LAS RELACIONES KÁRMICAS ENTRE PADRES E HIJOS
Pregunta: Cuando un espíritu reencarna con una prueba dolorosa desde la cuna, sus padres también indirectamente sufren. ¿Qué causa justifica ese penar de los padres?
Ramatís: No hay injusticia ni punición inmerecida cuando tal cosa sucede, pues tanto los padres como el reencarnante están ligados por las mismas culpas y débitos asumidos en el pasado. La Ley Kármica es muy justa y en su ecuanimidad sólo reúne en pruebas rectificadoras semejantes, aquellos que son culpables de alguna insania espiritual. ¡Cuántas veces los padres de hoy son los responsables por los crímenes cometidos en el pasado, sobre aquellos que después reencarnan como sus hijos! Entonces deben cumplir severa obligación de elevarlos moral y espiritual-mente, amparándolos para que alcancen condiciones superiores. De la misma forma, innumerables hijos participan de las pruebas dolorosas de sus padres y se encuentran vinculados por débitos semejantes. En los hogares terrenos es muy común que los verdugos y las víctimas se ajusten espiritualmente, adheridos a los mismos intereses y necesidades. Las viejas cadenas de odio atadas en el pasado comienzan a desatarse bajo la unión consanguínea de la familia terrena.
Pregunta: ¿Y en los casos en dónde los hijos desencarnan prematuramente, no causan dolores injustos a sus padres?
Ramatís: Cuando el espíritu regresa prematuramente al astral, no es para que los padres sufran dolores calculados por la Ley del Karma; sucede por un acuerdo espiritual en donde se establece, que el alma deberá desencarnar temprano en la Tierra; por eso nace en el hogar de aquellos, que por deudas pasadas deberán perder el hijo en tierna edad, ya sea por desencarnación prematura o porque fueron responsables de situaciones semejantes.
Pregunta: ¿Actuando de esa manera, la Ley del Karma representa punición, perfectamente encuadrada en el concepto del "ojo por ojo y diente por diente"; no es verdad?
Ramatís: Hay equívocos en vuestra interpretación, porque el principal motivo del sufrimiento o pago kármico de las criaturas terrenas, siempre es por falta de Amor y porque aún predomina la dureza en sus corazones. El papel de la Ley Kármica en su principal función, no es la de punir los delitos de los espíritus, por encima de todo, es desarrollar el sentimiento del amor que se encuentra en forma embrionaria en la mayoría de los hombres. El sentido rectificador de la Ley del Karma es de naturaleza moral y no penal.
Los padres que sufren el dolor de perder a sus hijos en edad infantil, se explica, que sean castigados por haber sido negligentes con otros descendientes en el pasado; en verdad, se encuentran comprometidos y se someten a un proceso de técnica sideral que les rectifica los impulsos psíquicos destructores, avivando el sentimiento amoroso adormecido en el seno de su alma. En ese caso, la implacabilidad de la Ley actúa bajo el concepto que "cada uno ha de recoger conforme a lo que siembra", en vez de aplicar el concepto draconiano del "ojo por ojo y diente por diente". Se rectifica el "motivo" que generó el pecado en la existencia pasada por falta de amor. Gracias a esa terapéutica dolo-rosa, desencarnan prematuramente los hijos de padres culpables en el pasado y se activa en éstos, espontáneamente, la razón de un nuevo amor que aun teniendo comienzo en un efecto egoísta se ha de enternecer bajo los dolores agudos de la recordación de los seres queridos que parten más tempranamente.
Pregunta: ¿Aquéllos que sufren el dolor inconsolable de perder a sus hijos en tierna edad, son aquéllos que deliberadamente los destruyeron en otras vidas, debiendo soportar ahora esas pruebas atroces?
Ramatís: No todos los que pierden sus hijos en temprana edad destruyeron a otros descendientes en el pasado. Esas pruebas dolorosas y rectificadoras del espíritu, se subordinan al grado de sentimiento amoroso que precisa desarrollarse en los padres de acuerdo a su mayor o menor sentimiento egocéntrico. Es un proceso que activa y apura en el receso del alma, el amor hacia los hijos y que en el pasado fuera muy descuidado. Varían las formas de los delitos y en consecuencia, también varían las pruebas futuras en lo tocante a la pérdida prematura de los hijos.
Pregunta: ¿Nos podéis explicar algunas de esas formas de delitos, a que os referisteis?
Ramatís: Os explicaremos; pero insistiremos en deciros nuevamente que si tales delitos sentencian kármicamente a los culpables a futuras pérdidas de hijos, eso no indica que haya determinación punitiva por parte de la Ley del Karma, sólo es un proceso técnico espiritual y rápidamente eficiente que hace manifestar en el espíritu indiferente el sentimiento de amor que aún le falta.
Esos delitos pueden consumarse por diversas causas, entre ellas, el aborto voluntario, los operaciones quirúrgicas provocadas para huir a la responsabilidad de procrear, la despreocupación odiosa en la enfermedad de los hijos detestados, la crueldad en el castigo excesivo, la donación innecesaria de los hijos por indiferencia, por comodidad o preconceptos sociales por negligencia al dejarlos sucumbir por falta de asistencia o amparo. Sin duda, que el mayor delito es el de matar al hijo a propósito, como sucede entre muchas mujeres infelices, algunas de las cuales lo hacen por miedo de enfrentar la maledicencia del mundo y otras, por una invencible aversión kármica hacia el espíritu adversario del pasado que se amparó en sus entrañas.
Indiscutiblemente, todos los delitos que enunciamos, identifican y comprueban que se cometen por falta de amor de sus autores, pues si hubiesen tenido despierto ese sentimiento sublime, ninguno de esos delitos se habría consumado aunque exigiese la vida propia el realizarlos.
Es suficiente un rápido examen para verificar, que si hubiese comprensión amorosa del sentido que su vida en la carne también se la deben a otros seres que los precedieron en el camino, pero que fueron dominados por la tierra disposición de crear. Si hubieran pensado así no sólo habrían evitado las terribles expiaciones en el Más Allá de la tumba, sino, que aún se librarían de las terribles amarguras que les espera en vidas futuras, cuando se inclinen sobre el cajón mortuorio del hijo amado que parte prematuramente.
Pregunta: Se nos ocurre reflexionar, que esos delitos mencionados parecen referirse exclusivamente a la responsabilidad materna. ¿Entonces, cuál es la culpa del padre, cuando está sometido a pruebas tan dolorosas como la pérdida prematura de sus hijos?
Ramatís: Dentro del mecanismo perfecto de la Ley del Karma, el esposo que es sometido a la prueba angustiosa de la pérdida prematura de los hijos, obviamente responde por motivos que pueden encuadrarse en los siguientes delitos del pasado: que indujo a su compañera al aborto, al infanticidio o a la operación "anticonceptiva"; abandonó a la familia y a los hijos, librándose de la responsabilidad paterna o los torturó cruelmente por haber presentido que encarnó algún adversario espiritual. Es justo, por lo tanto, que un padre en tales condiciones deba someterse en lo futuro a la prueba dolorosa de verse privado de sus descendientes, los que desearía crear y al no verse correspondido despertará el sentimiento del amor y sensibilizará también el corazón.
Pregunta: ¿El sufrimiento de los padres pecaminosos, en las existencias futuras, se iguala a la naturaleza de sus delitos practicados en las vidas anteriores?
Ramatís: No podemos detallar todos los recursos de que se sirve la Ley del Karma en su aplicación metódica para elevar el padrón espiritual de los seres; pero podemos afirmar, que la "siembra es libre, pero la cosecha es obligatoria". El proceso kármico de rectificación espiritual, es severo y siempre se desarrolla atendiendo a la justa necesidad de renovación espiritual, y no como una venganza o cólera de Dios que castiga a los culpables.
