados, constituyen puntos de atracción de los espíritus del astral inferior, por las corrientes flúidicas afínes que los pen­samientos de encarnados y desencarnados forman en esos locales. Por eso, siempre que el ser humano tuviere­ que penetrar en tales medios, debe hacerlo con la con­ciencia esclarecida, para no tomar parte en la vibración de esas corrientes.
Cuando se viere, por ejemplo, en la obligación mo­ral de acompañar los restos materiales de una existen­cia humana, debe desviar el pensamiento de la comu­nidad acongojada, y elevarlo, sereno, claro, límpido, consciente, al Astral Superior, que es la meta para donde se dirigen todos los espíritus libres de sus liga­duras con la materia y de las influencias flúidicas ori­ginarias de las emociones inferiores, de las cuales este planeta se encuentra saturado.

ESTACIONAMIENTO EN LA ATMÓSFERA DE LA TIERRA

Ya sabemos como se opera la desencarnación del espíritu. Al abandonar, definitivamente, al cuerpo carnal , se retira con el cuerpo astral que es, como también sabemos, formado de materia flúidica. imponderable a los sentidos comunes.


Cuando, el ser desencarna, si no posee, esclarecimiento a respecto de la vida espiritual, son las cosas íntimamente relacionadas con la materia que más lo influyen, en los momentos que anteceden y suceden a la desencarnación, de la cual comunmente no se apercibe.
Esa influencia es más fuerte, más dominadora, todavía, cuando el espíritu vivió atollado en los vicios, con el pensamiento dirigido hacia los placeres ma­teriales.
En tal estado - y porque el cuerpo astral le da la impresión del carnal   deambula por la superficie de la Tierra,. andando como cualquier transeúnte, abur­rido con la falta de atención de los encarnados que no se perciben, es claro, de su presencia. Sin embargo, no le faltan oportunidades para entrar en relaciones con otros espíritus desencarnados, en situación idéntica.
Los movimientos de los espíritus desencarnados, en la superficie terrestre, obedecen a las condiciones de sus cuerpos astrales. Si estos están impregnados de elementos groseros, por la conducta viciosa mantenidas por aquéllos, se transladan, paso a paso, como lo hacen los seres encarnados.
Entretanto, aquellos que vivieron una existencia terrena menos materializada, deslizan en el ambiente atmosférico, de acuerdo con la densidad de sus cuerpos astrales, impelidos por la acción del pensamiento.
A pesar de que esos espíritus comprenden, con re­lativa facilidad, el fenómeno de la desencarnación, sus pensamientos se prenden demasiadamente a los acontecimientos de la vida terrena, con el deseo de continuaren sintiendo las emociones y los placeres de esa misma, vida, pasando entonces a actuar sobre los seres humanos, y esa actuación, cuando persistente, acaba tornán­dose obsesiva. Es ese el deseo que los induce a perma­necer en la atmósfera de la Tierra, en una actividad semejante a la que desarrollaron como encarnados.
Los que fueron médicos, por ejemplo, continúan procurando ejercer sus actividades donde encuentran receptividad mediúnica desarrollada y desprotegida de la disciplina Racionalista Cristiana.
Acontece, sin embargo, que no disponiendo los es­píritus, en la Tierra, de medios para ampliar sus co­nocimientos, no pueden evitar las mistificaciones ni librarse de las influencias deletéreas del ambiente en­ que actúan.
Por eso, siempre son perjudiciales sus actuaciones, qualquiera que sea el grado de evolución a que hayan alcanzado.

ASTRAL INFERIOR

La camada atmosférica que envuelve al planeta Tierra, se denomina astral inferior. En esa camada per­manecen espíritus que pertenecieron a todas las clases sociales y que, en su vida de encarnados, se dejaron dominar por las emociones materiales.


