La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: Creemos que Dios podría haber creado un mundo más llevadero, de condiciones agradables y placenteras para que sus hijos sobrevivan sin tantos rigores en la materia, en vez de tener que esforzarse día y noche para cubrir medianamente sus necesidades. ¿No es verdad?

Ramatís: Creemos que sería mucho más absurdo y tonto que Dios creara un mundo al gusto de vosotros, espíritus primarios, que aún destrozáis ciudades, jardines, plantaciones, campos, silos de cereales, iglesias, centros de cultura y de arte, escuelas y hospi­tales, y (algo que debiera ser muy sagrado) matáis a niños, viejos y mujeres indefensos.

Nadie construye palacios de vidrio para albergar monos, ni fabrica alfombras ricamente decoradas para uso de los animales. Tampoco existe duda alguna que si el hombre dominara las pasio­nes animales, adquiriría el derecho de habitar ambientes más agradables, y además de incrementar su espíritu creador ¡podría contemplar las bellezas creadas por Dios!... Desgraciadamente, la humanidad terrena aplica la mayor parte de su vida en las guerras, destruyendo su propia morada, a pesar de estar vinculada al trabajo obligatorio, y que le evita cometer delitos e insanias, propias de la ociosidad.

Conforme al dicho, que "A cada uno según sus obras", el espíritu del hombre, como centella emanada de Dios, que crece y se individualiza, necesita descender a la carne para adquirir cono­cimientos sobre sí mismo, y usufructuar el mérito de su propia angelitud. Por lo tanto, debe someterse a la disciplina o técnica sideral, y como célula individualizada en el Todo, aprovechar todo el tiempo posible en un sentido útil y para el desarrollo de su conciencia espiritual. El trabajo en su comienzo le consume el tiempo disponible para cometer desatinos y tonterías propios de la vida instintiva y animal. Más tarde, en su exigencia compulsiva, disciplina y fortalece, obligándolo a concentrarse en un ritmo sano y creador, que le dinamiza la contextura espiritual, desper­tando y aflorando las cualidades latentes, heredadas de Dios. Es un proceso o recurso técnico de perfeccionamiento espiritual, ope­rando en el mundo de las formas, que acelera la sublimidad angé­lica innata en el ser, y por fuerza de su procedencia divina. Hasta el esclavo en condiciones degradantes y explotado por el señor insaciable, puede desarrollar las virtudes de la sumisión, resigna­ción, paciencia y estoicismo, dinamizando sus poderes espirituales en la actividad productiva, que es el trabajo. Muchos magnates, cuya resistencia, capacidad, productividad y perseverancia crea­dora los elevaron a niveles de la industria y comercio mundial, desenvolvieron ese potencial en vidas pasadas, y comúnmente al servicio compulsivo de la esclavitud.

También reconocemos que la especie de trabajo que existe aún en la tierra es de condición un tanto desagradable y algo humi­llante, pero es de naturaleza transitoria y necesaria para el tipo primario del espíritu terrícola. No deja de ser una actividad benéfica y creadora que evoluciona hacia niveles superiores de la vida planetaria, puesto que el hombre se va sublimando constan­temente por el trabajo realizado. La pintura y las composiciones musicales, aunque se las considere actividades artísticas, son una especie de trabajo, que siendo placentero y espontáneo, sin em­bargo exige persistencia, obstinación y estoicismo creador para desarrollarlos.

El espíritu terrícola todavía necesita ajustarse al trabajo pesado para sobrevivir en la tierra, a fin de ejercitar su capaci­tación creadora y adquirir las cualidades y el derecho futuro de vivir en medio de humanidades más evolucionadas. El trabajo, agradable o no, digno o degradante, vale por su objetivo creador y por el dinamismo que desenvuelve en la intimidad espiritual del hombre.

Pregunta: En consecuencia, el trabajo es una condición in­trínseca a cualquier humanidad, sea superior o inferior, ¿no es verdad?

Ramatís: El trabajo, aún considerado qíi la tierra como una "obligación incómoda" o "tarea desagradable", en los planetas superiores es aceptado como "trabajo-misión". El terrícola se rebela por considerarlo una necesidad injusta e irreducible, al ver que una minoría de privilegiados, no trabaja y viven principescamente. De ahí entonces, que el trabajador común se juzga un tonto e infeliz, explotado por los expertos de la "dulce vida", que viven a costillas suyas. Sin lugar a dudas, está ignorando que el alma incipiente eleva su frecuencia vibratoria espiritual bajo la acción dinámica del trabajo, mientras que la inercia la estanca en el tiempo y en el espacio.

Así como dormir es sinónimo de "no existir", la inmovilidad es un entrenamiento para la muerte, pues el ángel no duerme, ni ceja en su actividad creadora. En los planetas más evolucio­nados, en donde el espíritu no se cansa en contacto con el medio suave y eterizado, el dormir o estacionarse sería tan absurdo como el proceso de fuga, que equivale al suicidio en vuestro mundo. Mientras la criatura es menos mental y más digestiva, necesita del sueño reparador para compensar el desgaste de las energías empleadas; por eso el sabio duerme muy poco. El espíritu terrí­cola siente placer en dormir, en una especie de "suspenso" de la vida en vigilia, porque aún sigue atado tanto al yugo violento de las indisciplinadas emociones humanas como a los deseos incon­trolados del cuerpo carnal.

El trabajo es una operación que despierta el dinamismo angélico del alma y amplía la conciencia espiritual, a fin de alcanzar una mayor área de manifestación del macrocosmos. Cuan­do Jesús afirmó, que "La fe como un grano de mostaza podría remover montañas", se estaba refiriendo a la acción perseverante y creadora del trabajo; tal como sucede en la intimidad creadora de la simiente, igual se despierta en el psiquismo del hombre, los poderes sobre las cosas y los seres. La semilla de mostaza, a pesar de su inmovilidad en el seno de la tierra, trabaja ininterrumpida­mente hasta transformarse en planta bienhechora, bajo el recurso de los elementos hostiles del ambiente. Ella trabaja en condiciones de sacrificio; sin embargo, rompe, crece y aflora a la superficie d«l suelo en una configuración inconcebible, comparada a su pequeñez original. Todo eso sucede bajo la acción transformadora del trabajo y sin rebelarse ante las leyes del crecimiento vegetal.


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