Vosotros sabéis perfectamente, que un hombre bueno, en un momento de cólera impensada comete un homicidio, la Ley lo trata con más indulgencia que al hombre malo o asesino profesional. El primero requiere un proceso compulsorio más doloroso, para que la sensibilidad de su conciencia le permita meditar sobre el crimen y purgarse con el hierro candente del remordimiento. En el segundo caso, está curtido por los crímenes y es incapaz de ejercer la "autocrítica" acusadora o poseer el remordimiento purificador, y ha de exigir un plano de dolores más atroces para lograr despertar las fibras de su corazón endurecido.
De la misma forma, los delitos cometidos en el pasado por los padres culpables, aunque a veces sean iguales en su origen y acción, pueden variar las condiciones del pago futuro. La madre que mata al hijo en un momento de locura por no poder eludir la miseria insidiosa, de modo alguno será tratada por la Ley Kármica, que es justa y sabia, de la misma forma a la mujer que mata al fruto de su carne porque teme a la maledicencia, el sacrificio social del nombre o porque no desea abdicar de los placeres del mundo.
Pregunta: ¿Cuándo los progenitores culpables son sometidos a la prueba dolorosa de perder a sus hijos queridos, de qué modo se les desenvolverá el amor que no tenían en el pasado?
Ramatís: Despertar el potencial de amor en los padres delincuentes de otrora, se produce en la esfera principal del psiquismo, pues el dolor producido por la pérdida del hijo querido se transforma en una divina fuerza centrípeta, que concentra v apura todas las vibraciones dolorosas en el crisol depurador del espíritu. Bajo la envoltura de los cuerpos físicos permanece el alma inmortal, cuya memoria etérica se engrandece v se sublima por el amor v el heroísmo en las vidas humanas. Todas las equivocaciones del pasado se rectifican bajo el estilete del sufrimiento dirigido por la pedagogía sideral.
En cada existencia, el espíritu es abatido por las inclemencias de las vicisitudes morales y los sufrimientos físicos; más la renovación sidérea interior no siempre resulta conforme a los acontecimientos trágicos ocurridos en el escenario físico. El castigo corporal, la aislación en la cárcel y el comentario acerbo de la prensa diaria, no consiguen abatir el cinismo v despertar el sufrimiento moral en el delincuente empedernido; la más simple duda de honradez sobre un hombre justo, lo hace sufrir desesperadamente. Lo mismo sucede con el efecto de las pruebas kármicas de los padres culpables en el pasado; para algunos, la simple imposibilidad de concebir un hijo ansiado significa una profunda tortura; para otros, la tragedia dantesca que se cierne sobre el hogar y destruye hasta la familia que de modo alguno les conmueve en su dureza, ni activa el amor que aún está petrificado por el pasado de ignominia.
He ahí porqué la Técnica Sideral acostumbra a emplear métodos de la más alta eficiencia correctiva y conforme a la psicología y al grado de sensibilidad psíquica de los espíritus culpables, provocando exclusivamente la eclosión del sentimiento amoroso que les falta y no de acuerdo al delito cometido en el pasado, Si no fuera así, podríais acusar a la Divinidad de crueldad con sus hijos, pues estaré actuando bajo la Ley del "ojo por ojo y diente por diente".En ese caso, sería punida la cantidad del crimen y sacrificada la cualidad del sentimiento de amor que debería existir en el alma delincuente.
De ahí emana el hecho, que un mismo tipo de crimen puede revelar psicologías criminales diferentes y hasta opuestas, aunque dos crímenes se parezcan en su forma, pudiendo variar la aplicación del proceso de rectificación espiritual. Mientras la montaña de piedra requiere una poderosa carga de dinamita para quebrarse, para hacer la estatua es suficiente el trabajo lento e incisivo del cincel. Así relativamente, la Ley del Karma también actúa sobre las almas culpables por los delitos semejantes, encaminándolos hacia sufrimientos cruciales pues aún se encuentran petrificados por la impiedad, necesitando una terapéutica rectificadora más acerba, pero también impone un programa doloroso, aunque más suave a los corazones sensibles que fueron víctimas de su emotividad traicionera.
Por lo tanto, la madre criminal que mató por piedad, desesperación o miseria, aunque pueda sufrir en lo futuro la prueba de los hijos enfermos, los verá sobrevivir sin el dolor de perderlos prematuramente; mientras tanto, aquélla que los mata por odio o por huir de la responsabilidad materna, aunque sea una falta semejante, requiere en el futuro la rectificación por el dolor, causada por la separación del hijo querido.
Pregunta: Apreciaríamos que nos diéseis un ejemplo más concreto, para valorar mejor, cómo se desenvuelve ese amor en los padres que son probados por haber matado o abandonado a sus hijos en vidas pasadas.
Ramatís: Para mayor claridad del asunto, reduzcamos los delitos a una sola forma y veamos cuáles son sus probables consecuencias kármicas futuras. Supongamos el caso de un padre, que en vidas pasadas repudió a su hijo porque era feísimo, deformado, enfermizo o de raciocinio perturbado. Delante de la Ley Kármica, ese padre demostró que estaba incapacitado al punto de despreciar al alma atribulada que vino a suplicar amparo en su hogar terrestre, para soportar su más terrible prueba de humillación física. Si en su corazón existiese la más diminuta forma de afecto o piedad, es evidente que se hubiera apiadado del infeliz descendiente, prodigándole el cariño y las atenciones más exigibles porque era víctima de una lesión corporal.
Bajo las directrices de la Ley Kármica de rectificación espiritual, ese padre delincuente es un necesitado de cuidados espirituales; no sólo por haber repudiado a su hijo infeliz, sino, porque aún no sabe amar. Y si el principal objetivo de su vida espiritual es desenvolver el amor adormecido en el receso de su alma, la Ley establece el plan del fallecimiento prematuro del futuro hijo sano y hermoso, que por tener esa cualidad, ha de ser egoístamente amado en la próxima existencia.
Pregunta: ¿Cómo será inducido ese padre para que ame a su hijo futuro, si en su alma persiste la misma falta de amor que padecía en el pasado?
Ramatís: La Técnica Espiritual sabe actuar con extrema sabiduría y aprovecha el potencial adormecido en las almas culpables, sirviéndose de recursos eficientes, aunque dolorosos, que actúan como verdaderos "excitantes" o "multiplicadores" de frecuencia amorosa aún deficiente. En base de haber pecado por el desprecio y repudio hacia el hijo indeseable, feo, deforme, enfermo o débil mental, la Ley lo ajusta con otro hijo sano, bello o sumamente inteligente —con una corta encarnación— que se vuelve su incesante motivo de pasión y goce egoísta. Feliz y envanecido por ser el blanco de la admiración ajena, pero ignorante de las futuras pruebas dolorosas que lo esperan, se deja fanatizar por la adoración incontrolada.
Algunos padres viven casi exclusivamente alrededor de su diocecito del mundo. Todo eso no deja de ser pasión egocéntrica y vanidosa, generada por la imagen agradable de la carne que tuvo forma feliz; poco a poco se han de ir cambiando las emociones en los corazones de los padres en falta; la Ley los somete a los climas más emotivos y contradictorios, intercalándoles fases de alegría y de angustia, ventura y miedo. La simple premonición de cualquier enfermedad en su querido descendiente, es bastante para entristecer sus almas; las enfermedades constitucionales de la infancia acumulan dolores y preocupaciones. Entonces, el hijo adorado de aquel hombre de nuestro ejemplo, nacido hace poco tiempo, bello, sano o inteligente, se vuelve el motivo de incesante tranquilidad y sirve para apurar la sensibilidad amorosa que comienza a despertarse en el padre v también empieza a vivir escenas, exactamente opuestas a las del pasado. Antes se alegraba por la simple idea, que un accidente trágico o una enfermedad irreparable pudiese aniquilar a su hijo repudiado, por haber nacido feo, enfermo, débil o deformado. La esperanza que sustentaba en el pasado de ver morir pronto a su hijo perturbado, porque significa una profunda humillación para los esposos, delante de otros progenitores felices, se transforma en esta existencia, en un ardiente deseo, para que sobreviva a cualquier costo el descendiente perfecto y gloria de la familia.
