La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal


parte del hombre, su autoridad sobre la mujer, como si fuera un derecho masculino, antes que moral?



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Pregunta: ¿No es despotismo, imponer por parte del hombre, su autoridad sobre la mujer, como si fuera un derecho masculino, antes que moral?

Ramatís: Aunque se considere que ambos cónyuges deben armonizarse en un entendimiento espiritual recíproco, pero que en realidad se unen por fuerza de los deslices y deudas del pasado, la legislación social, política o administrativa de vuestro mundo consagra la autoridad masculina, con derechos de mando en el hogar. Pero el hecho es que el espíritu puede renacer mujer u hombre, en ésta u otra existencia, entonces desaparece cualquier injusticia o despotismo en la dirección del hogar, pues aquel que es dirigido o explotado hoy, ya lo hizo en el pasado y aún podrá hacerlo, si es de su agrado, en el futuro.

Sólo en los planetas de graduación espiritual superior a la tierra, es posible dividir la autoridad doméstica bajo la misma ecuanimidad de derechos entre el hombre y la mujer.4 Al hombre terreno aún le cabe la dirección en el hogar o en la vida profana, mientras que la mujer, es la figura amorosa e inspirativa por encima de los conflictos guerreros, choques doctrinarios, políticos o religiosos. El hombre desarrolla y persiste en su función auto­ritaria, porque en el mundo profano le cabe la obligación primor­dial de sostener al hogar, moral y materialmente. Por eso mientras la mujer se entrega a la pasividad del hogar, en la función prosaica de lavar pañales, cambiar y cuidar a los niños, como preparar los alimentos para los miembros de la familia, el hombre aporta los medios para que las actividades domésticas se realicen con todo éxito.

Evidentemente, existen en el mundo apenas dos seres racio­nales; el hombre y la mujer. El primero, es un ente más agresivo, autoritario e impaciente, en base a sus luchas profanas, en donde vive múltiples estados de espíritu en el entrechoque ambicioso y especulativo con los demás hombres. La mujer, mientras tanto, por su vida desarrollada dentro de los límites del hogar, debe ser tierna, tolerante y contemporizadora, a fin de mantener el equi­librio entre la razón viril masculina y el sentimiento femenino y apaciguador. El hombre es el principal responsable por el man­tenimiento de la familia, y la mujer es la responsable por la armonía en el hogar. Así Dios esquematizó la vida humana y sus secuencias educativas, por cuyo motivo, comportarse de otro modo es contrariar la planificación divina. Aunque el hombre y la mujer son del mismo origen divino, ella debe actuar con dulzura y no contrastar con su tradicional figura, mansa y atrayente.

La mujer siempre fue evocada por la poesía del mundo, como un ser encantador, amoroso y un oasis de ternura, que además de tener la misión ennoblecida de ser "madre" o médium de la vida, incluso debe ser el consuelo del hombre, que se excita por las luchas del mundo donde compite. Por otra parte, la mujer de buena índole, cariñosa y humilde, es la excelente antena viva, que puede recibir las mejores intuiciones espirituales para una mejor convivencia de la familia entera.

Evidentemente, no nos estamos refiriendo a la desventura de las mujeres chinas, japonesas o africanas, que hasta hace muy poco tiempo no eran más que animales de carga de sus embrutecidos maridos; así como desaprobamos la conducta de los brutales esposos, viciosos e irresponsables, cuyo sadismo en el hogar los nivela con la animalidad. Sin embargo, no aconsejamos la masculinidad de la mujer en franca lucha por la competición con la autoridad del hombre. La mujer siempre ha de resultar ridícula si en vez de demostrar sus cualidades femeninas y encantadoras, prefiere discutir y gritar para imponer sus obstinadas opiniones.

Pregunta: Si la mujer es del mismo linaje del hombre y apenas se diferencia por la sexualidad, sin embargo, ¿no debería tener incondicionalmente las mismas prerrogativas masculinas?

Ramatís: Reiteramos que al hombre le cabe conceder a la esposa los mismos derechos de convivencia y aprendizaje espiritual en el mundo físico, proporcionando a la compañera todas las alegrías y los medios apropiados para elevarse. Pero también es necesario que la mujer se adelante espiritualmente a fin de desen­volver su intuición y saber atender los problemas conyugales y la convivencia con los hijos. La mujer que se retrasa demasiado respecto al esposo en lo tocante a la jerarquía en el mundo, aumenta la oportunidad de que haya una posible separación por efecto de ideas y opiniones diferentes. Es necesario cuidar, además de su configuración física, el trato con el esposo en lo tocante a las cosas y a las ideas que él cultiva, sensatas y provechosas, como así también elaborar los momentos espirituales a fin de ayudar los desánimos y tribulaciones que pudiera presentar el esposo por sus luchas con el mundo profano. No basta encuadrarse en la moda del momento, por el hecho que el esposo mejora el nivel de vida económica, sino mejorar gradualmente y no caer en el peligro de seguir siendo la "mujer del soldado", cuando en realidad el marido llegó a general.5

