La Vida Más Allá de la Sepultura


EL "SENTIDO" DE LA VISTA EN EL MÁS ALLÁ



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EL "SENTIDO" DE LA VISTA EN EL MÁS ALLÁ
Pregunta: De los cinco sentidos que nosotros poseemos, ¿cuál de ellos impera más en el plano en que vivís?

Atanagildo: En el mundo astral se modifican todas las medidas y terminologías terrestres. No podemos, por ejemplo, valorar las distancias por el método que empleáis en la Tierra, porque no tenemos apoyo geográfico en donde basarnos, porque vivimos en otras dimensiones, que están sometidas a una acción más energé­tica, incalculable aún para los más altos padrones vibratorios del mundo físico. Nuestra acción se ejerce directamente en el mundo "interno", en la causa que conforma las cosas del mundo terreno. Tenemos la impresión de haber sido transportados hacia "adentro" del mundo físico en que vivíamos.

Nosotros actuamos en la energía libre, en esa energía que "desciende" vibratoriamente y se transforma en materia, o sea, energía condensada, como la denominan los científicos modernos. Nuestro ambiente es interpenetrado por un elemento superdinámico tan acentuado, que escapa a cualquier captación de los cinco sentidos físicos, así como la luz no podéis tomarla con vues­tras manos, el sol no podéis embotellarlo y los rayos X no son visibles; sin embargo, atraviesan los tejidos, y hasta las paredes de gran espesor.



Pregunta: Sirviéndose de ese elemento astral, ¿cualquier espí­ritu consigue obtener esos poderes espirituales para actuar sobre la energía libre?

Atanagildo: La principal facultad propulsora en nuestra vida astral es el poder mental que, aliado al sentimiento crítico bien desarrollado, descubre los más deslumbrantes panoramas para nuestras almas y encanta con los trabajos creadores que puede realizar. La voluntad disciplinada se nos vuelve el más poderoso instrumento, que usamos como si fuera una prolongación viva de nuestros sentidos astrales, pudiendo penetrar cada vez más en los misterios de nuestro origen y destino. Principalmente, cuando nos encontramos en ambientes gratos, como lo es el de la metrópoli del Gran Corazón, nuestra mayor o menos capacidad de visión depende fundamentalmente de la capacidad de poder de nuestra voluntad. Por eso, no todos los espíritus de nuestra morada consiguen obtener la misma visión de las cosas y de los seres; muchas veces, cuando somos agraciados con la presencia de notables visitantes que provienen de planos más elevados, cierta parte de nuestros compañeros, recién llegados de la Tierra, no consiguen verlos a gusto por no poder colocarse en la misma faja vibratoria. El mismo fenómeno sucede en las zonas inferiores, cuando descendemos para socorrer a los espíritus sufrientes, pues no todos consiguen vernos, a pesar de manifestarnos que sienten nuestra presencia en los momentos en que los socorremos. Se trata de un hecho lógico y comprensible; las frecuencias vibrato­rias espirituales muy bajas no pueden sintonizarse con las vibra­ciones mucho más altas, de la misma forma que las emisiones de ondas cortas en la radiofonía terrena no pueden captarse por los aparatos de onda larga.

En este preciso momento en que estoy dictando estas comu­nicaciones, no podéis registrar en vuestra visión mi presencia, pues estáis rodeados por una faja vibratoria demasiado baja y letárgica, como es la de la carne. Si se trate de un médium vi­dente, es decir, de alguien que tuviese su periespíritu más hacia "este lado" o que consiguiese elevar su frecuencia vibratoria común hasta el nivel del plano en donde actuamos nosotros, ese médium podría identificarnos pálidamente, quedándole la impre­sión de entrar en una atmósfera de sueños. Todos los espíritus desencarnados no consiguen vernos con las mismas disposiciones astrales —porque varían sus poderes mentales y cualidades mo­rales—, los propios videntes terrestres no entrevén con exactitud los mismos fenómenos, porque varían su capacidad vibratoria, y eso dificulta la visualización de las escenas en el plano astral.



Pregunta: La visión del espíritu desencarnado en vuestra me­trópoli, ¿es semejante a la visión de nuestros ojos físicos en la Tierra?