Sometiendo a las almas delincuentes del pasado a procesos de profundidad espiritual, la Ley Kármica, de causa y efecto, consigue extraer de la veta del corazón, el precioso mineral, que es el amor. Al comienzo, el filón del amor será explotado por la vanidad, interés y egoísmo, después se sublima en la ternura, en el sacrificio y en la renuncia, demostrando que la Divinidad posee recursos para lograr el objetivo deseado. Los padres culpables invierten el sentido de sus pasiones reprimidas en el pasado por el despecho de la deformidad de los hijos, para terminar interiormente fascinados por sus descendientes, que más tarde exaltan las tradiciones de la familia o provocan la admiración ajena. Se abandonan efusivamente a un amor delirante, mezclando la vanidad con los extremos de ternura y orgullo con la adoración. Sucede justamente, el reverso de lo que le sucedía en el pasado cuando se encontraba delante del hijo lesionado por el destino, y hacía todo lo posible por molestarlo y expulsarlo de su presencia, terminando por apartarlo en al frialdad de los orfanatos, la impiedad de los tutores sádicos o de las madrinas histéricas.
Pregunta: ¿Podemos suponer, que después de ese experimento rectificador, proporcionado por la Ley, los corazones de esos progenitores se encontrarán suficientemente desarrollados, para que más tarde amen a otros hijos menos agraciados por la naturaleza?
Ramatís: A pesar de tanto júbilo y emotividad a flor de piel hacia los hijos, no es posible decir que consiguieran la debida compensación en la falta de amor que los hizo delinquir en el pasado.
Es verdad, que aún siendo una pasión activa por la configuración carnal y las dotes excepcionales del feliz bebé, va se comprueba que germina el sentimiento, que en el futuro hará surgir el amor en sus corazones recalcitrantes. Mientras tanto, no tienen derecho al goce completo en la existencia rectificadora, porque sería un flagrante error por parte de la Ley, como si ella premiase a los culpables, y la muerte extendiera sus alas lúgubres y cortara la vida del hijo adorado, casi siempre, cuando el júbilo de la familia es más intenso. Es obvio describiros el dolor intenso v el sufrimiento atroz que padecen esos corazones, heridos por la supuesta impiedad de Dios, que les roba el hijo querido
Su muerte, puede provocar acerbas blasfemias contra el Creador; tal vez calle por largo tiempo la alegría de la madre herida en lo íntimo del corazón, mientras que el padre se deja dominar por la rebeldía sistemática contra todos los dictámenes de la vida religiosa o revelaciones espirituales. Pero la Ley Kármica, en su infinita sabiduría, siempre logra el éxito de sensibilizar los corazones indiferentes en el pasado, preparándolos con rigor, para convertirlos en tiernos v amorosos para otros efectos futuros. La recordación que aún los envuelve, causada por la partida del ente querido, continuará manteniéndoles viva la imagen del hijo que contribuyó como un verdadero "detonador" del amor, que se encontraba adormecido en la frialdad de las almas que lo adoraban.
Pregunta: ¿Ese amor, sólo puede despertarse a través de los hijos bellos, sanos e inteligentes, que más tarde desencarnan para avivar los sentimientos paternales adormecidos?
Ramatís: No debéis olvidar, que no estamos ajustando al ejemplo de un padre, que debido al abandono de su hijo deformado, débil mental o adversario espiritual, requería la terapéutica rectificadora de perder prematuramente otro hijo, bello, sano o inteligente. La ley dispone de diversos recursos para incentivar a los padres delictuosos y despertar el amor latente en sus almas, sin necesidad de someterlos exclusivamente a la prueba de perder los hijos bellos o sanos. El espacio exiguo de esta obra no nos permite analizar la multiplicidad de acciones y reacciones de "causa y efecto", que se aplican bajo la visión sabia de los Mentores Siderales cuando precisan promover la rectificación espiritual de los diversos delitos de padres comprometidos con los hijos en encarnaciones anteriores.
Pregunta: Inspirándonos en el proceso de la Ley Kármica, que regula la "causa" y el "efecto" en la rectificación de los equívocos de las criaturas, encontramos que los hijos deformados, malos, imbéciles o repulsivos, que son repudiados por los padres crueles, deben merecer tal hostilidad, suponiendo que en el pasado también pudieron repudiar los afectos Datemos y despreciar inclusive a sus progenitores. ¿La Ley no debería colocarlos bajo tutela de los padres adversarios?
Ramatís: Evidentemente, muchas veces sucede así en la lógica justísima del proceso kármico.
Generalmente, los espíritus que subestimaron a sus progenitores en una encarnación, no merecen en futuros renacimientos el techo afectuoso y amigo, debiendo renacer entre padres indiferentes, impiadosos y despejados de ternura alguna.
Esos padres, además de poseer frialdad, cuando presienten en el hijo antipático al adversario detestado del pasado, se dejan tomar por una invencible repulsión, llegando a expulsar al infeliz descendiente y a veces, el despecho, el odio o la crueldad, los lleva a aniquilarlo despiadadamente, conforme lo anuncia la prensa terrena que es pródiga en esas noticias.
Los espíritus bastante agravados por los delitos del pasado, que intentan renacer para la debida reconciliación con los adversarios de otrora, necesitan nacer deformes o retardados mentales, y sus oportunidades para encarnar son muy reducidas, pues la acogida es poco favorable en la familia terrena. Aquellos que se benefician al asomar el remordimiento en sus conciencias degradadas se someten amargados a la tentativa —de poco éxito-de sobrevivir en el hogar de sus enemigos pasados, a los cuales se ligan por lazos del odio insatisfecho. Dominados por indescriptible angustia, sólo les importa ajustarse a un cuerpo de carne para poder borrar el incesante recuerdo de sus crímenes, pues en su memoria etérica liberada en el mundo astral, los segundos vividos les parecen siglos de horror y desesperación.
Entonces, aceptan cualquier encarnación deforme de la carne para renacer en la materia, o entre los padres más odiosos de la Tierra; necesitan el bálsamo del olvido ante las vilezas cometidas en el pasado y concedida en la forma de un cuerpo físico. Debido a la impiedad u hostilidad criminal de los progenitores adversos, a veces los devuelven nuevamente hacia las miserias del mundo astral inferior, expulsándolos del cuerpo de la carne tan implorado para la redención espiritual, y aún son bastante raros los espíritus que se conforman con ese acontecimiento odioso. Sintiendo recrudecer el odio mal disimulado bajo las cenizas del propio interés, se vuelven almas desatinadas y se arrojan rabiosamente sobre sus ex progenitores, persiguiéndolos implacablemente hasta la hora de su desencarnación, esperándolos en la puerta del Más Allá como enfurecidos demonios sin el menor indicio de piedad.
Pregunta: Estamos seguros que una gran parte de los padres terrenos no tienen muy en cuenta esa responsabilidad, pues si la tuvieran, los asilos y los orfanatos estarían vacíos.
Ramatís: Esos padres precisan saber, que ninguno de los más trágicos y emotivos escritores de vuestro mundo podría describir el pavor y la alucinación que se apodera de los padres infelices, cuando están dominados por el odio, llegando a repudiar o matar a sus hijos en la Tierra. Cuando retornan al Más Allá se transforman en verdaderos "trapos vivos" en manos de los exacerbados verdugos y adversarios, que imprudentemente eliminaron de sus hogares terrenos. Las mujeres que se dejan dominar por sentimientos súbitos de repulsión y rebelión hacia sus hijos, y recurren a los tradicionales enemigos de la vida o "destructores de ángeles" para expulsarlos a través del aborto premeditado, ignoran, que un pavoroso infierno de sufrimientos les espera después de la desencarnación, cuando caen desamparadas bajo la opresión de espíritus tenebrosos que les negaron un cuerpo que estaba en gestación.
