La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: ¿No podría ser un accidente imprevisto para la Administración Sideral la interferencia sufrida por la humanidad a través de Hitler, Aníbal, Gengis Kan o Napoleón?

Ramatís: Los acontecimientos que registra la historia por esos seres se encuadra perfectamente en las planificaciones de perfec­cionamiento de los espíritus encarnados y que forman parte de las naciones belicosas. Aunque los hechos sucedidos son indesea­bles, nos recuerdan a ciertas enfermedades que para ser curadas necesitan una terapia violenta y cáustica.

Es lastimoso que la humanidad terrícola todavía necesite tales recursos belicosos para procrear su reajuste kármico, masacrándose en las guerras fratricidas, destruyendo ciudades, sembradíos y parques preciosos, lo cual más tarde repercute en la miseria, neu­rosis y mutilación de los hombres. No tenemos dudas que el Bien también puede provenir del Mal, pero lo lógico es que el Bien se haga por el propio Bien.



Pregunta: Las campañas libertadoras de Napoleón ¿no die­ron beneficio al mundo?

Ramatís: Cuando la "Administración Sideral" de la tierra escogió al espíritu de Napoleón para demoler los feudos y reinados esclavistas del mundo, y liberar a muchas criaturas injustamente sometidas por los señores poderosos, y por venganzas políticas o personales, jamás le condonaron la vanidad de sobrepasar con sus ambiciones la naturaleza de su trabajo y brindar a sus parientes tronos principescos.

Indudablemente y en base al tipo primario espiritual que es la humanidad terrícola, el fenómeno Napoleón Bonaparte se ajusta perfectamente al molde de los acontecimientos belicosos, como una necesidad para romper la cadena que ella misma forjó en su camino tonto y ambicioso. Su actividad guerrera tuvo la finalidad de abrir fronteras y cárceles, ajustar derechos y proporcionar enseñanzas para el reajuste de las costumbres, rectificaciones de leyes y ampliación de cultura y educación. Napoleón Bonaparte, como casi todos los guerreros terrícolas, se endiosó en el poder transitorio de destronar reyes, ignorando que, a través de la reen­carnación, tales reyes y príncipes podían nacer como hijos de mayordomos o lacayos del palacio real. Hubo reyes, emperadores y príncipes tarados, imbéciles, enfermizos y genocidas como Nerón, Calígula, Iván el Terrible, Heliogábalo y Cómodo, que en vez de ser encerrados en un manicomio, disponían de la vida de los ciudadanos como el carnicero de sus reses.

Entusiasmado por la fascinación del poder humano, Napoleón se juzgó un raro ejemplar sobre la faz de la tierra, y de esa forma intentó sobrepasar el esquema kármico, que lo Alto trazó con su destino. En consecuencia, después de la fugaz gloria que le dio el poder imperial, transitorio y oficializado por Pío VII, termi­naba sus tristes días en la isla de Santa Elena, lo cual le daba el tiempo suficiente para reflexionar respecto a la fragilidad de la vida humana y la imposibilidad del hombre para superar las directivas del Gobierno Oculto. Consiguió destronar reyes, vencer batallas memorables, erigirse en emperador y dominar Europa; pero, lastimosamente, no pudo eliminar el orgullo, la vanidad, la presunción, la crueldad ni la propia muerte. Por, lo tanto, igno­raba que lo genial es saberse gobernar a sí mismo, pues el supremo guerrero es aquel que vence las batallas de sus propias pasiones.

Pregunta: ¿Cuál es vuestra opinión sobre las revoluciones realizadas por los pueblos, para elegir un nuevo gobierno, honesto, criterioso y enderezado a eliminar la corrupción?

Ramatís: Es obvio que el vocablo revolución está indicando una iniciativa violenta para cambiar al régimen dominante, con la finalidad de atender las satisfacciones políticas de un pueblo, una nación o un grupo de hombres. Se comprueba así lo primario del hombre terrícola en su graduación espiritual, puesto que toda­vía no sabe resolver sus problemas sociales, políticos, patrios y morales, sin la violencia que genera el clima de odios y celos para alcanzar falsas glorias. Las cuestiones políticas, religiosas y socia­les dividen al pueblo en grupos adversos, manteniendo el clima de guerra permanente, ante la preocupación de cada sector para imponer su preferencia o simpatía.

Aunque las revoluciones glorifiquen a sus autores y los resalten en el altar de sus héroes, patriotas o salvadores del pueblo, en verdad, siempre existe un juego de intereses, en que los grupos dominados reaccionan contra los grupos dominantes. La revolución es un estado de espíritu en el hombre insatisfecho que piensa en "cambiar" de cualquier forma, y casi siempre procura casi exclusivamente su propio bien. Cuando ese oculto estado espiritual se exterioriza en forma de movimientos belicosos o luchas sangrientas, apenas materializa la insatisfacción de un grupo de hombres sintonizados en la misma frecuencia de los deseos. Sólo en casos muy raros un ideal exceptuado de intereses personales mueve una revolución en favor del pueblo, pues en general la codicia y la ambición son inherentes a los revoluciona­rios de todos los tiempos. La prueba la tenéis constantemente pues nuevas revoluciones sustituyen a las viejas porque los salva­dores del pueblo siempre cuidan de su propia salvación.

Por eso, a pesar del beneficio que a veces ciertas revoluciones proporcionan, bajo una intención superior, jamás pueden promo­ver la felicidad de un pueblo, porque no atienden específicamente los intereses totales de la colectividad, pero son generadas por grupos de hombres asociados, por la misma simpatía grupal. De ese modo, normalmente la proclamación de los "salvadores" es para un grupo afín que prestigia exclusivamente a sus miembros, desechando de la "salvación" a los depuestos y a los que no vibran sintónicamente con el movimiento revolucionario. Evidentemente, que si la felicidad, tolerancia, honestidad y el patriotismo de raza existieran unificados por un esquema evangélico sobre el bien ajeno, jamás habría necesidad de revoluciones, las cuales significan el corolario de una insatisfacción colectiva.

Por otra parte, los hombres terrícolas ignoran cuáles son los tipos de sus reacciones mentales y emotivas delante de los hechos extraordinarios a los cuales son arrojados imprevistamente. De ahí que pueden variar o excederse de los hábitos comunes, como cambiar el procedimiento conocido, demostrando, a veces, un anta­gonismo que trae aparejadas las características, que ya son muy bien conocidas. Quien fuera una incógnita para sí mismo, cuando ha sido elevado al cargo supremo de un pueblo, tanto puede ser benéfico como maléfico, dependiendo de las pasiones, intereses o ambiciones que lo dominan. Se sabe que muchos emperadores romanos comenzaron su reinado imbuidos de muy buenas inten­ciones, como sucedió con Nerón; mientras tanto, la voluptuosidad del poder, la presión de quienes interesadamente le rodeaban y las perspectivas del lujo y el placer, alimentó la vanidad y el orgullo, la venganza y otras pasiones indeseables. Hitler parecía un hom­bre inofensivo, servil y atento cuando era un simple cabo del ejército alemán, en la guerra del año 1914. Mientras tanto, fasci­nado por el gobierno y el poder, fue un verdadero flagelo para el mismo pueblo, al que olvidó en sus intenciones y pretendidos ideales de felicidad humana. Eso mismo sucede con los líderes revolucionarios, pues son muy raros los que consiguen quedar en el anonimato y no llegan a esclavizarse con las pasiones y vanida­des, que dormitan en lo íntimo de sus almas inmaduras.




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