Pregunta: En los casos de las familias extremadamente pobres, ¿no sería razonable la limitación procreativa a fin de mejorar su padrón de vida para los descendientes?
Ramatís: En primer lugar, no olvidéis que los célebres genios, científicos e instructores de la humanidad, en su mayoría, nacieron y se criaron en la pobreza. Ellos fueron Pasteur, Balzac, Dante, Milton, Edgar Allan Poe, Zamenhoff, Cervantes, Schumann, Mozart, Francisco de Asís, Vicente de Paúl, Gandhi y el sublime Jesús. El príncipe Sakya Muni fue Buda una vez que se integró a la pobreza. Por otra parte, tenéis demasiadas pruebas, que la cultura, el desenvolvimiento del arte, la técnica y el cientificismo del mundo, todavía no resolvieron los dolorosos problemas que existen desde muchos siglos atrás. En el tiempo de Aníbal, Gengis Kan, Atila y César, los guerreros ostentaban majestuosas armaduras, pero terminaban destrozados o malheridos por los campos del orbe, después de intensas y feroces batallas. Hoy, a pesar de los pertrechos modernos, producto de la genialidad científica y técnica del mundo, aunque bien protegidos y alimentados, los guerreros arrasan campos, fábricas, campos sembrados y ciudades, en la masacre fratricida. La ciencia contribuye para la actualización de armas cada vez más eficientes, la técnica perfecciona la rapidez en la producción de los ingenios asesinos, mientras la religión exceptúa a los guerreros que matan a sus hermanos, consagrándolos con el id con Dios.
No se justifica la limitación de los hijos por la dificultad de darles alimentos, educación y cuidado de su salud, mientras que la ciencia y la cultura del mundo se esmeran en seleccionar a los mejores ciudadanos para sustentar la imbecilidad de las guerras homicidas. ¿Qué importa ser culto, educado y tener óptimo padrón de vida, si después está destinado a ser carne de las creaciones destructoras?
Pregunta: ¿No es un fatalismo por parte de la Divinidad que los pobres sean los más sobrecargados en la procreación de los hijos?
Ramatís: Observad con cuidado que los animales salvajes viven su lapso de vida en forma coherente y sana y bien alimentados, debido a que no violentan las leyes de la procreación ni traspasan las directrices de la convivencia normal. En consecuencia, ese "fatalismo" no es una determinación divina, pero sí, una resultante de la interpretación que el hombre hace a las leyes que disciplinan el ascenso espiritual.
Además, sería muy justificada la reducción de los hijos en las familias demasiado pobres, siempre que estuvieran exceptuadas del proceso rectificador de la reencarnación y de la ley del Karma, en donde el espíritu del hombre recoge en el presente lo que sembró otrora. Obviamente, y de acuerdo con la ley espiritual que determina a "cada uno conforme a sus obras", las familias muy pobres y de prole numerosa, en la actualidad, es muy probable que en vidas pasadas se negaran a tener hijos o bien, se degradaron sexualmente, entorpeciendo el orden de la genética humana. Si rechazaron la tenencia de hijos en vidas pasadas, cuando sus condiciones de vida eran mejores, la ley, más tarde les exige la indemnización kármica, sin preguntarles cuáles son sus posibilidades económicas, sino aquello que respecta a su condición de responsabilidad pasada.
Considerando que no hay injusticias ni castigos determinados por Dios, sino las obras que en sí promueven las causas por parte de los espíritus endeudados y que nacen en hogares de familias pobres, a fin de cosechar los frutos de su siembra anterior, es evidente que los padres y los hijos de hoy, pobres o ricos, son los mismos que se encuentran atraídos recíprocamente por las deudas kármicas. Ninguno nace pobre, huérfano o abandonado en la puerta de una iglesia si no ha contribuido personalmente para recibir esa situación. El buen hijo de otrora, nace hoy, en un hogar venturoso; el malo, ingresa en la carne por la rueda de los desheredados o bien abandonado en los tachos de basura, dado que en su oportunidad subestimó el amor y el sacrificio que le competía como padre terreno.
Por eso, y a pesar de los esfuerzos que realizan las instituciones de bien público para amparar, educar y devolver modificado al huérfano desheredado de la suerte, no lo consiguen, porque sus espíritus aún son indigentes y delincuentes.
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