La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: Sin embargo, los científicos de todas las ramas del perfeccionamiento de la vida humana, como así también, aquellos que estudian la forma de aplacar el hambre de la humanidad, los sacerdotes, pastores y hasta algunos espiritualistas muy escla­recidos, justifican la limitación de los hijos, alegando que el au­mento indiscriminado de la humanidad aportará un terrible problema por la falta de alimentos. ¿Cuál es vuestra opinión?

Ramatís: Esa argumentación es bastante ingenua y hasta capciosa por parte de los entendidos, ahí en la Tierra, puesto que vuestro planeta tiene capacidad para soportar el triple de la actual humanidad sin problemas nutritivos, los cuales nada tie­nen que ver con la divinidad, pero sí, la irresponsabilidad de los hombres.

Dios ofrece a todas sus criaturas los recursos necesarios para desenvolver su conciencia espiritual. El crecimiento angélico no es un proceso movido por las jerarquías del mundo oculto sino el producto de la convivencia del hombre en su contacto con las experiencias del mundo, tanto sea en los equívocos como en los aciertos que hacen a la iniciativa personal. En consecuencia, el problema de la alimentación de la humanidad, no se debe a la superpoblación sino que el hombre no sabe aplicar sabiamente su conciencia para eliminar los factores que reducen o destruyen la producción nutritiva del mundo.

Si el hombre agota totalmente sus reservas económicas, se debe a la aplicación interesada para atender a la demanda oca­sionada por las guerras fratricidas, persecuciones, mortandades religiosas, movimientos políticos desbastadores, choques y rebelio­nes militares, o bien agotan los tesoros públicos en iniciativas ficticias, manteniendo a las clases aristocráticas, principados cir­censes, reinados convencionales, o concursos y festividades impro­ductivos, por lo cual, es evidente que el Creador no se responsa­biliza por tanta imbecilidad humana.

Cualquier persona, por escasa preparación que tuviera, comprende con suma facilidad, que lo sucedido en el mundo, a través de los diarios, en donde se emplean ingentes sumas de dinero para, perfeccionar armas y eliminar a los seres humanos, todo ello sería más que, suficiente para alimentar a millones y millones de personas que actualmente mueren de hambre, siendo el único móvil de tan nefasto proceder la ambición, el orgullo y el celo de esas naciones ciegas.

Los hombres, además de ser tontos e imprudentes, crean con­diciones insoportables y onerosas para su propia convivencia humana, y más tarde pregonan los resultados funestos de su imbecilidad y egoísmo, aduciendo que son los errores cometidos por la Administración Divina. Bajo la metralla siniestra y las bárbaras ofensivas, los terrícolas destruyen ciudades, incendian bosques, destrozan puentes, rutas y caminos, arrasan campos sem­brados, jardines, silos abarrotados de granos, que son las reservas del mundo. En seguida, los sabios científicos, previendo las con­secuencias de tamaña imbecilidad, confeccionan estadísticas y advierten severamente respecto al peligro del hambre y la urgente necesidad de limitar la procreación de los hijos.

Realmente, es necesario limitar los nacimientos en un mundo donde sus mentores, gobiernos y dirigentes religiosos colocan sus ambiciones territoriales, políticas, doctrinarias, racistas y religio­sas por encima del pan, del vestido, de la salud, de la educación y de la protección al hombre. La misma ciencia que aconseja a la humanidad a reducir la procreación de los hijos, todavía no con­siguió solucionar el terrible flagelo de las guerras fratricidas, que destruyen todas las reservas nutritivas. A pesar de estar dotado de razón, el terrícola nace desamparado y es víctima de sus impre­visiones dolorosas.

Enfermos, escuálidos, maltratados y desnutridos, los hombres en su mayoría se arrastran, no viven, pues son impotentes para asegurar sus mínimas condiciones de vida para el día siguiente. En consecuencia, el problema del hambre jamás será reducido o solucionado mediante la limitación de los hijos, puesto que no es la saturación demográfica su verdadera causa sino la estupidez y falta de amor del ciudadano del siglo XX. Si la limitación de los hijos proporcionara la solución de las dificultades del mundo, obviamente los países pequeños serían verdaderos paraísos. Mien­tras tanto, si la humanidad terrena limitara su ambición, maldad y egoísmo, desaparecerían los problemas de la procreación indiscri­minada de los hijos.


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