No es posible imaginar la cólera, el resentimiento, la rebeldía y el odio que se apodera de esos espíritus, cuando reaccionan contra la criatura que les impidió la gestación del cuerpo amigo y tan necesario para olvidar el pasado acusador, que les molesta incesantemente en su memoria subvertida. Después de esa desilusión, sólo les mueve un deseo feroz: fomentar todas las humillaciones y enfermedades cruentas posible a quienes les negaron el beneficio de un cuerpo físico, apresurándoles la desencarnación a fin de hacerlas víctimas de sus más crueles venganzas en el menor tiempo posible.
Por eso, si muchos hijos deformados, imbéciles, crueles o retardados mentales merecieran la prueba kármica de nacer en hogares de padres adversos, los progenitores deben conformarse con esa situación desfavorable, pues están cogiendo en la prole antipática el fruto de las simientes hostiles que sembraron en las encarnaciones pasadas.
Pregunta: ¿Si por Ley Kármica, los espíritus que repudiaron o menospreciaron a sus padres deben renacer en el seno de familias adversas con probabilidades de ser repudiadas v hasta eliminarlos prematuramente, los padres que los abandonan o maltratan, no estarán contribuyendo para otros objetivos rectificadores de la Ley contra los que han cometido falta? ¿No será un motivo para equilibrar las pruebas futuras, una vez que dieron cumplimiento al objetivo que estaba determinado?
Ramatís: La Ley del Karma, a pesar de ser justa e implacable, no origina la predestinación para el crimen, ni permite el desquite por parte de nadie. Ella es el efecto de una causa creada por el hombre en el pasado.
Con respecto al modo más seguro de actuar en este caso, es Jesús quien lo indica en las siguientes recomendaciones.: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", y "Haced a los otros lo que quisierais que os hagan a vosotros" o "Cuando te quiten el manto, dale también la túnica"; "Si tu adversario te obliga a caminar una milla, anda una más con él". No importa constatar si las culpas requieren puniciones o si los delitos exigen reparaciones al pie de la letra, pues el objetivo más importante es liberar las cadenas del odio, celos o crueldad, que liga a las almas adversarias y endeudadas al mundo material. El círculo vicioso de las venganzas y tormentos recíprocos indica el estado de profunda ignorancia del espíritu, puesto que esto lo ata aun más a la rueda de las reencarnaciones.
La reparación recíproca impuesta por preceptos kármicos y obligatorios para el espíritu, tiene por finalidad evitar que se perturbe el orden y la armonía del mecanismo de la evolución y que ocurran negligencias en la línea moral del perfeccionamiento del alma. Desde el momento que los adversarios resuelvan desatar los grillos que los esclavizan mutuamente a través de las venganzas, ellos mismos habrán conseguido los efectos benefactores para sus futuras reencarnaciones, cada vez más
reducidas en las amarguras y más amplias con respecto a la oportunidad educativa.
Los padres que son adversos a los hijos porque nacieron deformados, imbéciles o son enemigos del pasado, aunque pudiesen comprobar que esos espíritus no tienen derecho a un hogar amigo, no tienen tampoco la facultad de eliminarlos, pues una acción criminal crea un "efecto" bajo igual culpa. En consecuencia, esos padres son candidatos a los dolores atroces por las pérdidas de sus hijos en el futuro y también deberán renacer en el seno de la familia antipática, contando con mayores probabilidades de ser abandonados y con pocas perspectivas de permanecer en el hogar. La criatura humana, en vez de discutir la procedencia de los actos resultantes de la acción implacable de la Ley del Karma —que es un proceso educativo obligatorio para la disciplina del mundo físico—, debe aceptar incondicionalmente las disposiciones de la Ley del Evangelio, que son liberadoras y conducen a la vida en los cielos.
Pregunta: En el caso en que los padres repudien al hijo detestado, ¿no es la Ley la que los lleva inconscientemente a ejecutar ese acto para que se cumpla el precepto kármico y disciplinador?
Ramatís: Aunque los padres, en ese caso, estén dando, sin saber, cumplimiento a la Ley del Karma, lo hacen bajo influencia de la crueldad como una acción predispuesta, que los coloca delante de la infracción de la ley de "quien con hierro hiere con hierro será herido", o bien esta otra: "la cosecha ha de ser conforme a la siembra", como premisas fundamentales para las futuras rectificaciones. Si esos padres prefiriesen seguir el derrotero indicado por la Ley del Evangelio, tratarían a sus hijos bajo la inspiración del Amor, y entonces entre los adversarios del pasado y los encarnados en el mismo hogar serían desatadas las cadenas que obligan a las correcciones kármicas, pues es de ley que "ha de ser desatado en la Tierra lo que en la Tierra fuera atado".
En cuanto al Karma —aunque justo en su acción disciplina-dora— reajuste el efecto a su causa para atender a las necesidades educativas del mundo material, el Evangelio se vuelve el sublime recurso que libera al espíritu, porque no lo encadena a las obligaciones reparadoras de las equivocaciones del alma, porque inspira y orienta la ascensión espiritual. Los padres rebeldes pueden destruir a los herederos de sí mismos por no querer aceptarlos en la forma que la Ley se los envía; mientras tanto, en el futuro, la misma Ley volverá a enviarles los hijos conforme a sus deseos, pero no les permitirá criarlos, debido a sus deseos anteriores que sólo eran de orden físico y no de ampararlos hasta el fin de la existencia.
Sirviéndonos de una expresión familiar entre vosotros, diríamos que esos padres no son merecedores de esos hijos exclusivamente atrayentes, porque aún no saben aliar lo "útil a lo agradable". Mientras tanto, si desearan un tratamiento amoroso y la protección de otros padres en futuras encarnaciones, sólo les resta una actitud hacia sus enemigos renacidos en su hogar, que es la fórmula preceptuada por Jesús: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" y "Haced a los otros lo que quisierais que os hagan".
Pregunta: Por lo que habéis expuesto, estamos inclinados a creer que todos los hijos que nacen deformados, imbéciles, enfermos, feos o tontos, son almas delincuentes, mientras que todos los bellos, sanos y sabios son espíritus superiores. ¿No es así?
Ramatís: Tampoco en el Más Allá hay reglas sin excepción, pues muchas criaturas hermosísimas y fascinantes han sido en encarnaciones pasadas terribles criminales, perdularios, prostitutas, facinerosos, envenenadores crueles, parricidas y matricidas. La belleza física no es regla absoluta para comprobar la presencia de un espíritu superior en el mundo, pues Lucrecia Borgia y la emperatriz Teodora eran de una belleza atrayente; la primera fue despiadada envenenadora y la segunda una reina cruel. Muchas veces el adelanto y la sabiduría pueden esconderse en las criaturas feas, humilladas y de apariencia insignificante. La carne es el instrumento del espíritu, de la que se sirve muchas veces para experimentar su poder y su voluntad, estructurando su conciencia bajo la ley del libre albedrío y la conducta para la Ley del Karma, que ajusta vías peligrosas y le providencia las oportunidades para elevarse moralmente.
La belleza o fealdad, la riqueza o pobreza, la gloria o humillación en el mundo físico son parte de los pertrechos provisorios con que el espíritu se sirve para intentar su progreso y ampliar su conciencia sideral. Pero no representa su identidad espiritual específica, ni tampoco son conquistas definitivas. Esa es la causa por la que puede encontrarse entre los más afortunados y de configuración bellísima, los genios como los tontos, los buenos y los malos, y también los más imprudentes y atontados por las ilusiones de algunos instantes de goce, que imitan a las mariposas cuando se ciegan por el exceso de luz.
Aunque la criatura angélica del futuro deba ser hermosa, buenísima y sabia, de la cual Jesús era uno de los tipos más ideales, muchísimos filósofos que consumieron sus existencias en favor de un derrotero moral superior en la Tierra nacieron sin credenciales físicas, como Sócrates, por ejemplo. La historia terrena señala a los bellos especimenes humanos, cuyos cuerpos apolíneos escondían almas diabólicas que sembraron el dolor, la desilusión y la degradación moral.