Atanagildo: En la superficie terrena la visión de las criaturas humanas podría ser más o menos buena si no se redujese a causa de las enfermedades, defectos o cansancio de los ojos. Mientras la visión humana capta exclusivamente los contornos de las for­mas físicas y realizables solamente bajo la luz solar o artificial, en el mundo astral nosotros podemos ver las cosas, exceptuados de la luz, tanto en su exterior como en el interior, teniendo la impresión de que miramos por el reverso. Lo más importante es que podemos proyectar la vista en todos los sentidos, tomar cono­cimientos amplios, hasta los menores detalles y sometidos todos a un examen, que bien podríamos designar de "visión de profun­didad". Los ojos de la carne exigen una dirección, obtenida por los nervios ópticos para poder tener conocimiento de todo aquello que puedan ver, transmitiendo al cerebro imágenes focalizadas directamente; nuestra voluntad reacciona de tal forma al ambien­te, que mejor "sentimos" que "vemos". En ciertas ocasiones hipersensibles he observado que toda la organización de mi periespíritu se transforma en un maravilloso campo visual, y que las cosas me llegan de todas las direcciones. Me vuelvo, por así decir, un centro de visión en sentido esférico y capto todos los fenó­menos situados a mi alrededor, bajo la extraña impresión de que veo todo con el poder de mis ojos. La necesidad de ver en la Tierra exige la inmediata focalización de los ojos sobre los obje­tos deseados; además, para que el espíritu pueda tener conoci­miento de lo que es focalizado, está pendiente de las transfor­maciones vibratorias que el aparato visual debe efectuar para la debida sensibilidad del espíritu; aún más, esas vibraciones precisan alcanzar toda el área del periespíritu para que el alma tome conocimiento de las cosas que los ojos ven, pues ellos en realidad, significan un accesorio, o sea, un transformador de visión exterior para las vibraciones de alta frecuencia, que son receptivas a la organización etéreo-astral del periespíritu.

Nuestro poder visual está en la superficie de todo el periespí­ritu, tornándose captador de imágenes en todas direcciones. En vez de precisar un par de ojos para captar imágenes y transmi­tirlas en una frecuencia vibratoria accesible a nuestro espíritu en el Más Allá, captamos directamente en su fuente natural vibra­toria, portándolas hacia la contextura de nuestro periespíritu, dispensándonos de las funciones complicadas de la visión física.



Pregunta: Suponiendo que vuestra metrópolis sea un punto astronómico en el espacio, ¿como veis el firmamento o nuestro Sol? ¿La sensación es la misma que teníais cuando estabais encarnado en nuestro planeta?

Atanagildo: Desde nuestra metrópoli vemos el firmamento de la misma forma que lo observáis vosotros desde la Tierra, con la diferencia que es más luminoso y tan lleno de vida como nues­tra posibilidad de penetración interior en nuestra vida espiritual. Es obvio que su color difiere profundamente al observarlo a través de la atmósfera física que envuelve al globo terráqueo, porque estamos situados en la intimidad de esa visión, limitada para vosotros, por los ojos físicos. Nosotros sentimos las cosas de otro modo y penetramos con más eficiencia en toda su realidad exterior.

Pregunta: Dadnos un ejemplo, para poder asimilar por qué las cosas vistas por nuestros ojos físicos son alcanzadas en toda su extensión y realidad por la visión de los espíritus desencar­nado. ¿Podéis hacerlo?

Atanagildo: Esa mayor o menor visual interior depende mu­cho del espíritu, pues a medida que nos elevamos hacia estados más sublimes el mundo oculto se nos revela con más intensidad, porque contiene energías que antes escapaban a nuestras obser­vaciones de carácter inferior.

Suponed que estáis observando un vaso que contiene agua dulce, caliente, perfumada y electromagnetizada ¿Qué veis vos­otros en ese vaso con vuestros ojos físicos? Lógicamente que sólo veréis agua y apenas notáis su forma incolora, pues si quisierais sentir la temperatura, el perfume y el magnetismo o el sabor os tendríais que valer del tacto, del olfato y del paladar. Mientras tanto, si mi espíritu desencarnado estuviera presente haría uso de la facultad que os describí a través de mi periespíritu, cap­tando simultáneamente las diversas sensaciones contenidas en el vaso de agua, usando mi voluntad para la percepción de los varia­dos fenómenos allí existentes. Existe esa diferencia, porque los cinco sentidos del hombre no dejan de ser ventanas vivas, o apa­ratos accesorios, que deben transformar los diversos fenómenos del mundo exterior en una vibración que el espíritu desencarnado puede recibir directamente, mientras que el hombre no lo puede hacer. Por lo tanto, es evidente que en posesión del cuerpo físico o librado de él, el verdadero receptor de todas las sensaciones y fenómenos del mundo físico o astral es el periespíritu. De ese modo, aquello que percibimos con dificultad cuando estamos encar­nados, lo podemos captar directamente y sin los sentidos físicos intermediarios cuando estamos desencarnados.



Pregunta: ¿Tenéis, por ventura, otra concepción del Sol, de­bido a que poseéis una visión más perfecta que la nuestra?

