La Vida Más Allá de la Sepultura


LOS CHARCOS DEL ASTRAL INFERIOR



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LOS CHARCOS DEL ASTRAL INFERIOR
Pregunta: En vuestras revelaciones sobre la vida de los espí­ritus en el astral, os habéis referido a los "charcos" que existen en algunas regiones. ¿Desearíamos saber si dais esa denomina­ción a las ambientes comunes de fluidos pesados y agresivos, o se trata de lugares preparados a propósito para expiación de espíritus rebeldes?

Atanagildo: Hasta hoy no me consta que los técnicos espiri­tuales hayan creado lugares especiales para mortificar a las almas degradadas, lo que he comprobado, es la existencia de zonas fluídicas aproximadas a la Tierra, que sufren con más violencia el efecto de los pensamientos perniciosos de los encarnados. En esas zonas se acumulan energías astrales inferiores profundamente absorbentes, que con mi vista espiritual juzgo como densos lagos cenicientos, lodosos y móviles, con un aspecto de extraña iras­cibilidad.

Los infelices que se encuentran en esas regiones no fueron enviados por orden superior, se debe a una atracción natural, justa y hasta muy útil, pues esos valles de lodo astral están com­puestos de sustancias corrosivas y repugnantes que se vuelven verdaderos "estacionamientos terapéuticos" y de profundo bene­ficio para almas corrompidas. Después, supe, que el lodo nausea­bundo e insoportable que provoca pavorosos sufrimientos a los espíritus delincuentes, también posee la loable cualidad de ab­sorber los venenos más compactos que se le incrustan en el periespíritu, y que fueron generados por la poca vigilancia y el descuido de los principios saludables del Evangelio de Jesús.



Pregunta: ¿Podéis hacer comparaciones con la terapéutica usada en la Tierra, para lograr comprender mejor ese asunto?

Atanagildo: Puedo comparar la propiedad curativa de esos pantanos o charcos con ciertos recursos, no siempre agradables que usáis en la Tierra para la cura de las enfermedades graves o el auxilio de emergencia. Cuántas veces debéis soportar in­cómodos sudores para desintoxicar y conseguir el equilibrio tér­mico del cuerpo, otras veces, debéis ingerir purgantes desagra­dables o recibir cauterizaciones y choques eléctricos, para recu­perar la salud y el debido reajuste del sistema nervioso. En el astral, la enfermedad del alma también necesita curas e inter­venciones, a veces dolorosas y hasta impiadosas, más se trata de la única manera práctica y científica de poder remover la causa maligna de la enfermedad espiritual, bajo el régimen de la ley de correspondencia vibratoria en donde "los semejantes atraen a los semejantes".

Pregunta: ¿Suponiendo que esas almas no puedan someterse a la acción de esos pantanos, cuáles serían sus probables con­secuencias?

Atanagildo: Les sucedería lo mismo a vosotros si tuvierais tumores dolorosos en vuestro cuerpo, cuyo alivio necesitaría de la urgente intervención quirúrgica, para drenar la carga tóxica y ésta os fuese negada. Sin duda, que tendríais que sufrir in­cesantemente, y tarde o temprano, tendríais que someteros a la implacable intervención médica. Lo más sensato, por lo tanto, sería aplicar la intervención dolorosa y no la prolongación inde­finida del sufrimiento.

Si los espíritus intoxicados por los venenos deletéreos, pro­ducidos por la mente indisciplinada quedasen exceptuados de esos pantanos curativos, tendrían que vagar como enloquecidos por decenas o centenas de años, sin miras de tener alivio o progreso. Las toxinas que se producen por el ejercicio del psiquismo de­gradado circulan continuamente por la organización periespiritual, como si fuera fuego líquido que recorriera las venas humanas.

Los charcos del astral inferior son utilísimas cámaras de ago­tamiento de sustancias deletéreas, pues absorben del periespíritu todo su terrible tóxico, que es el producto de la experiencia del espíritu con los mundos físicos.

Pregunta: ¿Esos espíritus delincuentes son encaminados direc­tamente hacia las zonas de los charcos, a semejanza de lo que sucede con nosotros en el mundo físico, o necesitan ser hospitali­zados prematuramente?

Atanagildo: Sucede lo contrario, pues son atraídos natural­mente hacia esas zonas abismales y pantanosas, obedeciendo al principio muy conocido en vuestro mundo como la ley de los Pesos Específicos... No hay necesidad de un servicio técnico especial para transportar esas almas subvertidas a las regiones, ya que ellas mismas se sintonizan por efecto natural de la sim­patía magnética de sus periespíritus, tal como sucede con la atracción de las limaduras con el imán. Cuando los espíritus encarnados prefieren atontarse en las pasiones y en los vicios degradantes, entonces, son futuros inquilinos de los charcos as­trales, pues el cuerpo físico es apenas la barrera provisoria que los protege, mas no puede neutralizar el eslabón de la simpatía magnética existente hacia la región inferior.

