La Vida Más Allá de la Sepultura



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MORIR

Juan de Dios
¡No más dolor intenso y desmedido

en el momento angustioso de morir,

Ni el llanto pungente por verse!...
La muerte es un sueño dulce; basta creer

en la paz del Cielo, en la Tierra apetecida,

para encontrar el Amor, la Luz y la Vida,

donde hay tregua a la tristeza y al padecer.
Venturosa región del espacio Allá

donde brilla la Verdad y en donde el Bien

es el farol reluciente que conduce
a la Mansión de claridad y pulcritud,

donde los buenos que adoran la Virtud

gozan del afecto extremo de Jesús.

(Extraído del "Parnaso de Más Allá de la Sepultura" 3* Edición,

de la Librería de la Federación Espirita Brasileña.)
NOCIONES GENERALES SOBRE EL ASTRAL INFERIOR
Pregunta: ¿Qué son las regiones abismales o más conocidas como el "astral inferior", cuyos conocimientos hemos recibido por algunas comunicaciones mediúmnicas?

Atanagildo: Son zonas o regiones en donde se acumulan flui­dos deletéreos bastante densos y mórbidos, formando enormes depósitos de sustancias producidas por la escoria de todo lo que la Humanidad terrena produce por su mente irregular, así como se forman montones de residuos a causa de los intercambios de energía por el metabolismo natural de los seres y de la vida pla­netaria.

Bajo la ley de correspondencia vibratoria, los fluidos puros y diáfanos tienden a expandirse y a diseminarse en las regiones más altas del astral, fijándose en forma de energías sublimadas. De acuerdo a la misma ley, el magnetismo opresivo y vil propende a bajar hacia los niveles inferiores que circundan al orbe terrá­queo formando la carga residual, densa y letárgica, que ha de merecer la denominación de "zonas abismales" o "astral inferior".

Es conveniente recordaros que en el Más Allá se modifican todas las escalas y padrones de las medidas conocidas en el mundo físico; así que cuando nos referimos a las zonas "bajas" o "altas", es nuestro deseo dar a conocer con más exactitud las zonas inte­riores o exteriores, que se distinguen entre sí conforme a la natu­raleza de sus fluidos. Algunas regiones astrales se asemejan a la emulsión sensible de las placas fotográficas, con la propiedad de fijar todas las emanaciones perturbadas de la mente humana, como ser el miedo, la tristeza, la cólera, la envidia, la angustia, el celo, la lujuria, la avaricia y todas las demás consecuencias de la insa­tisfecha y contradictoria conducta de la Humanidad. Las demás capas fluídicas que allí se acumulan semejan una monstruosa tela de magnetismo que se refleja en un torbellino de imágenes de­formadas.

Pregunta: Hemos leído diversas obras mediúmnicas en donde los espíritus manifiestan que en el astral inferior hay tempestades. ¿No podéis aclarar algo al respecto?

Atanagildo: En el astral inferior existen espesas sombras que se mueven constantemente, bajo una fantástica dinamización, a consecuencia de los impulsos degradantes y agresivos de las almas culpables que allí se sitúan. Ciertas veces, cuando la agitación de los desencarnados es excesiva, dan lugar a las llamadas repercu­siones mentales, las que se unifican a la de los encarnados, des­atando terribles casos de odio y crueldad, como si fueran enormes avalanchas proyectadas por pasiones degradadas que forman en el astral inferior verdaderos tifones y remolinos de sustancia tene­brosa, que se expanden en torbellinos sofocantes, como si fuera una violenta tempestad de arena negra y viscosa. Esas regiones perturbadas están muy próximas a la superficie de la Tierra por cuyo motivo los espíritus benefactores que la visitan en servicios asistenciales a veces son perjudicados durante los casos de tem­pestades violentas, pues esa materia degradada les lastima el deli­cado cuerpo periespiritual.

Pregunta: ¿Se pueden registrar en el medio astral accidentes geográficos semejantes a los ocurridos en la Tierra? ¿No se tra­tará apenas de situaciones provisorias creadas por el vigor de la mente desencarnada?

Atanagildo: ¿Por qué no? Aunque nos encontremos en un plano vibratorio diferente al de la materia sólida, la relatividad entre el medio y el agente es semejante a lo que sucede con el vuestro en la Tierra. Así como en la superficie terrestre se forman surcos, valles, océanos, campiñas, montañas y vegetación variada, también en el astral se configuran formas con sus contrastes y puntos de apoyo, necesario para las relaciones del alma con el medio, aunque se regulen por leyes diferentes a las del plano físico.

Las regiones inferiores del astral se nos presentan como si fueran de una solidez casi impenetrable y tienen forma de abis­mos, desfiladeros, malezas inhóspitas, ríos, lagos y caminos peli­grosos, de naturaleza atemorizante y deformada, sin la gracia del paisaje terreno. En la metrópoli del Gran Corazón los ríos y riachos que bañan a la ciudad son fuentes de agua cristalina y de fragancia bienhechora; en las regiones inferiores, las corrientes de agua son oscuras, cálidas y sucias, exhalan un olor fétido y emanan vapores sulfurosos.

De ahí el sufrimientos dantesco que padecen las almas que son atraídas y "caen" a esas zonas sin poder orientarse para salir de ellas, siendo víctimas de los más engañadores fenómenos en sus relaciones con el medio. Sumergidos en las sombras aterra­doras y sofocados en los inmundos desperdicios aeriformes, se ven atraídas por las más simples necesidades fisiológicas de su periespíritu. Entonces claman por alimentos, agua, sueño, reposo y abrigo, mientras que sus despiadados adversarios, entrenados en las sombras, agotan todas las reservas de coraje, esperanza y alivio, vampirizándolos bajo el más humillante estado de sufrimiento moral y espiritual.

Pregunta: ¿No sería lógico que los espíritus que viven en el astral inferior pudiesen visitar las comunidades más elevadas, así conocen el júbilo de la vida superior que les sirve de incentivo para su renovación espiritual?

Atanagildo: A pesar de los grandes sacrificios a que nos some­temos cuando vamos en misión de tarea sacrificial o de entrena­miento espiritual, descendemos a los planos bastante inferiores del astral, a pesar de que nos es más fácil descender al seno de las sombras, que a los espíritus tenebrosos o sufrientes subir a las regiones elevadas, en donde se encuentran las regiones angé­licas. Entre ellos hay espíritus diabólicos, que en cantidades amenazadoras acostumbran atacar los puestos y agrupaciones de ayuda que se sitúan en las inmediaciones de las zonas sombrías, pero no consiguen su intento, porque son rechazados por aparatos defensivos a base de emisiones electro-magnéticas. Para bajar a las regiones inferiores tenemos que revestir a nuestro peries­píritu con una verdadera escafandra de fluidos densos que nos coloquen en sintonía con el medio compacto, al mismo tiempo que nos esforzamos por esconder nuestra procedencia y despo­jarnos de todas las apariencias credenciales superiores que nos puedan identificar delante de las multitudes y de los adminis­tradores de las ciudades subvertidas.

En la suposición de que tales espíritus inferiores pudieran subir hasta nuestra metrópoli, el fenómeno se invertiría, pues ellos tendrían que despojarse completamente de su manto de tinieblas para lograr alcanzar la extrema liviandad periespiritual y poder ascender a las esferas paradisíacas. Eso lo conseguirían con sólo substituir la crueldad por la ternura, el egoísmo por el altruismo, el orgullo por la humildad y la lujuria por la castidad, por ser el único proceso que les permitiría equilibrarse en el ambiente sutil y purificado de las metrópolis celestiales.

Si ellos pudiesen hacer eso, hace mucho tiempo estarían com­pletamente renovados, elevándose por sí mismos, sin necesidad de estímulos o incentivos superiores. La madurez espiritual no se consigue con toques de magia; es una realización paulatina y comúnmente conseguida bajo el aprendizaje del dolor y el sufri­miento, por haber violado la Ley Kármica. Mientras tanto, nues­tro descenso al astral inferior es un acontecimiento perfectamente viable y comprensible, porque se realiza por el auto-sacrificio y por la reducción de nuestra frecuencia vibratoria familiar. Bajo el potencial de nuestra voluntad concentramos las fuerzas internas del espíritu, en un esfuerzo reductor, para lograr hacernos cada vez más "pequeñitos" y poder ir al encuentro de nuestros herma­nos que han faltado a la Ley Divina. Con todo eso, no podemos dejar de reconocer cuan diminutos somos ante la inmensidad de la Vida Cósmica.

