La Vida Más Allá de la Sepultura


LA METRÓPOLI DEL GRAN CORAZÓN



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LA METRÓPOLI DEL GRAN CORAZÓN
Pregunta: ¿Cómo se denomina la comunidad o colonial espi­ritual en donde moráis actualmente, en el mundo astral?

Atanagildo: El gran número de espíritus que habitan en la región donde yo me encuentro y de los múltiples trabajos y objetivos de educación espiritual que se realizan me hacen recordar a ciertas actividades terrenas, por las cuales la iluminada ciudad astral en donde reside merece ser conocida, en el pintoresco len­guaje del Más Allá, como la metrópoli del "Gran Corazón". Cuando nosotros la observamos desde lejos y nos acordamos de los amoro­sos servicios que presta a las almas fatigadas y que ya están desen­carnadas, en realidad significa la magnánima y verdadera figura de un corazón que se destaca en el seno de la infinita masa astral, de un color azul esmeralda. Es uno de los más encantadores "oasis" situado en la esfera astral, dedicado al socorro del viajero que atravesó el desierto de la vida física, componiéndose de una subli­me comunidad de almas caritativas que trabajan en zonas que inciden sobre cierta parte del Brasil. Sus ocupaciones son de paz y progreso, relacionándose con aquellos que procuran hacer de la vida un motivo de elevada educación espiritual.

Pregunta: ¿Se trata de una agrupación astral que, por su for­ma, nos haría recordar a las organizaciones del tipo terreno, en ese género?

Atanagildo: La metrópoli en donde me encuentro me hace recordar aproximadamente a una de las más bellas ciudades terre­nas, constituida por edificios con sus respectivas ornamentaciones y recursos de vida común, pero se distingue de un modo muy particular por su padrón moral superior, gracias a sus realizaciones exclusivamente destinadas a la ventura del alma. Allí todo fue realizado exclusivamente en favor del bien común, sin preocupaciones de clases, jerarquías u organizaciones que se destaquen. La metrópoli del Gran Corazón es un hermoso laboratorio de alquima espiritual, en donde se forman los moldes de los futuros ángeles del Señor de los Mundos. Imperan costumbres brasileñas, pero la mayor parte de su dirección y el mayor número de habi­tantes con almas que habitaron anteriormente y por largo tiempo en la India y en Grecia, motivo por el cual aún se conservan algunas características del espíritu filosófico, artístico, devocional y un tanto irreverente de los espíritus bulliciosos de la patria de Sócrates, Platón y Alcibíades.

Pregunta: ¿Qué diferencia tiene esa metrópoli en relación al modo de vida de nuestras ciudades terrenas?

Atanagildo: Me veo en la imposibilidad de haceros una des­cripción exacta y satisfactoria con respecto a vuestras indagaciones minuciosas, en ese sentido, aunque se trate de una ciudad vaga­mente parecida a alguna metrópoli terrena. Su constitución escapa a la regla común de la Tierra, y su modo de vida se desenvuelve en diferentes campos vibratorios; aparte de eso, se rige por una dinámica aún desconocida por los reencarnados. Esas colonias o metrópolis astrales se agrupan concéntricamente alrededor del globo terrestre y están edificadas en el "mundo interior". Com­paradas con las ciudades terrestres, éstas parecen cáscaras gro­seras de aquéllas.

Hay cierto sentido de transitoriedad en las edificaciones de la región astral en donde resido, porque su principal objetivo no se limita a agrupar a las almas, sino que está dirigido a propor­cionar la tan deseada modificación en el carácter de sus morado­res. A medida que se logran las transformaciones íntimas en los espíritus de los moradores de la metrópoli, sus administradores sustituyen las cosas que están en relación con los habitantes, reno­vando así los padrones familiares y modificando el ambiente, con el propósito de atender perfectamente a las reacciones psíquicas más avanzadas que puedan manifestar.



Pregunta: ¿Nos podríais dar un ejemplo de esas modificaciones en vuestra metrópoli, destinadas al desarrollo espiritual de sus habitantes?

Atanagildo: Conforme al padrón espiritual alcanzado, los espí­ritus de nuestra metrópoli, a través de sus consecutivas reencar­naciones, van modificando el ambiente de su morada astral. La transitoriedad de las edificaciones de nuestra metrópoli se explica por la facilidad con que pueden ser sustituidas y adaptadas rápi­damente por nuevos proyectos, porque en el mundo astral las configuraciones sirven sólo como ornamento y amparo estético para las realizaciones "íntimas" de sus moradores, en vez de exhibiciones públicas con derechos de propiedad. A medida que el espíritu evoluciona, demuestra gradualmente su desinterés por el imperativo severo de las formas, a la vez que despierta el deseo de mayor ventura espiritual, saturándose fácilmente con el con­tacto exterior. Por eso las ciudades astrales, de orden más elevado, modifican continuamente los panoramas y formas, que se han vuelto monótonos o imponentes, para crear nuevos estímulos evo­lutivos en sus moradores.

Pregunta: ¿Cuál es la diferencia fundamental de esa transi­toriedad en el mundo astral, con relación a la naturaleza defini­tiva de las cosas terrenas?

Atanagildo: Las construcciones terrenas, como bien lo decís, son hechas obedeciendo a la constante preocupación de que sean definitivas. Como siempre existe entre vosotros la preocupación de las cosas transferibles en el concepto de herencia hacia los hijos, nietos, etc., es evidente que los hombres desean hacer las cosas con solidez granítica, a fin de que puedan resistir largo tiempo y que sirvan a las generaciones futuras. Los planos y cálculos son elaborados de modo que el dinero es aprovechado en obras que tengan la mayor duración posible, porque el deseo de lucro y el miedo a los prejuicios es realmente lo que domina a la vida humana. Y como se vuelve dificultoso prever con éxito las transformaciones estéticas y psicológicas que han de produ­cirse en lo futuro en vuestros descendientes, construís entonces cosas que más atienden al sentido utilitarista del mundo que a las necesidades espirituales de sus moradores.

