La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: ¿Es probable que los hermanos de los planetas más evolucionados sean vegetarianos y no necesiten comer carne a causa de un metabolismo fisiológico superior al de los hombres terrenos?

Ramatís: En la Creación del Universo no hubo ninguna dis­crepancia o descuido por parte de Dios. La creación, la estabilidad y el equilibrio geológico de los planetas, que se mueven disciplina­damente en las órbitas imantadas a los centros solares, obedecen a un solo patrón y esquema sideral. En cualquier latitud o punto del Universo, la dinámica de la vida creadora sólo objetiva y coordena los hombres para un mismo sentido: la perfección.

Todas las humanidades planetarias son espíritus de la misma fuente creadora y dotada de las mismas tendencias evolutivas. Dios no tiene preferencias especiales, ni concede privilegios a ciertos hijos en perjuicio de otros. Aunque en cada orbe suspen­dido en el cosmos varíen los climas, las densidades, presiones y la contextura telúrica conforme a su edad planetaria, en lo íntimo de sus humanidades y en la variedad de sus cuerpos carnales, de aspectos diferentes, palpita el mismo espíritu divino, revelando las mismas ansiedades y sueños de ventura. Las configuraciones físi­cas de los encarnados son de menor importancia, pues son el resul­tado de la actividad y del ambiente donde viven. No importa si el terrícola, en su patrón de estética humana, tiene dos ojos, dos oídos laterales en el cráneo, cinco dedos en las manos y en los pies, mientras que en otros planetas los hombres pueden tener tres o cuatro ojos, un pabellón auricular en forma de concha en la parte superior del cráneo, o dotados de agallas para la vida anfibia y alas para surcar los aires.5

Todo ello es la resultante de la necesidad que deben afrontar los cuerpos físicos y transitorios, pero que es la cobertura carnal del contenido espiritual definitivo y sobreviviente a todas las muta­ciones de la carne. En consecuencia, el hombre no se vuelve vegetariano porque modifica su configuración carnal o naturaleza física del orbe donde reside. Sin embargo se da por la fuerza del espíritu en cualquier latitud cósmica que se encuentre, porque se siente disminuida espiritualmente por chupar el tuétano o masti­car trozos de animales hervidos o asados. Cuando el hombre evolu­ciona espiritualmente, no importa el aspecto carnal que posea, puesto que ya comprende que el carnivorismo es un placer mórbido y propio de los trogloditas de las cavernas o salvajes antropófagos. Cuando más se eleva en su frecuencia superior, más se aparta de las relaciones groseras del mundo.

Pregunta: A pesar de vuestras consideraciones, observamos que nuestra alimentación carnívora todavía es el fruto del condicionamiento milenario y justificado por la configuración y estruc­tura de nuestros dientes, como así también por la anatomía y fisiología peculiar de nuestro intestino. ¿No es verdad?

Ramatís: Sin remontarnos a la edad de piedra, apenas unos pocos siglos atrás, es fácil comprobar, que los pueblos salvajes, bárbaros o paganos, se asemejaban a los animales en sus festines carnívoros, realizados únicamente para satisfacer los deseos prima­rios del cuerpo. También es verdad que eran espíritus embruteci­dos y sin el don selecto de distinguir lo repugnante de lo agra­dable, pues cuando los acicateaba el hambre se arrastraban por el suelo, igual que las bestias, devorando cuanto encontraban.

En las épocas de los pueblos más evolucionados, o que se presume eran civilizados, aferrábanse al epicureismo repugnante de una alimentación bestial. Los fenicios devoraban antílopes, pavos con plumas, carneros con las vísceras y cocidos en vino blanco, lechoncitos super cebados, lavados con azafrán y asados con tocino.



5 Trecho extraído de la obra En un Disco Volador Visité otro Planeta, de A. Rossi, Cáp. I: "No tenían órganos sexuales, eran muy altos, deberían pesar cerca de 120 kilos; tenían solamente dos dedos en cada mano y en cada pie, y carecían de cabellos". Más adelante, el autor explica que los dedos de los habitantes del planeta que visitó eran flexibles como los tentáculos de los pulpos.

Eran voraces comedores de langostas preparadas con salsa excitante, cigarras y lengua de pájaros, freídas y servidas con jugos de fruta.

Los romanos gozaban comiendo preparados excitantes y gro­seros, importándoles poco si eran animales, reptiles, aves o insec­tos, pues todo bajaba con cada trago de vino ácido que tomaban. Además, ese fenómeno hoy se repite de un modo más refinado, pues a pesar de la mencionada característica de civilizados, con sus trajes de primera y mostrando todo tipo de oropeles, no se deja de comer gallinas, cerdos, bueyes, carneros, ranas, tortugas, pulpos, conejos y hasta cobras. Naturalmente, que esos deliciosos manjares son preparados bajo el rótulo de la "moda" y es distinguido con­centrarse en elegantes restaurantes para engullirlos. En verdad, los célebres pasteles de conejo y trozos de lengua de oso, de los antiguos griegos de Perícles, hoy tienen su equivalencia epicúrea en los '' sandwiches'' de pavo y lengua de buey con mostaza.

En verdad, el hombre explota al hombre en ese preparado de la alimentación carnívora, pues los "maestros" de cocina, son diplomados para ejercer su trabajo de necrófagos. Aquí disfrazan los restos del estómago del buey con la sabrosa "tortilla a la espa­ñola ''; allí se cubre el repugnante fermento del repollo con fetas de jamón, bajo el atractivo y misterioso plato de "eisben" ale­mán; acullá la grasa derretida donde nadan detestables pedazos de orejas, costillas, tendones y patitas de cerdo, en mórbido preparado excitante, denominándose el tan codiciado "guiso com­pleto". Además, se prepara los riñones al asador, vertiendo albúmina, la sopa con tuétano, o sopas de pechito salado con nau­seabundos trozos de los pulmones del buey; el hígado frito con pan rallado a la "milanesa'', el churrasco o la costilla a fuego lento, cuya carne carbonizada se disfraza bajo el toque de la pimienta y la cebolla.

Los bárbaros parecían más honestos en su cocina repulsiva, pues devoraban las vísceras crudas de los animales, sin sofismas ni preparados refinados, como es el alimento carnívoro de los civilizados.6


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