Bajo la misma ley vibratoria, aquellos que en la vida en la Tierra se convierten en un himno de belleza y ternura, también se encuentran ligados íntimamente por el magnetismo elevado y sutil que les impide sintonizarse con los charcos nauseabundos, afinándolos a las regiones de alta espiritualidad.



Pregunta: ¿Qué idea podríamos tener de esas toxinas o car­gas infecciosas que existen en el periespíritu de aquellos que se degeneran en el mundo físico?

Atanagildo: El hombre común ignora que su envoltorio de carne es la materialización grosera de su propio molde periespiritual, que preexiste al nacimiento físico. Aunque es de una materia más sutil y plástica, es el verdadero sistema de energía que realmente obedece a la dirección del espíritu. Usando un ejemplo muy simple, os recuerdo a la figura clásica y muy cono­cida en magia, en donde el coche, el caballo y el conductor simbolizan respectivamente, al espíritu, la energía y la materia', en otros términos, el cochero representa al espíritu, el caballo la energía o periespíritu y el coche, el cuerpo físico.

Cuando el cochero pretende mover el coche, no chicotea a éste para ponerlo en movimiento, sólo castiga al caballo, que en realidad es el que mueve el vehículo. De la misma forma, cuando el espíritu desea mover su cuerpo, no lo hace directamente en su sistema nervioso cerebral o muscular, actúa primero en el peri­espíritu que es el intermediario energético o mediador entre los dos planos, el cual, al recibir el impacto directo del pensamiento o de la voluntad del alma, reproduce esa orden, moviendo el conjunto de carne y nervios.

El espíritu proyecta su orden mental directamente sobre su vehículo más próximo, que en este caso, es el periespíritu inter­puesto entre él y el cuerpo físico; el pensamiento, como creación dinámica, encuentra en el periespíritu a su fiel transmisor del organismo carnal. Éste, a su vez, en un enorme agregado de entidades microscópicas, vivas, que se mueven activamente bajo el influjo de la mente, que las sustenta. El alma vive saturada de elementos electromagnéticos, que ella misma produce, los que varían tanto en peso como en intensidad, pudiendo volverse be­neficiosos o maléficos, conforme sean sentimientos y pensamien­tos producidos por la naturaleza del espíritu director. En conse­cuencia, el espíritu siempre es un mundo en incesante intercambio de fuerzas imponderables; atrae y repele fuerzas maléficas y benéficas, alimenta o aniquila creaciones mentales de otros seres; acelera su campo mental elevándolo al nivel de las inteligencias superiores o lo baja vibratoriamente, alcanzando los caminos es­cabrosos de las almas enfermas y esclavizadas al magnetismo denso de sus pensamientos dañinos y tenebrosos.

La armonía mental y el equilibrio evangélico alimenta a las energías benéficas que circulan por el periespíritu, aumentando la luz y la vitalidad, las cuales, por fuerza de su alta vibración, también fluyen hacia el medio exterior después de ser utilizadas en ese nivel mental superior. Cuando el alma se degrada en prácticas repugnantes y dinamiza sus fuerzas para alimentar la vio­lencia o la crueldad, se produce una declinación vibratoria tan nefasta, que se podría describir, como si fuera una especie de "carbonización" de las energías astrales alrededor de su cuerpo fluídico. Habiendo armonía, las energías circulantes representan el "maná" que nutre al espíritu en su dinámica acción angélica; mas, el desequilibrio perturba a las fuerzas concurrentes, y en­tonces, se producen los residuos cáusticos, que después se depo­sitan en la delicada circulación del periespíritu formando una corteza ácida, movediza y viscosa que corroe, sofoca y alucina. Esas son las toxinas que más tarde absorben los pantanos en el servicio drástico de cura espiritual y cuyo proceso resulta un atroz sufrimiento para el alma, así, como las intervenciones qui­rúrgicas de vuestro mundo, donde el dolor está presente sin ser un castigo para el enfermo.



Pregunta: ¿Existen regiones especiales para cada tipo de sufrimiento?