Hay que tener presente que la forma humana es provisoria y el camino de las expresiones es aún desconocido en la Tierra, siendo el espíritu el factor más importante, aunque invisible para los ojos carnales; realmente, es la expresión definitiva y sobreviviente al organismo físico, que sólo sirve para la experimentación humana. La vestimenta de la carne y el ambiente privilegiado poco interesa cuando el espíritu es sabio y bueno. Casi siempre, las almas que en el pasado pecaron por exceso de belleza, que abusaron de las posiciones seductoras o fueron favorecidas con la fortuna, prefieren renacer feas y pobres, con el fin de vivir en situaciones humildes que mejor les apura la bondad y se liberan de tentaciones peligrosas que provocan la belleza, la fortuna y el prestigio.
Pregunta: En el mundo astral, la belleza de la forma en los seres que habitan ese plano, ¿no los identifican como almas superiores?
Ramatís: En la Tierra, el cuerpo físico se conforma según sean los experimentos que ha de intentar el espíritu encarnado; en el mundo astral el periespíritu revela en esa sustancia quinta esenciada el contenido de su psiquismo. Son muy comunes las terribles decepciones después de la muerte del cuerpo físico, cuando muchas criaturas ven aflorar a la superficie de sí mismas las expresiones y contornos más grotescos y monstruosos después que se han desligado de los cuerpos bellos y atrayentes. Las falsas virtudes, el barniz de la ética social o la hipocresía religiosa se pulverizan bajo el pase milagroso de magia, cuando el espíritu degradado se revela en el escenario del Más Allá, exponiendo al desnudo su conciencia y sufriendo la tremenda decepción de haberse engañado a sí misma. El cuerpo físico puede resultar agradable debido a su linaje ancestral biológico; en el Más Allá, lo bello es el sello de las almas bondadosas y sabias, porque es la forma real proyectada desde su intimidad espiritual. En la misma forma, las figuras teratológicas que pueblan el astral inferior y desafían al más osado Dante en su descripción, son los resultados exactos de la suversión espiritual, que muchas veces se oculta en la Tierra bajo el disfraz de un cuerpo hermoso y tentador. Muchos hombres encumbrados y mujeres seductoras penetran en el Más Allá de la sepultura conformando siniestras figuras de horrendos brujos, que se asustan de sí mismos.
Pregunta: ¿Cuál es entonces el aspecto común de los hijos terrenales cuando son acreditados como espíritus superiores? ¿Serán siempre bellos o también feos?
Ramatís: En los hogares terrenos tanto pueden nacer hijos bellos y ser portadores de almas diabólicas, como hijos feos de almas angélicas. De la misma forma, no todas las precocidades infantiles confirman la sabiduría espiritual, porque la vivacidad y la ligereza de observación que puede exaltar a la criatura terrena subliman algunas veces la astucia y el sofisma, que son las características del astral inferior. Pero, no hay dudas con respecto a lo siguiente: el hijo bueno siempre es de cualidad espiritual superior, mientras que el hijo malvado es la imagen de su alma detestable, tanto en el mundo físico como en el Espacio. Sobre este asunto no precisáis tener dudas, porque el sello principal que identifica el grado de elevación espiritual es la virtud que deriva del amor, y la bondad es uno de los más simpáticos aspectos de ese amor que, por otra parte, es el distintivo indiscutible del alma superior.
La bondad es una prolongación tierna del Amor, y éste es la marca divina con que Dios señaló la esencia de su obra. El espíritu bondadoso, rico o pobre, ignorante o sabio, es una flor amorosa en el jardín de la vida humana; siempre santifica el ambiente en donde vive y todos aquellos que lo hostilizan reciben un poco de su ternura y también su generoso perfume espiritual. Cuando nada parece salvar al hombre, lo salva la bondad, la benevolencia o el Amor. Como las sabiduría espiritual representa la razón divina, y el amor incondicional el sentimiento de los cielos, aquel que posee tales cualidades, realmente, es el ángel vencedor de todas las batallas y el sobreviviente de todas las metamorfosis de la vida humana.
Pregunta: Cuando los padres sufren la pérdida prematura de sus hijos bellos y sanos, al ser heridos violentamente en su amor egocéntrico por esa transición brusca de la alegría a la terrible desesperación, ¿no contribuye a agravar la proverbial falta de amor, resultando una franca rebeldía o aversión a la finalidad divina de procrear?
Ramatís: Sólo el dolor en su intensa manifestación consigue influenciar a los corazones indiferentes o a las almas atrofiadas por el exceso de goce o bienestar. La pasión egocéntrica expuesta en potencial, que se interpone por la pérdida del hijo querido, no se pierde en los padres, porque la ley de la vida les impone una incesante superación a todos los fracasos, sufrimientos o vicisitudes humanas. Aun cuando las almas se entreguen a la degradación completa, viven procurando alcanzar compensaciones venturosas; realmente, les falta capacidad para adquirir la posición perdida, aquella que los impulsaba a cometer peligrosos desatinos contra sí mismas, mientras poseen la ilusión enfermiza que de esa forma se desagravian en público!... En lo íntimo de cada ser se activa el deseo ardiente de poder recuperarse y renovar las esperanzas frustradas.
Por eso, los padres endeudados con la Ley que pierden al hijo adorado —como no pueden eliminar la pasión o el sentimiento nuevo originado— ven renacer las esperanzas en la única terapéutica capaz de aminorarles el dolor acerbo, que será el advenimiento de otro hijo. Sus aspiraciones convergen hacia la imagen de otro ser que pueda sustituir al desaparecido y, a su vez, que les proporcione las mismas alegrías y admiraciones desvanecidas anteriormente. Debilitadas las recordaciones dramáticas de la desencarnación prematura del primer hijo, la sugestión superior se encargará de despertar en los padres desconsolados el deseo de un nuevo descendiente.
Todo eso contribuye para que el nuevo descendiente encuentre ambiente más propicio para sus manifestaciones, aunque no revele las credenciales del primer hijo. Aunque no posea la belleza o la inteligencia del anterior, siempre ha de ser un huésped bienvenido, porque en la intimidad de los corazones lacerados de los padres permanece la ansiedad de cualquier compensación que pueda aminorarles el dolor inconsolable.
Aquellos que no logran la gracia de otro hijo para amenguar los recuerdos, se conforman con extender su afecto a otros hijos ajenos, buscándolos en los orfanatos en una amorosa compensación.
Pregunta: Ese hijo bello e inteligente que desencarnó prematuramente, ¿no podría ser el hijo feo, deformado o imbécil que fuera repudiado otras veces?
Ramatís: Los padres que sufren la prueba kármica de perder prematuramente a sus hijos, no indica el que hayan sido esposos en otras encarnaciones. La ley puede haberlos reunido a causa de delitos y pruebas kármicas semejantes. El padre que repudió al hijo, que por su culpa terminó rápidamente su existencia carnal entre la miseria del mundo, en otra encarnación pudo ser el esposo de otra mujer, que por haber practicado el infanticidio debe sufrir la prueba de perder uno o más hijos. Pero aquellos que en el pasado fueron amantes o esposos responsables por la muerte del hijo deformado, enfermizo o imbécil, no precisan ser probados por medio del mismo espíritu que expulsaron anteriormente.
Conforme ya os aclaramos, puede nacer de esos padres otra entidad sana, bella o sabia, que desencarnando a tierna edad los empuje aún más al amor y la recordación debido a su cuerpo carnal más atrayente; lo que importa a la Ley del Karma es la acción y el resultado rectificador, no la naturaleza de los agentes que provocan ese despertar amoroso.
Pregunta: ¿Qué obstáculo puede haber para que el espíritu repudiado anteriormente retorne al mundo en otra existencia y sirva como instrumento de ajuste kármico para los padres culpables?