La convicción sincera y humilde que tenemos de la grande/a de Dios y del Infinito, ya que en realidad, no dejamos de ser un inexpresivo grano de arena sideral, y esto mucho nos ayuda para alcanzar el éxito de esa aproximación vibratoria hacia los espí­ritus aun impermeabilizados contra el flujo de la luz eterna que, sin embargo, late en lo íntimo de sus almas.



Pregunta: Los espíritus superiores que transitan por el astral inferior, ¿tienen conocimientos de las sorpresas y fenómenos que ocurren en la región?

Atanagildo: Aun para los espíritus bastante entrenados en esas excursiones sombrías o para los que se dirigen en procura de aprendizaje, las sorpresas que les esperan son aterrorizantes, pues no conocen las miserias de la vida rara que oculta en las profun­didades del astral inferior de la Tierra. Todas las sensaciones de júbilo y de poesía sideral, muy común en las agrupaciones supe­riores y en las ciudades elevadas, desaparecen a medida que sus moradores descienden hacia las regiones inferiores, en donde el panorama se reviste de un fondo tétrico y de una vida que ame­drenta y repugna, en donde se enfrentan con las formas vivas más inconcebibles para la imaginación humana. Son cuadros de torturas y excentricidades que sobrepasan a todo lo que se podría suponer y conocer a través de la más fecunda literatura de le­yendas y fantasías mórbidas.

Pregunta: ¿Cuál es vuestra sensación o estado espiritual al penetrar en esas regiones inferiores?

Atanagildo: Cuando penetro en esas regiones me siento en un mundo extraño y mórbido, dominado por una atmósfera silen­ciosa y anormal que preanuncia algún acontecimiento terrible. Ese espantoso y atemorizante silencio es quebrado súbitamente por clamores, aullidos, blasfemias y carcajadas siniestras, produ­ciendo agitaciones y revueltas que mueven todo el paisaje y el
ambiente, super excitándolo todo, dándole una misteriosa sensación de terror.

Su vegetación es tristona, imitando perfectamente al paisaje de fondo de las viejas historietas de brujas, duendes y fantasmas horripilantes, algunos árboles están cubiertos de hojas, las que se agitan y revolotean, dando la sensación de agresividad; otros no tienen hojas y elevan sus ramas, cual brazos en resignada tortura vegetal, como si fueran adornos fúnebres en medio de un paisaje de hollín gaseoso. A pesar del aspecto repulsivo y amedrentador de esa vegetación, se percibe la fuerza de una vida poderosa y oculta, que parece angustiada y oprimida en una vigorosa eclo­sión vegetativa, proveniente del gran potencial que nutre a los reinos inferiores de la existencia planetaria.

Desde la sutil hierba y el más diminuto insecto hasta el vegetal más prodigioso y el animal más gigantesco, todo se presen­ta amenazador y siniestro. Cierta vez, después de algún tiempo de cuidadosa observación, me sorprendí al comprobar que detrás de aquellos aspectos agresivos había una sensación misteriosa de miedo, como si todos percibieran una extraña amenaza en la atmósfera triste y lúgubre.

Yo no puede comparar fielmente estos acontecimientos del astral inferior con fenómenos semejantes que acaecen en la super­ficie de la Tierra, pero debo deciros que, en base al silencio mór­bido y absoluto de ciertas zonas que visité, me sentía influenciado por una extraña sensación de "peligro a la vida", aunque igno­rase su origen y razón. Algunas veces comparé lo que precede a las grandes tempes­tades cuando la quietud y la calma momentánea es violentamente interferida por la cólera de la naturaleza, en donde el suelo es barrido por la fuerza del tifón y el paisaje es fustigado por la tormenta impresionante. A pesar de la familiaridad con que afron­té todas las sorpresas del mundo astral, aún no puedo dejar de impresionarme con ese misterioso silencio que preludia al torbe­llino de una vida avasallante y agresiva en el astral inferior. La vegetación, los animales y las aves que viven en esa región oscura del astral, llena de formas tenebrosas e inestables, parecen man­tener entre sí una actitud extraña, como si se protegieran de una cosa que les causa mucho miedo y angustia. Entonces procuran vencer el miedo producido por el ambiente misterioso que los rodea, por medio de otro miedo mutuo que encubre una actitud defensiva.



Pregunta: ¿A qué atribuía esa sensación de angustia y al mis­mo tiempo de miedo que notasteis en el ambiente astral inferior?

Atanagildo: Es conveniente que no olvidéis que os estoy dando mis impresiones personales sobre la naturaleza del mundo astral inferior, dentro de mi conocimiento y de mis actuales reac­ciones psicológicas. Es evidente que otros espíritus que fueron sometidos a las mismas experimentaciones os podrían ofrecer con­sideraciones y relatos mucho más lógicos, en base a conocimientos muy avanzados y más allá de mi simple concepción particular. No guardo la presunción de poseer mejores conocimientos que otras ramas de la metrópoli del Gran Corazón, como tampoco quiero sugeriros que soy demasiado sensible e impresionable por los fenómenos relatados. Pero os aseguro que el pavor, la angustia y al mismo tiempo la misteriosa amenaza que existe en toda la región del astral sombrío y que se extiende aparentemente a todos sus habitantes excéntricos, debe tener su origen en las emana­ciones mentales inferiores, de perversidad, celos, desesperación, odio, envidia y demás pasiones tenebrosas que provienen de la mayor parte de la humanidad allí existente.

En cambio, la vegetación, las aves, los animales y las cosas que existen en las colonias y ciudades elevadas, están saturados de vida, son tiernos y comunicativos y se nutren por los esplen­dores de la luz que los envuelve continuamente; en el astral som­brío, la falta de luminosidad interior produce el ambiente infectado y oprime el libre influjo de la savia creadora, resultando el aspecto torturante y asustador que domina a todas las cosas existentes.

Si la luz en nuestra metrópoli renueva y purifica nuestras relaciones con el medio y los seres, tornándolos en admirable prolongación comunicativa de nosotros mismos, es de imaginar entonces que la falta de luz en las regiones infelices incentiva al máximo el egoísmo y la impiedad, exceptuando las condiciones apropiadas para proteger su personalidad inferior y a su vez para que puedan sobrevivir en un medio tan hostil para la vida misma.

NOCIONES SOBRE LAS CIUDADES DEL ASTRAL INFERIOR
Pregunta: Nos gustaría que nos dierais conocimientos, lo más detallado posible, para comprender mejor de qué modo se loca­lizan o se establecen en el astral inferior las grandes cantidades de espíritus que diariamente son transferidos desde Tierra hacia allí. Como sabemos, la Tierra recibe también gran cantidad de espíritus malévolos, pero todos están distribuidos por las ciudades terrenas, viviendo en común con los espíritus encarnados de cierta elevación. Si en las ciudades del astral superior sólo ingresan espíritus elevados, creemos que en el astral inferior también exis­ten ciudades en donde viven los retardados en su evolución espiritual. ¿No es verdad?

Atanagildo: Justamente; la mayoría de esas ciudades inferio­res están relativamente organizadas, aunque se congreguen allí los peores malhechores, crueles verdugos y espíritus que se dege­neran al extremo en el mundo de la carne; muchos de ellos son representantes de las más destacadas profesiones humanas y egre­sados de las más famosas academias de la Tierra. Existe desde el médico que en el mundo material hizo del dolor humano un excesivo negocio, el ingeniero deshonesto que se enriqueció con los negociados fraudulentos y sembró la miseria entre los infe­lices, el político que engañó a sus electores, el abogado embro­llón, el militar que practicó injusticias a la sombra de las fuerzas armadas, el administrador que dilapidó los cofres del patrimonio público y hasta la mujer hermosa que erigió un trono de joyas y bienes sobre el perjuicio ajeno.