Atanagildo: El Sol que veis en el firmamento y que os calienta con sus rayos caloríferos, es el mismo que baña a las colonias y ciudades astrales existentes alrededor del globo terráqueo; mien­tras tanto, para vosotros es un astro de acción más física, mientras que nosotros lo sentimos interiormente, esto es, en su plenitud astral. Nuestro ambiente, por ser totalmente de sustancia astral, dispensa de la acción física del Sol, pero recibe sus energías astralinas, a fin de poder cumplir con los objetivos de renovación espiritual de los desencarnados.

Pregunta: ¿Cómo debemos entender esa diferencia que existe en la acción del Sol en vuestra metrópoli, en base a nuestros conocimientos?

Atanagildo: Creo que no es extraño a vosotros que todo el Cosmos se encuentra interpenetrado por una energía que se con­densa alrededor de los planetas, en forma de sustancia astral. Comenzando por el Sol de nuestro sistema, cada planeta o aste­roide posee una atmósfera de fluido astral que lo envuelve en conformidad a volumen, rotación y edad sideral. De ese modo, la Tierra requiere del Sol las energías que le nutren la vida física, al mismo tiempo que su esfera astral e invisible, bajo un considerable dinamismo, exige a su vez las energías que precisa para su vida interior.

En los cursos educativos de nuestra metrópoli he aprendido que los espíritus que finalizan sus reencarnaciones en la Tierra y terminan su educación en el mundo astral, pasan hacia otro plano aún más interior, denominado "mundo mental concreto", en donde existe una materia mental de tal sutileza, que responde instantáneamente a aquello que piensan y desean. Nos explican entonces que ese mundo mental concreto está más allá de la natu­raleza vibratoria del mundo astral, así como nuestra esfera astral también se encuentra mucho más allá de los fenómenos de la Tierra. El Sol, como centro de vida y sustentáculo de nuestro sistema, continúa alimentando a todos los mundos "interiores" de la vida espiritual, así como da vida a la superficie terrestre, pero a cada uno conforme a las energías correspondientes a sus medios de vida. Aunque el Sol sea uno solo, hay un Sol físico para la Tierra física, un Sol astral para el mundo astral y un Sol mental para ese mundo mental concreto que os cité.

Pienso que el ejemplo del agua caliente, perfumada y magne­tizada os puede dar la idea de tres estados diferentes en un solo cuerpo: calor, perfume y electricidad en el elemento agua en una graduación cada vez más delicada, así como la manifestación del Sol físico es más grosera que la del Sol astral y éste a su vez más rudimentario que el Sol mental concreto.

Es por eso que en la metrópoli del Gran Corazón nosotros absorbemos la luz del Sol en su manifestación más pura y diná­mica, porque también nos movemos en un mundo de energías semejantes, como es el mundo astral. Os aseguro que la ciencia terrena ya no tiene más duda de que el Sol es un foco de luz antes que de calor; esa luz es la que se transforma en calor ni bien encuentra resistencia en el "biombo" de la atmósfera terres­tre, llegando hasta vosotros en forma de rayos caloríferos. Así, la energía pura y dinámica del Sol es la luz y no el calor, pues éste ya es energía degradada. Si queréis saber por qué motivo en nuestro mundo astral aprovechamos las energías más puras del Sol, lo comprenderéis fácilmente, porque mientras vosotros recibís los rayos caloríferos que se filtran a través del "biombo" atmosférico de la Tierra, nosotros recibimos directamente del Sol su dinámica luz, es decir, en su fuente más natural.



Pregunta: ¿Podría considerarse que los ojos de la carne son para el mundo espiritual lo que las antiparras tienen por función para la luz material?

Atanagildo: Vuestros ojos, propiamente dicho, no son antipa­rras de la realidad espiritual; muy al contrario, significan apre­ciados órganos que os permiten la visión grosera del plano de la materia. No debemos olvidar que los ojos carnales no son los reductores de la verdadera visión del espíritu, ni causan per­juicios al entendimiento de los mundos interiores, pero son, en realidad, el resultado de los más avanzados esfuerzos de la natu­raleza terrena a fin de que podáis tener nociones sobre el mundo físico, que es tan necesario para el aprendizaje sideral.

