La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: Un gobierno formado por hombres honestos y criteriosos, ¿proporcionaría el clima estimulante para la dignidad humana?

Ramatís: La humanidad es un todo que se mueve lentamente por ciclos y camina en dirección a un objetivo superior: la felici­dad espiritual. Esos ciclos se renuevan y retornan y superan la fase anterior, transcurriendo los períodos de "exaltación" y "hu­millación '' espiritual. Nos recuerda a la ola del mar; cuando más alta se eleva, más profundo cae después. Es una especie de "ma­rea" espiritual, cuyo ritmo exige las fases positivas de las activi­dades en el trato con la materia, y las fases negativas de la refle­xión, sobre lo que ha sucedido.

Examinando la historia de la humanidad terrícola se com­prueba que ha vivido períodos "sombríos" cuando naufragó arrastrada por las olas del vicio, de las pasiones, amordazamientos de las conciencias, y períodos felices de renacimiento tranquilo y creador, como el océano calmo, donde se exalta el amor, el arte, la poesía y la belleza entre las personas. La Edad Media fue un período sombrío, mientras que el Renacimiento dejó sus huellas de luz.

Todos los pueblos y naciones son agraciados periódicamente por medio de caminos de renovación moral y de reajustes econó­micos, en un aprovechamiento integral, que apresura su marcha espiritual. De ahí que se comprueba que los peores males del mundo se encuentran entremezclados con los bienes favorables, como en Roma, con la serie de emperadores orgiásticos, crueles y cretinos, como Nerón, Calígula, Tiberio, Caracallas, Heliogábalo o Cómodo, donde hubo mezcla de los buenos con los malos, bajo la dirección de hombres sobrios, frugales, y probadamente inteli­gentes, como Vespasiano, Marco Aurelio y otros.

Sin embargo, la dignidad pública no es el fruto de la susti­tución de hombres, sino la renovación de los ciudadanos que viven por encima de las pasiones violentas, de las ambiciones desmedidas, que se eligen por su largo período de vida, y que demuestran una conducta espiritual superior. En el mismo caldo de cultura donde se alimentan los hombres que forman el todo de una nación, también se generan sus gobernantes con atributos favorables o no, inherentes al medio.



Pregunta: ¿Estaría prevista por los mentores de la tierra la acción nefasta de un Hitler, que después de alcanzar el poder, llevó a la nación alemana y al mundo a una hecatombe guerrera?

Ramatís: En verdad, nada sucede sobre el orbe terráqueo sin que el Gobierno Oculto del mundo no lo sepa, o no lo haya previsto, y se encuadra dentro del viejo proverbio que dice: ¡"No cae un solo cabello de vuestras cabezas sin que Dios no lo sepa "!... Además, los pueblos eligen para su gobierno al hombre que es capaz de materializarles los caprichos, ideas, ambiciones y hasta la propia moral. Adolfo Hitler, por ejemplo, no fue un flagelo accidental e injusto, puesto que corporizó, en la época, el "deseo colectivo" o llamado "estado de espíritu" manifiesto y latente en los alemanes. Apenas materializó en una acción colectiva y belicosa las tendencias del pueblo que lo había elegido para el cargo supremo; intereses recíprocos y particulares fueron cal­deando su crecimiento dictatorial en una especie de trabajo silen­cioso y táctico pero de voluntaria omisión. En caso de que el pueblo alemán no hubiera manifestado esa índole, ni vibrado psíquicamente con las ideas peligrosas y megalo maniacas de Hitler, evidentemente lo habría apartado del poder al comienzo de su campaña, como si fuera un individuo incompetente y peligroso. Entonces, lo único que sucedió, es que fue el catalizador psicológico y temperamental de los súbditos alemanes, progresando en el terreno fértil de los deseos beligerantes y ambiciosos de la nación.

En cualquier otro planeta, con un grado espiritual por encima de la tierra, Adolfo Hitler y sus adeptos serían internados inme­diatamente en un hospital para tratamiento mental. Jamás habría encontrado estímulos en una comunidad que apoyara sus deseos de conquista, pillajes y masacre de criaturas de países más débiles. Para conseguirlo, tuvo el apoyo de su pueblo, al que le abrió las compuertas de las pasiones belicosas y encontró colaboradores y hasta sumisos pero entusiastas que le afirmaron sus ideas, vengan­zas e iniciativas tan negras, como fueron la muerte de millones de judíos en los campos de concentración ... Su entrada en Aus­tria fue festejada con flores y vivas; su primera victoria sobre Polonia debilitada arrancó de la muchedumbre los más retumban­tes aplausos, comprobándose así la perfecta simbiosis entre gobier­no y gobernados. Es cierto que los aliados también aportaron su haz de leña para la hoguera comenzada por Hitler, que siendo más osado, imprudente y loco, incrementó el fuego, siendo respon­sabilizado como el principal de los culpables.

Mientras tanto, cuando la humanidad vivió períodos tranqui­los e hizo justicia a su derrotero espiritual, el Señor envió a Krisnha, Buda, Rama, Gandhi y al magnífico Jesús, que dejó un soplo de ternura, compasión y paz en el mundo entero. Pero cuando el mundo hierve en alta tensión y los pueblos se excitan en sus pasiones ambiciosas, perturbando la marcha normal del conocimiento del espíritu, entonces se encarnan Alejandro, Aníbal, Gengis Kan, Atila, Julio César, Napoleón o Hitler, que naciendo el papel de verdaderos cirujanos de la humanidad, siembran el dolor y el sufrimiento colectivo, trayendo el bien por medio del mal. Los hombres terminan por expurgar el veneno que se les acumuló en lo íntimo del alma por la excitación de su origen animal; concretando en actos malignos y a la luz del día aquello que les vibraba en el silencio de su propia cobardía.


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