Debido a eso, los padrones del mundo material están casi siempre en desacuerdo con la realidad espiritual del hombre; algunas veces se adelantan siglos en proporción a la evolución de ese momento o se mantienen graníticos, eternos, por así decir, co­mo en la mayoría de las ciudades europeas. No hay duda que es dificilísimo acomodar con exactitud el grado interior del hombre con su prolongación exacta exterior, porque las comunidades terrenas son compuestas de almas que están situadas en todos los extremos de la escala espiritual.

Mientras tanto, en una colectividad como la de la metrópoli del Gran Corazón existe esa armonía selectiva en las almas que tienden regularmente hacia un gusto y una evolución espiritual bastante semejantes, lo que posibilita el medio para efectuar refor­mas en el conjunto y que a su vez satisfaga a todos. Es verdad que en la Tierra ya se esboza una nueva índole creadora, en donde las edificaciones se presentan más livianas y menos graníticas; por lo tanto, más fáciles de ser substituidas de conformidad con el incesante progreso estético y espiritual de las criaturas. En cuanto a esa transitoriedad en nuestra metrópoli astral, cabe manifestar que es como una admirable plasticidad del medio, que se modifica en perfecta correspondencia con las alteraciones que también se producen en la intimidad de sus propios moradores.

Pregunta: Os agradeceríamos que nos dieseis algún ejemplo para que se nos aclare mejor el aspecto de esa substitución de las cosas o edificaciones del mundo astral y nos dijeseis por qué se vuelven impotentes para crear nuevos estímulos al espíritu. ¿Podríais hacerlo?

Atanagildo: Os daré un ejemplo que tal vez os sirva de para­digma y del que, a la vez, podáis extraer conclusiones más amplias con respecto a cuanto os he dicho. Los bellos jardines que rodean a los edificios destinados a la preparación científica y artística de los candidatos a las futuras reencarnaciones en la Tierra son uno de los lugares en que más se siente "en el aire" esa impresión de transitoriedad a que me he referido; es como si aquellas flores y ornamentaciones permaneciesen constantemente a la espera del jardinero, para modificar las configuraciones comunes continua­mente. Los canteros de flores que decoran los caminos de entrada a esos edificios, por más bellos, raros e impresionantes que se presenten a la visión, son inmediatamente substituidos por otros tipos nuevos y desconocidos, ni bien los mentores y técnicos de la metrópoli verifican que los estudiantes ya se están volviendo indiferentes a su color, forma y belleza.

Eso sucede porque las cosas que existen en nuestra metrópoli, en cualquier sentido y bajo cualquier aspecto, sirven como "pro­pulsores' que activan la dinámica de pensar en los moradores; excitan, despiertan reflexiones nuevas y parecen rejuvenecerlos siempre, porque en sus mutaciones continuas no sólo evitan la saturación espiritual, sino que apresuran el sentido creador del alma. No hay duda que el panorama de nuestra esfera nos recuer­da a un modesto rincón del Paraíso bíblico, pero no se incentiva aquí la contemplación exclusiva, que aún es el sueño de muchas almas egoístas, ociosas y convencidas de que Dios creó el mundo y después se quedó embelesado al contemplarlo...



Pregunta: En cuanto al aspecto general de la metrópoli del Gran Corazón, ¿podemos suponerla semejante a la topografía de una ciudad terrena?

Atanagildo: Todo lo que se edifica en nuestra ciudad tiene un sentido estético mucho más perfeccionado que lo cultivado en la Tierra, aunque se trate de realizaciones transitorias. La metrópoli del Gran Corazón alberga cerca de tres millones de espíritus desencarnados, y todas las edificaciones destinadas a sus princi­pales actividades se sitúan en los extremos de la comunidad, for­mando grupos encantadores. Si os fuese posible tener una visión panorámica del conjunto metropolitano, verificaríais cierta seme­janza con algunas ciudades terrenas, puesto que se extiende sobre una inmensurable meseta astralina, perfectamente dividida por siete gigantescas avenidas que parten del centro principal y pene­tran en los suburbios, cuyas edificaciones, observadas a la dis­tancia, nos recuerdan las encantadoras miniaturas de paisajes que sólo se entrevén en los poéticos sueños orientales.

El Corazón de la metrópoli está formado por un gigantesco y magnífico paseo público, en forma de heptágono, y conforme a las medidas terrenas alcanza algunos kilómetros cuadrados. Se trata de un vastísimo parque decorado con bosques, cuyos árboles, de escasa altura, permiten que los rayos solares iluminen todos los rincones y caminos, creando seductores claros recamados de arena de centelleante color. El césped de tonos esmeraldinos, nos recuerda a un maravilloso tapiz de trama refulgente, matizado totalmente por florecillas pequeñas, semejantes a rubíes, amatis­tas, topacios, las que, realzadas por compactos cordones vegetales, forman caprichosos dibujos que parecen expresar elocuentes fra­ses de agradecimiento al Creador. De las ramas pequeñas, de suave tono malva luminoso, cuelgan ramos de color verde claro cristalino, recortados de flores iguales a las glicinas y especies de campanillas que se mueven fácilmente al suave impulso de la brisa, produciendo una deliciosa fragancia, por lo que en mí siempre evocaron a las orquídeas de la selva brasileña.