Ramatís: El mismo aforismo que dice: "la naturaleza no da saltos", podría aplicarse al proceso de ascensión espiritual, pues ésta tampoco se efectúa a saltos improvisados. Aunque hayamos dicho que no siempre la criatura pobre, simple y humilde es un alma inferior, conviene saber que aquel que nace deformado o imbécil está soportando la prueba severa de una rectificación espiritual, maniatado por la Ley que subvirtió en el pasado. Casi siempre es el adversario más feroz de los padres que viene a rogarles hospedaje carnal; en su interior, las pasiones y la agresividad pueden estar amordazadas en el andrajoso de carnes enfermas, en las formas del imbécil o en el descontrolado por la alienación mental. En general, si se le concediese completa libertad a tal espíritu para dirigir incondicionalmente un organismo atrayente y sano, debido a su inmadurez psíquica no tardaría en cometer los mismos desatinos, crueldades y torpezas del pasado.
Bajo tales condiciones sería demasiado inmadura la reencarnación en situación de ser bello, sabio o tener libertad de acción, contrario a lo que la Ley buscaba como rectificación para asegurar el éxito de la prueba espiritual posterior de los padres culpables. Tampoco le sería posible al alma delincuente efectuar a corto plazo una renovación espiritual tan milagrosa, en una segunda prueba kármica con aspecto angélico, pues la ascensión sideral se hace por etapas distintas y con lentas modificaciones que no violenten el padrón psíquico. Comúnmente el alma invierte más de un milenio para sólo apurar una virtud loable, como la resignación, la honestidad o la simplicidad. Dentro del concepto popular de que el "vaso ruin no se quiebra", el espíritu que desencarna prematuramente, exceptuando accidentes técnicos del astral o de la Tierra, es una entidad elevada y con vida breve en la carne, mientras el que enfrenta una larga existencia, en general, es portador de los defectos comunes de la humanidad.
Pregunta: ¿Se ha comprobado que ciertos padres culpables son probados con la pérdida de sus hijos, pero es posible que algunos espíritus acepten el sacrificio de morir en la infancia para ser instrumentos de esa prueba?
Ramatís: ¡Volvemos a advertiros que la Ley Kármica ajusta pero no castiga! Tampoco crea hechos delictuosos o acontecimientos deliberadamente odiosos para que se rectifiquen las almas delincuentes. Sería un profundo desmentido a la Sabiduría y Justicia de Dios, si para realizar la prueba del sufrimiento kármico hubiera necesidad de preparar instrumentos de prueba, así como en vuestro mundo se preparan las personas para provocar los escándalos públicos. No se justificaría que en el mundo espiritual, de la más alta sabiduría de la vida, se decidiera que la responsabilidad exclusiva de las almas culpables dependiese de los sacrificios ajenos para su efectivación. La Ley Kármica actúa dentro de un ritmo irreductible, en donde una "acción" produce igual "reacción", o sea, una determinada causa tiene idéntico efecto. El espíritu que debe desencarnar prematuramente como hijo de padres culpables, con el fin de despertarles con más vehemencia el amor aún acrisolado en lo íntimo del corazón, casi siempre es una entidad de inteligencia precoz, bondadosa y de sabiduría innata o capaz de desarrollar genes de los ascendientes hereditarios para un físico bello y atrayente.
Cuántas veces la sabiduría popular identifica al ser angélico bajo el dicho que dice: "criatura que no se cría, no es de este mundo". No siempre la profecía es verídica, pues algunas criaturas presienten que esos hermosos, tiernos y sabios espíritus evolucionados, cuya reencarnación es un recurso más de la técnica astral, necesitan un plazo corto de vida humana para descargar en la carne instintiva los últimos tóxicos de magnetismo inferior que aún les pesa en la contextura de sus túnicas resplandecientes. Son espíritus que descienden a la materia en un rápido vuelo, como si fueran aeronautas siderales que completan sus horas en el cuerpo físico, con el fin de promoverse al comando superior en los páramos de luz y felicidad eterna.
La Ley del Karma, en su inteligente mecanismo benefactor espiritual, los aprovecha y se sirve de su belleza, sabiduría y bondad angelical como recursos para despertar la ternura o una pasión preliminar que pueda sensibilizar el corazón de los padres que pecaron por falta de amor. Más tarde, los padres culpables y sensibilizados por la partida prematura del hijo querido procrean un nuevo cuerpo y retoman nuevas esperanzas amorosas, y la Ley se encarga de reponerles en ese clima más favorable del hogar el viejo adversario que fue repudiado en el pasado. Aunque retorne con la mente anormal y la configuración menos bella— haciendo sentir a sus progenitores la dolorosa diferencia con el hijo excepcional que partió prematuramente—, encontrará cabida definitiva, porque existe un vacío profundo en los corazones de los padres, que claman por cualquier substituto cordial.
Pregunta: Creemos, según vuestras consideraciones, que todos los hijos bellos, sanos, buenos y sabios debieran desencarnar prematuramente porque vienen a este mundo para el sufrimiento de sus padres —culpables en el pasado— y por ser espíritus que cumplen con su última encarnación. ¿Hemos comprendido bien?
Ramatís: Nuestras consideraciones no son absolutas, como no hay reglas sin excepción. No todas las criaturas bellas, buenas, sanas y sabias son espíritus que descienden a la materia para su última encarnación, como no todos los padres de criaturas hermosas e inteligentes están sometidos a la prueba de sufrir la pérdida prematura de los hijos queridos. ¡Jesús fue bello, sabio y bueno, mas sobrevivió hasta los treinta y tres años, y no se encarnó en el mundo físico para descargar cualquier tipo de saldo de magnetismo inferior! María de Nazareth y Lucrecia Borgia deslumbraron al mundo desde la infancia por al hermosura de sus semblantes; sin embargo, sin que nadie sospechase de esos destinos tan diferentes, la primera fue la madre del salvador de los hombres, y la segunda el pote de pasión que sembraba veneno.
Sucede que en edad temprana tanto desencarnan las criaturas bellas como las feas, las inteligentes o las retardadas, las amorosas y las crueles, pues la muerte es como una espada de Damocles suspendida sobre vuestras cabezas que os amenaza desde el primer gemido en la vida física. Es una condición permanente del mundo en que vivís, como factor necesario para la transformación del medio material, en donde las fuerzas más brutas amenazan continuamente la existencia de las cosas más frágiles.
Los seres vivos permanecen en continuo desgaste, ya sea por un proceso de enfermedad u otro cualquiera, y el fenómeno de la muerte es una "transformación" que acaece con las energías del mundo físico. La muerte, analizada desde la Tierra, os parece un caso tétrico y desesperante, que interrumpe el goce insulso de las cosas materiales y rompe los lazos egocéntricos de la familia. Mientras tanto, ese mismo acontecimiento cuando se examina desde aquí, modifica completamente su forma lúgubre, porque representa la "divina puerta" que la Bondad del Padre entreabre para que el alma regrese a su casa amiga, a su verdadero hogar espiritual, donde realmente se trabaja por la Ventura definitiva.
He ahí el porqué de la desencarnación de los hijos y del sufrimiento de los padres, que no debe encararse en forma tan desesperada, ya que la muerte no termina con el espíritu, pero lo libera de la materia a la que se encontraba incómodamente ligado. Lo que importa, en realidad, es la modificación que debe acaecer en su contenido espiritual, aunque los hijos desencarnen prematuramente o permanezcan encarnados hasta la vejez. Para la Ley del Karma la muerte no es un recurso punitivo, es un proceso técnico, usado como un sistema de perfeccionamiento espiritual. Mientras que algunos padres mejoran su psiquismo por haber desarrollado el sentimiento del amor que les faltaba en el pasado y gozan con la sobrevivencia de los hijos adversarios hasta la madurez física, otros sólo consiguen esa mejoría sufriendo la muerte prematura de los hijos queridos. Pero es innegable que la desencarnación funciona como simple recurso de control en el tiempo y en el espacio de las existencias humanas, bastante alejado de cualquier tipo de expresión que se le quiera atribuir definitivamente.
Pregunta: Aun delante de vuestras amplias aclaraciones, no podemos apartar la idea de una acción inexorable y algo punitiva por parte de la Ley Kármica, con relación a los procesos redentores de los padres en falta.
