Pregunta: ¿Acaso no es el egoísmo el responsable de tantas calamidades y desventuras humanas?
Ramatís: El egoísmo es una fase de la consolidación de la conciencia del espíritu, introducido en las corrientes de las vidas planetarias. Existe o se manifiesta cuando el hombre acumula avaramente, en la ansiedad de ser alguna cosa y formar su propia personalidad, en el interés personal de poseer. Los ríos sólo crecen porque atraen e incorporan a su caudal los afluentes menores que aparecen en su curso. Después de alcanzar su caudal normal se transforman en una fuente pródiga de vida, en lo que respecta a su intimidad, y un alimento precioso para las márgenes del mismo.
Pregunta: ¿Qué nos podéis decir sobre el odio, celos o envidia que, de por sí, son aspectos contrarios al amor?
Ramatís: A través de la doctrina católica, espirita, protestante, teosófica, rosacruciana o yoga, el hombre aprende que sólo existe un Dios, como causa original del Universo y del Amor Infinito Omnipresente en todos los hombres y cosas. Obviamente, aunque nuestras manifestaciones puedan chocaros, aún palpita en el seno del mismo odio el potencial del amor subvertido, es decir, como una inversión negativa. El odio, el celo o la envidia son estados de espíritu del hombre, producidos por la frustración del amor propio, por no obtener lo "mejor" que desea para sí y nada para los demás. La venganza que emana del odio es la infeliz y desesperada solución adoptada por los incapaces, por no saber aprovechar el amor latente en sus almas, y que bien desenvuelto compensaría la falta de los tesoros transitorios del mundo material.
Por lo tanto, la forma negativa y censurable del odio o el celo desaparecen cuando el amor desenvuelve en su forma positiva. Pero ¿cómo eliminar a la cicuta de su veneno antes de sublimarla por medio de los injertos beneficiosos? La dulzura, la lealtad y la devoción del perro hacia el hombre ¿no son el odio feroz del lobo salvaje, sublimado en amor por la domesticación? ¡El odio sólo existe cuando no llega el amor! Por eso nadie se pierde en el seno de Dios porque el amor indestructible y creador apenas necesita desenvolverse y embeber al hombre en la Felicidad. Es de Ley que Nerón podrá sublimarse y amar como amó Francisco de Asís; pero Jesús, el mayor exponente del Amor, ¡jamás podría odiar como lo hizo Nerón!
El odio es el amor enfermizo, intoxicado, la desesperación de la animalidad soñando con la angelitud. Pero ni bien se destruye la cáscara superficial y transitoria que sofoca la esencia del amor, entonces emana y aniquila las sombras de la envidia, la codicia, el celo, el odio y el orgullo, así como la beneficiosa luz brilla más cuando se limpia el vidrio exterior de la lámpara. Por eso los sacerdotes, líderes, maestros y preceptores espiritualistas se esfuerzan por desenvolver el amor entre los hombres, ayudándolos a eliminar el odio, el celo, la envidia y todos los residuos animales, que aún pesan en el linaje humano. Durante la construcción de un majestuoso edificio y hasta su terminación a nadie se le ocurrirá condenar los residuos inferiores del servicio transitorio, pues su belleza final se comprueba después que se eliminaron aquéllos que, sin embargo, formaban parte del todo en la construcción.
El odio, forma negativa de la manifestación del amor no desarrollado, después de recibir su aseo espiritual, se transforma en cualidades del alma santificada.
Pregunta: En base a las lecciones recibidas por los maestros espiritualistas, sólo debemos amar, pero jamás odiar ¿no es verdad?
Ramatís: El egoísmo es la base que construye la conciencia individual humana, la cual se forja en el intercambio con la sabiduría instintiva del animal. El hombre, para volverse individualmente consciente en primer lugar desenvuelve el egoísmo, o sea, la base principal de la formación del "ego inferior", que es el centro hacia donde converge la síntesis de los actos vividos y sentidos en la materia. Ninguno podrá ofrecer agua limpia al sediento si primero no llena la copa vacía.
El desenvolvimiento del egoísmo es un hecho lógico e indispensable para amoldar la individualización del ser, y el altruismo, que es lo opuesto, surge y se desenvuelve después que la conciencia se satura de tanto acumular. La persona jamás amará a otro ser ¡si primero no se amó a sí misma! por eso el propio Jesús fue muy claro al respecto cuando aconsejó que el amor al prójimo ha de ser tan intenso como la persona se ame a sí misma. El amor, por lo tanto, cuando se da es porque ya transcurrió el proceso de "saturación" que resulta del mucho recoger y almacenar respecto a la avaricia y al egoísmo. Sólo a través de ése egoísmo que despierta la conciencia individual, podrá resurgir el anhelo y la virtud del altruismo en la persona.
Aunque la semilla acepte el loable sacrificio de pudrirse en el seno de la tierra, aún es el egoísmo latente de su formación individual lo que la hace ambiciosa para crecer. Gracias a su "ego inferior", poco a poco se incorpora y se sobrepone al medio hostil, extiende sus raíces, rompe la tierra, crece lozana hasta consumarse en el altruismo de ser un árbol generoso y dador incondicional de sus maravillosos frutos. El egoísmo puede compararse a la fase juvenil de la persona cuando exige todo para sí misma; el altruismo es como la vida del hombre maduro, pues una vez que ha pasado la época de las desilusiones, recién percibe paradójicamente que su felicidad sólo depende de todo cuanto puede hacer y ofrecer a favor del prójimo. Sería absurdo que el espíritu pudiera actuar impelido por un sentimiento incondicional de amor, desde los comienzos de su conciencia individual. ¡Ninguno podrá dar nada antes de poseerlo! En consecuencia, sería innecesario que el espíritu emanado de Dios habitara en la carne para darse cuenta de su propia felicidad individual, en el caso que tuviera conocimiento anticipado del amor supremo.
Es obvio que los instructores espirituales deben enseñaros el altruismo y no el odio, el amor y no el egoísmo, pues cuando más pronto el hombre conozca el curso del egoísmo, también acortará el camino hacia su felicidad. Aunque se justifique la etapa egocéntrica de las pasiones humanas del espíritu, ignorante en su formación de conciencia, los maestros espirituales necesitan señalar constantemente los caminos sublimes y seguros que indican la entrada más rápida hacia la ventura humana.
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