También se puede encontrar en esas ciudades dantescas al sacerdote que manchó la santidad de su iglesia, el ocultista que abusó de sus poderes para su exclusivo favorecimiento, el médium espirita inescrupuloso que cambió los bienes de lo Alto por los placeres peligrosos del mundo, el pastor puritano que se hizo avaro y cruel y el "macumbeiro", que a través de la amistad del viejo negro y del ingenuo indio instaló un negocio deshonesto en el "despacho" de campaña.

En base a espíritus de todos los matices y profesiones que allí se congregan, víctimas de delitos execrables, muchos de racioci­nios geniales pero duros de corazón, se alían en recíprocos esfuer­zos de interés común para lograr mayor éxito en sus objetivos diabólicos. Su extremo egoísmo y su ambición los organiza para preparar a los seres delincuentes en provecho propio, usufruc­tuando el máximo de satisfacciones y dominio en la atmósfera deletérea. Cuando examiné los sectores administrativos de una de esas ciudades en las comunidades del astral inferior, no pude dejar de reconocer el toque de competencia del ingeniero en cierta construcción de los palacios y plazas públicas destinados a los más felices, aunque llevaran exagerada suntuosidad infantil y confort medieval; percibí algunas imitaciones de los dispensarios médicos, que eran exclusivamente para los fieles prosélitos y seño­res de la comunidad inferior.

Identifiqué también un servicio algo eficiente de iluminación, de aspecto mortecino, proveniente de una usina que funcionaba a base de elementos electromagnéticos, muy común en el medio astral. Esa energía la usaban para beneficio de la colectividad para fines de dominio sobre las zonas desamparadas y contra la penetración de las masas sufrientes que venían de los extremos de los suburbios. Aunque no penetré en la intimidad de aquel pueblo egocéntrico, después de muchas reflexiones y observacio­nes sobre lo que se me presentaba ante la visión comprobé que la ciudad se parecía a un gigantesco rombo en cuyas puntas existían sórdidos suburbios, los cuales se extendían por muchos kilómetros sobre las grandes zonas abismales, saturadas de cria­turas en un pavoroso caos de dolores y sufrimientos, como si fuesen prisioneros provenientes de los campos de concentración de la última guerra terrena.

A ninguno de esos infelices les era permitido entrar en el suntuoso perímetro de los edificios públicos de importancia y a las viviendas ostentosas de los privilegiados de la extraña metró­poli. Constantemente la turba de impíos policías contratados por la dirección de la ciudad bajo, el más sádico barbarismo, expulsaban a latigazos a esos infelices, que desesperadamente inten­taban penetrar por las callejuelas para alcanzar el perímetro aristocrático. Era un espectáculo de terrible crueldad; azotábanse a mujeres y hombres, aunque se encontrasen en la más negra miseria y desequilibrio psíquico, a la vez que recibían una lluvia de improperios que terminaban por atontarlos.

Pregunta: ¿De dónde proviene esa multitud de criaturas mi­serables que se encuentra amontonada en los suburbios de la ciudad?

Atanagildo: Cierta parte fue confinada allí después de haber servido de banquete deletéreo en procedimientos infames, que aún es prematuro revelar; otra parte es la reserva mórbida recién llegada, que dirigirán los "fieles", después de auscultarla, hacia el servicio diabólico de la obsesión metodizada. Aquellos que ya fueron agotados bajo nefastos propósitos, los abandonan y expul­san hacia los lugares tenebrosos llenos de reptiles y gusanos que pululan en los matorrales del astral inhóspito; mientras tanto, nuevas cantidades de seres compensan la carga agotada, destina­das a los abominables procesos de vampirización y nutrición vital, en los trabajos de ataque a los encarnados.

Después de avanzados trabajos de magia, los técnicos de las sombras siguen a los espiritas sufrientes recién llegados, que en la Tierra fueron obsesados y convenientes a la comunidad astral. Esos infelices desencarnados quedan unidos a la organización periespiritual de los terrenos, desempeñando la tenebrosa tarea He transmitir o filtrar hacia el cuerpo de las víctimas encarnadas las miasmas de su propia molestia y que sufrieron cuando estaban encarnados. Es por esa causa que la medicina terrena es impo­tente ante las extrañas enfermedades incurables y los cuadros patológicos desanimadores, pues la causa principal siempre existe en esa "yuxtaposición periespiritual" entre un desencarnado en­fermo y un encarnado sano, y se debe al descuido moral y evan­gélico de este último. Cuando los malhechores de las sombras envuelven a la criatura humana con su negligencia espiritual y esclavitud a las pasiones aniquilantes, sólo las fuerzas íntimas de la oración y la renovación inmediata es la que le proporcionará la liberación de la obsesión o del vampirismo, que de modo alguno se conseguirá con inyecciones, grageas o intervenciones quirúr­gicas rápidas.



Pregunta: ¿Qué idea aproximada podríamos tener de ese perímetro en donde se encuentran los conjuntos de edificaciones más aristocráticas de la ciudad?

Atanagildo: Podéis imaginar una cuadra urbana de una me­trópoli terrena, en cuya área, bastante grande, habitan los admi­nistradores, jueces, artistas, científicos, cortesanos y ejecutores judiciales, que imitan bastante el fausto libertino de las cortes sensualistas orientales. El aspecto general de la ciudad es de abandono, pues se aprovechan indiscriminada e impíamente todas las energías de las criaturas esclavas, que deben servir a las más repugnantes satisfacciones mórbidas y son utilizadas comúnmente como instrumentos vivos para toda especie de obsesiones y ven­ganzas en contra de los encarnados. A través de las informaciones recibidas por parte de las entidades benefactores, que se encuen­tran disfrazadas, me enteré de la existencia de una organización al servicio de la obsesión en contra de los terrenos, que tiene un dominio execrable y completo sobre muchos grupos de encarna­dos, que se transforman para ello en objetivos vivos al correspon­der a las abominables sensaciones de los malhechores desencar­nados.

Pregunta: ¿Qué forma tienen esos palacios o edificios pú­blicos?

Atanagildo: Estoy describiendo la naturaleza del astral infe­rior que más he visitado en mis excursiones de socorro. Cuando por vez primera obtuve permiso para penetrar en su interior con la ayuda de un espíritu benefactor que se encontraba disfrazado como habitante cooperador del servicio público, me encontré con grandes palacios y edificaciones exóticas separadas por extensos grupos de residencias aristocráticas que formaban prolongadas calles y plazas, decoradas a veces con cierto gusto, pero con una espesa vegetación verde oscura, dura y muy parecida a las fibras de la palmera brasileña.

Los canteros estaban bien cuidados por el brazo del esclavo y llenos de flores extrañas, haciéndome recordar ciertos especimenes florales del Brasil que tienen la propiedad de atraer a los insectos, por su perfume selvático, para devorarlos más tarde, aprisionados por sus corolas.

Me sorprendió también la gran cantidad de cactus que for­maban vigorosos círculos protectores alrededor de los canteros, los que presentaban prodigiosas flores, unas de colores rojos vivos y otras amarillas como la yema del huevo, que pendían de unas arboledas bajas y que parecían oprimir la atmósfera contra e] suelo duro y granulado; de esta arboleda colgaban numerosas especies parasitarias que exhalaban un perfume atrayente pero muy perturbador.

Más tarde, en nuevas excursiones, pude observar con más detenimiento los lugares en donde se encontraba aquella prodi­galidad de flores, compenetradas en la atmósfera silenciosa que proveía la arboleda baja v gruesa, que más se asemejaba a pe­queños bosques que a jardines floridos. Allí todo tenía el matiz, el vigor y la ostentosidad de una naturaleza salvaje, cuya vida en alto potencial parecía explotar en todo momento; el tipo grosero de las flores parasitarias, la rudeza del aspecto de los cactus, que decoraban el escenario, de un calor verde oscuro con pin­celadas vivas de rojo llameante, enmarcado por el amarillo exó­tico, era la prueba evidente de la fuerza vigorosa del astral infe­rior que fluía en formas decorativas, creando una belleza brutal y fugitivamente amenazadora.



Pregunta: ¿Sobre la higiene que existe en esas ciudades que visitasteis nos podéis decir algo?