Cuando yo poseía los ojos materiales y actuaba en el mundo de la materia, me servían de escuela para mi alma reencarnada; sólo podía ver a los seres y a las cosas desde el momento que estuvieran iluminadas por la luz exterior del Sol o la creada por el hombre. Como hombre físico no conseguía ver en la oscuridad, no tenía siquiera el privilegio de que gozan los gatos y otros ani­males e insectos... Es por eso que los ojos del hombre necesitan de la luz exterior en la medida que le fue dado para poder cumplir con su función vital. Pero ni bien dejé el cuerpo físico quedé sorprendido por la precariedad de los ojos carnales y con la maravillosa capacidad visual del espíritu desencarnado, que se sirve especialmente de su voluntad entrenada para satisfacer sus anhelos. Si vosotros utilizaseis los anteojos con vidrios muy oscuros para contemplar los paisajes pintorescos y llenos de sol de la ensenada de Nápoles, Guanabara o Florida, es lógico que tuvierais una impresión oscura y pobre de la realidad; mientras tanto, si os quitáis los anteojos oscuros quedaréis sorprendidos delante de las indescriptibles bellezas que os ofrecería la visión más clara.

También me sentí deslumbrado delante del soberbio y celes­tial panorama que me deparó la desencarnación al quitarme los ojos físicos, pues aunque éstos presten un excelente servicio en el transcurso de la vida material, no consiguen revelar la belleza del astral superior, que se sitúa en un campo vibratorio mucho más sutil.

Muchas almas de muy buena reputación espiritual confiesan que después de la desencarnación les parecía vivir en un cuarto oscuro, para recibir más tarde una prodigiosa luz que les des­cubrió un magnífico panorama principesco, lleno de las más deslumbrantes dádivas celestiales.

Nosotros aquí tenemos inmensa piedad para los científicos, filósofos y sabios terrenos, que afirman enfáticamente que no existe nada después de la muerte del cuerpo. Ellos encuentran que la vida real es aquella en donde se notan las formas pasa­jeras del mundo terreno. Pero, cuando retornan al astral muy grande ha de ser su humillación al comprobar la falsedad de esa concepción tan infantil.

Pregunta: ¿Cómo véis al sensitivo en este momento, que recibe vuestro pensamiento y lo pasa al papel? ¿Qué tipo de visión tenéis en este momento?

Atanagildo: Os repito, mis ojos no están adheridos a la visión limitada del mundo material, que ésta, a su vez, está sujeta a la luz artificial o solar. La luz que me rodea es muy diferente e ilumina todo desde su interior, por cuyo motivo puedo penetrar hasta lo más recóndito de vuestras almas, inclusive a la del mé­dium que me sirve en este momento. Cuando miráis a un hombre en vuestro mundo físico, sólo lo veis en su configuración exterior, porque la luz solar o artificial se derrama sobre sus contornos. Es suficiente que se haga la noche para que no lo veáis más, salvo si usáis la luz artificial. Así, como vuestros ojos sólo pueden observar lo que la luz material ilumina, nosotros vemos todo gra­cias a la luz interior que hay en todas las cosas y también en nuestra propia organización periespiritual.

Yo veo al médium en este momento no como él es para vos­otros, sino como era antes de reencarnar y cómo será después que abandone su cuerpo en una sepultara ahí en la Tierra. Lo veo en su figura propiamente espiritual, en su vehículo etéreo-astral que sirve de intermediario entre su espíritu y su cuerpo de carne. A mí, que ya estoy desencarnado y distanciado vibratoriamente de vuestro mundo material, el cuerpo físico no me sirve más de relación, porque tengo contacto con el médium a través de su periespíritu, que actúa en el mismo plano en que yo me encuentro liberado.



RESIDENCIAS Y EDIFICACIONES
Pregunta: ¿Residís en alguna casa semejante a las que tene­rnos en nuestro mundo material?

Atanagildo: Sí, para mí esa casa es tan consistente como las que construís con cal, ladrillos y cemento armado. La extraor­dinaria superioridad de las construcciones del mundo astral so­bre las edificaciones terrenas consiste en que las primeras son hechas con la sustancia luminosa absorbida de nuestra esfera, que tiene la propiedad de condensar los fluidos mentales de sus mo­radores y después devolverlos balsámica o agresivamente, con­forme a emociones y pensamientos producidos en el ambiente. Después que fui hospedado en la metrópoli astral del Gran Co­razón, aprendí que toda irradiación proveniente de nuestras emo­ciones descontroladas causa desarmonía en el ambiente en que residimos, por cuyo motivo debemos mantener nuestra mente vigilante, cooperando para que permanezca el aura de tranquili­dad, que es natural en las almas equilibradas. Debemos evitar el predominio de las vibraciones nocivas que se forman en el campo íntimo de nuestras inquietudes e insatisfacciones psíqui­cas, para lograr mantener la alegría de nuestra propia ventura en el mundo astral.

