La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: ¿Todos los espíritus que encarnan en la tierra deben casarse y formar un hogar, bajo la implacable recomen­dación bíblica de "Creced y multiplicaos"?

Ramatís: La recomendación bíblica del '' Creced y multipli­caos" es en el sentido de que las criaturas humanas generen el mayor número de cuerpos carnales, a fin de solucionar a la brevedad posible el problema de billones de espíritus necesitados de encarnar para liquidar sus deudas del pasado. El renacimiento físico es el camino de la rehabilitación espiritual en contacto con los fenómenos y acontecimientos de la vida material, por cuyo motivo, cuantos más cuerpos se generen, más pronta es la redención de las almas afligidas y erráticas del Más Allá.

Considerando que la tierra es un planeta primario en lo referente a la alfabetización espiritual, por lo tanto, el casamiento aún asegura la disciplina y el control de la procreación bajo la ética sana y responsable de la moral humana; entonces, la pro­creación exige un compromiso mutuo de entendimiento y protección recíproca. El hombre y la mujer se casan por efecto de un contrato bilateral, que por conveniencia social y moral debe respetarse mutuamente, mientras que el hogar es el ambiente protector para los espíritus encarnados como hijos. El casamiento carnal, aunque todavía sufra las imprevisiones de las separaciones prematuras entre los cónyuges, obedece a un programa previa­mente delineado en el Espacio, en donde dos espíritus se comprometen a brindar el cuerpo carnal a los amigos o enemigos del pasado.

En el seno de la familia terrícola los espíritus aprenden a ejercitar sus cualidades psíquicas, ya sea dinamizando los senti­mientos fraternos en el intercambio de los intereses recíprocos, como adquiriendo nuevos conocimientos por la experiencia de los más viejos. Es tan valiosa la función del hogar que los espíritus malhechores del pasado no merecen ser el fruto de nuevos espon­sales humanos. Les cabe la condición de vivir marginados, sin compañeros que los acompañen, sin hijos, sin parientes o afectos familiares algunos. El calor del hogar es el júbilo de la descen­dencia de la familia, que prolonga la configuración ancestral de los padres en el mundo físico; son dádivas inmerecidas para los espíritus negligentes, que no supieron, otrora, apreciar los valores inestimables de la vida en familia.

El hombre que despreció a su compañera honrada, o la mujer que traicionó a su compañero, sólo merecen una existencia fría y vacía de afectos, y agravados por la imantación kármica a otros espíritus de condición inferior, que los ayudarán a sentir la gravedad de su falta cometida en el pasado. Dice un viejo proverbio: ''Que aquel que desprecia lo mejor, siempre recoge lo peor". Y cuando la divinidad permite que tales espíritus confor­men la agrupación familiar, jamás usufructúan de la paz y la armonía tan deseada, porque ese conjunto familiar aún es de graduación espiritual inferior. Así como el ácido limpia los cristales y la lija pule lo áspero de la madera, los espíritus primarios también terminan "puliendo" las aristas de los espí­ritus más astutos, los cuales son atraídos por la Ley del Karma.



Pregunta: ¿Cuáles serían las causas que pudieran interferir en la unión conyugal de dos espíritus, que haya sido programada en el Espacio antes de encarnar?

Ramatís: El espíritu consciente y responsable sabe hasta qué límite puede ejercer su libre albedrío, sin causar perjuicios al prójimo.

Puede traer su compromiso matrimonial previamente combi­nado en el Espacio, con otro espíritu, pero bien puede dejarse dominar por una pasión indomable con otra mujer que no figuraba en su programa kármico. Pero como está encuadrado en el fata­lismo de la Ley del Karma, en otras oportunidades, deberá pagar "centavo tras centavo" todos los perjuicios y males ocasionados ante la fuga de su compromiso contraído en el cielo. Su deuda se verá acrecentada ante quienes se comprometió en el Espacio y deberá indemnizar a su víctima por el tiempo que le ha hecho perder en la ruta de su felicidad. Mas en base a la inestabilidad propia del mundo físico, también podrán surgir imprevisiones que contraríen la voluntad del espíritu en el cumplimiento de cierto programa matrimonial, asumido antes de renacer. Las molestias, mutilaciones, accidentes y la ausencia compulsiva por delitos cometidos, y hasta la interferencia despótica de los proge­nitores del otro cónyuge, pueden contribuir al impedimento de ese enlace matrimonial previsto.




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