Atanagildo: Existen ciertos gustos y cuidados higiénicos; lo que impresiona mal es el gusto por los colores chillones y principalmente la acentuada predilección por el rojo, que aun en la Tierra misma es símbolo de fuerza instintiva inferior, y el color de la sangre, que recuerda a las tragedias sanguinarias. Alrededor de las creaciones que existen, siempre se manifestaba cierta aus­teridad muv apropiada de los pueblos conservadores, orgullosos y tradicionalistas.

Observé eme los moradores no sentían la opresión v la an­gustia que a mí me afectaban el periespíritu y que provenían de la atmósfera ambiente, demasiado densa. En Brasil se acostumbra a denominar "sofocante" esa atmósfera opresiva y fatigante que se registra muchas veces antes de las tempestades. El aire denso, que abunda por demás en esas ciudades, dificulta la filtración de la luz solar, pues el astro-rey parecía ser un disco sanguíneo y oprimido en medio de un cielo tórrido. A la noche, debido a la débil luz proporcionada por el aparato de la usina electromagné­tica e insuficiente para toda la ciudad, se ayuda con otra luz artificial, que se consigue por el proceso primitivo de la quema de las energías astralinas, aprisionadas en tubos de vidrio, pare­cidos a las lámparas de kerosén de las ciudades coloniales.

En algunos puntos más oscuros y en los lugares sombríos de las calles observé hachones grandes que distribuían una lumi­nosidad fogueada, pero sin resina o humo.

Al apartarme del centro principal, en donde se encontraba el caserío aristocrático y las instituciones administrativas, la ilu­minación de la ciudad me parecía un gran incendio, observado a distancia y en una noche neblinosa.



Pregunta: ¿Cuáles son los tipos característicos de transeúntes en esa zona aristocrática?

Atanagildo: Cuando estuve allí noté los más exóticos y dis­crepantes aspectos de trajes; algunos vestían casacas azules o de un rojizo llameante, en excéntrica combinación con calzones ama­rillos, azul índigo y rojos, y esa indumentaria extravagante se completaba con zapatos de un tejido muy parecido a la cabritilla blanca, encimados por grandes borlas de una especie de seda escarlata.

Observé que otros vestían trajes de los más variados tipos de nacionalidades terrenas, pues había desde el esclavo del siglo XVIII al francés monárquico y hasta los de túnicas griegas ante­riores a Cristo.

En el medio exótico de aquellas criaturas y trajes colorirlos, que revelan la atracción bastante infantil de los moradores de la ciudad, por los vestidos vivos y romanescos, se destacaban ciertos grupos de hombres de capas negras, brillantes y escarlatas por dentro, ostentando sombreros largos y de una especie de gamuza amarilla viva, inclinados sobre los ojos y con amplias plumas de un rojizo subido. De ojos siniestros, pasos largos y un balanceo del cuerpo al andar, que recuerda a los viejos lobos de mar, estos seres caminaban apoyando sus manos enguantadas sobre sus espa­das sujetas al cinto adornado de piedras preciosas. Sus aspectos eran amenazadores y los transeúntes más osados no disimulaban su malestar al enfrentarse con esos hombres, que en grupos de seis a doce recorrían las calles ostentando placenteramente un aire de maligna provocación.

Los esclavos, empleados en tareas degradantes o empujando vehículos pesados, me hacían recordar los sudorosos "coolíes" de la China, temblaban como varas verdes y huían apresurados de la trayectoria de ese tipo humano de aire tenebroso. En un rápido mirar, no pude huir a un instintiva impresión de temor; eran ojos siniestros, con fulgor de acero y encajados en un rostro feroz como el del lobo; tenían en su cara la palidez terrosa, la nariz aguileña y la cabellera de un castaño subido que les salía por debajo del sombrero y les caía formando franjas, como si fueran viejas hilachas caídas sobre los hombros angulares.

Más tarde vine a saber que esas criaturas eran secuaces avanzados del "poder ejecutivo" de la ciudad, y conocidos como los "fieles", porque además de estar dotados de la más grande crueldad y ambición, hace muchos siglos que cumplen fielmente la voluntad del gobierno oculto de la comunidad. A primera vista me parecían copias exactas de las caricaturas de los mos­queteros de Dumas, vivían siempre a la caza de almas infelices, arrebatándolas, como los demonios de la leyenda, para después esclavizarlas a la rueda infamante de la esclavitud astral, además de haber sido los autores de las más diabólicas empresas obsesi­vas y del dominio cruel en el mundo inferior. Procuré sondear en sus almas y comprobé que se trataba de entidades excesiva­mente perversas, en cuya faz de hienas se estereotipaba la síntesis de todas las maldades, villanías, torpezas y libertinajes, multipli­cados al máximo.

Pregunta: ¿Qué idea podríamos hacernos de ese "gobierno oculto" o de la organización del "poder ejecutivo" en esa ciudad del astral inferior?

Atanagildo: No puedo extenderme en detalles sobre ese asun­to porque no recibí autorización superior para efectuar revela­ciones que aún se consideran prematuras y que harían al médium demasiado visible para aquellos, de este lado, que desean man­tener a los encarnados en la más crasa ignorancia de sus tramas maquiavélicas.

Pero puedo informaros que además del poder ejecutivo o poder "visible" de la ciudad, hay otro más fuerte y satánico que actúa sobre los seres más poderosos. Es un comando maligno y milenario, que controla y administra a todas las colectividades diabólicas de las sombras y que siempre soñó en volverse el go­bierno oculto del psiquismo y de la sustancia material del planeta Tierra. En los planos de los desencarnados he oído a los espíritus superiores mencionar algo sobré una conciencia diabólica pen­sante, que trama los planes subversivos del planeta y que se deno­mina el "mayoral", en un sentido algo degradante.

Su influencia —dicen los entendidos— se ejerce antes de la inmersión de la Atlántida. Cuando me enfrenté con aquellos espíritus diabólicos, imitación exótica de aquellos personajes de los romances de capa y espada, constaté que sus líneas fisonómicas no se ajustaban al tipo común de los nombres terrenos, pues tenían un "algo" que los particularizaba. Tal vez por eso usu­fructuaban el sádico concepto de ser las garras avanzadas de ese gobierno oculto y diabólico, que aún intenta la hipnosis matrera del orbe y que actúa interiormente a fin de bestializar a la huma­nidad y hacerla dócil a su definitivo juego satánico.

Presentí en todas esas comunidades inferiores una discipli­nada organización del mal, en elevado potencial, que actúa ocul­tamente para lograr sustraer al orbe terráqueo de la influencia de Jesús, su verdadero y magnánimo Gobernador Espiritual.



Pregunta: De acuerdo a vuestras descripciones, esa comuni­dad inferior posee calles, edificios, jardines y servicios públicos y deberá poseer vehículos adecuados a sus necesidades. ¿No es verdad?

Atanagildo: Cuando estuve allí me encontré con muchos ve­hículos tirados por muías, otros por infelices esclavos que eran azotados con un chicote de finísimas puntas de color, manejados por figuras patibulares. Noté también la existencia de algunas sillas circulantes sobre el lomo de los animales, otras con adornos de colores, dominando siempre el amarillo y el rojo, y por último observé algo muy parecido a las antiguas literas coloniales, cuyas varas, en vez de aprisionar al caballo, se apoyaban en los hombros de los esclavos jadeantes. Todo eso me hacía recordar el antiguo Brasil colonial, pero el lujo de aquellas criaturas era exagerado y profundamente tonto ante la prodigalidad del uso de galones, blasones y adornos, percibiéndose fácilmente el fanatismo infantil de las competiciones de superioridad jerárquica entre los señores.

Por las extensas avenidas del perímetro central, totalmente liberadas de la presencia de los infelices llegados —verifiqué que algunos alcanzaban hasta cinco kilómetros de largo—, tran­sitaban multitudes de seres. Sus quehaceres e intenciones eran perfectamente controlados por grupos de policías siniestros que obedecían respetuosamente a los "fieles" mosqueteros que cité anteriormente.