Atanagildo: Aunque el alma desencarnada se puede servir de las energías y de la ayuda que proviene desde el exterior, su verdadero mundo, es el producto exacto de sus pensamientos, sentimientos y deseos. En el seno de la vida cósmica todo se rige por la maravillosa ley de atracción, pues la afinidad, aún es el secreto de la mecánica celeste, pues aquella que es amor entre los seres se vuelve cohesión entre los astros. De ahí el motivo, el porqué las criaturas se reúnen entre sí por simpatía, tanto para la felicidad y el sufrimiento como para la maldad. Los charcos pestilenciales del astral inferior son zonas de "absor­bencia" curativa que limpian al periespíritu de la suciedad tóxi­ca que se les adhiere debido a la malignidad psíquica. El espí­ritu víctima de esas sustancias deletéreas, además de los dolores atroces y de los espasmos dantescos, que incesantemente los acicatea, aún pueden quedar privados de la facultad de moverse. Entonces es necesaria la continua drenación de esa escoria acu­mulada por demás, producida por la combustión de las pasiones degradantes, del mismo modo que el pájaro afligido deberá lim­piar sus alas pesadas por el barro, para poder volar. Después de la desencarnación verificamos sorprendidos, que la más sutil impresión mental del espíritu, en la carne, siempre gasta un "quantum" de energía que se transfiere hacia la conciencia en vigilia en el mundo físico, y por eso, la sutilización o condensa­ción del periespíritu depende del uso superior o inferior de esa energía.

Las almas se agrupan en el astral inferior por afinidad de sentimiento, nos recuerdan por eso, la afinidad existente entre los malhechores del mismo tipo, tan común en el mundo material, que forman grupos especializados para las prácticas de determi­nados crímenes. Como hay un padrón semejante en la disposición psicológica entre esos espíritus delincuentes, están obligados a reunirse por afinidad, entonces podréis considerar a las regiones inferiores como si estuvieran divididas en valles, y en cada juris­dicción purgan los suicidas, los envidiosos, los avaros, los calum­niadores, los hipócritas, los lujuriosos, los celosos y crueles. Esos espíritus, además de purgar sus males, evolucionan a través de ese proceso profiláctico porque, además de la acción del medio absorbente que los purifica, el Karma los obliga a friccionarse entre sí para cosechar lo mismo que sembraron.



Pregunta: ¿Podríais describirnos, por ejemplo, el sufrimiento de los avaros en esos charcos del astral inferior?

Atanagildo: La masa fluídica muy densa de esos valles, a semejanza de una pantalla cinematográfica, materializa con faci­lidad los cuadros mentales proyectados por sus infelices morado­res, fenómeno que los hace más infortunados. De ese modo, los avaros se debaten en crueles sufrimientos porque revén en la pantalla del Medio en que actúan, las imágenes alucinadas de su ambición y avaricia. El oro, las monedas, las joyas y los valores en títulos del mundo se transfiguran en un lodo nauseabundo o en desechos repugnantes que los rodean. Entonces, esos espíritus torturados se debaten furiosamente en el lodo repulsivo en un estado aproximado a la locura, como aves recién enjauladas ante la desesperación de haber sido despojados de sus tesoros, revi­vidos en la locura astral que los mantienen en una crucial pesa­dilla. Después que pasan esas crisis, muy parecidas a los espe­jismos engañadores del desierto calcinante, sobrevienen atroces desengaños por el espejismo de las cosas vanas y terminan cayen­do en la realidad, verificando aterrados, que las monedas relu­cientes y las joyas codiciadas, se transforman en lodo viscoso y repugnante, común a los valles en donde se revuelven desespe­rados.

Pregunta: ¿Podemos suponer, que después de la desencarnación, nuestra vista podría distinguir a algunas criaturas conoci­das, que estuvieran padeciendo en esos valles?

Atanagildo: No sólo podréis identificarlas en su personalidad humana, sino, que veréis sus más acerbas aflicciones, y también correréis el riesgo de captar las emanaciones pestilentes de sus auras profundamente intoxicadas... Sin duda, existe profunda diferencia entre las emanaciones perfumadas provenientes de la fragante rosa y los olores repugnantes de la carne putrefacta.

Por lo que he observado, os aseguro que ningún heroísmo o renuncia en el mundo físico, consigue suplantar la abnegación y el esfuerzo incesante de esos espíritus benefactores, que desde este plano bajan periódicamente a los charcos, a fin de liberar almas, víctimas de las celadas diabólicas y merecedoras del auxi­lio bendecido, o para aliviar el espantoso sufrimiento de los más degradados.



Pregunta: ¿No será indiscreción indagaros sobre cuál fue el valle de mayor sufrimiento que más os impresionó en el mundo astral, después de vuestra desencarnación?

Atanagildo: Aunque la piedad ya merodea en vuestros cora­zones, sólo en el Más Allá comprenderéis la realidad benefactora que encierran los sufrimientos dantescos en la expiación del alma. En el mundo físico la ignorancia por la vida espiritual nos hace excesivamente sentimentalistas, pues desesperamos delante de ciertas tragedias, infelicidades o catástrofes, que fundamental­mente son procesos eficientes de cura y restitución para el espí­ritu enfermo.

