La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: ¿No es imprudencia adoptar hijos ajenos, cuando ignoramos su formación biológica hereditaria?

Ramatís: Adoptar hijos ajenos es una generosa contribución por parte de las personas venturosas, en favor de los más infelices, sin que ello proporcione el mismo placer, de esas otras personas que crían cachorritos de razas exóticas, en medio del lujo, pero nunca dispuestas a alimentar el hijo del vecino pobre. Quien atiende a un desheredado dándole un hogar, cariño y amparo, sea cual fuera la consecuencia en el futuro, es una persona que trabaja en nombre del Cristo y cumple con la divina máxima de que "sólo por el amor se salva el hombre".

Insistimos en advertiros, que la tierra no deja de ser, por ahora, una escuela de educación espiritual, cuyas desilusiones, vicisitudes físicas o morales son lecciones provechosas que entre­nan al espíritu y liberan a la conciencia del yugo de la materia. En consecuencia, quien adopta a una criatura y en el futuro fuera retardada mental, delincuente o con otras anormalidades, lo hace por Ley kármica, pues si hubiera tenido un hijo consan­guíneo, ese también sería un hijo enfermo. En tales casos, los progenitores actuales viven en función redentora, importándole poco si el hijo es adoptivo o descendiente consanguíneo.

Criar al hijo es una tarea compleja e incómoda, ¿qué no ha de ser criar hijos ajenos, espíritus kármicamente estigmatizados para el orfanato y la soledad del mundo? El huérfano, bajo el concepto kármico de la doctrina espirita, es un espíritu que en el pasado subestimó el amor de sus padres y repudió el hogar amigo. Habiendo procedido contrariamente a sus obligaciones espirituales, en el futuro no será merecedor de la calidez que le podría brindar la familia consanguínea. Quien adopta un huér­fano no debe olvidar que se trata de un espíritu que fue displicente e ingrato para su anterior familia, en otra encarnación y que aún podría serlo con más facilidad en medio de la familia adoptiva. Pero quien ayuda a un huérfano a resarcirse de sus errores del pasado y le ofrece la bendición del amor fraterno, sin dudas es el más beneficiado en todo ese proceso sublime y crístico.

En cuanto a la tara o deformación ancestral, que el hijo adoptivo pueda manifestar posteriormente, causando vicisitudes a sus padres adoptivos, eso hace más valiosa la tarea caritativa. Ninguno tendrá perjuicios por amar de más, puesto el amor es el fundamento esencial de la contextura angélica que anima al espíritu del hombre. Además, no son los huérfanos o hijos adoptivos los únicos delincuentes y enfermos en el mundo, pues son numerosas las familias consanguíneas que en su seno portan descendientes carnales epilépticos, esquizofrénicos, psicópatas, agresivos, hidrocéfalos, mogólicos, paranoicos o irresponsables. Y como es de Ley, que no "cae un solo cabello de vuestra cabeza, sin que Dios no lo sepa", los padres adoptivos de hoy apenas devuelven al hijo ajeno los bienes físicos y morales que otrora rechazaron.



Pregunta: ¿Debemos suponer que todos los matrimonios sin hijos están saldando sus deudas pasadas por haber despreciado a sus propios descendientes en otra encarnación?

Ramatís: No hay regla sin excepción, aun en la vida espiri­tual. Existen matrimonios que por Ley de Causa y Efecto no pueden tener descendencia carnal en la actual existencia física, mientras que otros, liberados de cualquier obligación kármica, adoptan espontáneamente a los niños infelices y les brindan su amor. Están aquellos que deben criar huérfanos y adoptar niños extraños, a fin de compensar sus irresponsabilidades cometidas en el pasado, y se encuentran otros que lo hacen por el impulso amoroso de dar alegría y ventura al prójimo. Y como Dios no quiere que se pierda el pecador sino que sea salvo y feliz, ha de ser el huérfano culpable, nacido para ser despreciado, quien más tarde encontrará el amparo cariñoso en un hogar amigo.

Quien no se rebela contra la vida y adopta hijos ajenos, para compensar la falta de sus descendientes, es obvio que demuestra tener nobles sentimientos de fraternidad y amor al Cristo.




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