Esos policías, brutalizados y secos en su trato personal, eran fuertes, pero inclinados hacia adelante, de finosomía fuerte y simiesca, sin la agudeza del mirar de los "fieles"; sobre la cabeza usaban bonetes rojos, de visera cuadrada de color amarillo vivo; el cabello estaba cortado a la moda de los salvajes brasileños; vestían blusones sueltos, de un rojo irritante, con fajas rosas y en el pecho se les veía un rombo amarillo con el emblema de un dragón o lagartija negra vomitando fuego. El traje se completaba con un calzón corto, azul oscuro y estaban descalzos, mostrando las piernas torcidas y peludas. Sus brazos eran largos, como si fueran ganchos vivos, llevaban un bastón corto, negro, que debió haber sido sometido a algún proceso electromagnético, pues cuan­do golpeaban a los transeúntes que les desobedecían éstos enton­tecían y buscaban algún lugar de protección para apoyarse ja­deantes, dando muestras de flaqueza y desvitalización. Se movían en grupos de tres a seis individuos y se les veía en el rostro la falta de escrúpulos y piedad, aliada a una fidelidad canina hacia sus superiores.

Dos tercios de la población estaban esclavizados y la libertad anulada por un poder oculto, infernal, excepto el tercio de privi­legiados que ejercían terrible tutela sobre los demás.



Pregunta: ¿Qué analogías habéis notado entre las ciudades del astral inferior y los núcleos civilizados de la superficie de nuestro globo?

Atanagildo: Desconozco otros tipos de comunidades, en el género, que existan en otras regiones astralinas; las impresiones que estoy dando están basadas sobre las comunidades del astral, de las cuales la metrópoli del Gran Corazón tiene especial interés en rescatar espíritus sufrientes bajo su jurisdicción espiritual. Como esas comunidades funcionan hace mucho tiempo en el astral inferior y evolucionaron de simples agrupaciones rústicas, de espíritus de hombres primitivos, no presentan posibilidades de grandes realizaciones en materia de modernismo, pues muchos de sus administradores aún no se familiarizaron con las últimas rea­lizaciones científicas y artísticas de vuestro orbe.

Algunos de sus dirigentes son almas rebeldes y egresadas de civilizaciones letárgicas y atrasadas de Oriente; otros, cuando estaban encarnados, atravesaron el océano Atlántico con las pri­meras expediciones después de Colón, remitidos hacia Brasil como la peor escoria de Europa; muchos desencarnaron en las costas brasileñas en sangrientos combates de piratería, quedando adhe­ridos al astral del Brasil.

No faltan criaturas de inteligencia y cultura avanzada, pero son almas que aún están retrasadas en su progreso espiritual, a semejanza de ciertas tribus de Asia, que recorren a caballo o en ataviados camellos las mismas carreteras que surcan los veloces automóviles modernos.

Por eso, esas ciudades presentan aspectos familiares con la arquitectura colonial de Portugal y con la de Brasil de los pri­meros siglos de su descubrimiento. Muchos de sus jefes, que emiten sus decretos llenos de torpeza y venganza indescriptibles, no son vistos ni conocidos en la ciudad, pues viven en tenebrosas fortalezas de aire medieval, haciendo estremecer con sus nombres muy conocidos en la Tierra a todos sus infelices subalternos. Cuando la Ley resuelve encaminarlos hacia una nueva encarnación en la superficie terrena, casi siempre siembran incontables des­gracias en vuestro mundo, manchando de sangre las ciudades, saqueando pueblos o torturando a multitudes, dejando tras de sí estigmas crueles y gritos de desesperación. Sus nombres temero­sos las guarda la historia como el de Gengis Khan, Tamerlán, Borgia, Nerón, Calígula, Torquemada o Rasputín, mientras que la prensa moderna los señala como Hitler, Himmler, Mussolini o Tojo. Entre ellos mismos, cuando están encarnados, no cesa la competición feroz, por consecuencia del exceso de ambición en todas sus actividades diabólicas, por cuyo motivo permanecen bajo el yugo constante de los celos, la envidia, el odio y la traición. Cuando ostentan los poderes, no sólo dilapidan las ren­tas públicas en negocios deshonestos, sino que practican crueles expurgaciones entre ellos mismos, dominados por ese estigma de envidia, desconfianza y delación recíproca, que a veces alcanza el límite de la impiedad.

Viven en alta tensión nerviosa y aunque sean poderosos no gozan de la paz tan deseada, pues sin duda alguna que esa paz no puede alcanzarse bajo el dominio de la violencia. Entonces se acechan como perros de presa, vigilándose continuamente, buscando alcanzar nuevos lucros y poderes más amplios, a fin de colocarse a salvo de las ambiciones de sus propios amigos.

Pregunta: ¿Cuál es la forma de Gobierno en las comunidades del astral inferior?

Atanagildo: Es una verdadera oligarquía aliada a las tradi­ciones del orgullo, vanidad y prepotencia, que se extiende a tra­vés de los siglos, celosamente defendida y conservada por la mis­ma grey de almas y "sangre negra", tal como la conocen los mentores siderales. Su leyenda es contundente y hostil, pues dicen que es mucho más glorioso ser rey de una banda de demo­nios que ser esclavo de una corte de ángeles. Se sienten humilla­dos ante la sugestión de los poderes del Bien, que los encuentran aniquilantes y ridículos y detestan incondicionalmente. Ejercen dominio sobre millares de esclavos que provienen de todas las esferas de la vida carnal que se desviaron del camino sensato de la vida cristiana; ejercen influencia sobre gran cantidad de encarnados imprudentes, que viven aferrados a los vicios y pasio­nes animales, con el fin de extraerles el máximo de "humus-vital", que tanto precisan para aumentar las sensaciones perver­tidas.

Sus ideas son una mezcla de sofismas y simulación, simbo­lizando al diablo vestido de ángel, y cuando los más hábiles y cultos se encargan de la materia, se vuelven filósofos que glori­fican la falta de pudor, lanzando al mundo doctrinas que valorizan las pasiones de la carne y critican la candidez del alma. Luchan desesperadamente para mezclar la pureza y la santidad del Evan­gelio de Jesús, infiltrándose en todas las instituciones en donde puedan contradecir sus divinas máximas, así favorecen inmedia­tamente el credo, la secta o a la institución que pregona el amor de Cristo con el interés del César. El Espiritismo, como uno de los movimientos de mayor popularidad en estos breves tiempos, está siendo una de las doctrinas más bombardeada por esos co­mandos de las sombras que a toda costa traman entregarlo al ridículo, a la contradicción y crear el desamor entre sus adeptos para subvertir las bases santificadas de la codificación.



Pregunta: ¿Esas ciudades o comunidades fueron fundadas y organizadas por los mismos espíritus que las administran actual­mente? ¿Podrían desaparecer o desorganizarse, en la suposición de que tales almas se renovasen y abandonasen su dirección gubernamental?

Atanagildo: No desaparecerían porque tras de toda esa megalomanía y administración infernal existen otros poderes que no estoy autorizado a revelar. Los más crueles espíritus del astral inferior, que administran tales colectividades sombrías, no dejan de ser "puentes vivos" o "puntas de alanza" de otros seres que tienen proyectos diabólicos y que lo intentan hace más de 60.000 años para lograr el dominio completo de nuestro orbe. Más adelante, los mentores siderales os harán revelaciones graduales y más avanzadas, para que así podáis valorar mejor la profun­didad del asunto, que yo no puedo esclareceros en este momento. Entonces podréis comprobar la dramaticidad compensadora, o sea, el verdadero metabolismo que elabora la conciencia espiritual y la conduce a su feliz desarrollo angélico.

Pregunta: ¿Qué goce sienten esos espíritus tenebrosos, que los lleva a gobernar y convivir satánicamente en esas ciudades opresivas del astral inferior?

Atanagildo: ¿Indagáis vosotros por qué ciertos gobernadores y administradores públicos terráqueos también quieren eternizar­se en el poder, aunque les haya llegado la hora de abdicar en sus cargos que el pueblo les confió? Sin duda, cuando no se está ligado a ningún interés personal o a la necesidad de atender la ambición famélica de parientes carnales, está ligado a la volup­tuosidad de poder, la vanidad de la dirección o al deseo de desquitarse políticamente.

Muchos de esos hombres prefieren ser aclamados por la hipocresía de aquellos que sólo ven la posibilidad de su propio bien, a gozar de los beneficios que concede la afección pura, o recibir la reverencia respetuosa de aquellos que son sinceros pero que no los lisonjean. Es evidente entonces que los espíritus tene­brosos, que permanecen aferrados a la dirección del astral infe­rior, son los mismos hombres que prevaricaron en el mundo carnal y que adoran la lisonja y el poder político. Y como no les queda otro imperio sino el que les confiere el mando de las sombras y la corona del orgullo, es muy lógico que se presten y peleen por asumir el mando de las Tinieblas para continuar gobernando.