Debido a esas providencias saludables, que son una profilaxis mental realizada placenteramente por los moradores de nuestra comunidad astral, adquirimos hábitos mejores que los cultivados desordenadamente en el mundo físico. Nosotros nos adaptamos, poco a poco, a un padrón de vida, en donde sólo existen las acti­vidades y pensamientos elevados, que nos ayudan a dominar el psiquismo inferior y repeler las antiguas sugestiones de las pa­siones animales, substituyéndolas por hábitos nuevos, que en el futuro nos ayudarán a conseguir el equilibrio y la cohesión psico física en las encarnaciones terrenas. Ese entrenamiento de vigi­lancia mental sobre la naturaleza de nuestros instintos peligrosos facilita la eclosión de los elevados principios espirituales sobre la vieja animalidad terrena.



Pregunta: ¿La construcción de las casas en donde residís obe­dece a procesos y padrones conocidos en la Tierra?

Atanagildo: La construcción de los edificios, casas o cual­quier departamento de nuestra comunidad astral difiere mucho de los que se hacen habitualmente en la Tierra. Aunque la sus­tancia del medio astral en que resido sea de propiedad común, dependemos del permiso de nuestros mayores para obtenerla, y con ella edificamos nuestro hogar, que deberá quedar en perfecta armonía con nuestra psicología y con los naturales sentimientos ya desarrollados.

Es un derecho que se adquiere, principalmente, por la presta­ción de servicios útiles y de amor en favor de la humanidad, ya sea con nuestra colaboración cuando estamos encarnados en los mundos físicos o en las metrópolis y colonias del astral. La auto­rización para que podamos servirnos de la sustancia astral — que es el principal elemento de relación y vida exterior en nues­tra esfera— puede hasta centuplicarse, en base a créditos suple­mentarios conseguidos en tareas de superación ejercidas en los abismos del astral inferior, en donde gimen los infelices delin­cuentes de la espiritualidad. Del mismo modo, ciertos trabajos confieren mejores oportunidades para colocarnos en programas de vida más elevada en el astral.



Pregunta: Una vez que los moradores de vuestra metrópoli constituyen sus hogares, ¿se preocupan como los terrenos para mantener el aseo y promover la mejoría estética de sus habita­ciones?

Atanagildo: En cualquier plano de vida el espíritu es el ver­dadero agente que crea las modificaciones del medio en donde se encuentra. En el mundo material cada residencia revela a través de su higiene, de sus objetivos o decoraciones, el sentido estético, el capricho, el gusto y la inteligencia de sus moradores. Es verdad que entre los hombres detentores de grandes fortunas terrenas existen grandes diferencias en al comprensión de la ar­monía, la utilidad y el sentido práctico e inteligente de su patri­monio material. Existe, por ejemplo, el nuevo rico, que al no poseer aún el sentido hidalgo de las residencias aristocráticas, acostumbra a obstruir su palacio con los más tontos caprichos y llenarlo de adornos ridículos. Entonces, en vez de ser una vivienda agradable y útil, recuerda a los museos históricos llenos de cosas y objetos anacrónicos, que de ningún modo pueden vibrar con la emotividad del alma.

Son raros los hombres que saben combinar los matices y colo­res de sus aposentos con la disposición de las luces o el tipo de muebles con la armonía de la decoración, con el fin de ajustar la función útil de cada aposento al sentido estético de su orna­mentación. En nuestra morada astral, que está formada por espí­ritus más comprensivos y desligados de las exageraciones de las vanidades humanas, ese sentido de aseo y mejoría estética a que os referisteis es cultivado con mucho cariño y sabiduría. Saben proporcionar una armoniosa combinación en todos sus hogares, en donde la sencillez es tan espontánea y agradable, que da un tono sublimado a todo lo que les rodea. Aunque algunas metró­polis astrales, como la del Gran Corazón, son de naturaleza tran­sitoria y sólo signifiquen divinos "oasis" para descanso y apren­dizaje espiritual, al servicio de las almas que ascienden hacia las esferas superiores, poseen indescriptibles encantos y bellezas en el interior de sus residencias, demostrando siempre el gusto exigente de sus moradores.

No se observa en esas edificaciones el lujo desmedido ni el amontonamiento de cosas inexpresivas, tan comunes en las vivien­das terrenas; aquí todo obedece a un sentido de armonía que nace de nuestros espíritus, como si nuestras emociones contagiasen a las cosas que gustamos. Hay intenso júbilo de nuestra parte cuando comprobamos que nuestra conciencia se extiende sobre todas las cosas que nos rodean, como si fuese un delicado manto magnetizado, pues se encuentra completamente liberado de los intereses egoístas o de las vanidades tontas de la carne, viviendo solamente en razón de la paz y la ternura que fundamenta nuestro ambiente de relación.

Reconozco que no podríais valorar nuestra alegría espiritual, en donde nuestra alma se transforma en un pequeñito sol que sustenta los diversos mundículos que crea e influencia con su vida, emociones y pensamientos simpáticos.