Ramatís: Es probable que so suceda debido a que suponéis que la Ley del Karma es un mecanismo inexorable de "culpa" y "pago". Desde un principio es necesario comprender que el mundo terreno es un admirable laboratorio para los ensayos de la química espiritual, en donde se respeta la voluntad y el libre albedrío de las criaturas a pesar de sus contradicciones con el orden evolutivo de la vida espiritual manifestada en la materia. Conviene que no generalicéis el asunto tratado, pues existen situaciones sacrificiales y expiatorias aparentemente idénticas, pero son de origen completamente opuesto.
Hay casos en que los esposos se ven en el duro trance de los hijos teratológicos, porque también fueron responsables de sus crueles desgracias, tocándole soportar ahora la terrible prueba de reparación kármica. Sin embargo, en esas mismas condiciones de infelicidad pueden encontrarse almas buenísimas y abnegadas, sin culpas en el pasado, pero que en voluntaria misión de amor y sacrificio concuerdan en hacerse padres de espíritus delincuentes, con la intuición de ampararlos piadosamente en sus pruebas dolorosas, evitando que se sumerjan definitivamente en las tinieblas de las abyecciones y rebeldías. En el primer caso, se trata de una rectificación espiritual impuesta compulsivamente por la ley de la "cosecha obligatoria"; en el segundo, es el sacrificio espontáneo aceptado por almas en flor, que se dejan inspirar por el divino concepto del "amaos los unos a los otros" del sublime Jesús.
De la misma forma, no todos los espíritus superiores se encarnan para una muere prematura y consecuente prueba de los padres, como no todos los desheredados de la suerte sucumben prematuramente. De igual forma, no todas las desencarnaciones prematuras son expiaciones deliberadamente kármicas para sus progenitores, pues antes de la reencarnación ciertas almas aceptan la incumbencia dolorosa de generar un cuerpo físico, destinado a un espíritu amigo, que necesita poco tiempo de vida física para completar el término de sus reencarnaciones. Es evidente que esos padres han de sufrir intenso dolor por la ausencia del hijo querido, muerto prematuramente, sin que por eso pague culpas pasadas. Si estuviesen absolutamente seguros del acuerdo espiritual "preencarnatorio" no sufrirían tan acerbadamente y aceptarían la muerte física como una breve ausencia del espíritu, que fuera su hijo carnal.
En el futuro, cuando el terráqueo sea merecedor de la benevolencia y la dádiva sideral, la vida humana será considerada como un estacionamiento, tan común en la Tierra, como se consideran las "becas" de estudio en el extranjero. La mayoría entonces se despedirá de la vida física como si fuera un viajante que finaliza su recorrido y tiene que tomar el tren que lo llevará a su punto de partida.
He ahí por qué no debéis generalizar lo que decimos, pero hay que comprender que siempre hay un motivo justo y lógico que puede explicar todos los acontecimientos raros o dolorosos de la vida humana, sin que se desmienta la implacable justicia de Dios.
Pregunta: Creemos, debido a la enseñanza de las religiones dogmáticas, que el dolor y el sufrimiento son los castigos generados por los pecados cometidos en este "valle de lágrimas"; pensamos que las situaciones incómodas para el espíritu encarnado han de ser pruebas expiatorias e indiscutibles deudas del pasado.
Ramatís: De ser así la existencia humana sería un automatismo constante. ¿Jesús tuvo que matar algún adversario en el pasado para ser punido con la muerte en al cruz? ¿Encarceló o traicionó a inocentes discípulos para que se justifiquen los chicotazos que recibió, o porque fue negado por Pedro y traicionado por Jesús? Esa creencia insensata sólo os conducirá a una profunda confusión para comprender las verdaderas finalidades de la vida terráquea. Ésta, como dijéramos anteriormente, es un laboratorio planetario destinado a la eclosión de las energías del espíritu, a través de la invitación instintiva de la carne, y no ese compungido "valle de lágrimas" preparado adrede por la fantasía melodramática de las sectas religiosas.
Aunque consideréis como dolores y sufrimientos las fases de los distintos estacionamientos del proceso kármico, que transforma animales en ángeles, no tiene carácter de punición o de venganza por las faltas cometidas por el hombre en ésta o en encarnaciones pasadas. Esos dolores y sufrimientos, como etapas de perfeccionamiento progresivo, conducen las formas brutas hacia las más elevadas expresiones de belleza espiritual. El camino de los nuevos aspectos y la adquisición de la conciencia futura comienzan cuando la piedra se desgasta a través del dolor mineral; la vegetación despierta con el dolor vegetal, a causa de la poda o el injerto; el animal progresa por el dolor carnal, sensibilizándose bajo los impulsos del instinto, y el hombre, cuando se libera de las pasiones degradantes.
Es innegable que sois dueños de vuestra voluntad o libre albedrío, pudiendo practicar vuestras acciones en beneficio o perjuicio de la colectividad, pero es necesario que recordéis que la Ley del reajustamiento y del equilibrio ascensional del espíritu interviene inmediatamente ni bien os extralimitáis en vuestras acciones, resultando las consecuencias perjudiciales para el próximo y una franca desarmonía con la ética evolutiva. La sabiduría popular antigua, segura que la constante y eficaz presencia de la Ley Kármica, por detrás de cualquier acontecimiento inevitable o trágico, prefería curvarse humildemente a la resignada convicción de que "Dios siempre sabe lo que hace". Esta seguridad también debiera participar de vuestras convicciones espirituales, pues no hay duda que una cosa es imposible de evitar, y es que en el Cosmos todo debe alcanzar, ineludiblemente, la felicidad.
Pregunta: Conocemos a determinadas personas, que después de haber perdido a sus hijos, hace años, siguen sin consuelo, como el primer día, sin lograr otro aliciente. ¿Merece censura ese afecto inconsolable, que parece comprobar un inagotable amor en los padres? Si la Ley del Karma es tan severa para aquellos que descuidan los deberes afectivos con sus descendientes, ¿por qué los que tanto aman son tan infortunados? ¿En esa situación la Ley no es injusta?
Ramatís: Basándose en que el espíritu es la única realidad en los caminos planetarios y que sobrevive eternamente a las innumerables desintegraciones de los cuerpos que ocupó, la ignorancia de esa realidad es al que produce el sufrimiento prolongado, motivado por la separación provisoria. En consecuencia, la solución del problema afectivo no reside en destruir ese "desconsuelo", pero sí en aclarar rápidamente su situación, precisando liberarse de su ignorancia espiritual y conocer las finalidades de la verdadera vida del espíritu.
No nos cabe censurar a los padres que lloran largamente la muerte física de sus queridos descendientes, pero es evidente que si comprendiesen los objetivos superiores del alma, en modo alguno proseguirían en esa actitud de profundo egoísmo y disconformidad con respecto a las directrices de la Sabiduría Divina. Indudablemente que no siempre pueden llorar al espíritu del hijo amigo, pues si ignoran la realidad reencarnatoria también desconocen que, en muchos casos, pueden estar llorando desconsoladamente al terrible verdugo del pasado, por el solo hecho de haber heredado por breve tiempo un cuerpo en el seno de su hogar. Es probable que si conociesen la terrible verdad que los hace llorar inconsoladamente, cesaría de inmediato el sufrimiento por una criatura espiritual que, en realidad, hasta les podría ser detestable.
Pregunta: ¿Cómo podemos comprobar si hay egoísmo en ese sufrimiento acerbo cuando los padres sufren la pérdida del hijo?
Ramatís: Hay criaturas muy beneficiadas por la fortuna, que se dedican egoístamente a su único retoño porque éste es carne de su carne y sangre de su sangre. Mientras tanto, ese apego enfermizo puede significarles la futura decepción en el Más Allá, cuando verifiquen que en el hijo de su humilde cocinera o en el niño que detestaban en la vecindad es donde realmente vivía el espíritu más querido en el pasado, mientras que el hijo adorado, que fuera rodeado de los más fantasiosos caprichos, habitaba el alma adversaria, cruel y despiadada.