Debo aclarar que las regiones pantanosas del astral inferior aunque varíen de aspecto, sufrimiento e intensidad dramática en cada valle de expiación, en los acontecimientos dolorosos en su esencia, siempre convergen los recursos para la cura psíquica y no corporal. Se benefician tanto los avaros, bajo el sufrimiento y las alucinaciones en busca de sus tesoros perdidos, como los egoístas, aislados en el más indescriptible silencio. En lo íntimo de todas esas almas la dolorosa rectificación obligatoria es un acelerado proceso que sólo tiende hacia el objetivo de la cura del espíritu. El servicio de socorro a que nos entregamos espontá­neamente en favor de esos hermanos infelices y víctimas de su propia ignorancia espiritual, nos condiciona psicológicamente a la realidad benefactora, en esos acontecimientos dantescos, tal como se acostumbra el cirujano terreno, con el tiempo, a su tra­bajo profesional y lo ejecuta con calma y seguridad al saber que, a pesar del sufrimiento inevitable, el paciente ha de ser benefi­ciado. Para mejor éxito en nuestros trabajos, estamos obligados a prestar servicios a esos infelices que vagan por las regiones turbulentas, de modo tal que no nos debemos dejar dominar por llantos perjudiciales. Aunque podamos apiadarnos ante sufrimien­tos pavorosos, sabemos que la rectificación exige urgencia, pues la índole malhechora de esos sufrimientos les tomaría nuevamente el corazón, llevándolos a practicar nuevos desatinos y genera­rían peores sufrimientos para el futuro.



Pregunta: Bajo vuestra opinión actual, ¿cuáles serían los deli­tos humanos que podrían causar mayores perjuicios al espíritu en su desencarnación y a su vez le crearan situaciones atroces para su debida rectificación espiritual?

Atanagildo: Es probable que mi experiencia personal no sea la más acreditada para tasar valores del mundo astral, pero dos situaciones horrorosas, en los charcos, me impresionaron fuerte­mente, debido a los estigmas que se graban en el periespíritu de los desencarnados: la del suicida y el de la nefasta profesión de los "destructores de ángeles", o sea, la de los abortadores pro­fesionales. Son crímenes que general las más pavorosas situacio­nes en el mundo astral inferior y que estigman terriblemente al periespíritu para las encarnaciones futuras, pues en ambos casos se trata de crímenes contra la vida.

El suicida interrumpe su existencia que debía aprovechar hasta el último segundo de su vitalidad, porque se valió de una oportunidad benefactora para encarnar, que podría haber apro­vechado otro espíritu, también necesitado de nacer en la carne.

Aquel que se suicida revive en el astral las escenas que preci­pitó sobre sí mismo en la hora de la tragedia, al romper los cana­les de vitalidad que lo mantenían ligado a la vida del cuerpo físico, debiendo sufrir de un modo bárbaro hasta el instante exacto en que deberá expirar en forma natural en la materia, de acuerdo con el plazo previsto por los ascendientes vitales de su cuerpo físico.

Los abortadores profesionales son los mayores enemigos de la vida y los peores verdugos de las almas que se afligen para reencarnar. Es inimaginable la tortura del ser que pierde la bendición de un cuerpo que le destinaban para su progreso en la materia, y olvidar en parte el remordimiento de sus culpas anteriores. Los infelices "especialistas" del aborto mal saben que están depositando sobre sus hombros un peso de las más horribles consecuencias después que la muerte los libere de su cuerpo físico. Separados del biombo de la carne que aún los protegía contra la embestida directa de sus víctimas, éstas caerán sobre su alma aterrada, formando la turba de almas que fue impedida de renacer debido a la práctica nefasta del aborto profesional.

No encuentro vocablos para describiros el pavoroso destino de esos desgraciados en el Más Allá después de la muerte de su cuerpo físico. Ninguna fuerza consigue protegerlos y sólo sus verdugos les proporcionarán toda suerte de torturas y pavores que los dejarán estropeados, como trapos vivos, en la figura de personajes de la más horripilante novela jamás creada por la imaginación enferma de un Hoffman. No deseo torturar la mente del médium ni impresionaros con la descripción de otros cuadros pavorosos que pasan a vivir en el astral inferior de esos desviados de la vida espiritual después que pasan por la Tierra como tene­brosas parcas ignorantes o diplomadas, que por un miserable puñado de monedas cortan la vida en la gestación materna.

Los abortadores profesionales exterminan vidas que fueron creadas por otros, por cuyo motivo el plazo de su expiación nadie la puede determinar, y es por esto que dependen del tiempo que sus adversarios resuelvan torturarlos en el Más Allá, hasta darse por bien vengados.



Pregunta: ¿Esos espíritus sufren como los otros en los charcos del astral inferior o son torturados solamente por sus adversarios vengativos?