Como los placeres y los deseos del alma se vuelven cada vez más groseros e insaciables cuando el espíritu se pone en contacto con el campo vibratorio de la vida inferior, podéis imaginar qué ambición diabólica llegan a alcanzar las almas pervertidas y crueles en su desesperación para satisfacer los placeres más abyectos y los poderes más infernales.

De ahí nace la leyenda de Satanás, con la ambición y la crueldad que fluye por los ojos de felino. Y como también somos egresados del mismo estado satánico y hemos provocado el amar­gor de la hiel de la crueldad y de la torpeza espiritual, nos cabe ahora cooperar, sin desánimo y sin descanso, para convertir a esos hermanos satánicos y avivarles la llama angélica en lo íntimo de sus corazones, cubiertos de tinieblas.



Pregunta: ¿Cuáles fueron vuestras impresiones al penetrar por primera vez en una de esas ciudades del astral inferior, en donde viven criaturas esclavizadas por las organizaciones del mal?

Atanagildo: Aunque no me considere un espíritu de elevado grado, me sofocó de tal modo el ambiente de la ciudad, que casi llegué al punto de pedir socorro a las falanges amigas. La respi­ración se hizo jadeante y por el interior de mis pulmones pene­traban fluidos pegajosos que pesaban en mi indumentaria peri-espiritual, haciéndose tan opresiva como si estuviese vestido con un traje de acero. Me sentí casi agotado en mis fuerzas magnéti­cas acostumbradas, como si un invisible vampiro hubiese chupado toda la vitalidad de mi periespíritu. Con respecto al caminar, tuve la sensación de estar moviéndome en medio de un barco viscoso. Sólo más tarde pude valorar el poder absorbente del periespíritu en esas regiones, en donde precisamos estar alertas y tener imperiosa voluntad, no sólo para regular el metabolismo en relación al magnetismo energético del medio, sino adaptarlo también inteligentemente para la defensa del plano asfixiante.

Pregunta: ¿Por qué no pudisteis reaccionar concentrando energías más poderosas o disolviendo el magnetismo exterior tan opresivo?

Atanagildo: Si así lo hiciera no podría hacerme visible en la ciudad y terminaría perdiendo el aprendizaje socorrista que en la actualidad tanto me beneficia al espíritu, pues si estuviese sometido a mi frecuencia vibratoria común no podría actuar o relacionarme prácticamente en ambiente tan denso.

Los sentidos psíquicos de aquel tipo de alma subvertida están circunscriptos a una faja vibratoria bastante reducida, por cuyo motivo se les escapa cualquier contacto positivo y directo con los espíritus que se afinan a los padrones astrales por encima de las fronteras de las sombras. Noté que después de la absorción de las energías opresivas y de la inhalación del fluido denso del medio inferior, me hice visible a ciertos grupos de individuos que transitaban por el suburbio, bajo cuya intensa neblina plomiza pude efectuar mi materialización rápida, sin provocar desconfian­za o curiosidad.



Pregunta: ¿Cuál fue la sensación que experimentasteis en ese medio opresivo y con el periespíritu tan denso?

Atanagildo: En comparación con mi libertad en el ambiente de la metrópoli del Gran Corazón, me sentí como inhibido en casi todos mis movimientos, como si estuviese actuando en un organismo de carne terrena, perturbado por una parálisis. Algo parecido a un hollín húmedo se filtraba a mi cuerpo etéreo que oprimía todos los movimientos. Bajo inauditos esfuerzos, para someterme a ese heroico curso de auxiliar de las zonas sombrías, dinámico mi voluntad casi extinguida, a fin de impulsar con éxito a mi vehículo periespiritual a través de las calles suburbanas, cuajadas de desperdicios y criaturas en las más penosas situa­ciones, mezclándose los tipos de seres con aspecto bovino y re­pugnante, con otros de rostros de hiena y buitre.

Pregunta: ¿Qué sensación tendríamos nosotros, como terrá­queos, si fuésemos sometidos a esa condición tan opresiva, como sucedió al hermano?

Atanagildo: Sería lo mismo que cayeseis a un pantano nausea­bundo y fueseis obligados a soportar por cierto tiempo, el lodo repugnante alrededor de vuestro cuerpo físico, ensuciando las narices, los labios y oprimiendo vuestros movimientos.

Pregunta: ¿Cuál sería la idea más precisa que podríamos tener de la vida en común, ea las ciudades inferiores?

Atanagildo: En general, aunque se note cierto orden adminis­trativo en la zona central, no dejan de ser comunidades des-prolijas, con medios de vida extravagantes, porque sus adminis­tradores viven dedicados al placer y a la ociosidad.

Sin embargo, pude identificar en una de esas ciudades que visité, algunos componentes de nuestra metrópoli, en tareas sa­crificiales, las cuales, después se dieron a conocer a nuestro equipo por señas particulares, prosiguiendo su camino simulando ser ha­bitantes comunes de la ciudad, como si estuvieran desempeñando tareas particulares. Más tarde, vine a saber, que esas comunida­des ociosas y rebeldes, en donde se sitúan los infelices padecedores de los mayores horrores jamás imaginados por el cerebro humano, también son atendidos y socorridos por las entidades de las me­trópolis superiores, qué procuran recuperar a los espíritus menos culpables y hacerlos emigrar hacia las zonas de asistencia espi­ritual, junto a la superficie terrestre.

Con esfuerzo, había alcanzado el límite suburbano de la ciu­dad, cuando se me presentó un aterrador espectáculo, pareciéndome que esa tenebrosa metrópoli fuera escogida por Dante Alighieri al describir su visión del Infierno. Caminaba hacia el caserío sucio y mal oliente, cuando resolví subir a una regular elevación del terreno, para orientarme mejor entre los callejones oscuros e inundados de inmundicias.

Entonces, la escena que descubrí fue horrorosa, pues alrededor del suburbio había multitudes de criaturas estropeadas y adheri­das al suelo pegajoso, como si fuesen reptiles y gusanos repug­nantes. Desde lejos se percibía el mal olor que exhalaba la materia pútrida de aquellos individuos llagados. Aunque estaba profun­damente contrariado, resolví descender y penetrar callejuela aden­tro para asistir al espectáculo horripilante, que me pareció el más degradante que yo haya contemplado. Eran seres mutilados, que parecían verdaderas llagas vivas, que además hacían cruciales movimientos; otros, alienados de caras tenebrosas, reían siniestra­mente, mezclándose entre hombres de cataduras feroces, perversos sarcásticos e insolentes, que no podían esconder los extraños es­tigmas que marcaban sus actos brutales, identificándolos perfec­tamente angustiado, comprendí que me encontraba en un enorme depósito —si cabe el término— de almas carcomidas y retardadas en el camino evolutivo de la espiritualidad, que se amontonaban sin respeto alguno y se entregaban a toda suerte de villanías y sufrimientos. Allí no había orden, ni ley, no se oía el canto ju­biloso de la mujer joven o la risa abundante y cristalina de la criatura inquieta, ni las voces alegres de los hombres reviviendo las existencias aventurescas del pasado. No se veía señal alguna de trabajos benéficos o iniciativa de higiene, corroborándolo la inmundicia de los suburbios. En el aire latían las irradiaciones identificadoras de la más crasa brutalidad, avaricia, ambición, libinosidad y la terrible sensación de envidia mezclada al más feroz egoísmo, como prueba evidente de la lucha y la competición subversiva muy común entre los malhechores.

A medida que avanzaba entre las calles tortuosas y oscuras, que hacían evocar en mi pensamiento, las callejuelas de la Edad Media, mermaba entonces la pesada niebla que me envolviera a mi llegada, a la vez que percibía a la distancia un claro, débil y fogueado que despuntaba en el horizonte neblinoso. El horrendo espectáculo de las escorias vivas aún no terminaba, pues continua­mente surgían otros infelices que presentaban repulsivas defor­maciones en sus periespíritus, muchos de ellos estaban como do­blados sobre sí mismos mostrando úlceras extrañas, atrofias ex­travagantes y padecimientos que no podrían describirse ni por la pluma del más trágico y mórbido de los poetas, tocado de piedad humana.

