La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Ramatís: La confusión aún es una condición muy común en vuestro mundo primario y también sucede entre los mismos cien­tíficos. El hombre tantea, vacila y duda antes de afirmar sus principios científicos, morales y sociales; y paga su cuota de sacrificio en la equivocación que precede a la exactitud. Ptolomeo, en su época, demostró científicamente que la tierra era el centro del sistema solar; Copérnico, más tarde, probó el fundamento irrefutable de que el centro del sistema era el sol, y la tierra giraba a su alrededor. Sin embargo, Tycho Brahe, astrónomo de renom­bre, combatió nuevamente la teoría de Copérnico, defendiendo la de Ptolomeo. Lavoisier no creía que los meteoros provenían del cielo; Pasteur fue combatido y ridiculizado antes de ser glorificado por la ciencia médica.

Así también sucede en lo que respecta a los vicios de la huma­nidad, están aquellos que los defienden por encontrarlos inofen­sivos, y quienes investigan hasta demostrarlos con pruebas irrefu­tables. El médico que fuma puede encontrar inofensivo el vicio de fumar, mientras el que todavía no se vició puede censurarlo como un vicio peligroso. Sin embargo, es más que suficiente el simple examen de laboratorio para comprobar la naturaleza agre­siva del alcaloide nicotina, que existe en abundancia en el tabaco. Después de cierto tiempo, el tabaco comienza a provocar dolores de cabeza por el monóxido de carbono; irritaciones de los bron­quios, de la garganta y de los pulmones, producidos por el amonio o piridina; irritaciones de las fosas nasales debido al calor de la brasa del cigarrillo, resultando afectada la sensible mucosa de la nariz. Existen incluso los efectos dañinos causados por los deri­vados alquitranados del humo, que forman el residuo nocivo que ataca a los pulmones, ennegrece los dientes, y posibilita las condi­ciones para la proliferación del cáncer pulmonar.



Pregunta: Sin embargo, la mayoría de los fumadores asegura que el cigarro calma los nervios.

¿Cuál es vuestra opinión?



Ramatís: Los sedantes también calman los nervios, especial­mente los barbitúricos, pero terminan causando una fuerte depre­sión y, más tarde, perturban el metabolismo del sistema nervioso. El deseo incontrolable del fumador comienza en el cuerpo periespiritual, cuyas emociones se centralizan en el "plexo solar" o "plexo abdominal". En consecuencia, los fluidos volatilizados del humo convergen hacia la zona periespiritual, después, se esparcen por el "Doble etérico" 1 tomando cuerpo el condicionamiento que vitaliza el deseo constante y vicioso. De todo ello se origina la angustia periespiritual debido al efluvio constante del tabaco eterizado, el que sólo se calma con la misma droga, tal como sucede con el "delirium tremens" provocado por el alcohol y que se tranquiliza tras ingerir éste nuevamente. El fumador supone que tranquiliza sus nervios, porque la nicotina, al penetrar en la sangre, le produce un efecto hipnótico momentáneo sobre el nervio simpático. Sin embargo, son de lamentar los efectos degradantes que el vicio en sí requiere, puesto que debe satisfacerse con la misma sustancia que lo genera, tal como sucede con el veneno de la cobra que cura la picadura mortal de ésta.

En consecuencia, el fumador veterano después que desencarna continúa sintiendo en el "plexo abdominal" del periespíritu las angustias provocadas por el vicio mantenido en la carne, exigiendo el calmante del cigarrillo, cosa imposible de proveerle en el Más Allá de la tumba, por la ausencia de elementos que lo reemplacen.



Pregunta: ¿Qué nos podéis decir sobre las mujeres que fu­man? Muchas de ellas aseguran que el fumar las hace adelgazar y las libera del uso de las drogas químicas perjudiciales. ¿Cuál sería vuestro consejo?

Ramatís: Las mujeres que fuman para alcanzar el objetivo expresado por vosotros están en una gran equivocación, puesto que esa finalidad se alcanza a través de dietas convenientes a su tipo, bajo la orientación de un hábil dietista.

El tóxico del tabaco deprime fuertemente a ciertas personas debilitadas y exige una constante movilización de energías para su defensa, resultando una reducción de peso en el organismo por debilidad energética, y no por el tabaquismo, que nada tiene de terapéutico. En general, los fumadores inveterados engordan ni bien dejan de fumar, debido a no tener que promover las antitoxinas para defensa del organismo contra la nicotina. Ade­más, esas toxinas van desapareciendo paulatinamente por la ausen­cia del tabaco, por lo cual, el "ex fumador" retorna a su antigua forma física.




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