Pregunta: Tomando por base nuestra vida física, ¿no podéis explicarme mejor esa relación entre el alma y los objetos que la rodean?

Atanagildo: En la Tierra, comúnmente basáis vuestras alegrías y ventura en poseer objetos y cosas útiles, en forma indiscrimi­nada, cuya adquisición es hábilmente sugerida por la propaganda comercial, que muchas veces consigue despertar en vosotros de­seos e insatisfacciones que de modo alguno sospechabais que existían. Entonces invertís el trabajo real del espíritu, pues en vez de orientar vuestra ventura con la adquisición de los valores definitivos, cuida de amontonar objetos materiales y cosas atrac­tivas de un mundo provisorio, olvidándoos que el diamante más apreciado no consigue superar el valor de la Bondad y el Amor que el espíritu inteligente puede despertar en su corazón. Creáis falsos deseos de bienestar y os apartáis de los altos ideales del espíritu, ante la imperiosa esclavitud a que os sometéis con las cosas terrenas. Además sucede que nuestras insatisfacciones e inconstancias comunes, cuando estamos en la Tierra, no tardan en hacernos quebrar los eslabones de la simpatía que mantenía­mos con nuestros muebles, adornos y objetos de uso personal, que nos servían agradablemente, porque después nos viene el deseo de substituirlos por otras cosas más "modernas". Enton­ces pasamos la vida terrena en constante insatisfacción, porque dedicamos toda la fuerza de nuestra alegría y pasión a las cosas a que sólo reaccionan la mediocridad de los sentidos físicos y que son impotentes para desarrollar en nosotros los valores eternos del alma. Nos dejamos dominar por las emociones infantiles de las cosas "nuevas y modernas", olvidando que muy pronto esas cosas también han de volverse viejas y antipáticas.

Influye en nosotros la opinión ajena con respecto a los objetos y cosas a que nos ligamos egocéntricamente en el mundo; cuando esa opinión es agradable para nosotros, nos hace subir la columna de nuestro termómetro emotivo; si es desagradable, enfriamos el entusiasmo y la alegría de poseerlo. Mientras las cosas mate­riales son demasiado inertes y no se relacionan en su patrón vibra­torio con nuestro espíritu, las cosas astrales se estremecen a nues­tra simple presencia, ya que están dotadas de una vida que fluye de nosotros mismos. La materia densa permanece aislada de vosotros mismos, pues no refleja vuestras alegrías ni puede parti­cipar de vuestras emociones espirituales, porque sólo las percibe el espíritu a través de los cinco sentidos. En la Tierra nos podemos apasionar fuertemente por un lujoso vehículo, pero lo hacemos debido a su belleza, utilidad y confort; sin embargo, no participa con nosotros de esa emoción interior, es un objeto inerte que se deprecia y también envejece a cada instante después que se con­sidera construido. Y con su envejecimiento y depreciación se va también la intensidad de nuestra alegría y el placer que nos proporcionaba cuando era nuevo.

Al desencarnar, cuando entramos en contacto directo con el ambiente de cierta superioridad espiritual, se aumenta la sensa­ción de "sentir" y "vivir", porque la sustancia astral se vuelve un eslabón con las cosas exteriores. Ella refleja con exactitud la gama psicológica y el sentimiento de nuestra alma; derrama sobre los elementos con que nos relacionamos la esencia coloreante que proyecta nuestra aura, aumentándoles la vivacidad vibra­toria. También es cierto que ese material astral es capaz de rete­ner los más variados matices emotivos de nuestro espíritu, como también puede coagularlos en forma de materia oscura y repul­siva cuando nos descontrolamos dominados por las bajas pasiones.

Pregunta: Por vuestra explicación anterior deducimos que esa sensibilidad del espíritu con el medio y con los objetos se refiere únicamente a los reflejos de sus estados emotivos, ¿no es así?

Atanagildo: Nuestro mundo es el reflejo de nuestro propio estado interior espiritual, no hay duda alguna; pero él es el que nos proyecta y no nosotros. No se trata de una creación mental introspectiva, pero sí una creación que se reproduce fenoménicamente en el ambiente como resultante positiva de aquello que creamos en la intimidad del alma. Lo podéis suponer como un vivísimo proyector cinematográfico que fija en la tela exterior del astral la suma de nuestros sueños y deseos, los que a su vez se entrelazan a los de los de otros compañeros.

Pregunta: ¿Desde el momento que las cosas materiales del mundo terreno pueden producir modificaciones interiores y fun­damentales en el alma, no sería ingenuo de nuestra parte suponer que cosas semejantes puedan ejercer influencia en los desencar­nados por el sólo hecho de ser sustancia astral?