Todos los jardines, bosques, avenidas y claros fueron construi­dos con genial simetría, dentro de un plano general, anticipado, que abarca toda la belleza geométrica y panorámica de la metró­poli. Ese paseo público, que forma el corazón de la verde ciudad astral de mi morada, presenta el máximo de capacidad, belleza y armonía jamás producidas por ningún sabio, ingeniero o artista terrenos. Pequeños riachos, como cordones líquidos, bordean las avenidas principales y zigzagueando en la fronda perfumada, como si fuesen maravillosas serpientes plateadas, terminan en siete lagos artificiales. Cinco de esos lagos están rodeados por espaciosos pabellones multicolores, construidos en un elemento vítreo, desconocido para vosotros, y a la distancia resaltan como si hubiesen sido tallados directamente en bloques de piedras pre­ciosas. Además, están cubiertos por vistosas cúpulas translúcidas, de tonos dorados, liliáceos, esmeraldinos y de una verde clarísimo, que rodea a los lagos, como si fuera una prolija y brillante mol­dura, que se caracteriza por su pintoresca policromía. En esos atrayentes pabellones se encuentran distribuidos los salones de conciertos, teatros educativos sobre los historiales de la reencar­nación, exposiciones de flores, casa de música que, en los períodos de conmemoraciones especiales, ejecutan desde los temas folkló­ricos de los predominantes espirituales de la metrópoli hasta las majestuosas sinfonías que fluyen de lo alto, en las de la inspiración angélica.

Pregunta: Habéis dicho que cinco de esos lagos están rodeados de pabellones multicolores. ¿Por qué causa? ¿No sucede lo mismo con los otros dos lagos artificiales?



Atanagildo: En el centro exacto de ese gran paseo, que podría parecerse a una gigantesca plaza pública terrena y que constituye el corazón de nuestra metrópoli, se encuentra edificado el magnífico templo destinado a las oraciones colectivas, cuya entrada principal mira hacia Oriente. Los dos lagos a que os referisteis quedan en dirección noroeste y sudeste con respecto a la puerta principal del templo; no están rodeados de pabellones como los otros, pero cada uno posee en el centro un espacioso tablado hecho de un material blanquecino, decorado en una tonalidad esfumada entre el rosa y el lila, que tiene la propiedad de absorber la luz. En esos majestuosos escenarios es donde se ejecutan los más fasci­nantes bailes sidéreos, donde la gracia y la emotividad espiritual alcanzan niveles tan altos, que todo el ambiente se sensibiliza y adquiere un contacto más directo con las esferas superiores. Se denomina "Fiesta del Cielo" y es tradicionalmente conocida en la metrópoli, pues durante ella se dan espectáculos de belleza inenarrable. En verdad, son las legiones angélicas de los planos superiores que se encargan de transformar el ambiente en pro­funda alegría, a la vez que en la superficie de las aguas se celebra la más indescriptible orgía de colores, perfumes, luces y melodías.

Pregunta: Nos agradan muchísimo los cuadros que intentáis describirnos para la mejor comprensión de nuestra mente, aún encadenada a la materia terrena, pero nos parece que muchos han de considerar vuestras descripciones sólo como un loable esfuerzo literario.

Atanagildo: No desconozco cuan fundadas son vuestras des­confianzas, porque sé muy bien que esos relatos os pueden parecer demasiado poéticos y estar viciados de exageradas descripciones, como las debidas al esfuerzo imaginativo que realizan los poetas románticos. Sin duda que para algunos lo que describo será to­mado como ingenuo o una especie de cuento de las "Mil y una noches" para adultos; para otros, no pasará de simples sofismas bien intencionados, pero improductivos, porque creen que los espí­ritus desencarnados viven sumergidos en un sueño abstracto.

La verdad es que el más extenso repertorio de las palabras humanas es insuficiente para lograr transmitiros la realidad de aquello que me absorbe el espíritu, delante de la maravillosa visión de la metrópoli del Gran Corazón, frente a la cual com­pruebo que las más tiernas historias de hadas no dejan de ser relatos de una imaginación paupérrima y despojada de toda im­portancia sensata. Cuando intento delinearos la naturaleza de la esfera donde vivo, se me hace la idea de que estoy depositando un puñado de escamas de pescado en las manos de un ciego de nacimiento, y en seguida le exijo que, conforme a ellas, me detalle con exactitud el extraño mundo de los peces y su vida en lo pro­fundo de los mares.

Mientras tanto, me resta la esperanza de que llegará la opor­tunidad en que los descreídos también aportarán sus experiencias a estas realidades astrales, comprobando personalmente la realidad que brilla mucho más allá de la capacidad imaginativa de un cerebro humano e imposible de ser configurada a través de la mediumnidad precaria de un hombre.

Pregunta: Nos gustaría tener una concepción más real de la vida en el Más Allá, por cuyo motivo desearíamos que nos dieseis algunos detalles de esos bosques, lagos, edificios, avenidas, etc. ¿Os será posible?

Atanagildo: Además de los dos lagos que poseen los espacio­sos escenarios en forma de palcos circulares, en el centro de sus aguas, los otros cinco también poseen una pequeña y hermosa isla, semejante a un trozo de esmeralda pulida, sorprendentemente receptiva de los colores que se irradian por la noche tanto desde las al margen de los mismos. Del centro de cada una de esas cinco islas se levanta una torre construida del mismo material luminiscente de las islas, pero de un tono rosado-salmón. Su base está rodeada de una exuberante vegetación, semejante a los cedros terrenos, podados en forma simétrica, que además de formar una pintoresca escala alrededor de la torre, parece un perfecto y fuerte puño de vegetación verde oscura que asegura a la torre hasta la tercera parte de su altura. Más arriba se forman vistosos pasillos de flores entremezcladas, conformando una hermosa red de péta­los, ramos y corolas, cuyos colores van desde el amarillo fuerte hasta el carmín aureolado de un rosa pálido. Por entre los can­teros recortados en forma de corazones, de una tonalidad verde seda, hay hermosos grupos de flores erguidas, bellísimas, pareci­das a las espigas del trigo nuevo, que nos hace recordar los dibujos policromos de la cola del pavo real, las que, al balancear sus extre­mos bajos el reflejo rosado, liláceo y azul sidéreo, exhalan un per­fume de jazmín o clavel terrenos.

