Pregunta: ¿Qué nos podéis decir sobre el pecado del antropófago, que también devora carne, pero de sus compañeros?
Ramatís: La antropofagia de los salvajes es bastante inocente en base a su empobrecido entendimiento espiritual; ellos devoran a su prisionero de guerra en la cándida ilusión de heredar sus cualidades intrépidas y su vigor sanguinario. Pero los civilizados, para comer en las mesas abarrotadas de humeantes órganos animales se especializan en los caldos epicúreos y en los adornos culinarios, haciendo de la necesidad del sustento un arte enfermizo y de placer. El salvaje ofrece su maza o garrote a su prisionero para que se defienda antes de ser descuartizado; después le desgarra las entrañas y lo devora, hambriento, bajo el imperativo de saciar su hambre, es decir, la víctima es ingerida apresuradamente, casi cruda pero sin calcular ningún tipo de placer en la forma de prepararlo. El civilizado, mientras tanto, caza el animal ventajosamente armado, y lo masacra dirigiéndolo al corredor de la muerte, sin darle cualquier oportunidad de que reaccione defensivamente. Abate a las aves traicioneramente, a escondidas, protegido por el follaje, después lo muestra sonriente al cocinero, como si fuera el más habilidoso para usar el arma asesina. Más tarde, exige, epicúreamente los trozos cadavéricos del animal en forma de suculentos cocidos o asados a fuego lento. Alega la necesidad de las proteínas, pero se traiciona con el preparado de vinagre, cebolla, sal y pimienta, se disculpa del condicionamiento biológico de los siglos en donde se vició en la nutrición carnívora, pero sustenta la lúgubre industria de las vísceras y glándulas animales enlatadas.
Pregunta: Sin embargo, es evidente, que en base al progreso de la técnica para el "corte" del animal, se hace en forma tal, que evita el sufrimiento en la hora de su muerte. ¿No es verdad?
Ramatís: Sin duda, sería un detestable sadismo por parte de los matarifes o industriales de las vísceras sangrientas que el animal sufriese o demorase en morir, puesto que no se trata de ningún delincuente penado por la ley sino una matanza o masacre de seres inocentes.
Indudablemente que los frigoríficos modernos se enorgullecen de vuestra civilización por el alcance científico con que fueron construidas esas ''casas para la muerte animal'', donde la electrónica sobrepasa la eficacia de la daga asesina.
A pesar de la eficiencia y preocupación en disminuir el sufrimiento animal, pensamos que el sentido estético de la Divinidad ha de preferir siempre la cabaña del pobre que ampara el animal amigo, al matadero rico, que destruye bajo el avanzado cientificismo de la industria fúnebre. Por más eficiente que sean los métodos de la matanza científica, y aunque disminuyan el sufrimiento del animal, no los exime de la responsabilidad de haber destruido prematuramente los organismos vivos, que también evolucionan, como son los animales creados por el Señor de la Vida. Sólo Dios tiene el derecho de extinguirlos, siempre que haya peligro para la vida humana, pues entre el animal salvaje y el hombre, debe sobrevivir este último, porque en él la naturaleza efectuó el trabajo más perfecto.
Pregunta: Nuestro proceso de nutrición carnívora es un automatismo biológico y milenario, un condicionamiento integral y nutritivo que ha de exigir algunos siglos para efectuar una modificación opuesta. A pesar de decirnos que la naturaleza no da saltos, ¿no violentaríamos nuestros organismos físicos para efectuar el cambio brusco de la carne por el vegetal?
Ramatís: No sugerimos la violencia orgánica para aquellos que aún no soportarían esa modificación drástica; para ellos aconsejamos las adaptaciones graduales del régimen, que va desde la carne del cerdo hacia la del buey, de éste hacia el ave, y del ave, hacia la del pescado o mariscos. Después de un disciplinado ejercicio en donde la imaginación se libera y la voluntad elimina el deseo ardiente de ingerir los despojos sangrientos, tenemos la seguridad de que el organismo está apto para ajustarse a un nuevo método nutritivo y de mejor provecho en lo espiritual. El mismo Jesús aleccionó sobre la alimentación de los peces, cuando mandó a Pedro que arrojara las redes y se vio favorecido por la cantidad de pescado extraído de las aguas.
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