Atanagildo: Sería invertir demasiado tiempo el poder explicar el proceso de pruebas y recuperaciones de los desencarnados cuando están comprometidos por delitos contra la integridad espiritual, pues hay que saber que varía inmensamente la reacción de cada uno y el grado de sensibilidad durante el sufrimiento. Hay espíritus, por ejemplo, que son culpables por los crímenes cometidos en la Tierra y atraen hacia ellos muchas almas venga­tivas que los esperan a la salida de la tumba para aplicarles tal magnitud" de torturas, aunque terminen abandonándolos por no conseguir usufructuar la voluptuosidad de la venganza de ser "sentidos" o "comprendidos" por sus víctimas desencarnadas. Son almas que desencarnan tan intoxicadas por causa de sus malda­des y torpezas, que demoran bastante tiempo para despertar la conciencia de relación con el mundo exterior. Aunque son tortu­radas por sus verdugos, se encuentran petrificadas en su mundo interior y sufren padecimientos atroces, mayores aún de los que hubieran querido imponerles sus propios adversarios. Éstos, ar­diendo de odio y deseos de aplicar otros castigos más satanizados, abandonan sus víctimas en los valles pantanosos, aguardando el momento en que se vuelven visibles al exterior para ejercer nue­vamente su venganza diabólica.

Muchos de esos verdugos crueles y completamente galvani­zados en el mal gozan en grado sumo cuando notan que sus víctimas despiertan poco a poco y se encuentran con la terrible realidad del medio repugnante que habitan y se sienten torturadas entre las manos de sus crueles verdugos. El lenguaje humano no conseguiría describir lo que realmente les sucede a esos espí­ritus infelices, que después de haber curtido su psiquismo en el charco purgatorial por los crímenes cometidos en la vida carnal, aun deben enfrentarse con las pavorosas y amenazadoras catadu­ras de aquellos que les vigilan los más mínimos actos y los con­trolan en sus más ínfimos pensamientos, prontos a caerles encima. Ningún socorro o resto de luz los alcanza debido a la naturaleza del lodo que posee la delicada contextura periespiritual y se pre­cipitan, naturalmente, en las regiones impregnadas del mismo magnetismo que ellos fueron portadores. Aun la luz que la vo­luntad angélica les proyectase desde las regiones superiores les sería insuficiente, en base a la sustancia degradada que se les adhiere al cuerpo astral.



Pregunta: ¿Qué tipo de sufrimiento soportan esos "destruc­tores de ángeles" o profesionales del aborto cuando se sitúan en los charcos purgatoriales?

Atanagildo: Yo los he visto en el más horrible estado de miseria y estigma espiritual, a la que fueron condenados por sus tareas nefastas de eliminar vidas humanas en la fase embrionaria. Son adversarios de la vida que pasaron por el mundo físico en la figura de médicos, enfermeros, parteras o charlatanes que des­truían tiernos cuerpos, concepcionados para la encarnación de almas afligidas en el Espacio. Tales espíritus asumen en el astral aspectos inexpresivos y deformados, una especie de masa gela­tinosa y teratológica que arrastran por el suelo negro y viscoso, dejando surcos cada vez que se mueven dificultosamente en for­ma de larvas humanas. Apenas se les percibe por su mirar apa­gado y en los esfuerzos espasmódicos para moverse, un resto de vida, de la misma que ellos tanto subestimaron. Excepto la fisionomía torturada, que les da un aspecto bovino e imbecilizado, el resto de sus cuerpos no tiene forma humana conocida, parecen más bien gusanos gigantescos que se arrastran por el suelo con indescriptible esfuerzo, intentando liberarse de la viscosa envol­tura que los ata. El mirar capacitado de un obstétrico terreno verificaría aterrado, que esas infelices criaturas estigmatizadas por el horroroso oficio de destruir vidas en gestación, reproducen en el astral inferior la forma viva y ampliada de un gigantesco feto que en su parte superior ostenta una cabeza humana defor­mada.

Pregunta: Cuando esos espíritus reencarnen nuevamente en la Tierra, ¿presentarán estigmas deformantes en sus formas físicas?

Atanagildo: Ellos no podrán sustraerse a la posibilidad de reproducir en la materia terrestre algo de sus deformaciones estereotipadas en el astral por el poder de la mente subvertida y degradada por la práctica innoble a que se entregaron. Nacerán en cuerpos de carnes deformes y gelatinosas, como verdaderos trapos vivos, con un sistema nervioso completamente atrofiado por la fuerza negativa de la mente, que tanto hizo por combatir la vida en gestación de otros seres. Pasarán la existencia recluidos en cestos, cajones o en cunas ricas; con el rostro marcado por la imbecilidad parecerán retratos inacabados, faltos del último im­pulso de vida en el momento de tomar la forma humana. Cuántas veces los encontráis amontonados, como fardos vivos, que tanta piedad despiertan en vosotros, y también cierta repulsión instin­tiva, pues se presiente que en el pasado empleó todos sus esfuer­zos y conocimientos para desempeñar el trabajo nefasto de cortar el flujo de vidas humanas.