Cuando la brisa mueve con suavidad aquellos mantos de flores que fluctúan alrededor de las torres, por encima de las escaleras verdosas, se recuerda fácilmente a las riquísimas mantillas de las jóvenes sevillanas, cuyos tonos coloridos se diluyen como nie­bla de armiño, al contacto con el sol, transformándose en revoloterantes partículas luminosas. Observadas a la distancia, esas to­rres que surgen de las islas pequeñitas, con sus características luminosidades, nos recuerdan a finísimas agujas de color azul verdoso, como si estuvieran tallados directamente en un bloque de luz colorida. Mientras tanto, todas las poseen espaciosas salas circulares en sus cúpulas con asientos circunscritos en torno de los estrados centrales, instalados acústicamente. Desde esas salas proceden las músicas que continuamente se escuchan por le bosque y la metrópoli, activando el sentimiento espiritual de las criaturas y reajustando las emociones angélicas. Por un deter­minado tiempo funciona un conjunto musical en cada isla, com­plementándose todos sinfónicamente en la ejecución, gracias a la feliz distribución de los distintos grupos instrumentales, que actúan en cada una de las cinco torres situadas en las islas. En las épocas festivas, como en la llamada "Fiesta del Cielo", las composiciones de lo Alto se unen a la orquestación de la metró­poli, en la más paradisíaca simbiosis de sonidos, revelando a sus moradores nuevas combinaciones de melodías y conjuntos sinfó­nicos tan excelsos, capaces de extasiar a los espíritus más rudos. Determinados aparatos, que a falta de vocablo apropiado prefiero denominar aparatos de proyección, que envuelven la atmósfera astral que circunda a las islas con inexplicables reflejos musica­les, para luego incidir sobre los escenarios luminosos de las dos islas restantes, los cuadros emotivos v las inspiraciones angélicas que se afinan con los padrones melodiosos, ejecutados en ese momento.

En el seno de los bosques encantados, liberados de residuos peligrosos, hav diseminadas innumerables fuentes de agua colo­rida, las que se hallan entre hermosos árboles, y a su vez éstos brotan en los prados de hierbas tan suaves que parecen hilos de "nylon" luminoso. Esas fuentes se destacan por la combinación de chorros de agua mezclados con luces y sonidos, produciendo ciertas frases melodiosas en períodos determinados. Algunas ve­ces, la melodía nos recuerda la fuerza apasionada que sólo puede ser transmitida por la armonía y sonoridad grave del violoncello terreno; en otros momentos, la ansiedad y la ternura espiritual que manifiestan se alcanza por las sensibles cuerdas del violín. Hay momentos en que, por la disposición de algún mecanismo in­terior, se sincroniza de tal modo el color, la luz, el líquido y el sonido, produciéndose algunos trechos bulliciosos, recordándome la expresión melodiosa de los órganos de las catedrales, en apre­suradas músicas de ritmos breves y sincopados.

Pregunta: Suponiendo que nosotros pudiésemos contemplar la metrópoli del Gran Corazón usando una aeronave terrestre, ¿cuál sería, hipotéticamente, el panorama que vislumbraríamos desde lo alto?

Atanagildo: Cuando me sirvo de la facultad de volición para ingresar en la atmósfera terrestre o para visitar otras comuni­dades astrales, la metrópoli surge ante mi visión, como si fuera un precioso trabajo de joyería, tallado en un bloque diamantífero, pues, las edificaciones parecen delicados adornos de cristal y por­celana, envueltas en un azul celeste de suave luminosidad. Enton­ces, me dejo llevar por la imaginación, describiendo a la metrópoli, como si fuera un estuche diáfano, luminoso, como esas cajas de "celofán" que usan las florerías de la Tierra, cuya transpa­rencia permite observar las flores a través de ese delicado papel.

Aunque los contornos geométricos son de forma heptagonal, la metrópoli en su conjunto, se conjuga como un amoroso corazón de luz esfumada, suspendido en la masa astralina. Se trata de un maravilloso espectáculo, imposible de describir con los recursos limitados del lenguaje humano; es un paisaje de badas suspendido en el Espacio y atado por setecientas luces de colores, que salen de las siete torres de los templos, para terminar enlazado en lo Alto, alrededor de un foco de luz amarillo dorado, que se abre en el cielo a la altura del templo religioso. El conjunto de la ciudad astral del Gran Corazón, además de estar envuelta por un aura que va desde el azul claro hasta el suave lila, tiene un haz luminoso que resalta y tiene por función avivar los tonos superpuestos, conforme a la mayor o menor intensidad de las corrientes magnéticas, que se intercambian en sorprendente vivacidad al descender de las zonas superiores de aquella región.



Pregunta: ¿La denominación de metrópoli del Gran Corazón le fue impuesta por la semejanza a un corazón, cuando es observada a la distancia?

Atanagildo: La denominación proviene de la idea de fundar una colonia de socorro espiritual en el seno del astral salvático, en sentido perpendicular al Brasil y que significara, un corazón situado en las tinieblas del sufrimiento espiritual. Mientras tanto, Su configuración geográfica, si así me puedo explicar, se basa en la forma de un heptágono, como dijera anteriormente, o sea, un polígono de siete lados, cuya forma geométrica, rige la armonía y la edificación de toda la metrópoli. El propio templo, que es la parte y forma central de la comunidad, fue edificado con la exigencia de siete torres, que también se aúnan a las medidas heptagonales de la ciudad.