4 Véase la obra de Ramatís: La vida en el planeta Marte, los capí­tulos "Matrimonio" y "Familia".

5 Nota del Médium: En el concepto de "mujer del soldado" cuando el esposo llegó a general, Ramatís simboliza lo que comúnmente sucede en la vida de muchos hombres, que se casan pobres, sin preparación alguna, y toman por mujer a una de extracción modesta, inexpresiva e inculta. Mas tratándose de hombres activos y con facilidades para el estudio, escalan en su jerarquía militar o civil, nivelándose a las clases sociales, cultas y superiores. Mientras que la esposa no hace el mínimo esfuerzo para progresar. Ella cambia los antiguos vestidos por trajes a la moda, pero en lo íntimo continúa siendo la misma persona inculta, obstinada y fútil, ajustándose al concepto de seguir siendo la "mujer del soldado", aunque su marido sea un general.

Tampoco necesita abdicar de su ternura, tolerancia y pacien­cia, cofa las características sublimes de su función de madre y dedicarse exclusivamente a la cultura del intelecto, para nivelarse al esposo diligente, pues la naturaleza intuitiva de la mujer se embellece fácilmente con pequeños toques del buen sentido.

No cabe dudas que la mujer es un espíritu del mismo origen de su esposo, diferenciada accidentalmente en el mundo físico por su estructura genealógica, apropiada a su misión maternal; pero, bajo cualquier condición, completa el binomio humano, pues ella ofrece al mundo el sentimiento que angeliza, y el hombre promueve la sabiduría que libera.

Pregunta: Escuchamos la voz de los entendidos, que en la época apocalíptica del "fin de los tiempos", que ya estamos viviendo sobre la tierra y conforme a la predicción de Juan Evan­gelista, los hogares serán perturbados con frecuencia, contrayendo graves problemas para la familia. ¿Qué nos podéis decir?

Ramatís: Lo que hace peligrar la armonía de los hogares terrenos no es el "fin de los tiempos" apocalípticos; es la evidente incomprensión generada por el amor propio, celos, orgullo y obstinación de los esposos distanciados del "Código Moral del Evangelio del Cristo". La pareja que reconocen el hogar y la familia como caminos educativos de rectificación kármica del espíritu, aunque se encuentren con animosidad de revivir los conflictos del pasado, son como los alumnos disciplinados, pues van accediendo a las nuevas lecciones escolares. Poco a poco van transformando odio en amor, deudas en créditos, explotaciones de otrora en servicios fraternos, orgullo en humildad, insultos en atenciones. Siendo el ambiente doméstico el lugar del reencuentro para las almas comprometidas desde otras vidas, la unión conyugal es el fruto de la transitoria pasión carnal y de la saturación de la convivencia en común, y sólo se salva la armonía doméstica cuando predomina el amor fraterno. Más allá del esquema común, en donde el hombre y la mujer viven la fase del enamoramiento, noviado y casamiento, todo eso debe sublimarse con la madurez de la pareja en la condición bendecida de ser hermanos en la creación. La pasión carnal es como los fuegos artificiales, pues termina en las cenizas de las decepciones, ni bien cayó el velo de la ilusión romántica, y ambos pueden apreciar libremente sus defectos recíprocos.

El hombre comúnmente sueña casarse con una princesa, la cual se delinea entre la ternura y la poesía; la mujer, a su vez, fortalecida por la literatura, las novelas y los films románticos, aguarda a su "galán" o "príncipe encantado", que la hará feliz para siempre. Desgraciadamente, la vulgaridad doméstica, en su convivencia cruda y rutinaria, sin el disfraz o barniz que antes ocultaba la realidad conyugal, termina por derribar de sus encan­tados pedestales a los esposos mutuamente mistificados y demos­trar una comunión defectuosa por fuerza del grado espiritual, propio de los espíritus terrícolas. En consecuencia, serían mucho más felices en el casamiento los jóvenes que buscan valerosamente la realidad espiritual, previendo que bajo la envoltura carnal del compañero se encuentra otra alma ansiosa de ventura.

Entonces, observemos que la lógica dice, que si el "fin de los tiempos" en su forma de catalizador espiritual, tiende a súper excitar a los seres, estimulando sus conflictos y disensiones espiri­tuales del pasado, en sentido opuesto, el Evangelio de Jesús, es la brújula que orienta infaliblemente a los náufragos de la vida humana en dirección al Norte Angélico.


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