Atanagildo: A medida que el espíritu asciende hacia regiones superiores, también ingresa en un campo de energías más sen­sibles, que reaccionan con prodigiosa eficacia a las más débiles irradiaciones mentales. Es lógico que el pensamiento no pueda levantar una piedra del mundo físico, porque se requiere el em­pleo de las manos o de una palanca; en el plano en donde el ambiente es constituido exclusivamente de materia mental, el pen­samiento actúa directamente en ese medio, produciendo o creando inmediatamente aquello que desea. A pesar de ser el pensamiento energía mental concreta, no puede actuar directamente sobre la piedra, que es materia, porque, de acuerdo a la ley vibratoria, tampoco la piedra consigue cambiar la naturaleza esencial del pensamiento.

En nuestra esfera vivimos entre la materia mental del plano superior y la materia física del plano inferior; todo lo que crea­mos o pensamos se encuentra vigorosamente impregnado de la sustancia mental de nuestros pensamientos. Tanto es así, que nuestras emociones y alegrías se asocian y reflejan en las cosas que creamos, porque poseen un poco de nuestra sustancia mental. Gracias a esa vivísima reacción del ambiente sobre nuestro pen­sar y sentir —el medio astral que nos rodea también se encuentra impregnado de nuestros pensamientos o energía mental— goza­mos de la impresión de estar ligados a las cosas que nos rodean y que sólo aparentemente están fuera de nuestra alma.



Pregunta: ¿Nos podéis dar un ejemplo más sencillo para poder concebir mejor ese asunto, que es un poco complejo para nos­otros?

Atanagildo: Cuando nuestras almas están dominadas por el júbilo y la ternura de las cosas sublimes, las cosas que nos rodean en la morada astral se impregnan del toque poético y emotivo de nosotros mismos, ligándose afectivamente a la intimidad de nues­tro mundo espiritual. Nuestra ventura aquí no depende de los elogios o de las opiniones agradables, consecuentes de la admi­ración por aquello que nos es simpático; nuestra euforia espiri­tual no aumenta ante la comprobación, porque ciertas cosas u objetos a que mucho nos apegamos sean de mucha utilidad. Todo nuestro bienestar se fundamenta en las realizaciones íntimas de nuestro espíritu, aunque las cosas y los objetos que nos rodean sirvan para comprobar la exacta naturaleza de nuestras dispo­siciones espirituales.

Pregunta: ¿Qué superioridad ostentan los edificios y decora­ciones de esa metrópoli astral en comparación con las tradicio­nales edificaciones terrenas?

Atanagildo: Lo más importante en nuestra morada astral, con relación a la Tierra, es la genial combinación entre su arquitec­tura y las fascinantes decoraciones proporcionadas por las rique­zas de los colores luminosos y por los maravillosos recursos que la prodigalidad de flores les ofrecen.

Después del gran paseo público, en forma de heptágono, situado en el centro principal de la metrópoli, se encuentran los edificios residenciales, que son más numerosos a medida que se distancian del perímetro central. Los edificios ocupan toda la zona norte, sur y este, que conforman el principal agrupamiento residencial de la ciudad, mientras que los departamentos e insti­tuciones educativas, científicas o artísticas se encuentran por toda el área de la zona oeste, formando un extenso triángulo que se confunde con el horizonte astralino.

Esos predios, palacios o instituciones no se agrupan bajo una misma rigidez geométrica, ni forman interminables hileras de fachada que marcan apretadas calles, como suele suceder en la Tierra; son construidos en grupos aparte, en forma caprichosa, intercalados entre un grupo y otro de hermosos y frondosos bos­ques. Cada conjunto de edificios se encuentra en medio de bellos jardines de alfombras coloridas, que además poseen pequeños lagos y canales de agua cristalina, cuyos lechos se encuentran incrustados por láminas transparentes y de colores.

Esas fuentes, semejantes a espejos líquidos y de reflejos poli-crómicos, adornan sus márgenes con delicados conjuntos de arbus­tos pequeños y de suave fragancia, que embalsaman la brisa con sus excelsos perfumes, haciéndome recordar la fragancia del sán­dalo, de las rosas o el jazmín. Los árboles en forma de tiernos abrazos de vegetación florida, se intercalan entre espacio y espa­cio, formando graciosos bosques de sombras refrescantes, remar­cados por un halo de suave luz solar astralina.