De la antigua denominación de "Pequeño Corazón", que fue popular entre los primeros pobladores, pasó a conocerse como la metrópoli del "Gran Corazón", a medida que fue creciendo en agrupaciones y se volvió una colectividad de mayores responsa­bilidades espirituales. Más tarde, debido a la capacidad y al espíritu de superación de sus moradores, mereció la inspección de elevados espíritus, residentes en los planos superiores, los cuales elogiaron los trabajos de la comunidad y la ligaron directamente al departamento angélico responsable por la evolución espiritual del Brasil, que se acredita por consecuencia, la jerarquía directora de la América del Sur. Después fue trazado el templo augusto con sus siete torres, sustituyendo definitivamente a la vieja "Casa de Oraciones", que sólo enviaba vibraciones cordiales hacia el astral inferior. Bajo la inspiración de esos elevados arquitectos de lo Alto, que conocemos como "los señores del pensamiento dis­ciplinado", los edificadores mentales de nuestra metrópoli, some­tieron la sustancia destinada al templo, a ciertos procesos que no estoy autorizado a revelaros, principalmente, en la construcción de la torre principal que mira hacia Oriente, sede del elemento divino, representando el "canal" de unión de nuestro plano con la fuente generosa de las comunidades angélicas de la séptima esfera.

Es por eso, que a la noche, cuando observo la metrópoli a dis­tancia, me parece un prodigioso mundo de hadas, suspendido en la región superior, como si el cielo se abriese para dejar pasar una encantadora pirámide de luz, cuyo ápice centellea intermi­tentemente como delicado hilo de luz colorida, sostenido por la dadivosa mano de un ángel. Es entonces, cuando más se puede verificar el efecto divino del magnetismo angélico que fluye desde lo Alto, pues, cada una de las torres resplandece en matices dife­rentes, que después convergen hacia la cúpula del santuario, trans­formándose en un blanco inmaculado, que revitaliza y sublima las energías de las criaturas que se hallen presentes en el interior del templo.

Pregunta: Aunque nos encontramos muy a gusto con las des­cripciones sobre vuestra morada astral, gustaríamos que nos expli­caseis mejor, esas relaciones que existen entre los espíritus y las cosas del mundo astral, a que os referisteis anteriormente.

Atanagildo: Como ejemplo de esa vivísima relación entre los seres y las cosas de aquí, os narraré lo que sucedió en uno de los extensos pabellones, destinados a los niños, el que está situado entre hermosos canteros de flores y en el centro de uno de los bosques destinados al efecto. ¿Cuál creéis vosotros que debiera ser la relación fundamental psíquica, entre los cantos y las dan­zas infantiles de esas agrupaciones de niños, con relación al bosque y a las flores de los jardines adyacentes? Para los técnicos de aquí, lo interesante era encontrar el diapasón que fuera capaz de identificar la alegría común, el dinamismo festivo, la inocen­cia y la espontaneidad de los pequeños. Para establecer ese lazo psíquico o diapasón espiritual, los responsables crearon un ambien­te que estuviera de acuerdo a las manifestaciones psicológicas de las criaturas, que no se deben confundir con los tradicionales ambientes "infantiles", muy comunes en la Tierra, atentos sólo al nivel mental. Aquí todo se ajusta a la identificación emotiva men­tal y espiritual de los pequeñitos; las flores de los canteros son pequeñas, dinámicas y elegantes, y se mueven fácilmente al con­tacto de la brisa suave; los arbustos que las rodean, también son pequeños y al balancearse suavemente, exhalan un perfume que recuerda la fragancia característica de las ropas de las criaturas, sanas, limpias y perfumadas. Para que los niños se diviertan junto a los lagos, y no les resulte monótono, y que a su vez no tenga el aspecto grave de ocupaciones adultas, que en nada se asemejan a los toques maravillosos de sus manifestaciones, existen alre­dedor de los lagos, pequeños, que lanzan sonidos agudos y crista­linos, uniéndose admirablemente a la expresión infantil.

Los edificios en donde viven los niños, son pabellones que parecen bosquejados con inquietos y ricos colores, que parecen asociarse a los movimientos infantiles, pues, en base a la natura­leza cristalina o etérea de la sustancia astral de nuestra morada, se forma una amalgama policrómica que fertiliza todas las cosas y las anima, bajo el toque sensitivo de las disposiciones festivas. La irradiación de los riachos se une al aire de travesura de los árboles bulliciosos y la policromía de las flores; entonces, se aviva la figura central del pabellón y los chorros de luz colorido conver­gen hacia el pecho de los pequeñitos, que al saturarse de esos colores luminosos, se entregan a los más encantadores cantos, del mundo espiritual.



Pregunta: ¿Queréis decir, que las cosas que rodean a las cria­turas, en ese ambiente astral, son dotadas de vida propia; no es así?

Atanagildo: Es lógico que no se comprenda ese fenómeno, que es apropiado a nuestras condiciones vibratorias. Los paisajes y las cosas que lo componen, se identifican con los brincos y el júbilo de las criaturas, pues, los colores se avivan o se apagan, los sonidos se agudizan o calman, reflejando en la magia de los fluidos astrales, las emociones del bullicio de los chicuelos. Yo mismo, no tardé en aprender a leer, en aquel lenguaje de co­lores, luces y sonidos que se manifestaba en admirable eferves­cencia, toda la gama de emociones que recorre el alma infantil.

Bajo esa misma disposición vibratoria, se encuentran otros tijos de relaciones psíquicas o psicología espiritual, en perfecta sintonía con los distintos sectores de educación, trabajo, diver­sión y devoción en la metrópoli del Gran Corazón.

En nuestra esfera, como ya os relaté, todas las cosas son pro­fundamente afectadas por el pensamiento de las criaturas que reaccionan entre sí, como verdadera prolongación viva de las mismas. Insisto en deciros, una vez más, que nuestro modo astral no es ilusorio y que es mucho más real, que el mundo físico. Es perfectamente tangible a pesar de su altísimo diapasón vibra­torio que está más allá de los sentidos físicos y del raciocinio humano. El medio astral siempre reacciona con vehemencia y prontitud ante cualquier gama vibratoria de nuestro periespíritu. Podemos ajustamos a las vibraciones elevadas, en la me­dida del impulso de la voluntad y capacidad de nuestra mente, purificada por la influencia benéfica del corazón.