Hay criaturas que cuando pierden a un hijo el mundo se les torna indiferente; inconsolables, se apartan de los atractivos de la vida, se recogen melancólicamente en un estado de inactividad emotiva e inútil, cultivando su desdicha personal aunque continúen rodeados de la colectividad terrena sufriente y necesitada de toda clase de cooperación. Algunos se sumergen definitivamente en la caparazón de su vida egoísta, celosos de la felicidad ajena y considerando al mundo como responsable de la muerte del hijo querido.
Los más recalcitrantes pierden la sensibilidad espiritual y el sentido de vivir cristianamente, olvidándose de la pobreza de los hijos ajenos o de la aflicción de otras madres, prefiriendo levantar un fastuoso mausoleo en la tierra fría del cementerio, transformándolo en un templo definitivo hacia el culto enfermo de la muerte, inclinándose melancólicamente junto al cadáver del hijo en desintegración. Cuántas veces, junto a esas almas herméticamente encerradas en sí mismas hemos visto al muerto gritarles en el auge de la angustia: "Basta, padres míos. No fuercen mi presencia espiritual junto a mi cadáver. Cultiven mi memoria sirviendo, amando y socorriendo a otros hijos de madres desdichadas, que me puedan sustituir en vuestros corazones".
Mientras lloran la separación del cuerpo condenado a la putrefacción, esos infelices progenitores olvidan los sufrimientos y las angustias que suceden a pocos metros de los palacios enlutados, cuando madres desesperadas claman por ropa y pan, con el fin de que su prole pueda sobrevivir. Llénanse los orfanatos y los asilos de criaturas abandonadas, mientras que por los cementerios anti higiénicos padres y madres circulan en silenciosa rebelión contra el mundo, creyendo que su dolor personal y su caso particular debe considerarse en las proporciones de un drama universal.
En vez de sustituir al hijo que fue mimado y tratado con lujo exagerado, con atenciones indebidas, que desencarnó bajo el ritmo justo de la ley de recuperación espiritual, debieran cultivar su memoria por la dádiva del vestir, alimentar y llevar el socorro al hogar de los hijos sin padre y sin madre, que se contentarían con las sobras de las mesas abundantes; esos padres prefieren aferrarse al culto enfermizo de su dolor inconformable y reverenciar el recuerdo de la carne perecible.
Pregunta: Creemos que el sufrimiento prolongado de los padres por consecuencia de la falta de ese ente querido no es fruto exclusivo del egoísmo, pero sí debido a su sensibilidad afectiva. Además, ¿cómo se podría amar intensamente al hijo ajeno cuando la vida no permite siquiera que se ame al propio hijo?
Ramatís: El verdadero amor es aquel que os despierta un estado de simpatía espiritual, o sea, un estado en que sentís en vosotros mismos el sufrimiento y las necesidades que ocurren en otros seres infelices. He ahí el secreto de los grandes amantes de la humanidad, como Francisco de Asís, Buda, Krisna o Jesús. Mientras el amor paterno y materno se dedican exclusivamente a la carne de los hijos que procrean, estad seguros que los padres serán candidatos a sucesivas decepciones en los mundos físicos y astrales. Lo manifestamos así para que cuando regreséis al mundo espiritual también disminuyan un poco vuestras terribles desilusiones y también conoceréis el verdadero significado de muchas contradicciones humanas registradas en la Tierra en nombre del amor, de la bondad, de la honestidad o de la renuncia.
No hay fundamento sensato en llorar ininterrumpidamente a los hijos desencarnados, cuando ellos no pasan de ser imágenes de carne en incesante transformación cotidiana. Es suficiente el transcurso de algunos años del calendario terráqueo para que los descendientes regordetes se vuelvan diferentes a las figuras que son expuestas en el álbum de fotografías de la familia. Miraos vosotros mismos en el espejo doméstico, ¿y lo que veis enfrente? ¿Por ventura aún sois aquel rosado bebé de carne viva que hace algunos años se agitaba en la cuna, festejado ruidosamente por los parientes satisfechos? ¿Seríais capaces de reconoceros si un espejo mágico os mostrara el rostro macilento del futuro viejo, apoyado en el bastón que os ampara los pasos debilitados? ¿Quién sois, al fin? "¿Quiénes son mis hermanos, mi padre y mi madre?", preguntó Jesús en un instante de gran lucidez espiritual.
En realidad, las figuras humanas son imágenes en continua metamorfosis, que envejecen y se deforman apresuradamente. Surgen en cunas de seda o entre montones de trapos, crecen, se fatigan, caen y terminan en el melancólico silencio de la sepultura terrestre. Cuántas ilusiones guarda el alma al llorar inconsolablemente en el recuerdo enfermizo por la imagen provisoria de aquel que partió temprano, cuando el verdadero afecto debe dirigirse al espíritu, que es inmortal, cada vez más consciente de sí mismo y que existe más allá del espacio y del tiempo.
Pregunta: Sucede que nosotros centramos todo nuestro afecto en la figura humana, y cuando desaparece nos falta el apoyo emotivo en donde basamos nuestros más altos sentimientos, ya bastante despiertos. ¿No es verdad que ése es el proceso natural de la evolución espiritual?
Ramatís: Es evidente que si estáis esclavizados en los caminos virtuales del mundo ilusorio no podéis alcanzar la realidad definitiva del espíritu, que requiere decisión y coraje para la deseada liberación de la materia.
El padre o la madre que después de diez años aún desespera por la muerte del hijo, olvida en su ceguera espiritual que si ese hijo aún estuviese vivo no sería exactamente la imagen que aún llora, pues habría de ser otro el aspecto, porque en su fisonomía se produciría el cambio inexorable por el pasar de los años. En verdad, si el hijo estuviese vivo sería diez años más viejo. También sería más gordo o enfermo, dócil o cruel, bueno o vicioso, soltero o casado. Bajo cualquier hipótesis, ese padre o esa madre inconsolable continúan llorando la imagen falsa, obsesionados por una idea fija en la retina de su mente, tal como sucede en la proyección cinematográfica, finalizado el film, del cual sólo queda el recuerdo de lo observado.
Sucede también que en el cumplimiento común de la vida humana es mayor el porcentaje de los espíritus adversarios, verdugos y víctimas que se reencarnan cotidianamente para formar familias consanguíneas, y es mucho menor el número de almas amigas que renacen ligadas por simpatías del pasado. Bajo nuestros conocimientos espirituales sabemos que muchos hijos e hijas, cuya muerte es llorada algunos años después por padres inconsolables, si aún estuviesen encarnados habrían sido terribles verdugos de sus progenitores, pues eran espíritus despiadados, que bajo la Ley del Karma habían comenzado los primeros ensayos de aproximación espiritual con sus víctimas.
Debido a la ignorancia espiritual, las criaturas no pueden convencerse que su más cruel enemigo del pasado puede habitar el cuerpo del hijo sonriente, y es natural entonces que atraviesen algunos lustros cargando pesimismo y vertiendo lágrimas de aflicción.
Bajo tal confusión espiritual, aún es muy difícil que un padre ame al hijo ajeno, pues su figura física difiere mucho de la estética carnal de la familia egoísta, para la cual los hijos no pasan de ser lindas colecciones de cuerpos bonitos, plasmados bajo el sello de parientes consanguíneos, a lo que se apegan fanáticamente en el culto peligroso de la carne provisoria.
Cuando el espíritu del hombre comprenda la realidad de la vida espiritual y se disponga a enjugar las lágrimas ajenas, sin observar las formas de sus cuerpos o los lazos consanguíneos, con toda razón también se avergonzará de sus lágrimas melodramáticas. Comúnmente la sensibilidad humana se rige por el significativo y contradictorio sentimentalismo, mientras que algunos padres consideran la muerte de sus hijos como un acontecimiento digno de espanto en el Cosmos, mientras que la noticia de millares de criaturas que se ahogan en las inundaciones de la India o en la China no deja de ser para ellos una simple noticia diaria. Bajo tan falso sentimentalismo, raros son los que se disponen a amar la carne de otra carne y la sangre de otra sangre.
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