La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: En base a vuestras explicaciones sacamos la con­clusión de que no se fuma en los planetas cuya humanidad tiene una graduación superior a la del hombre terreno. ¿No es verdad?

Ramatís: No es necesario que el hombre sea médico, anato­mista o fisiólogo para comprender lo delicado de la función y composición de los pulmones humanos, dado que son los órganos respiratorios responsables de la oxigenación que sustenta la vida física. La extensa y complicada red de los bronquios, lóbulos y toda especie de canales y ramificaciones capilares, dispersas por el área pulmonar, no fueron creados para atender el metabolismo vicioso del humo, sino destinados al fenómeno de la hematosis u oxigenación de la sangre. Es una insensatez que el hombre trans­forme el equipo pulmonar en un filtro de humo corrosivo y depósito de nicotina que compromete su valiosa salud.

Es casi increíble que el hombre, ser racional y pensante, se someta voluntariamente a las consecuencias de predisponer a su sistema respiratorio a los peligros del asma, la bronquitis, los resfriados, las gripes, los edemas pulmonares, las intoxicaciones, atrofias, pleuritis, e irritaciones de la laringe y de la faringe, la tuberculosis y hasta el cáncer. Esas enfermedades pueden asentarse en el área pulmonar cuando encuentran el terreno apropiado para evolucionar y después dominar.

La sobrecarga de anhídrido carbónico, que resulta de la mala oxigenación, forma un residuo opresivo diseminado por la red venosa, sobrecargando el sistema arterial, produciendo un por­centaje indeseable de molestias en el cerebro. Entonces son muy comunes las jaquecas, los dolores de cabeza agravados por la intoxicación del anhídrido carbónico, y, por la ingerencia de los derivados del humo, la saliva nicotinizada que luego alcanza el estómago, alterando la composición de los jugos gástricos, exci­tando al esófago y perturbando el movimiento peristáltico del intestino.

En suma, las humanidades espiritualmente más evoluciona­das son sanas y conscientes de su realidad inmortal, siendo bas­tante celosas de su organización carnal, semejantes al solista que cuida esmeradamente a su instrumento. Jamás tomarían la tonta postura de hacer el ridículo de poner algo sobre sus labios, que alterara y desmintiera su elevada dedicación al cuerpo, que le fue donado para su evolución.



Pregunta: Aunque concordamos con el hermano Ramatís, os recordamos que ciertos fumadores inveterados gozan de muy buena salud y desencarnan a una edad avanzada. ¿Cuál es vues­tro parecer?

Ramatís: El diminuto porcentaje de fumadores que han so­brevivido sin sufrir los efectos tóxicos del humo no es suficiente para recomendar el vicio, que perjudica y hasta elimina a las personas de una descendencia biológica más débil. Además, es mucho mayor el porcentaje de personas vulnerables a la nicotina, como son los cardíacos congénitos, asmáticos, hipocondríacos, ul­cerosos, dispépticos, aquellos que tienen mala circulación, fragi­lidad capilar, insuficiencia gástrica y otros síntomas mórbidos, y que el uso del tabaco les apresura la marcha hacia la tumba. Autopsias recientes y estadísticas médicas os prueban que el tabaquismo, para muchas personas, es un verdadero suicidio.

Pregunta: Existen informes científicos que prueban que el organismo humano moviliza suficientes defensas para neutralizar los efectos nocivos del tabaco. ¿No es verdad?

Ramatís: No hay dudas al respecto; el cuerpo físico jamás cede en sus defensas mientras tiene energías y capacidad para neutralizar cualquier imprudencia que resulta ofensiva para su naturaleza. Pero no es sensato abusar y deteriorar ese innato poder de resistencia del organismo físico, en la imprudencia de inhalar venenos tan destructivos como son el tabaco y el alcohol.

Los adeptos del tabaco deberían meditar seriamente respecto a los desesperados esfuerzos y enormes gastos de energías que el cuerpo físico pone en juego para sobrevivir al envenenamiento del primer cigarro. El fumador neófito cuando intenta fumar el primer cigarrillo está sometido a sudores helados y repetidos vómitos, baja su temperatura y el sistema endocrino trabaja ace­leradamente en la producción de hormonas defensivas; el esófago se excita, mientras el hígado acelera su función, el tejido gástrico se intoxica, se afloja el píloro y aparece el flujo disentérico. Hay casos de más gravedad, donde el candidato necesita ser ayudado por el medico, pues se desmaya, alcanza el coma nicotínico o sufre de ceguera accidental. Todo ello no es suficiente para atemo­rizarlo, ni toma las debidas medidas para resguardarse, a pesar del primer choque fisiológico sufrido. Imitando al verdadero idiota, intenta nuevamente la misma aventura y pasa de sufri­miento en sufrimiento, hasta que termina adaptándose al condi­cionamiento del humo intoxicante, llegando a convertirse en una excéntrica y ridícula figura de "chimenea ambulante".

Cincuenta miligramos de nicotina pueden matar al inci­piente fumador, mientras que ciento veinte miligramos el fuma­dor veterano los soporta sin consecuencias mortales, gracias a su obstinada forma de adecuar el vicio en el cuerpo humano. El éxito vicioso no se debe a una defensa natural sino a que el organismo establece nuevos procesos químicos y pone en acción energías específicas extraídas a otros sectores orgánicos para poder sobrevivir.

El cuerpo humano, una vez enviciado por el tabaco, es más vulnerable a los ataques tóxicos de las enfermedades comunes, inclusive a la contaminación del área respiratoria. Sin duda ante esa defensa poco común, el fumador de vigorosa estirpe ancestral biológica puede vivir hasta los 100 años algo sano; mientras tanto, los menos favorecidos apresuran su viaje hacia la tumba.




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