Afirma la ciencia terrena, que el sonido, la luz, el color y el perfume, son apenas, modificaciones vibratorias de un mismo ele­mento fundamental, el éter cósmico; pues el problema está, en­tonces, en poder captar el tipo de modulación apropiada a la capacidad receptiva del cuerpo humano y por eso, las criaturas son obligadas a sintonizar en cada faja vibratoria, un sentido físico correspondiente. Por lo tanto, el sonido no será escuchado si faltara la perfección de los oídos y, luz y color, no tendrían significación alguna, si faltara la vista. Es necesario que haya un órgano dotado de posibilidades sensoriales, para que la cria­tura pueda darse cuenta de los fenómenos, pues, según explica vuestra propia ciencia, aunque todos tengan oídos y ojos carna­les, no todos ven y oyen con la misma intensidad, porque la receptividad varía de acuerdo al estado de salud y perfección de esos sentidos. Mientras tanto, el sonido, la luz y el color con­tinúan en la misma modulación natural, en sus fajas vibratorias originales, aunque se alteren los sentidos que los reciben para uso del conocimiento humano.

He ahí pues, la gran diferencia de esos fenómenos en el plano astral, en donde los desencarnados captan directamente en su campo original vibratorio, a través de la delicadísima sensibili­dad del periespíritu, haciéndolo sumergir directamente en el océano de las vibraciones puras de fenómenos de luz, color, per­fume y sonido.

Pregunta: ¿Qué cualidades le son exigidas a los espíritus para que puedan habitar las colonias o metrópolis, semejantes al Gran Corazón?

Atanagildo: El tipo espiritual electo para integrar las agru­paciones semejantes a la metrópoli del Gran Corazón, debe en primer lugar, tener desarrollado regularmente en sí, las carac­terísticas "universalistas", en todos los sentidos y relaciones de la vida humana. Es preciso, por lo tanto, que haya anulado el sentimiento ultra-sectario en materia de doctrinas religiosas, fija­das por fronteras dogmáticas y aislacionistas; debe sentir en su intimidad espiritual, la esencia que palpita en el seno de todas las cosas, que hermana en ideal todos los seres, en lugar de poseer os accesorios engañadores del mundo provisorio de la carne. La verdadera base de la ventura de los moradores de nuestra me­trópoli, reside en el entendimiento y en la serenidad espiritual, que sólo se obtiene, manteniéndose distante de las castas sociales, de los favoritismos religiosos o preferencias nacionalistas, que perturban la alegría colectiva.

Sin duda, nuestra metrópoli no alberga criaturas, que creen tener posesión exclusiva de la verdad, y piensan que sus herma­nos se encuentran completamente equivocados en sus postulados doctrinarios. Lo que importa aquí, es la realidad del sentimiento puro y afectuoso, unido a la felicidad y sincera alegría del pró­jimo, sea éste esquimal, zulú, francés o hindú. Nos interesa fun­damentalmente, el júbilo ajeno y también mantener la plenitud íntima entre todos, antes que poseer cualquier interés personal. Esa armonía e integración, representa nuestra "conciencia espi­ritual", sin barreras emotivas o choques mentales; así sucede per­manentemente con la comunidad del Gran Corazón, y la que nos transforma en una sola alma, y representa a todos sus moradores en la misma ventura espiritual.



Pregunta: ¿Cuando os encontrabais encarnado, ya gozabais algo de vuestro bienestar espiritual?

Atanagildo: Sólo después de mi desencarnación, pude compro­bar los motivos exactos de la felicidad del alma, la que se ela­bora lentamente, a través de días dolorosos por caminos zigzagueantes de la vida material. No tengáis dudas; esa felicidad sólo se consigue por la total libertad de las formas y pasiones del mundo transitorio. Da profunda pena, que la mayoría de las criaturas humanas, no hayan conseguido, liberarse tan sólo, de sectas o de feroces nacionalismos patrióticos.

En mi última existencia, en Brasil, era contrario a los conflic­tos emotivos y a las discusiones estériles, que surgen por distintas creencias religiosas o doctrinarias políticas y filosóficas. No trataba de imponer a nadie mis convicciones, por el solo hecho de con­siderarlos "mejores" o "más verdaderos". Cuidaba de servir sin intereses o indagaciones susceptibles de desconfianza; trataba de aumentar el área de mis sentimientos y afinar mi conciencia, para captar mejor los pensamientos ajenos. Algunas veces, llegué alcanzar un estado de ventura indescriptible, inundándome una maravillosa sensación de Paz y belleza Espiritual, que algunos denominan éxtasis y que los hindúes acostumbraban llamar "samadhi", en cuyo estado, la conciencia individual, se une beatífi­camente a la Conciencia Cósmica del Padre.



Pregunta: ¿Cómo podremos avalar el verdadero y necesario estado espiritual, para poder habitar la metrópoli, en donde re­sidís?

Atanagildo: Los tres millones de espíritus que permanecen bajo la jurisdicción de nuestra comunidad, ya se encuentren en el plano astral o en la Tierra, no manifiestan el estado espiritual estrictamente exigido, para su integración en la misma, el que se revela en su tendencia a liberarse de formulismos, convencio­nes, preconceptos o sectas del mundo, como manifesté anterior­mente.

Esa es la razón, por la cual, las almas terrenas demasiado con­servadoras o sentimentales, apasionadas por los melodramas de las convenciones humanas, que se afligen por una mancha en su árbol genealógico, viciados fanáticamente por los objetos y cosas materiales, apegados fuertemente a las tradiciones, a las etique­tas o preconceptos ridículos del mundo material aún, no pueden mantenerse en equilibrio y armonía en una agrupación de cuali­dades liberadoras, como la metrópoli del Gran Corazón. En nues­tra morada astral no consiguen permanecer aquellos, que visten "traje de rigor" hasta para recoger huevos de gallina... Tales espíritus, no tardarían en quebrar el ritmo, la espontaneidad, la simplicidad y el encanto espiritual que domina plácidamente a sus moradores, en base a su esclavitud del pasado en el recuerdo de las tradiciones y el brillo efímero de la vida terrena. El estado de quebranto de esas almas, que se preocupan exageradamente por sus propios enredos del pasado, terminarían mezclando a nues­tro ambiente, los viejos sufrimientos e insatisfacciones de la vida terrena, pues, el espíritu refleja en el medio astral en que vive, la naturaleza exacta de sus pensamientos, tristes u optimistas.