Pregunta: ¿Esa ciudad es el producto de un estancamiento humano incontrolado, o posee calles trazadas convenientemente, con instalaciones indispensables para llevar una vida en común?

Atanagildo: Más tarde, vine a conocer toda la topografía de la ciudad y comprobé cierto sentido directivo de la colectividad; pero, también verifiqué que aquella comunidad había parado en el tiempo, pues su metrópoli es copia exacta de los hábitos y sis­temas urbanos completamente en desuso en las ciudades moder­nas de la Tierra. Su arquitectura y costumbres de naturaleza conservadora y empobrecida, me recuerda a las realizaciones de algunos pueblos asiáticos de los siglos XVI y XVII, de los cuales aún hay vestigios en ciertas regiones de Asia. El atraso me pa­reció tan contradictorio con la evolución actual, como si algunos de los pueblos de la Tierra, se obstinase en manejar pesados ins­trumentos agrícolas, primitivos y propio de las épocas olvidadas, aunque pocos pasos más adelante, otras criaturas manejaran mo­dernos instrumentos agrarios mecanizados.

En esas ciudades anacrónicas y subvertidas del astral inferior, existen ciertos planos y proyectos severos en desenvolvimiento, organizados por la fuerza de las circunstancias y del aumento macabro de las turbas sufrientes que convergen hacia allí, de­bido a la cualidad magnética de sus periespíritus envenenados. El despiadado egoísmo de sus dirigentes embrutecidos por la ex­cesiva animalidad, apenas protege y desenvuelve el núcleo central de la ciudad, en donde residen, mientras que los suburbios se transforman en dantescos depósitos vivos de indescriptibles es­corias y miserias que no se podrían imaginar en el mundo terreno.

Encontré algunos callejones tan llenos de infelices devorados por las llagas y tomados por la más atroz parálisis periespiritual, que me recordaron los cuadros pavorosos de los campos de con­centración construidos por los nazis en la última contienda mun­dial, donde millares de cuerpos esqueléticos aún con señales de vida, eran atacados por las ratas en medio de pilas de huesos y carnes putrefactas. Una vez, desiste de proseguir cierto camino, pues en lugar de encontrar el final de la callejuela que transi­taba, noté que me encontraba dentro de un túnel inmundo, como si un cruel y sarcástico genio del mal, se complaciera en revestir las paredes con los cuerpos astrales de las criaturas fugitivas de los hospitales para cancerosos y leprosarios terrenos, reprodu­ciendo los aspectos más repulsivos y escuchando los gemidos más lastimeros.

Los venenos del psiquismo enfermo emanaban por sus llagas repulsivas, mientras que sus clamores aterradores herían mis sen­sibilizados oídos. Pero, también comprendí, que sólo ese procese hediondo v bárbaro era el indicado para expurgar los tóxicos que se habían acumulado, a causa de los desenfrenos de sus es­píritus en el cultivo excesivo de la vanidad, del orgullo, de la pre­potencia o de la crueldad.



Pregunta: ¿Esas criaturas permanecerán definitivamente des­amparadas en esa ciudad tenebrosa, o más tarde serán recogidas por algún establecimiento hospitalario? ¿Aunque sea una comu­nidad de naturaleza inferior, no se realiza algún esfuerzo en el sentido de profilaxia o asistencia higienizadora, para que sobre­vivan los restantes moradores?

Atanagildo: Al principio no observé ningún servicio organi­zado que solucionara ese aspecto; además me convencí que no había ninguna probabilidad de éxito en ese sentido, pues debieran crearse primero, cantidad de tareas asistenciales. Por otro lado, sus administradores sólo cuidan de sus intereses y de sus "adep­tos" conocidos, tal como los políticos sobre la Tierra. La solución acertada, será aún por mucho tiempo, la drenación natural y espontánea de las toxinas contenidas en los periespíritus de los infelices estropeados, hasta que los merecedores puedan moverse hacia zonas en donde existen puestos de auxilio espiritual o serán recogidos por los enfermeros benefactores, que trabajan en las adyacencias de las sombras, en busca de almas sufrientes.

Más tarde, tuve la oportunidad de penetrar en el interior de la ciudad, vi a centenas de andrajosas figuras humanas, agotadas de tanto caminar en busca de sedativos y esperanzas; penetraban en edificios bajos, de aspectos y colores repulsivos, que se pare­cían a ciertas habitaciones árabes, con una sola puerta, baja y rectangular.

Otros seres gemían y lloraban, intentando arrastrarse hacia adentro de esas casuchas de piso sucio, pantanoso y verdoso, pero, eran expulsados a gritos y golpes; en su interior se hallaban amontonados mujeres y hombres, en la más execrable promis­cuidad y completo desapego por el pudor humano.

En las calles, se encontraban seres echados boca arriba, con los labios sucios, parecidos a los borrachos de la Tierra, que co­múnmente se encuentran tirados en las veredas; otras, no eran más que pobres trapos vivos, agotados hasta la última gota de vitalidad, víctimas del vampirismo que considero prematuro y horroroso para darlo a conocer.

El camino que me propuse seguir para alcanzar el sector cen­tral, me obligaba a mantener una cuidadosa atención, pues me sentía tan apiadado de aquellos seres infelices, que procuraba no pisarles los cuerpos llagados que vertían un líquido negro y pegajoso.

Comprendí, entonces, que en aquel ambiente pestilente e inun­dado de sofocantes emanaciones gaseosas, ni mi voluntad o la fuerza mental más vigorosa conseguirían ayudar a desplazarme como acostumbraba hacerlo en las regiones exceptuadas de esos fluidos densos. En aquel caos de impurezas cáusticas, no me era posible elevar a mi periespíritu para marchar sobre la ciudad impregnada de elementos nocivos y de magnetismo tan opresivo.

Si desmaterializaba el traje de fluidos densos, que elaborara y absorbiera para hacer más compacto a mi periespíritu, terminaría perdiendo el contacto con el medio ambiente, y en consecuencia, sería atraído hacia mi plano vibratorio más sutil de la metrópoli del Gran Corazón. Entonces me armé de toda buena voluntad y energía mental, para lograr pasar cuidadosamente entre aquella masa humana, que calculé, serían varios millares de seres abati­dos y diseminados por el suelo, como el ganado en el matadero.

Pregunta: ¿Encontrasteis aves o animales en esas ciudades de espíritus rebeldes?

Atanagildo: Me enfrenté con grandes cantidades de animales de forma reducida y bastante excéntricas; algunos parecían ratas de color indefinido y con cola de escorpión, decenas de otros tipos, se asemejaban a ciertos reptiles, algunos con aletas móvi­les y otros con pequeñas trompas movedizas con las cuales vampirizaban a los infelices caídos. Se multiplicaban las más absurdas especies aladas, extremadamente repelentes en sus configuracio­nes, colores y movimientos, ante las cuales, el feo murciélago terrestre se vuelve un pájaro cautivante.

Había un tipo de cuervo bravío, saltón y osado, muy ham­briento y despidado que causaba terribles torturas a esos infe­lices, porque en su delirio por devorar las emanaciones deletéreas, especie de "carne mental", arrojábase famélico sobre los más debilitados, hiriéndoles profundamente y éstos se limitaban a reaccionar con algunos gemidos lastimeros. Miré alrededor y re­conocí la imposibilidad de resolver tan dantesco problema, pues me enfrentaba con un pavoroso e indescriptible cuadro de su­frimientos, pero absolutamente necesario para que esas almas se despojasen de sus ternezas y degradaciones, conforme a las leyes de la química trascendental.

Los venenos generados por las degradaciones mentales, se iban materializando en forma de líquidos viscosos, nauseabundos y cáusticos oup atrofiaban los órganos v producían llagas, mientras que la Providencia del Creador socorría a esas criaturas con la terapia voraz de los insectos, aves y animales que constituyen una fauna demoníaca. Eran horrendos, ávidos y destructores, pero también instrumentos benéficos que en forma de macabros transformadores vivos, consumían larvas y todas las creaciones deletéreas producidas constantemente por el psiquismo enfermo de aquellos espíritus pervertidos, por el mal uso que habían he­cho de los bienes santificados de la vida humana.

