Pregunta: ¿Es Ley Espiritual, que sólo el hombre debe mandar en el hogar?
Ramatís: Es de sentido común que la dirección jerárquica del hogar debería pertenecer al hombre, siempre que éste fuera íntegro, trabajador, fiel a su esposa, protector de sus hijos y respetado. El esposo puede mandar en su hogar y ser un tipo franciscano, que renuncia fácilmente a los laureles de la victoria en las luchas conyugales. También es evidente que existe una gran diferencia entre perdonar, amar, comprender, tolerar y dirigir al mismo tiempo el hogar. El jefe de la familia debe ser respetado siempre que sea culto, trabajador y fiel a su compañera y amigo imparcial de sus hijos, y que sepa preservar su nombre honrado en el mundo profano. Mas el hombre alcohólatra, irresponsable, cuyos actos indignos recaen sobre la moral del hogar, pierde su autoridad. El buen jefe de familia, correcto y moralmente sano, no necesita transferir el cetro de la dirección doméstica a la esposa colérica, insatisfecha o masculinizada. El hombre que lucha fuera del hogar, enfrentando al mundo profano, también puede dirigir dignamente su hogar y ser obedecido por la familia. Fuera de eso, debe compartir con su compañera honesta, activa y cariñosa, que ofrece garantías espirituales para desempeñar el cargo.
Pregunta: ¿Cómo debería ser la mujer, tomando como base los mismos derechos que le asisten en la actividad humana?
Ramatís: La mujer debe ser noble, atenta y muy compañera del hombre, es decir, el complemento amoroso de su convivencia espiritual en la tierra. Desgraciadamente, no todos los hombres son merecedores de una compañera dócil, tierna y comprensiva, porque en vidas anteriores abusaron despóticamente, sembrando injusticias, vicios y caprichos inferiores sobre sus humilladas compañeras. La Ley Kármica es educativa y correctiva; de ahí que las liga en nuevas existencias a mujeres fáciles, agresivas, insatisfechas y de lenguaje grosero, justificándose el concepto de que "la cosecha se hace conforme haya sido la siembra".
Mientras tanto, la mujer de comportamiento superior, suave, amoroso y comprensivo, a pesar de haberse ligado a un compañero injusto, no hace más que liberarse prontamente de ese tipo espiritual indeseable, al cual se unió imprudentemente en el pasado. Sin embargo, es un deber para la mujer no perder la gracia y el encanto propios de su naturaleza delicada, debiendo vivir en función de ejemplificar, en espíritu, la paz y la ternura que posee. Aunque le cabe el derecho de participar en todas las actividades humanas, sea en la ciencia, el arte, la filosofía, la religiosidad o la política, jamás deberá sacrificar su feminismo delicado e inspirativo imitando la grosería y agresividad del hombre. La masculinización de la mujer le disminuye la belleza, la poesía y la gracia, y elimina los atractivos estimulantes de la vida del hombre. La docilidad, la paciencia y la ternura femeninas pueden contribuir fácilmente a contemporizar los conflictos conyugales, generados por celos, amor propio, cólera o irascibilidad, aminorando el temperamento agresivo del hombre e inducirlo al respeto y hasta la veneración por parte de su compañera.
Pregunta: En ciertos casos, a pesar de las santificadas intenciones de uno de los cónyuges, si el otro no cede en su intento agresivo y perturbador ¿qué aconsejaría el hermano!
Ramatís: Jesús fue muy explícito cuando recomendó a Pedro que se quejaba de la poca sinceridad del pueblo: "¿Qué importa que no me sigan, Pedro? Sígueme tú... Cuando el espíritu se decide por el reino del Cristo, debe renunciar a sus caprichos personales, desligándose de los bienes del mundo del César y superar las glorias del mundo transitorio de la carne. El ascenso espiritual es una cuestión netamente particular y de interés personal, el candidato debe intentar su realización superior en forma independiente con respecto a los procedimientos ajenos. El hogar terreno es la primera etapa de esa operación espiritual de renuncia material, pues allí el esposo y la esposa deben promover el ejercicio crístico de su liberación espiritual, para más tarde alcanzar el mismo éxito en medio de la humanidad.
Pero cuando los esposos compiten en el culto exagerado al "ego" inferior de la exaltación animal, difícilmente conseguirán desatar los lazos esclavizantes de los ciclos kármicos en el mundo físico. No existe otro camino ni otra técnica, porque sólo quien muere para el mundo renace para el cielo. La familia humana, con sus contradicciones, celos y desentendimientos de autoridad, es la expresión mínima de la actual humanidad, cuyos problemas semejantes se amplían más allá de las fronteras de cada pueblo. El hogar humano es el caldo de cultura, el laboratorio de ensayo donde los espíritus vinculados por intereses recíprocos y ligados por los lazos consanguíneos, pueden hacer sus experimentaciones en grupos reducidos a fin de alcanzar su pronta liberación espiritual.
En consecuencia, poco importa si determinado cónyuge deshace o subestima las santificadas intenciones de su compañero interesado en sublimarse, pues en la hora de la muerte física cada uno seguirá para el plano correspondiente a su graduación espiritual. Si tenemos conciencia de que es más ventajoso ser buenos, pacíficos, tolerantes y amorosos, también somos indiferentes a la opinión, crítica o reacciones ajena. Es más venturoso quien consigue la inspiración y la compañía del Cristo en sus decisiones espirituales, que imponer sus puntos de vista a los compañeros de convivencia-humana.
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