Aquí, en la metrópoli del Gran Corazón, el "tono espiritual" es enemigo de aquellos que rinden demasiado culto a las futilida­des terrenas, que pasan por el mundo, devorando compendios de etiqueta, sometidos a exhaustivos rituales y reglas estrictas, hasta para limpiarse los dientes. Es contraproducente, también, para aquéllos que en vez de dedicarse a la lectura espiritual y a la investigación de lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, prefieren entregarse por completo a la indigestión cere­bral de la lectura voluminosa, romances y aventuras que distraen y "matan el tiempo", pero que no solucionan los problemas fun­damentales del espíritu.

Mientras tanto, las criaturas idealistas y trabajadoras, que se interesan por su propia felicidad, en la adquisición de los bienes definitivos del espíritu superior, discrepan con las criaturas con­servadoras, que se afirman en el clasicismo del mundo provisorio de la materia, que reavivan las tradiciones muertas del "tiempo pasado", retardándose en el ajuste espiritual, necesario para su evolución. Estos seres terminan engrosando la caravana triste y enmalezca de aquéllos, cuyas realizaciones más elevadas, se re­sumen en el culto a las tradiciones y bienes de la Tierra, sintién­dose incapaces de limpiarse el lastre tradicional que aún les os­curece el concepto de la inmortalidad del alma.



Pregunta: ¿Las condiciones de vida en las colonias o ciudades del Más Allá, pueden considerarse como estados celestiales, tal como los desea el ser humano?

Atanagildo: A mi manera de ver, hay varios cielos, pues, los lugares que yo pude visitar después de la desencarnación, varían entre sí, tanto en la belleza panorámica, en intensidad de luz y expresión musical, como en la gran diferencia de sistemas de vida. Sin embargo, no encontraré el tradicional paraíso bíblico, en donde las criaturas ociosas habrían de vivir en eterna contempla­ción, como enseñan ciertas religiones oficiales de la Tierra. En las altas esferas, observé el trabajo incesante, de los espíritus de alta jerarquía, que se mueven afanosamente con la divina inten­ción de mejorar las condiciones espirituales de los desencarnados o reencarnados. Noté un gozo santificado en todo lo que hacían por nosotros y observé, que su mayor ventura espiritual proviene de usar el poder creador del espíritu, con el fin de proyectar energías hacia los planos inferiores, bajo la inspiración interior de Dios.

No hallé aquí, aquel tradicional cielo de las antiguas pinturas hebraicas, en donde los santos y los ángeles entonaban cantos tradicionales y hosannas a Dios, glorificándolo a través de la música ejecutada por instrumentos rudimentarios y anacrónicos, cuyos acordes desafinados estaría por debajo del más simple saxófono moderno. Esos cielos que circundan a los globos físicos, cuanto más se distancian de la superficie de los planetas, más se extienden interiormente en todos los sentidos, y se revelan tam­bién más pletóricos de alegría, paz y amor. El maestro Jesús tenía razón, cuando concibió el cielo de los mansos y humildes de corazón, pues, a medida que el espíritu se eleva en sabiduría cósmica y bondad angélica, se vuelve más jovial, espontáneo y libre de formulismos, y a quienes el maestro comparó con la ma­nifiesta alegría de los niños.



Pregunta: ¿Esas colonias y metrópolis que describía, substi­tuyen la vieja idea que teníamos del cielo, la que nos era incul­cada por las religiones ortodoxas?

Atanagildo: Hasta el momento presente, las religiones dogmá­ticas terrenas, no dejan de ser improductivas fábricas de "cria­turas mentales", que parten de la superficie terrestre completa­mente aterrorizadas por la idea de un infierno dantesco o que suspiran por un cielo, en donde presumen que han de vivir en eterna pereza mental. El reino divino y el cielo que tanto desea­mos, lo encontraremos dentro de nuestros propios espíritus, aun­que las religiones formalísticas insistan en perturbar los racio­cinios humanos, inculcándoles falsos conceptos de Dios y de la vida espiritual en el Más Allá.

Después que entregamos el cuerpo carnal al prosaico guarda­rropa del cementerio, nos espantamos, al comprobar las incesan­tes actividades creadoras que existen en todos los lugares del Cosmos, bajo la égida directa de los más avanzados propuestos jerárquicos de Dios, con el fin de esparcir el bien y la felicidad para el espíritu humano.



Nos angustia demasiado, la vanidad y lo ridículo del hombre al osar, sacerdotalmente, establecer dogmas e imponer decisiones infalibles, pretendiendo asfixiar la realidad cósmica, en las redu­cidas prisiones de los raciocinios dogmáticos. No podéis avalar los enormes perjuicios que esos dogmas sectaristas, causan en la mente de los religiosos infantilizados, después de la desencarna­ción, con respecto a la realidad del espíritu, sumiéndolos en una total desorientación. Reflejan la más terrible decepción, cuando se enfrentan con los escenarios de trabajo y responsabilidad común de los espíritus, en lugar del paraíso con música suave de violines y procesiones kilométricas. Muchos se desorientan, pensando, que se encuentran en el umbral del terrible infierno, que se les había narrado en la Tierra, con voz sentenciosa y de amplia convicción, por los sacerdotes asimilados a leyendas del viejo paganismo. La imprudente concepción de que el panorama celestial es absolutamente distinto de lo que atañe a la vida hu­mana, o que pueda ser un lugar de exclusiva beatitud y ociosidad espiritual, crea indescriptibles desilusiones para las almas recién desencarnadas. Se asombran ante las sublimes figuras, que sin pretensión de "santos" acuden en ayuda de los espíritus infe­lices y atontados, que pululas en los pantanos del astral infe­rior; se desilusionan al comprobar, que en el Más Allá, se repite el servicio acostumbrado de la Tierra, dudando aún, que los des­encarnados deban luchar por su incesante renovación espiritual. Bajo la demostración irrefutable de la realidad, en el Más Allá de la sepultura, se terminan entonces, todos los falsos razona­mientos tomados de la enseñanza de los lujosos templos de la Tierra, a través de la palabra elocuente de los instructores reli­giosos, que se mantienen tan ignorantes del destino de las almas, como sus propios fieles.

