La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: Sin embargo, es evidente que el intento que los hombres realizan para cambiar el régimen de gobierno tiene la finalidad de eliminar lo corrompido para establecer lo sano; ¿no es verdad?

Ramatís: En calidad de espíritus desencarnados e interesados en cumplir con las órdenes del Cristo, no pretendemos analizar la "psicología de las revoluciones", ni las motivaciones políticas o sociales que las promueven. Mientras el hombre no cambie funda­mentalmente, vivirá constantemente en guerra con sus propias pasiones y vicios esclavizantes. Entonces no habrá paz y ventura en la tierra, sea cual fuere el tipo de doctrina o sistema adoptado que gobierne al pueblo. La revolución es inherente al alma del hombre terrícola, por eso es tan frecuente que por la tarde se arrepienta de aquello que hizo por la mañana, en una guerra constante consigo mismo. De esa forma, se establece la lucha silenciosa o ruidosa en el seno de la familia, de la vecindad, en las calles y en los establecimientos de trabajo. Los diarios comentan a grandes títulos robos, crímenes, violencias, asaltos, desmanes, locuras de borrachos, anormalidades de los drogadictos, adulterios, prostitución y corrupción pública. Creéis acaso que algunos líde­res políticos o patriotas exiliados, separados de sus funciones por conducta semejante, ¿podrían armonizar y solucionar ese estado crítico y revolucionario; innato en el hombre terrícola?

El advenimiento del Cristo también fue una revolución, pues por su trabajo sublime se cambiaron las formas del comporta­miento humano, puesto que ¡el amor debe sustituir al odio, la humildad al orgullo, la renuncia al pillaje, el bien al mal, la paz a la guerra!... El Maestro Jesús no se endiosó bajo la infantil vanidad de los distintivos y medallas pendiendo del pecho perece­dero, ni preparó hombres para la gloria del poder transitorio; sin embargo, revolucionó al mundo lavando los pies de los apóstoles y sacrificando su vida por la felicidad de la humanidad. Fue un revolucionario jamás igualado, porque enseñó el gobierno del espíritu sobre las pasiones y los vicios, en verdad ¡los peores enemigos del hombre! En las guerras o revoluciones los militares y civiles marchan eufóricos por las calles al son de la banda portando banderas, distintivos de guerra y fusiles modernos, como salvadores, que poco tiempo más tarde transforman sus patrias en ruinas. 2 Jesús, mientras tanto, era el "gran amigo", cuyo séquito revolucionario estaba integrado por viudas, pescadores y hombres pacíficos, que manoseaban las armas del Amor para esta­blecer la Paz y la Compasión en el alma.

A través de la silenciosa dirección del alma, Jesús instituyó la revolución del Amor, del Bien y de la Paz para toda la huma­nidad, ajena a las condiciones de razas, credos, sistemas políticos o entendimientos intelectivos.
2 Nota de Ramatís: Loamos a vuestro pueblo (Brasil), cuyas revolu­ciones tienden a solucionarse pacíficamente, sin derramamientos de sangre. Sólo las naciones "super desarrolladas" en espíritu saben resolver sus pro­blemas vitales y complejos políticos, distantes de la violencia y venganzas fratricidas. Be ahí, que la Dirección de lo Alto confía en que Brasil será el pueblo más fraterno y espiritualista del mundo, donde los militares cam­bian sus "manuales de guerra" por el Evangelio del Cristo, participando en las "cruzadas militaros espiritas" y movimientos pacíficos de la Umbanda.

Mientras Jesús modeló ese nuevo tipo de revolución total para la humanidad, los jefes revoluciona­rios de cada sector o país de la humanidad exigían y aún exigen, que se cumplan sus preferencias, simpatías y forma de juzgar al mundo, es decir, su forma y conducción particular debe ser el molde de todos sus adeptos. Cuando son genuinamente católicos, como Franco y Salazar, el clero amordaza y domina cualquier movimiento de espiritualismo liberal; si son ateos, hay relativa libertad para los mismos, pero amordazan las doctrinas religiosas desprotegidas por el régimen institucional, predisponiendo los cuadros melodramáticos de los martirios. Si fuera un gobierno espirita es muy posible que mandara cerrar las iglesias y los terreiros de la Umbanda; si fuera un gobierno fanatizado por la Umbanda, tal vez cerrara todos los centros kardecistas. Catalina de Médicis mataba a los católicos en Francia, pero Calvino, protes­tante, mató a Servet en Basilea, mientras que los hugonotes "mo­dernistas", que huían para la Nueva Inglaterra, eran asesinados por los fanáticos "conservadores" de la misma creencia. Los cruzados mataban a los fieles sarracenos, mientras que los musul­manes y budistas aún hoy se matan movidos por la ferocidad primitiva de los hombres del tiempo de las cavernas. Mientras tanto, ¿existe un fiel acatamiento a lo pregonado por el Maestro Jesús del "Ama a tu prójimo como a ti mismo"?

Y para los revolucionarios alimentados por el odio, venganza y deseos exagerados de patriotismo, el Divino Maestro les reco­mienda: "Aquel que perdiera la vida en mi nombre, la ganará por toda la eternidad".

De esa forma, aunque se justifica el motivo de las revoluciones en el mundo material terreno (intentando corregir la degeneración acostumbrada de la Administración Pública), aún regidas por hombres imperfectos, sólo hacen vibrar el corazón de los nuevos patriotas, ante la implantación de nuevos cambios. El pueblo se siente feliz con el advenimiento revolucionario en la creencia que el nuevo régimen ha de ser mejor que el gobierno destituido. En base a la proverbial imperfección humana, los "salvadores" de­caen" en sus ímpetus de euforia patriótica y en el transcurso del tiempo de su regencia pública, penetran en el movimiento libera­dor, hombres oportunistas, mediocres, ambiciosos e hipócritas, cuyo mimetismo de patriotismo retardado llega a impresionar a los auténticos. De ahí el aforismo tan común que dice: "Escoba nueva barre bien".

Pero, inexorablemente, como es tan común en vuestro orbe terráqueo, poco a poco se van deteriorando los sanos fundamentos trazados por los revolucionarios sinceros, que más tarde se sor­prenden al tener que soportar las mismas enfermedades legisla­tivas, sociales, morales y administrativas de sus antecesores, juzgados de incompetentes e inescrupulosos. Sin lugar a dudas, que todo eso sucede porque el mejor gobierno revolucionario del mundo podrá modificar el contenido político de un pueblo, pero jamás su contenido moral y espiritual, que requiere una especie de revolución endógena en el alma enferma.


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