La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Capítulo VIII

PROBLEMAS DEL VICIO DE FUMAR
Pregunta: ¿Quién fuma ofende a Dios?

Ramatís: Si Dios se ofendiera por la estulticia del hombre por fumar, sería tan pasional y contradictorio como lo es la criatura humana. Y como Dios de ninguna forma jamás se ofen­de, dado que se encuentra por sobre las pasiones y sentimientos de los hombres, tampoco necesita perdonar. Evidentemente, sólo perdona quien primero se ofende. El hombre viciado en el fumar, en el beber, en las drogas o sustancias nocivas, no ofende a la Divinidad, pero sí afecta su salud e intoxica la delicada contex­tura sideral de su periespíritu, y es un seguro candidato a los sufrimientos y aflicciones en la vida Más Allá de la tumba, y algunas veces, en la próxima existencia carnal.

Pregunta: Si el hombre con ese vicio no ofende a Dios, ¿por qué se afecta después de la muerte corporal?

Ramatís: Durante la encarnación no existe aislamiento abso­luto entre el espíritu y el cuerpo; por lo tanto, es obvio que ha de sufrir después de la muerte los efectos dañinos de sus desati­nos viciosos, cometidos durante la existencia física. Es de lógica común que no se puede recoger cerezas plantando cicuta y no se puede tener salud ¡tomando venenos!

Pregunta: ¿Todos los espíritus desencarnados sufren en el Más Allá los efectos de cualquier imprudencia viciosa cometida en la vida carnal?

Ramatís: En ese mundo espiritual sufren todos aquellos que abusaron de las cosas del mundo carnal y que han perdido el control mental y espiritual sobre el organismo físico. Paradójicamente, podríamos decir que no son "señores" sino "esclavos" de sus pasiones animales. No es el uso moderado de la bebida y el cigarrillo lo que estigmatiza a los desencarnados después de la muerte sino, los que no fuman, pero son "fumados", los que no beben, pero son "bebidos".

Pregunta: ¿Qué tipo de perjuicio afecta al que tiene el vicio del tabaco?

Ramatís: El fumador veterano es un infeliz esclavo, que abdica de su voluntad, cediendo a su dirección instintiva ante un cerebro implacable y exigente, como lo es el tabaco. El tabaquis­mo es una enfermedad evitable; sin embargo, de ella padece gran parte de la humanidad. Es el culto fanatizado al señor humo. el que se entromete constantemente en la vida de los tabaquistas, usufructuándoles los pensamientos, sentimientos, aptitudes psí­quicas y hasta las inspiraciones en la esfera de la música, la pintura y la literatura. Algunos hombres fuman para matar el tiempo o se ilusionan buscando en el tabaco el sedativo hip­nótico para calmar los nervios; otros afirman que el fumar les sugiere buenos negocios a través de las volutas del humo del cigarrillo o de la pipa.

Evidentemente, el fumador veterano no es sólo un tonto sino también un esclavo del humo y de la nicotina, puesto que sufre atrozmente cuando le falta el cigarrillo. Vive inconsciente de su propia esclavitud pues introduce las manos en el bolsillo, retira el paquete de cigarrillos, saca uno, lo coloca en sus labios y lo enciende, vencido por el vicio. Es un autómata vivo, que prac­tica el ritual, obediente a una voluntad oculta.

Conforme explicamos anteriormente, el fumador veterano ya no fuma, es estúpidamente fumado, no dirige su voluntad, está servilmente dominado por el tabaco, víctima de una entidad extraña que le interfiere discrecionalmente en todos los actos de su existencia. El cuerpo físico de la criatura se transforma en una especie de "quemador vivo" cuya función es como una prolongación material para quemar tabaco.

Pregunta: Fumar es una condición común y natural en nuestro mundo; también es una tradición cultivada en todas las clases y profesiones, puesto que lo hacen los hombres cultos, ignorantes, científicos, filósofos, médicos, alumnos, profesores, jóvenes y viejos, ¿Cuál es vuestra opinión?

Ramatís: No es la cantidad de personas que fuman lo qué justifica o suaviza la característica viciosa y perjudicial, así como nadie pasa a cultivar las hierbas dañinas por el solo hecho de ser más numerosas que las flores del jardín.

El tabaquismo es una fuente de ingresos muy grande, por lo cual hay grandes y especializados cerebros quemando fosfatos para descubrir nuevas técnicas y estímulos en el arte de fumar, para ajustaría conforme a la clase, fortuna, jerarquía y distin­ción social del fumador.

Los del interior fuman el oloroso cigarro de hoja o mastican tabaco; los ciudadanos comunes se vician con los cigarrillos de papel, mientras que los afortunados se distinguen por el uso de la cigarrera de oro, conteniendo cigarrillos con filtros de alto costo. Los hombres de mucha responsabilidad, jefes de indus­trias, autoridades públicas y políticas, chupan tremendos cigarros de hoja. A los menos educados y más preocupados con su íntima satisfacción, no les preocupa fumar sus cigarrillos en los ambien­tes donde se encuentran niños, ancianos y personas que no gustan del vicio de fumar. Tanto lo hacen en el colectivo donde viajan, como en los coches subterráneos, en las confiterías y en las casas de familia, sin autorización de sus dueños.


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