Preguntas: En ciertos momentos habéis hablado de "lodo", "charcos" y "depósitos deletéreos". ¿Podéis decirnos si todo eso es una misma cosa?

Atanagildo. La sustancia astral inferior tiene la propiedad de depositarse en forma de residuos, creando extensos valles o char­cos de suelo pantanoso y repelente. Cuando hay cierta cantidad de residuos astrales se crean esas zonas debido a la excesiva densidad de sus fluidos, los cuales no pueden ser renovados ni volatilizados como sucede con el agua en vuestro mundo, que es vaporizada por el sol, llegando hasta a secar los pantanos.

Esos inmensos valles de sustancia inferior son bastante sóli­dos para los desencarnados. A vuestros sentidos físicos parecerían voluminosas masas magnéticas, que también rodean e interpenetran a la Tierra en todos los sentidos en una frecuencia vibra­toria que les da una vitalidad salvaje y absorbente.

Sumando esa masa voluminosa, los malos pensamientos y la eclosión de pasiones de la humanidad encarnada, influye podero­samente para activar y bajar el tenor vibratorio de ese magnetis­mo denso, que fluctúa sobre la superficie de la corteza terrestre, convergiendo cada vez más compacto y virulento hacia el centro del globo terrestre.



Pregunta: ¿Podéis darnos un ejemplo para poder valorar mejor el asunto?

Atanagildo: Suponed que en vez de masas de magnetismo denso sean nubes de azufre gaseoso que se expanden alrededor de la Tierra y que penetran en forma invisible en el interior del orbe. Por hipótesis, considerad que pensamientos violentos o degradados de las criaturas encarnadas atraigan a esas nubes gaseosas, volviéndolas cada vez más bajas, y que pensamientos más elevados las modifiquen, eliminando el poder sofocante y tóxico. Con este ejemplo os será más fácil comprender que cuanto mayor sea la fuerza de los conflictos creados por la envidia, ambición, irascibilidad, odio o por la desencarnación de las guerras, ya sea entre encarnados o desencarnados, tanto más intenso y tóxico será el contenido de esas masas magnéticas que constituyen el mundo astral inferior que interpenetran al globo terráqueo. Se condensan por la fuerza mental venenosa y agresi­va de la mente humana o se afinan bajo los pensamientos subli­mes tanto de encarnados o desencarnados.

Cuando los espíritus desencarnan, debido a sus defectos y pasiones poseen en sí mismos los residuos del magnetismo infe­rior que cultivan diariamente —por cuyo motivo vibran en la fre­cuencia de esas masas astrales condensadas y virulentas—, y cuando se liberan del cuerpo carnal, los atrae naturalmente como el imán atrae a las limaduras de hierro. Debido a sus pesos magnéticos específicos, esos espíritus "caen" automáticamente en las regiones inferiores, a las cuales se afinan naturalmente y que son muestras vivas, aunque sean encarnados, pues cultivan en el mundo pasiones y degradaciones que consumen las energías de frecuencia vibratoria inferior de los charcos del astral. En esos valles abismales y purificadores que dieron origen al nombre de "Purgatorio", de la tradición católica-romana, los desencar­nados ingresan víctimas de su propia afinidad con el medio y no por causa de penalidades aplicadas por un juez divino. El peso que cargan es lo que les impide la ascensión hacia las regio­nes superiores. Es necesario, entonces, que el alma primero aban­done el lastre pernicioso en zonas adecuadas, para después ele­varse hacia las esferas de magnetismo sublimado.



Pregunta: ¿Qué diferencia existe entre el "lodo" y los "dese­chos" que mencionáis a veces? ¿No es la misma cosa?

Atanagildo: El lodo de los charcos formados por los residuos astrales inferiores y comunes a cada valle o zona abismal enne­grecida y densa, es sustancia natural del propio medio. Los desechos, mientras tanto, son productos eliminados por el periespíritu de las criaturas que los arroja fuera de su organización.

Siendo el periespíritu el más importante vehículo que se encuentra entre el espíritu y el cuerpo carnal, debéis comprender que es el verdadero sistema de trabajo y recepción de las ener­gías del medio ambiente astral y físico, cumpliendo con la gran responsabilidad de absorber, retener y drenar los tóxicos, mias­mas, gases, residuos o cualquier resto de combustible que sea consumido para vivir en el medio.

