La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: Sin embargo, se ha comprobado que persiste cierta euforia y tranquilidad del sistema nervioso después de fumarse un cigarrillo. ¿Cuál es vuestra opinión?

Ramatís: El hombre desgasta sus nervios en el torbellino de la vida cotidiana, porque se excita por la codicia y la ambición, persistiendo, muchas veces, en cosas tontas e inútiles para su felicidad. Por eso, Jesús dio excelentes y saludables recomendacio­nes terapéuticas para los hombres, para que puedan mantener los nervios calmos y la salud del cuerpo, sin necesidad de fumar, con sólo inspirarse en la realidad espiritual. "Buscad los tesoros que las polillas no comen y el herrumbre no consume", advirtió el Maestro Jesús, pues estaba seguro que la persona habría de ser infeliz o enferma si perdía su vida en la ilusión de poseer los objetos que son perecederos, como lo es la vida material.

El humo del cigarrillo es un tóxico con características hipnó­ticas, que reduce el contacto anormal "psicofísico" del hombre con el ambiente donde vive, cuyo aislamiento parcial, el fumador juzga, que es atenuante de la excitación nerviosa. Bajo tal condición, el psiquismo parecería estar más liberado para ejercer cualquier actividad mental, tal como sucede con los bebedores de alcohol, que confunden la separación momentánea del problema que les aflige, con la euforia y el desahogo propio de los entorpecedores. Pero ello no indica la solución del problema aflictivo, dado que se trata apenas de una especie de laguna parcial de la mente con la pronta recuperación de la tensión anterior.

La paz y la tranquilidad del hombre es el fruto de su esclare­cimiento espiritual, de su capacidad y estoicismo en aceptar las vicisitudes de la vida como lecciones para el ascenso angélico y camino de redención del espíritu endeudado en el pasado.

Pregunta: ¿Por qué aumenta el número de fumadores en el mundo si a través de la misma ciencia se conocen los perjuicios ocasionados por el tabaco?

Ramatís: El hombre terrícola es muy negligente consigo mis­mo, y confía a ciegas en la ciencia académica, la cual sólo trabaja por los valores que conoce de la vida terrena. Aumentan los vicios, las pasiones y las rebeliones que causan infortunio a los seres, en la misma proporción que aumenta la humanidad, pues a pesar de los triunfos científicos, la cantidad humana domina a la calidad espiritual. El hombre consiguió posar en la luna a través de la nave espacial "Apolo 11", pero todavía no alcanzó a penetrar un solo centímetro en la investigación de su espíritu; dispone de la bomba atómica y con sólo apretar un simple botón electrónico puede destruir un millón de criaturas, mas lamentablemente no consiguió destruir siquiera el vicio del cigarro. Es capaz de dialo­gar genialmente con los pueblos antípodas del planeta, pero des­graciadamente no tiene facultades superiores para mantener un minuto de conversación con su propia alma. Trasplanta el corazón ' de un afectado y candidato a la muerte, para otra criatura cardió­pata, consiguiéndolo poner en acción en medio de la vida humana, bajo la genial intervención quirúrgica; sin embargo, no sabe de dónde viene, lo que es ni hacia dónde va. Ilumina la superficie de la tierra por control remoto, pero todavía no consiguió encender una vela para iluminar su propio espíritu. Es el señor de las riquezas materiales en el mundo profano, y sin embargo, no puede llenar de alegría y paz su corazón conturbado.

Por eso, en su ignorancia espiritual poco hace para restringir las prácticas de las cosas nocivas para el género humano, como es el vicio del tabaco y el uso de los entorpecedores y del alcohol. Las industrias del tabaco, a través de procesos de propaganda con carteles vistosos, difunden el vicio del tabaco, utilizando los recur­sos más excéntricos; aquí, atractivas figuras femeninas invitan al inigualable placer de aspirar el delicioso humo del cigarrillo; allí, deportistas famosos o artistas de mucha reputación pregonan la inspiración que el tabaco ejerce en el arte y en el deporte; acullá, los mismos científicos ponderan con frases rebuscadas que el ciga­rrillo es la prolongación epicúrea del mismo hombre. Se enseña la hidalguía y la elegancia de cultivar las buenas costumbres, a través del "señor cigarro", dado que impone respeto, y hasta no falta la ilustración del político conocido y entrevistado, el cual ostenta entre sus dedos amarillos, un portentoso habano.

Y la humanidad negligente prefiere gastar inmensas fortunas, convencida que el fumar y el beber son placeres justificables, puesto que la ciencia lo admite y los deportistas lo demuestran, que no altera en nada su portentosa salud, y finalmente lo remata, el señor artista, cuya expresión y modalidad elegante en escena, requiere el inseparable cigarrillo para demostrar la efectividad de su comportamiento humano.


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