Esas emociones no faltan en el astral inferior, que es también ambiente impregnado de misticismo religioso.
Innúmeros de aquellos que engañaron al prójimo con promesas del cielo y amenazas del infierno, alli también se encuentran presentes. Es el paraiso de todos los materialistas y gozadores.
Ningún espíritu encarna teniendo como punto de partida el astral inferior. Él deberá passar indefectible­mente del astral inferior para el mundo correspondiente a su clase, y solamente de ese mundo podrá venir a reencarnar.
En el astral inferior, los conocimientos del espíritu son limitados a los que tuvo en la Tierra. Los que fue­ron materialistas, aún más se aferran a esa idea, ya que el medio ambiente no es favorable para la mudanza de opinión.
Alli constatan que no hay dios, ni demonio, ni san­tos, ni cielo, ni infierno, y se ríen de los adoradores que aún continúan entorpecidos por la influencia de sus creencias.
Los religiosos, educados en el régimen del temor, se acobardan, inicialmente, al penetrar en el astral in­ferior, pensando en el purgatorio y en el infierno.
Observan, seguidamente, que fueron engañados y se perturban, pierden la noción de su estado, en una si­tuación de completa perplejidad. Desorientados, acuden a las iglesias, como en busca de un derrotero, de un guía, de una tabla de salvación.
Con el transcurrir del tiempo, se van familiarizando con el embiente y compartiendo conocimientos con otros desencarnados, en idéntica situación.
No es sin decepción y sufrimientos que muchos ven destruírse, deshacerse el castillo de fantasías que ar­quitectaron en su mente, con el abundante material sugestivo de la mística religiosa.
Mismo asi, es tal el apego a los santos y a los dio­ses, y tan grande, tan profundamente enraizado el terror de verse castigados, que ni mismo en ese estado de se­miconciencia espiritual son capaces de hacer funcio­nar el atrofiado raciocinio para la liberación que tantos beneficios les proporcionaría
Es relativamente pequeña la transformación que observa el desencarnado al penetrar en el astral infe­rior: ve que posee un cuerpo igual al carnal, y observa el cuadro de la vida material terrena, como siempre lo conoció.
Expresándose, como los demás desencarnados, por la acción del pensamiento, como si estuviese hablando, puede mismo oír el timbre del sonido que le da la idea de ser de la propia voz.
Ese fenómeno es perfectamente compreensible: los pensamientos poseen diferente densidad y, consecuente­mente, un sonido especial, característico e individual.
Todos esos hechos contribuyen para que el desencarnado se adapte en el astral inferior, ignorando los males que le sobrevendrán de esa permanencia en un medio ambiente en que la evolución se estanca, con el agravante de almacenar, para rescate futuro, cargas más o menos pesadas, conforme la actividad a que se entregó en ese sector de baja espiritualidad.

EXPANSIÓN A LOS VICIOS Y CONTACTO PELIGROSO

Los espíritus desencarnados dan expansión, en el astral inferior, a los vicios que mantenían en cuerpo humano. Asi, si tienen voluntad de fumar, se recuestan al encarnado que está fumando, y experimentan, por inducción, el mismo placer que aquél siente.


De igual modo proceden con relación a los demás deseos, y de ahí se llega a la conclusión que todos los espíritus encarnados, portadores de vicios, se entregan, como instrumentos inconscientes, a la satisfacción de los que alimentan los espíritus del astral inferior.
Hay, todavía, un punto a esclarecer: ni siempre los deseos viciosos parten de la criatura encarnada.
Muchas veces son los obsessores viciados que la ocom­pañan (y con los cuales ella anda, sin saberlo, asociada) que los provocan e instigan para saciarlos.
El peligro del contacto con los espíritus del astral inferior no está solamente en tornarse pasivo el ser humano a las malas influencias intuitivas, que resul­tan siempre en desatinos, en obsesiones, en conflictos domésticos, en resentimentos infundados, en desenten­miento con la familia, en prevaricaciones e infidelidades.
Hay también el riesgo de accidentes o desastres, motivados por el estado de perturbación a que ellos pue­den hacer llegar al ser humano. A esos males se agre­gan las molestias infecciosas que los espíritus del astral inferior generalmente ocasionan o agravan, provocán­dole a la persona, su desencarnación prematura.
El proceso es relativamente sencillo para ellos: re­cogen, en los focos de materia en estado de putridez, miasmas contaminadores y los arrojan en el cuerpo de la víctima, aprovechándose de las lesiones o heridas expuestas, de la debilidad del paciente y de todos los elementos favorables a la propagación a desarrollo del mal.

PERVERSIDAD SIN LIMITES

La perversidad en que pueden accionar los espí­ritus del astral inferior, es casi sin límites. La acción deletérea de esos espíritus, constituy la causa promo­tora de muchas y muchas desgracias.