Pregunta: ¿Analizando vuestras consideraciones, se podría pensar, que estáis censurando los postulados religiosos del Cato­licismo y del Protestantismo, aunque hayáis afirmado, que de­bemos acatar todas las experiencias ajenas; no es verdad?

Atanagildo: Evidentemente, el amor es el que debe predomi­nar por encima de toda discusión religiosa o crítica, por el cual debemos sacrificar nuestros caprichos y vanidades, en lugar de considerarnos supremos portadores de la "exclusiva verdad" de nuestra creencia, para no herir al prójimo y amargarle el corazón. Mientras tanto, el esclarecimiento sensato y libertador, en el que el alma alcanza más pronto su propia ventura espiritual, de modo alguno, debe considerarse como censura religiosa. Además nos­otros estamos de "este lado" y por eso, no estamos censurando a quienes se sientan afectados, sino, que demostramos la realidad de lo que sucede aquí y alertamos a la humanidad terrena, sobre la mala interpretación que se tiene de la llamada "vida después de la muerte". Sin lugar a dudas, que Krisna, Sócrates, Buda, Jesús y el mismo Allan Kardec, fueron verdaderos revoluciona­rios religiosos, con el objeto de poder acelerar el progreso espí­ritu de los hombres, sin que por eso, se los considerase intoleran­tes y doctrinarios. Ellos, no exaltaron secta alguna, ni atacaban postulados religiosos, solamente aclaraban principios superiores que habían sido tergiversados por los hombres. Las sectas y sus divisiones, son consecuencias directas de la ignorancia humana, adherida a la enfermiza idea, que existe separación en la esencia espiritual del Creador.

La Iglesia Romana y el Protestantismo en general, serían mo­vimientos de alta educación espiritual en los que podríais confiar incondicionalmente, si solamente no repudiaran la Ley de la Re­encarnación, el proceso justiciero de la Ley del Karma y la reve­lación progresiva de los desencarnados. Si en lugar de defender la infalibidad del génesis bíblico, la idea del paraíso, como si fuera una sucursal de las religiones oficiales, el Infierno o el Diablo eterno, ya que tanto desmienten la finalidad inteligente de la Creación Divina. Mediante ese nuevo capítulo que garan­tizaría la lógica doctrinaria, desafiaría el sarcasmo del mundo; los postulados católicos-romanos o protestantes, nunca serían per­turbados o ironizados, volviendo invulnerables las críticas, cen­suras materialistas, como hoy sucede. Sólo así, esos credos, po­drían satisfacer completamente a los fieles del siglo atómico, exponiéndoles las realidades exactas e inteligentes del Más Allá, en lugar de historietas precarias y hoy rechazadas hasta por los niños.

Ya es tiempo, que el hombre terreno, despierte hacia la reali­dad espiritual, a fin de asumir la responsabilidad de su propio destino y que comprenda de una vez, que otros hombres, por más que representen altas jerarquías religiosas en el mundo, no les podrán proporcionar la ventura, que solamente han de encontrar por sí solos en la intimidad de su ser.

Lo importante, entonces, es terminar para siempre con esa ter­giversación sobre la verdadera vida que vivimos en el Más Allá y que la obstinación sacerdotal aún aflige a las inconsciencias inmaduras de los hombres terrenos, llevándolos a creer en un panorama infantilizado, a la vez que ridículo, con respecto al buen sentido del Creador. El mundo astral es lugar de trabajo digno, en donde las almas laboriosas y sensatas, trabajan y or­ganizan su ventura eterna, pero sin privilegios religiosos que tanto desfiguran, la Justicia y la Sabiduría Divina. Sin la es­peranza de la renovación espiritual y con la seguridad que Dios concede nuevos ciclos reencarnatorios para que el alma lave su mancha del pecado, no valdría la pena intentar una virtud tardía, sellada por credos religiosos, que de manera alguna confir­man, que os salvarán después de la muerte física.

En la situación de desencarnados, es donde apreciamos perso­nalmente los efectos dañinos de esas concepciones infantiles. Se­ríamos culpables, si calláramos estas verdades. El concepto actual de la vida humana, adquirido por el ciudadano electrónico del siglo XX, se vuelve un absurdo, si se dejara impresionar por la carencia y la somera argumentación del "pecado original", sus­tentado por la figura esquizofrénica de Satanás, con sus ridículos calderos de agua hirviendo.

La inteligencia terrena debiera comprender claramente que es más lógico y sensato, pensar que la evolución del espíritu a través de sus propias experiencias y actividades espirituales, forma parte de un plan creado por Dios, antes de creer en absurdos y ridículos privilegios, prometidos en la Tierra, por una corte de hombres, aislados de la vida común.



Los abismos y charcos infernales que he visitado, son en reali­dad, los caldos de cultura astral, en donde las almas ennegrecidas, purgan y decantan las impurezas absorbidas a través de la in-vigilancia de la vida terrena. Allí, ejercen su propia profilaxia, para poder vestir, más tarde, la "túnica nupcial" de la tradición evangélica, participar, también, del eterno banquete, presidido por el Señor de los Mundos.

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