En las esferas angélicas el periespíritu pulsa suavemente, accionado por la energía atraída de la luz sideral; en los planos del astral inferior precisa centuplicar su metabolismo y consumir valiosas energías, a fin de sobrevivir en los ambientes perniciosos que los colocó su alma equivocada. Mucho antes de poder efec­tuar su nutrición energética para sustentarse en el medio, se ve obligado a realizar agotadoras operaciones de química trascen­dental para lograr transformar y purificar las sustancias peligro­sas que adhiere constantemente en su organización delicadísima. Sólo después que se efectúa el proceso profiláctico y la selección de las energías magnéticas adecuadas a su metabolismo orgánico, es cuando consigue mantenerse en equilibrio y protegerse contra las combustiones químicas deletéreas. Es necesario reflexionar sobre los heroicos esfuerzos que realiza el cuerpo carnal cuando lucha por sobrevivir entre los gases violentos o las emanaciones nauseabundas de los pantanos, para poder valorar el metabo­lismo defensivo, la dinámica laboriosa y delicada del periespí­ritu, cuando se sumerge en los charcos infecciosos, debiendo protegerse contra los venenos provenientes de las mentes sub-espíritu, cuando se sumerge en los charcos infecciosos, debiendo Intentando superar la doble agresión, o sea el veneno proyectado por las mentes de los espíritus degradados y los tóxicos de los pantanos, el periespíritu acelera su dinamismo y su acción fisio­lógica, promoviendo activa limpieza interna, resultando una exce­siva expulsión de escoria o sustancias carbonizadas que sobran, debido al quimismo acentuado y que debe desviarse de la cir­culación periespiritual para lograr la debida sobrevivencia en la región inferior.

Esas sustancias escoriales, depositadas en los niveles infe­riores de la vida astral, sólo puede expulsarlas el periespíritu a través del procedimiento de alta combustión de la química tras­cendental. Entonces se transforma en residuos insoportables y repulsivos, que al ser drenados quiebran el temperamento más resistente y anulan los esfuerzos más heroicos. Aunque a muchos les parezca un acontecimiento cruel y punitivo, es el efecto de la técnica bendecida del Creador que determina la operación curativa en el medio ambiente, para que las almas se despojen de la carga inferior en los depósitos astrales. Las fuertes ema­naciones repulsivas del medio y el olor de los elementos expur­gados por el periespíritu obligan a los espíritus sufrientes allí situados a expulsar su carga nociva hacia el exterior.

En suma: los espíritus enfermos se purgan porque se saturan de sus propias emanaciones, sintiéndose atacados por violentos e incesantes vómitos que los hacen sufrir bárbaramente, sirviendo de proceso terapéutico para acelerar la expurgación periespiritual de todas las materias y adherencias venenosas incrustadas por la degradación de las energías mentales que emplearon indigna­mente en la vida física. ¡Cuántas veces el organismo carnal, a fin de no sucumbir prematuramente, expulsa peligrosos venenos en forma de urticaria, vómitos y flujos!

Es la inteligente terapéutica ejercida por el círculo vicioso de absorción y expulsión de las energías deletéreas, que se efectúa de un modo cruento, pero de eficiente compensación para la integridad del periespíritu. Los desechos repugnantes expulsados por el espíritu sufriente vuelven a causarles nuevas náuseas y vómitos, en cuyo proceso se apresura la operación de limpieza periespiritual.



Pregunta: Por lo que nos informáis, la avaricia, la lujuria, la crueldad y demás vicios del espíritu producen sustancias resi­duales específicas en el periespíritu, por cuyo motivo podemos considerar ese proceso de expulsión repugnante, como algo pare­cido a los "períodos" de cura. ¿No es así? Pero también cree­mos que muchos lectores de vuestras comunicaciones han de con­siderarlas como excesiva imaginación del médium. ¿No es verdad?

Atanagildo: El periespíritu es un mundo de energías vivísi­mas y en incesante actividad, ya se encuentre el espíritu encar­nado o desencarnado. Aun cuando nos encontramos presos al cuerpo carnal, la llama viva que es el espíritu primero crea el pensamiento en el plano mental, después lo dinamiza con la sus­tancia astral, a través del campo energético del periespíritu, y sólo después lo proyecta hacia el mundo material.

Sucede lo mismo con el acumulador de un dínamo terrestre, cada vez que el alma piensa o se emociona hace un gasto de energía mental y periespiritual que termina en un residuo inútil y que debe reponerse nuevamente. La vida real, entonces, es el pensamiento; cuando realizáis vuestros actos a través de los cuerpos astral y físico, apenas confirmáis objetivamente aquello que ya existe mentalmente en vosotros mismos. Sin duda, per­manece el automatismo propio de la ascendencia biológica del cuerpo carnal, conocido como la sabiduría del instinto animal, acumulada a través de las especies inferiores en el transcurso de los milenios pasados y que es el responsable por la sobrevi­vencia de la organización física. Aun así, esos mismos estímulos instintivos primero se dirigen a vuestra mente, que los controla a gusto o se deja arrastrar por ellos, ya sea practicando actos de importancia en defensa instintiva de la vida o sufriendo perjuicios por dejarse explotar por las pasiones ocultas en su psiquismo.