Pregunta: ¿En base a los acontecimientos tenebrosos que nos describís, no podrá haber una cruzada por parte de la Ley Di­vina, que curase a los infractores con métodos menos atroces, sin llegar a ese extremo que para nosotros resulta inconcebible?

Atanagildo: No son casos de puniciones deliberadamente apli­cadas por Dios a sus hijos pervertidos o enfermos de espíritu, es el resultado del efecto común de las leyes trascendentales, de naturaleza "químico-astro-mental" que actúan sin propósitos punitivos, sirviéndose de formas vivas y asquerosas para consumir el veneno peligroso de aquellos que lo generan en sí mismos.

Así como creó el urubú terrestre, que goza de fama por ser el mayor higienizador del mundo, la Providencia Divina creó esas especies repugnantes en las regiones astralinas apestadas por la mente humana, las cuales se vuelven benefactoras porque limpian el ambiente corrompido de esos suburbios, llenos de las más ex­tremas miserias que el psiquismo humano envenenado puede ge­nerar. Si esto no fuera así, hasta los abnegados espíritus benefac­tores no podrían permanecer en esos lugares por mucho tiempo, para socorrer a las almas que ya hubiesen purgado sus imperfec­ciones, lavadas en el tanque de lágrimas creado por el sufrimiento purificador.

Así como las colectividades microbianas destruyen los tejidos putrefactos, en el seno de la tierra amiga de los cementerios del orbe; esas especies astralinas deformadas y voraces que se ali­mentan de las emanaciones del psiquismo enfermo, impiden que se petrifique indefinidamente ese mundo pavoroso en el Más Allá.

El incesante aumento de materia mental deletérea, ocasiona en el mundo astral, las mismas consecuencias producidas por lavas volcánicas, que forman una corteza resistente, aún para las más perfeccionadas herramientas.

Después que volví de mi primera visita a la región astral in­ferior v rememoraba mentalmente los suburbios habitados por los espíritus impuros, no pude dejar de reconocer aquellas pequeñitas fieras, aladas y reptiles hambrientos, que se saciaban sobre los "muertos-vivos" que despedían venenos y sustancias repug­nantes. Atendiendo al providencial servicio en favor del alma humana, tales aves ingerían las larvas, miasmas y desechos men­tales ennegrecidos, que después de transformados devolvían a la circulación como energías, que habiendo sido mal aprovechadas se liberan para el consumo común. Mientras se sometían a la terapéutica de aquellos derrames tóxicos benignos, muchos de aquellos infelices degenerados se estarían acusando íntimamente, y tal vez, recibiendo las bendiciones del remordimiento y del arrepentimiento.

Pregunta: ¿No hay en esa mórbida ciudad, algunos transeún­tes suficientemente piadosos que auxilien de vez en cuando a esos infelices torturados por los animales, cuervos y aves astrales?

Atanagildo: ¿Habéis valorado alguna vez, el grado de nobleza, piedad y renuncia de los presidiarios afinados por la ferocidad de las mismas pasiones degradantes, y encadenados entre sí por crímenes semejantes, cuando se pelean por comunes intereses ego­céntricos?

Los que transitan por las calles inmundas, entre esos harapos humanos, también son moradores de esa ciudad dantesca, y des­pués de haber decantado el veneno de su psiquismo subvertido prefieren afiliarse a las huestes malignas y obsesoras de encarnados, en vez de emprender la marcha redentora hacia el Bien.

Algunos son rebeldes que vagan sin rumbo fijo, se divierten al ver en los otros lo que les sucedió primero a ellos. Entonces, en vez de arrepentirse, forman grupos de sarcásticos, malhecho­res y perversos que comúnmente se entretienen en aumentar los sufrimientos de los infelices caídos, en el juego macabro de des­cubrir detrás de aquellas máscaras humanas, las mismas criaturas que brillaban en los salones festivos; las hermosas mujeres, las cortesanas peligrosas, los políticos venales, los ricos avarientos y las autoridades que abusaron de su poder, después de haber rei­nado en el mundo ilusorio de las vanidades y codicias.

Observé escenas abominables, en donde criaturas subvertidas, pero hijas del mismo Padre, se entretenían en dilatar los padeci­mientos y las humillaciones de sus propios hermanos en espíritu, entonces, no pude dejar de recordar antiguos óleos de la Iglesia Romana, en donde pintaban las figuras de las almas pecadoras, frenéticamente torturadas por entidades demoníacas con ojos en­cendidos por la voluptuosidad y el más brutal sadismo. Efectiva­mente, delante de mí se degradaban las más nobles cualidades del ser humano, al comprobar que otros miserables egresados del mismo lodazal de vicios y degeneraciones usufructuaban del abo­minable placer de apretar las llagas de las víctimas caídas a sus pies, que inútilmente les pedían piedad.

Después de saciados sus impulsos homicidas y terminadas sus explosiones de odio gratuito, aquellos crueles seres se esfuman por la densa niebla en grupos satánicos, lanzando siniestras carcajadas.

Algunos espíritus auxiliadores provenientes de lo Alto, cami­naban por las calles contaminadas con la intención de acudir en ayuda de esos infelices, pero, no podían hacerlo espontáneamente, para no despertar sospechas; por eso, muchas veces fingían ig­norar lo que sucedía a su alrededor hasta que se les presentara una oportunidad propicia de ser útiles. El principal papel que ellos desempeñan, no es impedir el proceso natural de la pur­gación psíquica e inevitable y tan necesaria para los infelices, pero sí, examinar a todos aquellos que presentan condiciones para ser internados en establecimientos de auxilio en las ciudades as­trales benefactoras.



Pregunta: ¿A través de nuestras reflexiones, se nos ocurre en estos momentos, si estos relatos mediúmnicos cuando sean publi­cados para todos los públicos espiritualistas, no causarán per­turbaciones y temores, torturando la imaginación de muchos seres?

Atanagildo: ¿Conseguiréis resolver esa angustiosa situación del Más Allá, tratando de ignorarla? El avestruz cree que se libera del peligro porque al ser amenazado, se cobija con el re­curso tonto de esconder la cabeza bajo la tierra. En vez de pro­seguir con esa ignorancia como aconsejable, ante este asunto tan grave, es mucho mejor que se manifieste toda la verdad, con toda su crudeza y repugnancia, para que más tarde, desde este lado, los desencarnados no se justifiquen, quejándose de su profundo desconocimiento de las consecuencias pavorosas por el desprecio a las virtudes del alma. Lamento que la pobreza del lenguaje humano y la insuficiencia del médium que interpreta, me im­pida describiros la exacta realidad con todos sus pormenores de barbarismo, degradación y satanismo común a las almas desvia­das de la ruta benefactora y de la vida educativa espiritual.

Ni a causa de las invasiones bárbaras o por la piratería de los mares del siglo XVII, cuando a la vida se le daba menos valor que a la más ínfima moneda, se presentaron cuadros tan angustiosos y dolores tan vivos como los que he observado en el mundo en­fermizo y subterráneo del astral inferior donde las almas deses­peradas y criminales, se debaten en las más indescriptibles orgías de padecimientos y torpezas morales.

Atendiendo a las solicitudes más elevadas, intenté describiros algunos aspectos de los cuadros torturantes y pavorosos de las regiones inferiores, donde las almas delincuentes se adhieren a los valores execrables y abomínales, que por su poca vigilancia, rebeldía y desestimación, ponen en circulación contra el sentido creador y benéfico de la vida humana.

Ojalá que estas sencillas descripciones, realmente, puedan cau­sar sinceros temores y alertar a los espíritus imprudentes, permitiendo que se renueven a través del tiempo, abandonando los despojos provisorios que roban a la miseria humana, y que ade­más de ablandar sus corazones endurecidos, apartándose de la ambición, la avaricia, el egoísmo y demás pasiones aniquiladoras. Mientras tanto, como conozco bastante bien el alma humana, comprendo que ese temor ha de ser provisorio e insuficiente para lograr las modificaciones espirituales tan deseadas, hecho éste, que ni la voz sublime del Cristo, infelizmente logró.


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