Y aún serían mayores, si los espíritus del Astral Superior no contaran con el dispositivo de corrientes más fuertes, formadas por las vibraciones de pensamientos de seres encarnados y esclarecidos a respecto de sus deberes espirituales, que pueden conservar limpio su mental y matenerse en condiciones de reaccionar contra cualquier influencia maléfica.
Como los espíritus del astral inferior no ignoran que todos los seres poseen mediumnidad intuitiva, de ella se aprovechan para inculcar en el mental de los mismos ideas absurdas y disparatadas.
De ahí la razón de andaren ciertos individuos con manías de persecución, otros viendo las cosas siempre por el lado negro, o todavía de suponerse víctimas de enfermedades diversas.
Cumple acentuar   y este detalle es de mayor im­portancia  , que ni todos los males de que es víctima la humanidad son provocados por la acción de los es­píritus del astral inferior. Cada individuo posee tenden­cias, temperamento, modo particular de sentir y ver las cosas, libre albedrío para tomar decisiones, e indi­vidualidad propia. Él tiene, consecuentemente, la res­ponsabilidad directa por los sucesos o fracasos que tu­viere en la vida.
Es verdad que las fuerzas del astral inferior, cuan­do atraídas por pensamientos afines, intervienen en la vida de los seres humanos, provocando males o agra­vando los ya existentes, pero no es menos verdad que ellos pueden defenderse perfectamente de esas fuerzas inferiores, con las poderosas armas del pensamiento y de la voluntad

FORMACIÓN DE FALANGES

Existen, en la Tierra, individuos que gobiernan, y otros que son gobernados. Si esos individuos no fueren capaces de imprimir a las actividades terrenas a que se entregan un sentido espiritualista, ingresan, cuando desencarnan, en el astral inferior, conservando las mismas inclinaciones de mando y de obediencia.


Asi se forman las falanges, dirigidas por un jefe. Si su comandante es perverso, también lo son los co­mandados, pues lo que los une es, precisamente, la afi­nidad de sentimientos.
Esas falanges coordinan sus actividades perncio­sas con las de los encarnados que se entregan a la prác­tica de la magia negra y sus numerosas derivaciones.
El grado de perversidad de cada falange depende de la inferioridad espiritual de sus miembros. A las que se disponen a colaborar en los más requintados actos de salvajismo, asisten los individuos encarnados más violentos y feroces, del mismo modo que otras, de instintos perversos menos agresivos, intuyen a médiums de sentimientos idénticos: los macumberos, los oráculos, a los arregladores de negócios, a los cartomantes y to­dos los embusteros que trafican con la felicidad ajena.
La gran mayoría de los suicidios, de los casos de locura, de las desavenencias, disturbios callejeros, de los conflictos, de las agresiones, de las discusiones, de los desórdenes, de las intrigas y de las convulsiones por pasión política, es provocada por la interferencia de las fuerzas del astral inferior.
Los espíritus que alli estacionan están todos envuel­tos por flúidos densos y groseros, impregnados de cor­rientes vibratorias malsanas, como la envidia, los celos, la corrupción, el odio, la mentira, la ingratitud, la hi­pocresía, la traición, la falsedad y otros sentimientos­ equivalentes.
Esos espíritus accionan, frecuentemente, con maña y suavidad, exteriorizando en los centros espiritistas en que actúan (que no deben ser confundidos con las Casas Racionalistas Cristianas), los más puros y nobles sentimientos y las más dulces y melodiosas expresío­nes de amor al prójimo.

ESPÍRITUS BIEN INTENCIONADOS

No se suponga que en el astral inferior impere so­lamente la maldad. En el mismo ambiente de almas per­vertidas, encuéntranse otras que tuvieron la intención de ser buenas, cuando encarnadas, pero que fracasaron en ese propósito, por haber conservado adormecido el raciocinio, en lamentable inconciencia de lo que representa, en el transcurso de la vida, el sentimiento de justicia y la prática efectiva   y no solamente en pen­samientos   del bien.


Es bueno insistir en que nada pueden hacer las fuer­zas del astral inferior de útil a la humanidad, a pesar de encontrarse, en ese medio, espíritus bien intencio­nados.
La razón fácilmente se comprende: las mejores intenciones de esos espíritus son neutralizadas por la acción flúidica del ambiente, acabando por producir males cuya intensidade varía, de acuerdo con su grado de espiritualidad.
Solamente en el mundo relativo a la clase a que pertenecen, para donde tendrán que seguir, antes de volver a encarnar, es que los espíritus   libres de toda perturbación y en plena lucidez   reconocen el gran atraso que produce a la evolución del ser humano la desencarnación prematura.
En la atmósfera de la Tierra, de un modo general, consideran mejor la vida que llevan, bajo ciertos as­pectos, de que la de los encarnados. Por eso, muchas veces desean que los amigos que dejaron en la Tierra desencarnen también, para hacerles compañia, y pasan a trabajar astralmente para eso, sin que estén movidos por cualquier sentimiento de hostilidad.


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