Quiero, por lo tanto, recordaros nuevamente que en todos esos impulsos o actos provenientes del instinto o de la emoción siempre se efectúa un gasto de energía equivalente a la acción realizada. Por ejemplo: yo no podría dictaros estas palabras o servirme del médium si antes no las formulase en mi mente, creando en seguida el deseo de transmitirlas. Así como yo formulo esa intención, mi periespíritu lanza enérgicamente las ideas o despierta deseos en el espíritu del médium que me interpreta; éste, a su vez, sirviéndose de su propio periespíritu termina accio­nando sus manos y escribe lo que yo pienso, o que antes existía en mi mundo mental, invisible para vuestros sentidos físicos.

Aunque no podemos acompañar visiblemente esa operación en todo su desarrollo gradual, la verdad es que si usó cierta suma de energía, después de haberla consumido o carbonizado mental­mente se volatilizará en el medio astral o se adherirá a nuestro periespíritu en forma de residuos nocivos. Como la tonalidad de nuestro pensar es la que gradúa el tipo de energías que usamos, toda idea o pensamiento digno, constructivo o elevado también utiliza energías más sutiles a fin de hacerse perceptible a los sentidos humanos; mientras que las ideas o los deseos torpes y odiosos requieren fuerzas de un nivel más grosero, enmalezco y violento que al tener densidad o peso magnético, luego de usada se transforma en residuos bastante perniciosos que se adhiere al organismo del periespíritu.

No os será difícil comprender eso, pues se trata de una relatividad magnética constante en todos los actos de la vida creada por Dios; mientras precisáis de la fuerza poderosa de la dinamita para romper las enormes piedras, basta un pequeño soplo de aire para mover un trozo de algodón. Entonces, los pensamientos egocéntricos y agresivos exigen una energía de naturaleza primitiva y fuertemente instintiva para atender la operación mental en el plano inferior.

Si yo —supongamos— estuviese dictando ahora alguna obra de carácter repugnante, perversa o indecorosa, necesitaría usar esas fuerzas tan brutas y animalizadas, entonces sería quemada y consumida por mi mente una frecuencia magnética muy infe­rior, porque mi espíritu tendría que graduarse en una tonalidad más "baja" para sintonizarse con eficiencia en el plano grosero en que yo me demoré con el pensamiento degradado. En ese caso podéis comprobar una vez más la realidad y prontitud con que actúa la ley de correspondencia vibratoria, en donde "los semejantes atraen a los semejantes". Esa sustancia residual usada permanecería fluctuando en el aura de todos nosotros durante el tiempo de mayor o menor interés por el asunto tratado, hasta que pudiésemos absorberla en nuestro metabolismo psíquico, pues debido a su fuerte densidad magnética no podría volatilizarse más en el medio astral, pero sí incorporarse instintivamente al periespíritu en la ley de atracción común.

El vapor de agua puede disolverse instantáneamente en la atmósfera reinante, porque su vibración sutil, muy intensa, per­mite que tal cosa suceda, mas el fenómeno en forma de líquido no sería posible y sólo habría precipitación hacia el suelo, el cual lo absorbería. Conforme a las leyes del mundo astral, esos resi­duos que se incrustan en el periespíritu son los que causan enfer­medades, exigiendo su expulsión hacia el medio ambiente en perfecta afinidad con el tipo enfermizo de la energía degradada.

Las almas que son víctimas de sus deseos impuros, pensa­mientos torpes y pasiones degradantes, permanecerán en un sufrimiento tan prolongado y acerbo según sea el tiempo y el esfuer­zo necesario invertido para drenar la energía repugnante que se les adhirió al periespíritu. Una cuarta parte podría ser expurgada en los charcos y en las regiones abismales inferiores, como ya os expliqué, y la otra parte podrá aliviarse por la intervención de los técnicos benefactores, si el alma fuera merecedora de esa asistencia espiritual.

Innumerables establecimientos hospitalarios y núcleos de so­corro que existen en las adyacencias de las regiones astralinas inferiores sirven devotamente a todo espíritu que desee renovarse e ingresar en las huestes de los servidores del Bien. Algunas almas, aunque no se han liberado totalmente de sus adherencias periespirituales, aceptan tareas sacrificiales de ayuda hacia sus compañeros que están en peores situaciones, de cuyo esfuerzo y abnegación les ha de ser más propicio el alivio y la asistencia del plano más elevado.


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