Hay lugares maravillosos de sueños principescos, en donde delicados bancos de porcelana transparente despiden reflejos de color eterizado y se balancean, suspendidos entre columnas de una sustancia rosada, muy inquieta, parecida a la espuma del mar. Alrededor de esos bancos se entrelazan las trepadoras, saturadas de cantidades de flores aromáticas, que forman parte de los fes­tivos banquetes de luz eterizada del plano astral. Cuando vis­lumbré esos aspectos paradisíacos en el Más Allá, creía haber despertado en el seno de aquellos jardines hermosos de la antigua Grecia, que parecían mantos de flores, en donde los poetas, filó­sofos, músicos y cantores, en sus fiestas, sublimaban la vida humana y la misteriosa recordación de los mundos celestiales.

Pregunta: ¿Esos edificios son construidos bajo la misma línea arquitectónica conocida en la Tierra?

Atanagildo: Las edificaciones revelan a primera vista las líneas arquitectónicas y los estilos propios de las razas civilizadas del mundo terreno; hay conjuntos del tipo griego, cuyos palacios, de base y capital jónico, tiene sus extremidades redondeadas y marmóreas, en donde las volutas se elevan en forma de espirales delgadas; el estilo hindú se revela en las inconfundibles cons­trucciones remarcadas con tejados cónicos y cubiertos de hojas doradas por la sustancia astral; las pagodas chinas tienen su equivalente en nuestra metrópoli, aunque bajo un sentido de alta espiritualidad. Hay edificios semejantes al viejo estilo árabe, que recuerda bases cuadradas, encimadas por cúpulas rodeadas por altos minaretes, tradicionales mezquitas de oraciones para Alá y Mahoma. El viejo Egipto es reverenciado por los edificios de área abierta y espaciosa, que se confunden con los frondosos plátanos y cántaros cubiertos por las cautivantes margaritas, que en forma de prodigioso tapete floreado cantaba las glorias del Nilo legendario.

Los restantes predios y edificaciones de la metrópoli astral también están rodeados de vastos jardines llenos de flores, en donde se destacan, principalmente, los tipos exóticos de cálices y tazas de color yema de huevo centelleante y cuyo centro rubí parece una gota de sangre refulgente. El aroma que emana de esas flores me hace recordar el perfume de las azucenas, aunque no les puedo describir la misteriosa fragancia que invade la sen­sibilidad magnética de nuestro periespíritu cuando las rozamos ligeramente.



Casi todas las residencias son espaciosas, teniendo conexión los aposentos con los jardines, en donde la brisa olorosa renueva la atmósfera interior. La mayoría de los amplios portales tiene relieves delicados que expresan y simbolizan a la comunidad del Gran Corazón.

Pregunta: Tratándose de una metrópoli astral con caracterís­ticas predominantemente brasileñas, ¿no deberían poseer edifi­caciones similares a nuestro ambiente y estilo nacional?

Atanagildo: Ya os manifesté cuál es el concepto que nosotros tenemos del nacionalismo. Los espíritus desencarnados que ac­tualmente viven en la ciudad del Gran Corazón, aunque proven­gan del Brasil, son egresados de algunas civilizaciones milenarias, que existían mucho antes que se descubriera el Brasil. La comuni­dad brasileña aún no alcanzó medio milenio de existencia; muchos espíritus que se encontraban y otros que se encuentran encar­nados en Brasil proceden de colectividades persas, egipcias, grie­gas, hindúes y hebraicas. La mayoría de los habitantes de nues­tra metrópoli no posee más de dos o tres encarnaciones en Brasil, pero han vivido decenas de veces en otras civilizaciones orientales. Eso quiere decir que el contenido espiritual de la mayoría pro­pende hacia la psicología de Oriente.

Pregunta: ¿Esa propensión hacia estilos cultivados por las civilizaciones antiguas, no representa cierto conservadorismo por parte de los espíritus desencarnados de vuestra metrópoli? ¿No se contradice con el grado de evolución alcanzado en el dominio de los sentimientos regionalistas de la Tierra?

Atanagildo: No hay duda que muchos de vuestros edificios considerados modernos y progresistas no dejan de ser estilos o arquitecturas deformantes, que son llevadas a cuenta, con la inten­ción de liberarse de las formas viejas. El espíritu sabio y artista puede extraer de las cosas del pasado aquello que realmente es genial, estético y sensato, si al mismo tiempo no destruye la idea fundamental sobre lo sublime y verdadero que contenía. En nues­tra metrópoli nunca desapareció la preocupación básica de unir la belleza del color a la magia de la luz, atendiendo siempre las líneas constructivas capaces de evocar las bases del organismo carnal brasileño. Aunque esos desencarnados no son sentimen­talistas del mundo terreno, se identifican con los climas geográ­ficos en donde apresuraron el sentimiento y desarrollaron la razón, reverenciando en sus estilos y en las delicadezas de sus ornamentaciones aquello que sin tener forma definida habla tier­namente a la naturaleza afectiva de sus almas.

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