La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Ramatís: Las personas que obtienen su salario en el trabajo de los mataderos, o matan el animal en el fondo de la quinta, pueden ser almas primitivas y exceptuadas de responsabilidad espiritual, debido a la capacidad de analizar sus actos. Pero aquellos que huyen en la hora de masacrar al hermano inferior y después lo devoran asado o cocido, no sólo comprenden la per­versidad del acto censurable en su conciencia sino que están reco­nociendo sobradamente lo que es injusto y bárbaro. Además, con­firman su conocimiento sobre la falta que es matar el animal indefenso e inocente, aunque se resistan a asistir a su muerte cruel. Y si después participan del banquete de la muerte, mayor se les vuelve la culpa, pues se están condenando con la ausencia premeditada, lo que un poco más tarde desmienten en la hora de comer placenteramente los restos mortales del animal.

En consecuencia, los huidizos sumamente piadosos no dejan de ser activos cooperadores de las escenas tristes y tétricas del sacrificio de las aves y animales en los mórbidos mataderos de la tierra. Los consumidores de carne, malgrado aleguen su piedad huyendo del sacrificio abominable de los hermanos inferiores, contribuyen al mantenimiento de los frigoríficos, mataderos y car­nicerías, regadas con la sangre de los inocentes. No matan al ave o al animal por conmiseración, pero digieren jubilosamente los trozos sangrientos producidos por la industria fúnebre de aquellos que Dios también creó para su evolución espiritual.



Pregunta: Por ventura, muchos de los seres que hoy son elevados espíritus, acaso, ¿no vivieron en nuestro mundo y se alimentaron de carne?

Ramatís: En cuanto a que el hombre sea santificado en la galería de los santos proclamados por la Iglesia Católica o consa­grados en la pinacoteca de los centros espiritas, eso no es sufi­ciente para comprobar que se tenga una conciencia absolutamente espiritualizada. La verdad, es que el alma realmente santificada repudia, incondicionalmente, cualquier acto que produzca el sufri­miento ajeno, mientras que es capaz de sacrificarse en favor de otros.

El espíritu esclarecido es generoso en cualquier expresión de la vida, dado que sobrepasó la fase del egoísmo utilitario y coloca la ventura ajena por encima de cualquier interés personal. Los animales son respetados y ayudados por los hombres que interpre­taron el sentido de la alimentación vegetariana. Francisco de Asís conversaba a los peces y a los lobos, y éstos le escuchaban como si fueran inofensivos corderos; Jesús extendía sus bendecidas ma­nos y las cobras se aquietaban en dulce placer; Sri Maharshi, el santo de la India, cuando se hallaba en divino "samadhi", las arañas dormían en sus manos y las fieras le lamían la cara; algunos místicos hindúes dejaban cubrir sus cuerpos por los insec­tos venenosos y las abejas agresivas. Los antiguos iniciados Esenios se internaban en la foresta bravía a fin de alimentar a los animales feroces, que eran víctimas de tormentas y cataclismos. A innume­rables criaturas inofensivas y piadosas, verdaderos amigos de los pájaros, no les agrada tenerlos en jaulas, disfrutando al verlos surcar los aires en plena libertad.



Pregunta: ¿Cuáles serían los recursos que los mentores em­plearían para apartar al hombre de la alimentación carnívora?

Ramatís: Sin lugar a dudas, que el dolor y el sufrimiento son los mejores correctivos o procesos rectificadores para los espíritus de graduación primaria, como todavía son los terrícolas. Las en­fermedades funcionan como válvulas de seguridad espiritual por­que rectifican las exageraciones cometidas, amenizan las pasiones y ajustan la indisciplina humana. Bajo la clásica terminología de la ciencia médica, especificando úlceras, cánceres, cirrosis, nefritis, enterocolitis, pancreatitis, tuberculosis, asmas, artritis y la proli­feración de las amebas, estrongilóides, tenias y tantos otros, los terrícolas van corrigiendo el desvío cometido en el pasado y reacondicionándose para evitar el carnivorismo actual. Las anomalías gastrointestinales e insuficiencias pancro-hepáticas, además de las afecciones vesiculares y renales, obligan al hombre a dietas espar­tanas, y a que el médico prudente, desde un comienzo, no aconseje la dieta de carne. Innumerables personas que en su juventud renegaban a viva voz de la posibilidad de que alguien pudiera vivir sin comer carne, ante la corrección de la Ley Espiritual, pasan su vejez en un estado enfermizo bajo la acción de úlceras y colitis.


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